lunes, 20 de octubre de 2014

Las viejas nuestras

Las madres cubanas, nuestras viejas, tienen tanto en común que parecen una sola.

Sus sillones, sus manos con tenue olor a ajo y a jabón, sus tardes de baños frescos, y sus noches de telenovela. Sus ropas sencillas que llevan con tanta dignidad, con la misma que miran, tímidas, a una cámara fotográfica que ni siquiera entienden.

Las madres, mi madre, limpiando de piedrecillas los frijoles del día, y llamando a mi papá con voz cantarina, siempre por el apellido, para que haga esto o aquello. La vieja, poniéndome papeles calientes sobre el pecho para controlar la tos, y guardando un mendrugo de queso para hacerme espaguetis, y que de tanto guardado estaba duro como una piedra. Mi madre, acariciando mi cara hirsuta, diciendo que, ay, donde está tu carita de niño.

Mi mamá en el sillón, inmersa en los diálogos de plástico de sus programas favoritos, sosteniendo los espejuelos con los dedos de su mano derecha, como si temiera que se le fueran a salir corriendo de la cara. Mi madre, sentada en la oscuridad, esperando a que yo llegue en la madrugada, sólo para darme un beso e irse a dormir. Mi madre, con la sabiduría simple y certera de las madres.

La extraño, a la vieja.  

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