Las madres cubanas,
nuestras viejas, tienen tanto en común que parecen una sola.
Sus sillones, sus manos
con tenue olor a ajo y a jabón, sus tardes de baños frescos, y sus
noches de telenovela. Sus ropas sencillas que llevan con tanta
dignidad, con la misma que miran, tímidas, a una cámara fotográfica
que ni siquiera entienden.
Las madres, mi madre,
limpiando de piedrecillas los frijoles del día, y llamando a mi papá
con voz cantarina, siempre por el apellido, para que haga esto o
aquello. La vieja, poniéndome papeles calientes sobre el pecho para
controlar la tos, y guardando un mendrugo de queso para hacerme
espaguetis, y que de tanto guardado estaba duro como una piedra. Mi
madre, acariciando mi cara hirsuta, diciendo que, ay, donde está tu
carita de niño.
Mi mamá en el sillón,
inmersa en los diálogos de plástico de sus programas favoritos,
sosteniendo los espejuelos con los dedos de su mano derecha, como si
temiera que se le fueran a salir corriendo de la cara. Mi madre,
sentada en la oscuridad, esperando a que yo llegue en la madrugada,
sólo para darme un beso e irse a dormir. Mi madre, con la sabiduría
simple y certera de las madres.
La extraño, a la vieja.
La extraño, a la vieja.
muy lindo texto, havanero
ResponderEliminarGracias Charl
Eliminarsentido
ResponderEliminarAsi es, muy sentido. Gracias por el comentario
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