sábado, 17 de junio de 2017

Recuento tardío de una decepción anunciada

Finalmente, Trump llegó a la Pequeña Habana.

Llegó, además, a un teatro, nombrado Manuel Artime, ese que fue el líder político de la invasión de Playa Girón.

Por qué lo llevaron allí, y no a otro lugar de la bella y húmeda Miami, no lo sé a ciencia cierta.

Pero es posible asumir, sin temor a equivocación, que los organizadores de la visita, los senadores y representantes cubanoamericanos de la Florida, quisieron montar un escenario apropiado para la supuesta aniquilación de la política obamense, esa que acercó tanto a Cuba y Estados Unidos que casi aplasta en aquel torpe abrazo al conflicto que alimenta odios, empresas, castrodiscursos, estériles debates, y en no última instancia, a las propias carreras políticas de los anfitriones del presidente Trump.

Allí pues, en aquel teatro, símbolo de la guerra civil y desunión cubana, le esperaba de lo más rancio y vocinglero del anticastrismo; también aguardaban algunos disidentes -de por qué esos, y no otros también, es tema para otra parrafada-, y una pléyade de políticos; algunos miameros, Rubios, Balarts, más el anodino vicepresidente Pence, y otros que, siguiendo lo que parece se va convirtiendo en penosa tradición, se deshicieron en loas al presidente, alabando desde su sapiencia hasta su generosa presencia en nuestras vidas.

Aquelarre politiquero, más mitin electoral que acto presidencial, hubo allí de todo como en botica republicana. Pase de lista en tortuoso español, estrechones de mano, agradecimientos, una extraña anécdota y hasta un violinista que atormentó por un par de minutos a "The Star- Spangled Banner", antes de desvanecerse en medio de una ovación de entusiasmado alivio.

Cabalgó Trump en la cresta de la ola de su audiencia, disfrutó cada segundo de la escasa hora que allí permaneció; se bebió cada aclamación, cada gesto aprobatorio de su gestión, apuró hasta el último chillido patriótico del violín.

De aplauso en aplauso, de vítor a grito, llegó la apoteósis, la firma de las nuevas disposiciones del gobierno de los Estados Unidos que regirán la política de nuestro país hacia el Gobierno de Cuba durante los próximos tres años y unos meses, y por cuatro años más después de ese plazo, si es que logra el presidente rebasar el 35% de aprobación en el cuál está sumido hace ya buen rato.

Y se terminó el acto.

De los que allí estuvieron, y de los que siguieron el acontecimiento a distancia, muchos no entendieron que lo que acababan de presenciar había sido solo una bravuconada trumpera, una arenga belicosa declamada a la medida de ese público, alpiste para aves de conflicto.

Que les habían restregado en los rostros congestionados un trozo caduco de Guerra Fría, y eso no les dejó ver que, en realidad, los mayores y más importantes componentes de la política del Presidente Obama hacia Cuba habían sobrevivido a las expectativas, esperanzas, y temores de todas las partes.


Prólogo al Teatro Artime

Durante las últimas semanas la comidilla en la red social cubana había sido qué iba a hacer Trump con respecto a Cuba y la bonanza usa-cubana heredada de Obama. Qué se eliminará, nos preguntábamos, cuánto de ello, y, ya que se sabía el dónde -Miami-, cuándo sería.

El viernes, la siguiente semana, la otra, el lunes, no, el siguiente viernes; así nos fuimos aproximando al 16 de junio, abriéndonos camino entre especulaciones, fragmentos de declaraciones -semioficiales, oficiales-, la desinformación de MartiNews y sus “reporteros” hiperpolitizados, y las opiniones de los expertos de las redes sociales oficialistas cubanas, para-oficialistas, opositoras, independientes y para-independientes.

El hecho es que para la mañana del viernes 16 de junio del 2017 ya cada agencia noticiosa de importancia había publicado la lista detallada de los cambios que Trump anunciaría de manera oficial al mediodía de ese mismo día en el teatro Manuel Artime de La Pequeña Habana.

El mismo teatro, oportuno mencionar, donde hace unos años se presentó Buenafé, ese grupo cliente de la UJC, escalinatas y la castromilitancia. Los símbolos, debe saberse, ya no son lo que eran.

Con tanta información disponible entonces, de estar prestando atención, el lector informado ya sabría a qué atenerse antes que el Air Force One aterrizara en el aeropuerto de Miami y, salvo algún cambio atribuible a, al decir de James Comey, “the nature of the person”, todo estaba dicho y escrito.

Sin embargo, a malos entendedores...

Los de aquí

Entre todo lo alucinante visto y escuchado el pasado viernes está, en primer lugar, precisamente lo sucedido en el teatro Manuel Artime:

La hipnosis colectiva de una multitud trumpista, cubanoderechista, radical, aplaudiendo, frenética, al presidente mientras este, entre amenazas y promesas traídas de la Guerra Fría, dejaba prácticamente intacta la política de Obama hacia Cuba.

Los de allá

Cry 'Havoc!', and let slip the dogs of war.

Una parte de la disidencia cubana vió la apertura promovida por Obama como una losa que le colocaban encima.

Para disidentes como Antonio Rodiles y Ailer González Mena, asiduos asistentes a eventos y convocatorias anti castristas en Miami -también estaban en el teatro Artime- no se trató sin embargo de quitarse de encima esa losa; se trataba de pulverizarla, y dejar que un viento de ira dispersara el polvo.

El discurso de esos disidentes, de probado coraje, y alineamiento con las posiciones más radicales que los ha separado de otros importantes actores de la oposición cubana, ha sido a favor de la aniquilación de cualquier cosa obámica; tabula rasa, que venga el bloqueo, que regrese la confrontación, borrón y cuenta vieja. Havoc, babe, cry havoc.

Sus expectativas, el frotar de manos que se pudo apreciar en cada tweet, en cada declaración, en cada escrito anticipando la masacre que, suponían, desataría Trump en su discurso del pasado viernes, no fueron cumplidas, a pesar de que González Mena escribiera en su cuenta de Facebook que el discurso de Trump fue “coquito con mortadella”.

Entendieron lo que quisieron entender.


¿Entre dos aguas?

No quedaron a la saga las voces del tardocastrismo, como llama a esta etapa post fidelista mi amigo Carlos Cabrera.

Quizás la más relevante, por su visibilidad e inmediatez, fue la de Elaine Díaz Rodríguez, periodista y líder del proyecto Periodismo de Barrio.

Justo al terminar el discurso del presidente Trump, Díaz Rodríguez publicó, de manera simultánea en varios sitios digitales -en Facebook, en su blog La Polémica Digital, en la Revista Factum y en Global Voices-, una “carta a Trump”, una suerte de bala que ya esperaba en el directo a la última palabra del discurso de Trump para ser disparada.

Aparentemente precocida, y hasta traducida al inglés, lo cierto es que la "carta" merecía una buena revisión que le secara lágrimas, le soplara los mocos, y le quitara ese sonido tan a lo Granma; para que fuera más apegada a la realidad de lo sucedido, vamos. Más elegante, pues.

Pero en este caso no parece ser importante la realidad, sino la opinión.

Quizás los dos puntos más interesantes de la “carta” son el elogio al coraje del Presidente George.W. Bush (!¡), y el deja vu fidelcástrico con que termina la combativa misiva: “nuestra dignidad sigue intacta”, dice, y donde dignidad suena, inevitablemente, como dignidá.

Elaine, quizás porque se anticipó, pareciera no haber entendido.

“¡Qué pluma!”, dejó dicho en un comentario Ernesto Londoño, el periodista colombiano del New Yok Times experto en asuntos cubanos, que tampoco entendió nada.

Y hablando de quiénes no quieren entender...

¡Señores Imperialistas, aquí no queremos entender absolutamente nada!

De la “Declaración del Gobierno Revolucionario”, publicada en la prensa cubana el 17 de junio del 2017

Los cambios que sean necesarios en Cuba, como los realizados desde 1959 y los que estamos acometiendo ahora como parte del proceso de actualización de nuestro modelo económico y social, los seguirá decidiendo soberanamente el pueblo cubano.

Como hemos hecho desde el triunfo del 1ro. de enero de 1959, asumiremos cualquier riesgo y continuaremos firmes y seguros en la construcción de una nación soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible.”


Un mejor trato

Pero dejemos a un lado la retórica del presidente Trump, el discurso agresivo de Balarts y Rubios, la reacción de los tardocastristas, las ansias de la disidencia radical, la socatez del discurso oficial cubano.

Nada de ello es particularmente importante.

Lo importante es que la proposición del presidente Trump, dirigida a evitar que el dinero americano fluya hacia las arcas de los militares que controlan la industria turística cubana, es un paso correcto.

También insistir en que, en este casi post-raulismo, haya una apertura democrática, que cese de una vez la represión, que se liberen a los prisioneros políticos, es algo decente, necesario, si bien no es consecuente en lo absoluto: no he visto en ninguna parte un reclamo semejante a China, ni una prohibición a ciudadanos americanos a viajar, mucho menos a negociar, con ese país.

Sin embargo, las modificaciones presentadas por Trump a la política del gobierno estadounidense con respecto a Cuba mejoran la apertura del Presidente Obama, que se sabe entregó mucho a cambio de nada.

Conservando los elementos positivos de las medidas del Presidente Obama, el llamado del presidente Trump a usar los servicios de la iniciativa privada en Cuba, la no afectación en lo absoluto de la movilidad de cubanos de uno y otro lado del Estrecho de la Florida o del envío de remesas; la permanencia de las Embajadas, y por ende la relación entre ambos gobiernos y de los canales expeditos de negociación, hablan de una actitud firme pero a la vez todavía constructiva del gobierno de Trump con respecto a Cuba.

Hablan, y lo entendimos muchos, de un mejor trato, no para el gobierno de Cuba, claro que no, pero sí para los cubanos.

Y eso, entiéndase, es lo importante.

miércoles, 14 de junio de 2017

Divagaciones de miércoles lloviznoso

Sin pretender aguarle festejos a nadie, que Raúl Castro se muera no es importante, lo cual ha quedado demostrado con la muerte de su hermano en jefe.

El término “república bananera”, que en algo que hoy leí así denominaba el autor a Cuba, no es correcto. En todo caso sería República Boniatera, siempre que se cumplieran los planes de la cosecha en Ciego de Avila o lugares parecidos, claro.

Vista la experiencia, secuela implacable de la realidad, el marxismo, como objeto de estudio, filosofía o divertimento académico, es una suerte de ejercicio forense. Particularmente de ese cadaver que es su ingrediente histórico, por no mencionar al aborto que se llamó comunismo científico.

Vamos, nadie sabe qué vendrá en las próximas décadas en términos de sistemas socioeconómicos, pero esperar que regrese algo marxista es como aspirar a que resurjan los Neandertales.

El arroz Arborio es una maravilla culinaria: se le puede adicionar seis veces su volumen en líquido, y el grano aun mantiene su integridad; una taza de arroz alimenta a cuatro personas de buen comer. Comprobado. Si aquel llega a enterarse...

Trump ha perdido su atractivo principal como animador de las noticias matutinas. Encima de inepto, aburrido.

Le comentaba a mi familia que los checos son grandes aficionados a la música clásica. Que el Festival Primavera de Praga inicia todos los años en al aniversario de la muerte -ojo, no del nacimiento, muy a tono con la melancolía eslava- de Bedřich Smetana, y su sinfonía “Mi Patria”. O quizás el festival no celebra el nacimiento porque Smetana nació en Marzo, cuando aun hay mucho frío, pero se murió en Mayo, en plena primavera. Los checos también son gente muy práctica, me consta. Que los checos, les decía además, acuden a los conciertos con la misma pasión que los cubanos escuchan regetón.

El otro día vi una foto donde una lesbiana, mostrando su lengua entre los dedos índice y del medio de su mano, hacía referencia, se sabe, a un cunnilingus, probablemente recién realizado, mientras su pareja miraba a la cámara con expresión somnolienta, post-orgasmo quizás.

Si yo publico una foto mía y de mi esposa en el postcoito, gesto más, gesto menos, creo que sería divorcio instantáneo, por falta de clase. Vamos, que esto del alarde de la condición sexual no está llevando a nada razonable, mucho menos elegante. Prueba de ello es que los hombres hablantines adolecen de todo lo que presumen.

Ayer compré un salchichón italiano -puse la foto por acá- que parece necesita de cocción intensa pues está hecho con los más humildes trozos de la anatomía porcina. Debe estar muy sabroso, pienso, pues se sabe que la carne sin grasa ni mácula es mujer que está buena pero no sexy.

El calor es tóxico para la civilización. El que no lo crea, que observe los mapas.

Y feliz resto de la semana tengan vuestras mercedes.

viernes, 2 de junio de 2017

Let´s make America contaminated again

Tomé una asignatura en mis estudios de ingeniería que trataba sobre el control de la contaminación industrial.

No recuerdo siquiera al profesor o profesora -no me parecía muy importante el tema por entonces- pero un par de anécdotas se quedaron conmigo:

Una empresa de alimentos vertía sus desechos en un río. Después de varios intentos fallidos para que la compañía controlara la contaminación que provocaba, un juez ordenó que la toma del agua que la fábrica necesitaba para su proceso debía ser ubicada en el río aguas abajo de la tubería que vertía los desechos.

Se resolvió el problema.

Otra empresa, metalúrgica, en Europa, producía enormes cantidades de gases tóxicos y de combustión. La legislación del país no la afectaba pero los países vecinos se quejaron en una corte internacional y demandaron indemnización. La compañía pagó sus multas y continuó contaminando.

Se resolvió el problema.

Ayer el presidente Trump anunció que los Estados Unidos se retira del Acuerdo de París.

Apiló el presidente, entre repugnantes adulaciones y tibios aplausos, argumentos de corte nacionalista, declaraciones patrioteras, pininos electoreros -I happen to love the coal miners, dijo- y seguidamente retiró el compromiso de los Estados Unidos de América de reducir emisiones de gases para evitar el aumento de la temperatura en el planeta.

A tiny, tiny amount, esa reducción de temperatura, le explicó Trump con expresión hastiada a cortesanos y televidentes. Y que no vale la pena, dijo. Vamos, ni siquiera blandió la bandera medieval republicana y negó de plano el calentamiento global. Solo declaró que no contaminar no es America First y que, insistió, no vale la pena.

Tan falaz fue el discurso que no se atrevió a mencionar que el declive de la industria del carbón se debe a que el gas natural es más barato y menos contaminante, y no a políticas medioambientales. O que el mercurio que contamina suelos, flora y fauna en los Estados Unidos se debe precisamente a la quema de carbón.

Pero dejemos a un lado el discurso republicano que descalifica el calentamiento global, esa ciencia republicana cuya prueba más contundente es la negación: la retirada del Acuerdo de Paris es solo una concesión a la gran industria americana, just bussiness, como lo es la sustitución del carbón por gas natural.

Es, sépase, el banderazo para que haya empresas que puedan verter sus residuos en el río, para que por las chimeneas escape todo el gas y el humo que, segun el presidente, traerán más trabajo porque, dice el infeliz, it´s time to make America great again.

El aquelarre trumpo-republicano va durar cuatro años, ocho si los demócratas no encuentran su camino o si los republicanos no terminaran por acopiar el decoro necesario para desbancar a su fantoche.

Nuestro país, y el planeta, pueden sobrevivir ocho años de Bannons, Scott Pruitt -ese lamentable Administrador de la EPA- y, claro, de trumpismo, que va extinguirse por razones de fuerza mayor. Muchos tenemos la esperanza que lo que siga sea menos vergonzoso para los Estados Unidos que el circo de tres pistas que anima Trump.

Porque después, todo regresara a otra normalidad. 

Después, quedará resuelto el problema.

jueves, 1 de junio de 2017

El triste regreso de Marino Murillo

"No se permitirá la concentración de la propiedad y la riqueza (..) aún cuando se promueva la existencia de formas privadas de gestión"

Lo dice Marino Murillo, al que a su vez le llaman el zar de la reforma económica en Cuba porque obviamente a los periodistas se les agotó la creatividad y ahora coronan zar a cualquiera que tenga un propósito. En lugar del rimbombante cliché, bien pudieran bautizar a Murillo como el mujik de la reforma económica, si no fuera eso una ofensa a campesinos honestos.

Pero veamos esa frase, paradoja, absurdo, quintaesencia del fracaso cubano y de los ex socialistas europeos.

Los ideólogos cubanos -e inevitablemente recuerdo aquello que decía que una gran idea es una “idiota”- han estado cocinando un menjunje al que llaman la “conceptualización del nuevo modelo económico”. Murillo es su profeta y la frase es parte de su credo.

En la más fidelista tradición, a falta de soluciones racionales, los tecnócratas del desgobierno cubano se inventan nombres nuevos para males crónicos.

Lo hacen porque la alternativa es admitir, de una buena vez, que Cuba no funciona. Que hace más de medio siglo que dejó de funcionar. Que el socialismo no sirve. Que el fidelismo es peor aun. Que no existe tal cosa como “economía cubana”. Mucho menos “economía socialista cubana”

Que los ideólogos, los desgobernantes, y los Murillos de esa isla, le harían un histórico favor a los cubanos si desaparecieran por fin, llevándose con ellos sus conceptos, conceptualizaciones, delirios y toda la indecencia de su mal gestión.

Sin intentar unirme a la diatriba teórica, que se la dejo a los estudiosos, se sabe, a un siglo ya de la Revolución de Octubre, que el concepto marxista de la economía es un sinsentido; que abrumado por la evidencia cuyo peso demolió el socialismo como sistema ahora es solo una nota histórica que describe un sistema de pensamiento tan errado que espanta; que es la utopía mutada en distopía; que es la “conceptualización” hecha añicos por la realidad.

Que la izquierda, sobreviviente del cataclismo del marxismo, solo puede existir en el capitalismo, idea que le hubiera provocado un síncope a Marx, un patatús a Engels y una alferecía a Lenin.

Sin embargo, el fuerte de los desgobernantes cubanos no es aprender de la práctica, mucho menos ejercer el pensamiento de avanzada, usar el pragmatismo que impulsa a las naciones de éxito; incapaces de reinventarse como hicieron chinos y vietnamitas, o de salirse finalmente del absurdo como hicieron los ex socialistas, “conceptualizan”.

Sin embargo, el asunto es simple y está a la vista:

Es imposible crear riqueza sin capitalismo.

Es imposible el capitalismo sin la iniciativa privada.

Un empresario privado exitoso crea riqueza y se enriquece en consecuencia.

Un Estado de éxito, que se debe a la nación y sus ciudadanos, se beneficia de una economía próspera; cobra impuestos a los empresarios, estimula el crecimiento económico, se ocupa de que el país funcione y propicia que haya una distribución del bienestar.

No existe entonces tal cosa como “formas privadas de gestión” sin que haya “concentración de la propiedad y la riqueza”.

Solo existen Estados que saben usar el capitalismo, la creatividad individual y la creación de riqueza a su favor.

Y existe por otro lado la Cuba de los Raúles y Murillos, soldados de una guerra perdida, marchando en el mismo lugar, atados por la desfachatez y la obsolescencia.