miércoles, 4 de diciembre de 2013

Ecos

De la extraña nostalgia, que me hizo comprar un pan con jamón en un puestecito frente al Hospital Almejeiras, y me pasé el tiempo restante de mi visita con cólicos y diarreas.

De esos lugares, en la Habana Vieja, que hacen que el resto de La Habana duela mas...

De la infame y pretenciosa cafetería que está en la plaza de San Francisco de Asis, y que se llama Café Mercurio. Parados en la puerta 10 minutos, sin que nadie se dignara siquiera a mirar en nuestra dirección. Por puro aburrimiento miro la carta, y leo una oferta mediocre con precios de Nueva York. Salimos corriendo, de regreso a la tarde lluviosa.

De la increíble pizzería del Hotel Kohly, que es probablemente el negocio más consistente de La Habana.

De lo que se siente al rentar un carro en Cuba. Da la sensación de estar, de nuevo, “resolviendo”.

De la mirada ávida que te sigue cuando vas en un carro. Y de la bendita indiferencia, cuando vas a pie.

Del asombro por el absurdo: Iphones en La Habana...

De inmenso barracón donde se apiñan los vendedores de los cuadros más kitsch y cheos que ojos humanos hayan visto.

Del paseo a lo largo del canal de entrada a la bahía, donde, si le das la espalda a la ciudad, regresa la paz.

De la nueva amabilidad. “Gracias” y “por favor” rehabitan La Habana.

De la risa de mis niñas, de sus ojos oscuros e inteligentes.

Del aeropuerto de mierda, y todo otra vez. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario