Yo tengo especial relación sentimental, además de gastronómica, con la lasaña, el risotto, la buena pizza de jamón o ceviche, y con los canelones. Y es que hubo una época que en mi Habana había sólo tres o cuatro pizzerías donde se podían comer esas delicias, de las que recuerdo a Doña Rossina, Montecattini y La Romanita.
Los viejos siempre me llevaban a esas pizzerías, a hacer unas colas de un par de horas, aburrido, de pie, sin baño. Pero al final, comíamos sabroso.
El caso es que pedí los canelones, años después, en el Barrio Chino. Y me sirvieron dos tubos macizos de harina y, encima, un triste camaroncito acurrucado. Me comí el camaroncito y destripé el tubo de harina, esperanzado, pero sólo encontré más engrudo, y nada más.
Le devolví el plato al mesero, y ya no pedí otra cosa. Debo decir que no me lo cobraron, y que yo no he vuelto más nunca al Barrio Chino de mi Habana.
Ni más nunca me he comido unos canelones como aquellos de jamón, que compartía con mis viejos.
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