De la extraña nostalgia,
que me hizo comprar un pan con jamón en un puestecito frente al
Hospital Almejeiras, y me pasé el tiempo restante de mi visita con
cólicos y diarreas.
De esos lugares, en la
Habana Vieja, que hacen que el resto de La Habana duela mas...
De la infame y pretenciosa cafetería
que está en la plaza de San Francisco de Asis, y que se llama Café
Mercurio. Parados en la puerta 10 minutos, sin que nadie se
dignara siquiera a mirar en nuestra dirección. Por puro aburrimiento
miro la carta, y leo una oferta mediocre con precios de Nueva York.
Salimos corriendo, de regreso a la tarde lluviosa.
De la increíble pizzería
del Hotel Kohly, que es probablemente el negocio más consistente de
La Habana.
De lo que se siente al
rentar un carro en Cuba. Da la sensación de estar, de nuevo,
“resolviendo”.
De la mirada ávida que te
sigue cuando vas en un carro. Y de la bendita indiferencia, cuando
vas a pie.
Del asombro por el
absurdo: Iphones en La Habana...
De inmenso barracón
donde se apiñan los vendedores de los cuadros más kitsch y cheos
que ojos humanos hayan visto.
Del paseo a lo largo
del canal de entrada a la bahía, donde, si le das la espalda a la
ciudad, regresa la paz.
De la nueva
amabilidad. “Gracias” y “por favor” rehabitan La Habana.
De la risa de mis
niñas, de sus ojos oscuros e inteligentes.
Del aeropuerto de
mierda, y todo otra vez.
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