O mejor, llamémosle
el cécé, el CC, vamos, sucintamente.
Yo conocí un montón
de CC. Eran fáciles de reconocer. Primero, por el aspecto.
El CC vestía
invariablemente camisita de cuadros. Y, en casos extremos, una
chaquetica de cuero negro. En el trópico.
Eran algo común las
salas de reuniones, en donde las ventanas estaban tapiadas, para
evitar que el aire acondicionado de 18 grados centígrados se
contaminara con el aliento de dragón del mediodía cubano. Dichas
ventanas, por demás, ni siquiera se veían: estaban ocultas por
espesas cortinas polvorientas, para impedir que la luz de espanto de
ese nuestro sol nuclear, huérfano de nubes, diluyera el suave tono
de las lámparas fluorescentes.
En algun momento
pensé que ese ambiente estaba creado ex-profeso para propiciar el
poder de concentración de nuestros líderes, el pensamiento creador,
pero, visto el desastre, el único resultado notable han sido esas
caras con ese color cetrino, malsano, que adquiere el rostro de los
blancos iberoamericanos puestos a la sombra.
Entonces uno
comenzaba a relajarse, a disfrutar de aquel aire bendito en aquella
sala protegida de todo mal cuando, intempestivamente, el CC hacía su
entrada. Invariablemente, el rostro era el de un hombre ocupado,
ceñudo, que hacía un gesto apenas insinuado de saludo general, a lo
alfombra roja, y que vestía, por supuesto, la chaquetica de cuero
negro.
Yo creía saber de
donde salían las chaqueticas.
Lo supe cuando,
antes de irme a estudiar al extranjero, recibí una autorización
especial, junto con todos los demás estudiantes, para ir a comprar a
una mítica tienda en Centro Habana donde, siguiendo una breve lista,
se podía comprar ropa de salir, no que fuera uno a parecer un
indigente cuando hiciera escala en Barajas, en nuestro camino al
Segundo Mundo.
Entonces, pues a
comprar algun pulóver, un par de calzoncillos, medias, una maleta de
viaje, un traje y zapatos. Y allí estaba también la chaquetica.
Pero tuve la mala suerte de que la talla disponible en ese momento
fuera adecuada solamente para la complexión y estatura de un niño
de sexto grado, o de un hobbit, tipo el Comandante Guillermo García
(aunque este parezca mas troll que hobbit).
Por ese fatídico
azar de las tallas perdí entonces la oportunidad de parecer un CC, y
todo lo que pude comprar fue un espantoso traje del color de los
frijoles colorados hechos puré.
Por cierto, esa
tradición de la ropa de salir es un elemento folclórico bien
arraigado en nuestra cultura. Mi madre y mis hermanas, por ejemplo,
siempre tenían un bloomer nuevo listo para el momento de visitar al
médico.
El olor de los CC
también era peculiar. Olían a algo donde estaban mezclados vapores
de gasolina, sudor agrio, y vestigios de alguna colonia o
desodorante de tufo barato.
Un ex-colega,
ex-sindicatero, ex-sindicaloso, y ciertamente muy escandaloso, más
recientemente radicado en Miami, tuvo la oportunidad de estar lo
suficientemente cerca del mesiánico en jefe como para después
contarle a quién quisiera, y quién no quisiera escucharlo, que este
olía a talco Bebito. Pero eso no debe sorprender a nadie: el mésia no
es cool, nunca lo fue, y ahora mucho menos, cuando seguro que debe
oler a alcanfor e impotencia.
El CC entonces se
mueve apresuradamante y se sienta a la mesa donde quizás ya hay
sentadas dos o tres personas. Le palmea el hombro a alguien, se quita
el reloj, lo manipula breve y habilmente, y lo coloca sobre la mesa,
la esfera ahora recostada a la manilla como si fuera un minúsculo
despertador, dejando claro que su tiempo es precioso y preciado, que
otra reunión aguarda y que, entonces, compañeros, vamos a comenzar.
Pero hay un elemento
que, si alguien no está mirando en su dirección, u oliendo el vaho
de un CC, aun permite que este sea identificado fácilmente: la
fraseología.
“Mira, cuadro...”
“Déjenme dejar
claro aquí la posición de nuestro gobierno...”
“La tibieza,
compañeros, la tibieza...”
“Estos no son
tiempos de...”
“Este no es el
marco adecuado para...”
“Este no es el
momento para...”
“...las más alta
instancia del Partido y el gobierno...”
“nuestra patria,
compañeros...”
“la revolución
demanda, compañeros...”
“el sacrificio
necesario y la entrega, compañeros...”
“Nuestros cuadros
y dirigentes, compañeros...”
“Nuestro
comandante en jefe...”
“¡¡¡Compaaaañeeeros!!!”
Y sigue un puñetazo
en la mesa, que hace que el cuidadosamente colocado reloj se
desmorone.
Pero los CC también
son capaces de mostrar sosiego y cordura. Para eso hay palabras o
frases altamente especializadas, que deben destacar, además, el alto
grado de información, refinamiento y la agudeza de ingenio de un CC.
Decir dazibao, por
ejemplo, para referirse a un documento largo y espeso.
O ukase, como la
orden que hayan recibido.
O globalización, o
FMI, o el Imperio, o Mossad, o Rolex Oyster, o inmadurez política.
Y todo eso, dicho
entonces con un esbozo de sonrisa oblicua, condescendiente, dando por
sentado que uno no tiene idea de lo que está escuchando porque,
vamos, eso es cosa de élites. Os digo, los CC son gente muy
peculiar.
Si alguien ha tenido
la oportunidad de visitar la oficina de un CC, sabe que una foto de
Fidel, o de otro comandante favorito, va a estar allí, formando
justamente una línea de tres puntos con el ocupante de la oficina y
el visitante.
En casos
afortunados, el propio CC también estará en la foto, mirando al
comandante con el mismo arrobamiento con el que yo miro una teta. Es
incluso posible que tenga el brazo del prócer echado sobre el
hombro, o que el CC haya tenido la increíble oportunidad de poner su
mano sobre el abdómen o el brazo de su ídolo, con delicadeza y
familiaridad, arrebatado, extasiado. Ya se sabe, como si se agarrara
una teta.
En su casa
probablemente el CC tenga una copia de la foto. En la mejor pared de
la sala, presidiendo reuniones y convites, justo a un lado de un
mueble sobre el que destacarían, entre vasitos con removedores de
cocteles y otras botellas de licor vacías, una inmensa botella de
Fundador o de Terry Malla Dorada, montadas en un soporte de alambre.
O, como alguien me
dijo alguna vez, cuando aun yo sólo conocía de rones y destilados
caseros: “Viste, tenía una botella de cuvasié...”, “ ¿Y eso
qué es?”, “Oye, estás atrás... ¡Tremendo güisqui,
compadre...!”
En fin, curioso
especímen el CC. Todo un subproducto de la construcción del
socialismo y la forja del hombre nuevo. Pero se quedaron y quedan
sólo en eso, en subproducto, en otra cosa más de la cual deshacerse
en cuanto haya oportunidad.
Y por supuesto, que
cool no son, mucho menos Cool Communist, porque no existe tal cosa.
Pero CC se puede mantener. Cosa Curiosa. Caso Curioso. Cara de Coco.
O Cara de Culo.
magistral..... un fiel retrato de los jefes de corporaciones, los secretarios del partido, los directores de empresas de los años 80s, los norbertos fuentes y toda esa caca que medra en el castrocomunismo.....
ResponderEliminarGracias!!
EliminarEso me recuerda cuando recién graduado en 1974 en una reunión para la terminación de la primera etapa de la Escuela Formadora de Maestros Primarios de Matanzas, estábamos todos los los que por la parte constructora o proyectista, teníamos incidencia en la obra, esperando la llegada del entonces Jefe del Sector de la Construcción en la Provincia, el Comandante Víctor Bordon Machado, el cual llego vestido con pantalones y cazadora vaqueros de mezclilla azul, marca Lee y una camisa de cuadros que predominaba el rojo y que destacaba por encima del vestuario de ropa de trabajo que te daban por la libreta de racionamiento; y tomando asiento en la cabecera de aquella larga mesa realizada con tablones de pino rustico de encofrado, saco de la cintura una pistola Makarof, la cual coloco delante de el apuntando hacia nosotros y así dio comienzo a la reunión de chequeo de la marcha de la obra, con esa acción de prepotencia, para hacernos saber que el que mandaba era el. Después de eso y a lo largo de 21 años de ejercicio de la profesión en Cuba, pase por todo un rosario de anécdotas de las posturitas de los CC.
ResponderEliminarSí, yo vi algo así una vez que andaba por Oriente, uno de esos comandantes caciques-regionales, una pincelada que debo contar alguna vez
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