lunes, 27 de marzo de 2017

El arte de gobernar

"(...) you’ve got to establish an atmosphere of trust. Trust is the coin of the realm. And you need to do that with other leaders or people you’re going to deal with, including your adversaries.”

George Shultz


No tiene sentido alegrarse de los fracasos de Trump.

No hay porque celebrar tampoco que la propuesta de Donald Trump para abolir el Obamacare e implantar otro sistema de atención médica, Trumpcare que ya le llaman, haya sido retirada por una evidente falta de apoyo de todos los demócratas, y de una parte de los propios republicanos.

No nos irá mejor por ello, sino todo lo contrario.

El Obamacare, todos lo saben, está lejos de ser perfecto. Le urgen modificaciones. Precisa ser algo mejor de lo que es. Necesita, además, ser entendido, antes de ser modificado.

Nobody knew that health care could be so complicated”, dijo hace unos días el presidente Trump, y eso parece ser lo más sensato que haya dicho acerca del tema.

Sin embargo, el presidente intentó demoler el sistema de salud de los Estados Unidos y sustituirlo con otra cosa que tampoco entiende y que funcionaría de aun peor manera.

Obviamente, ni siquiera logró convencer a los suyos de que esa sería una buena idea.

Quienes a raíz de ese fracaso se mofan de la fama autoadjudicada de Trump de ser un buen negociador no están lejos de la realidad, pero hay algo más grave en todo ello que ese alarde tan vacío de argumento.

No se gobierna por decretos; no con voluntarismo, no al mejor estilo de corta-y-clava: no creyendo que todo se resume a firmo-aquí-y-ya-está.

El Presidente no gobierna un negocio, sino que negocia el gobierno.

Desafortunadamente, no ha sido así hasta ahora.

Ni siquiera en esta luna de miel de los primeros cien días de presidencia, ni a lomo del impulso de la euforia de la victoria, ni tras el blindaje que proporciona la disposición a la indulgencia de sus partidarios y partidistas, el presidente ha sido capaz de aterrizar, en este par de meses de gobierno, proyectos de gran importancia tanto para su credibilidad como pagador de promesas, como para el bienestar de los Estados Unidos y sus ciudadanos.

Ya el muro no será ese instantáneo, pagado por mexicanos, sino que tendremos otro, costoso, de cuestionada y cuestionable eficacia, construido con el dinero de nosotros, los contribuyentes americanos.

Las restricciones migratorias, erráticas, a medio hacer, no funcionan; para colmo, en lugar de más seguridad nacional, solo han creado caos y exasperación dentro y fuera del país.

Se suman a ello las declaraciones irresponsables, de mala tribuna electorera, esquelas nocturnas en una cuenta de Twitter que parece pertenecer a un adolescente atormentado por las hormonas: ofensas gratuitas, delirios, grandilocuencia pedestre, anatemas a todo el que no dé vivas; failing, que, ironicamente, es su descalificación favorita a quienes se le oponen.

Y ahora, pues esta precipitada propuesta para sustituir el Obamacare con un Trumpcare: propuesta incompleta, caótica, rechazada no solo por los demócratas -que en estos días solo reaccionan a trompicones, a la defensiva- sino hasta por los republicanos más ultra conservadores.

El problema no es solo que este presidente ha sido pródigo en promesas que no sabe cómo cumplir, sino que hay evidencia contundente de que Trump está lejos de ser el negociador que dice ser.

El problema, preocupante en extremo, es que el actual presidente de los Estados Unidos de América no es un estratega de pensamiento profundo, respetable en su consistencia, temible en consecuencia, sino que sigue siendo el ególatra compulsivo que se lanza con los ojos cerrados contra la pared a ver si le atina a una ventana.

El problema es que Trump es además, y precisamente por ello, un pésimo gobernante.

Si el presidente, en lugar de tratar de cumplir rimbombantes promesas electorales, si en lugar de seguir los renglones de la ortodoxia republicana de la manera tan torpe que lo hace -que daría risa si no fuera tan grave-; si en lugar de andar a tropezones en las entrañas de una bestia política que dice rechazar y a la que, obviamente, no comprende; si en lugar de tuitear su bilis, de amenazar e intimidar a sus propios senadores -si no aprueban esta propuesta están arriesgando su reelección, les dijo-; si en lugar de ello hubiera creado una comisión que, con rigor, paciencia, profesionalismo y objetividad (y ya es obvio que los republicanos pasaron los ocho años de Obama quejándose y no trabajando en una mejor idea para el sistema de salud), comisión que diseccionaría el Obamacare, le extirparía lo que le sobra, insertaría mejoras, puliría angulos, limaría asperezas, si tan solo se hubiera concedido quizás un año de trabajo para todo ello, el Presidente Trump sería recordado como el gran reformador que le enmendó la plana a Obama y a los demócratas, para bien de los americanos.

Lo cuál, y le ha tomado menos de cien días para demostrarlo, parece ser mucho pedir.

En lugar de un pensador confiable, de un líder sólido, atinado, lo que se ve es a un diletante de aturdido pensamiento táctico; ni remotamente un general, sino carne de cañón que no solo es un mal negociador político, sino un gobernante errático que está marcando su gestión con una capacidad increíble para dilapidar capital político.

***

El paradigma de una buena negociación, ganar-ganar, sucede cuando todas las partes involucradas ven sus expectativas satisfechas.

Una mala negociación, ganar-perder, tiene lugar cuando, al levantarse de la mesa, alguien se marcha contento y otro disgustado, porque uno se lleva mucho y el otro poco.

Pero el absurdo total, la-no negociación, resulta finalmente en aquella en la que nadie gana.

Perder-perder, es esta extraña transacción que ahora vemos donde, ni republicanos ni demócratas, ni gobierno ni gobernados, están hoy mejor que antes de este otro descalabro político de este nuestro presidente.

Presidente, constructor de campos de golf y rascacielos, presta-nombres para una decena de libros de autocomplacencia que describen cómo ser exitoso a lo Trump y cómo hacer a los Estados Unidos un país mejor.

Negociador que dice va a esperar a que el Obamacare explote, que entonces vendrán a él, insiste, all those great, wonderful people, a pactar con él, con el gran negociador de contratos de albañilería que, la verdad, no parece tener idea de cómo negociar, para gobernar, y no hacernos que todos perdamos en el intento.

lunes, 20 de marzo de 2017

LIII

El envase que me porta está de aniversario.

También lo están las cosas por acá adentro, claro; unas aun siguen funcionando como el primer día; otras, ya a media máquina, como esas células estropeadas que ya no alcanzan a procesar los azúcares que, idiota de mí, les proporciono en demasía.

Las cosas han cambiado, les digo: hay menos cabello, más grasa, menos testosterona, más piel fláccida, menos musculatura, más arrugas, las córneas ganando en rigidez, las encías en retirada, un oído perdiendo decibeles, ansiedades varias, temores, y algunas cosas que ya no las recuerdo tal y como eran, lo cual sé, pero no puedo demostrarlo.

Se trata, pues, de lo cotidiano.

Y mientras transcurre ese deterioro que llamamos vida adulta, observo, curioso; me divierto con mi vida, con lo que puedo, lo que me invento, lo que leo, veo y escucho. Todo -casi todo- me resulta interesante; no renuncio a nada, me arrepiento de mucho. Pienso demasiado, que me gusta tanto como el pan, y leo menos, lo cual me frustra.

Están entonces, decía, mi envase y sus engranajes celebrando cincuenta y tres años de haber echado a andar, y yo, veinteañero impenitente, le doy ánimos, le digo, no jodas, dale, que nos queda mucho por hacer.

Felicidades nos deseo pues a envase, contenido y espíritu que, por más que vayamos por tiempos diferentes, vamos juntos.

viernes, 17 de marzo de 2017

Trumpspiracies

Trump insiste en su denuncia de que fue espiado durante la campaña electoral.

Insiste, a pesar de que el Comité de Inteligencia del Senado dice no tener ninguna evidencia al respecto.

Insiste, a pesar de que tampoco hubo evidencia de los tres millones de votantes ilegales.

Y así, nada menos que el presidente de los Estados Unidos de América, cada vez que tiene un arranque de ira porque la realidad no se corresponde con sus deseos, dice lo que le viene a la mente, porque leyó algo en algún libelo de ultraderecha, se lo escuchó a un alucinado radio host conservador o, lo que no es peor sino igual de terrible, alguien se lo susurró al oído.

Cada vez que lo hace, pone en marcha, de manera tan irresponsable que da vergüenza, si no es que miedo, a la poderosa maquinaria del poder legislativo y el Gobierno Federal, como si ello fuera un juguete personal, para que traten otros de comprobar cada infundio y teoría de conspiración, mal usando tiempo, recursos y pericia de legisladores y funcionarios.

Engaña con ello, manipula con sus vacías acusaciones a sus seguidores a los que después, tras cada revés, reune en anacrónicos mítines electorales para nutrirse de nuevo con aplausos y vítores cual vedette venida a menos.

Inevitablemente, recuerda tanto a aquel que usaba a su país y sus ciudadanos para caprichos y compulsiones, grandilocuentes pesadillas de ineficencia, al cosechador en jefe de fracasos; ambos, Trump y él, de esa sub-clase que lleva la marca lívida de los dictadorzuelos intoxicados de poder.   

miércoles, 15 de marzo de 2017

Trump 1 - Maddow 0

De todo este fiasco que protagonizó anoche Rachel Maddow en su show homónimo, en MSNBC, hay un par de asuntos que vale la pena considerar:

La negativa de Trump a mostrar su declaración de impuestos, si bien está dentro de sus derechos, despierta atención generalizada porque, en primer lugar, quién nada oculta, nada teme, y en segundo lugar porque los funcionarios públicos, entre los que se encuentra el cargo de Presidente, deben ofrecer toda la transparencia posible ante la ciudadanía, y Trump se ha negado a tal procedimiemto.

El presidente de los Estados Unidos se ha negado a tal procedimiento. Piensen en eso.

Es de esperar entonces que una noticia sobre dichos impuestos sea algo de máximo interés, y es por ello que Maddow, al parecer sucumbiendo a la tentación del “palo periodístico” y el rating, creó en la tarde-noche de ayer un furor de expectativas para al final reportar... nada.

Que haya sido eso una trampa que le tendieron y en la que cayó mansamente, no lo creo ni por un segundo; no es ella nada tonta: más bien es partícipe de esa histeria anti-Trump, cada vez más hueca y mas nociva a la causa del liberalismo y los demócratas.

Pero, más interesante que el papelazo de Maddow, es saber quién filtró la información.

¿Alguien que simplemente se tropezó con la W-4 de Trump del 2005 y, sin leerla tal vez, o leyéndola y no entendiendo, decidió que aquella era la información esclarecedora que todos quieren ver?

¿O fue el equipo de Trump el que decidió filtrar intencionalmente esa declaración de impuestos del año 2005, a sabiendas de que nada reprobable habría ahí?

Y si este fuera el caso, ¿por qué lo harían?

La única razón que se me ocurre es que lo hayan hecho como un intento pueril de desvirtuar las sospechas sobre los impuestos de Trump (2005, really?), o que lo hicieran para que precisamente la prensa liberal, con ridícula saña, se lanzara sobre un señuelo, o sea, lo que hizo Rachel Maddow, y darle así pie al presidente a escribir otro tweet gritando “Fake news!”, lo cual es uno de sus pasatiempos favoritos.

Ambas razones, sin embargo, me parecen poco probables, aunque dada la irrascibilidad y temperamento patológicamente vengativo de Trump, nunca se sabe, pues parece niñato que a todo el que se le opone, sea el New York Times, o un rapero intoxicado, lo tilda de “fracasado”, en el más clásico estilo de una riña por unas canicas.

Tampoco me parece plausible, como lo plantean algunos medios, que todo ha sido una cortina de humo para ahuyentar de las primeras planas al fantasma de los rusos en la administración Trump. Vamos: el presidente tiene tanto material polémico para las primeras planas que necesitaría algo mucho más sustancioso que una anodina declaración de impuestos.

Dejando entonces a un lado los motivos por el momento, lo que me resulta interesante es que, de haber sido el equipo de Trump el responsable de la filtración, por qué no publicaría alguna otra declaración de impuestos, más reciente.

¿Estarán entre esas las que Trump no quiere mostrar, por ocultas razones que a todos nos interesan?

¿Sería entonces Trump el que autorizó personalmente la “filtración”?

¿Estaría entonces el presidente tratando de ocultar a la opinión pública algo fiscalmente impugnable?

¿Se puede confiar en este hombre, que además de arrojar dudas sobre su honestidad financiera, lanza acusaciones de extrema gravedad y sin sustento, mostrando un escasísimo sentido común, por no mencionar el daño que causa a la imprescindible dignidad del cargo de Presidente que representa a los Estados Unidos de América y sus ciudadanos?

De ese tipo de preguntas se deben ocupar los Maddows de este mundo, y no del sensacionalismo que le ha ganado a NBC, merecidamente, la mofa de uno y otro lado del debate político.  

jueves, 2 de marzo de 2017

Observación anodina de jueves ventoso

Las lecturas, para el que escribe, son ventanas de doble filo.

Se puede escribir, gozoso, a la luz que entra por ellas, o se puede escribir acerca de ellas una letanía plagada de citas sosas y nombres muertos.