Después que
Sabina, la cordura, y el necesario pragmatismo
fueran dejando a Silvio Rodríguez sentado en una de las sillas que éste encontró en el camino, me quedaron sólo un par de sus canciones, y
una decepción de espanto.
Y es que tuve yo la aburrida
oportunidad de ver como se iba difuminando su halo de esperanza,
cuando más lo necesitábamos.
Hasta que se apagó.
El hombre fue
perdiendo colores, y cada día se fue volviendo más gris,
fundiéndose con esos que antes apenas lo toleraban, y que, al final,
acabaron por asimilarlo.
Así, de poeta a
vocero, de trovador a personero, ahora es alguien al que no vale la
pena escuchar cuando tiene algo que decir. Quizás cuando canta, por
pura nostalgia, pero eso, tristemente, es todo.
Y, si alguien no lo
creyera, léase pues esta última entrevista que ha publicado OnCuba, donde las preguntas son excelentes, y las respuestas dan
pena...
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