Hubo un intercambio de disparos, y
alguien resultó herido.
Sucedió el sábado,
en mi pequeña ciudad.
Sucedió justo junto
a un parque infantil, al cual algunas veces hemos llevado a mi hijo a
que juegue, mientras nosotros aprovechamos para disfrutar de la vista del mar y la bahía.
A un lado de ese
parque comienza además un paseo que se extiende a lo largo de un
buen tramo de la costa, con atracaderos privados que pertenecen a los
que viven en las casas magníficas que bordean la pintoresca calle,
con terrazas y jardines que se abren al mar.
Al otro lado del
parque infantil, a un par de cuadras de las casas magníficas, hay un conjunto de edificaciones de diseño monótono
y poco atractivo, pequeños apartamentos y casitas amontonadas,
flanqueadas por una línea de tren y un templo bautista. Es lo que
llaman public housing, o también Section 8: las viviendas que el
gobierno le proporciona a las familias de bajos ingresos, con rentas
subsidiadas, sin gravámenes de ningún tipo.
De ese lado tuvo lugar el
tiroteo.
Esas cosas no
suceden en mi ciudad, han dicho indignados vecinos, qué está haciendo
la policía, por qué no patrullan en ese lugar, what the fuck is
going on, no debería haber public housing en nuestra ciudad, fuck
the goverment, y se detienen justo antes de decir algo políticamente
incorrecto acerca de los que habitan en el plan 8, que son mayormente negros e hispanos.
Cuando nosotros
llegamos a EEUU nos resultó curiosa esa alternancia de barrio bajo y
barrio residencial que se puede encontrar por todos estos lados.
Zonas con casas que
valen un buen millón de dólares colindan con barrios en donde
predominan inmigrantes, o con guettos, o con secciones 8. Quizás el
megaejemplo, extremo, sería Manhattan, con Harlem y el Bronx justo
en la zona norte del Central Park, o los “projects” de Brooklyn a
un tiro de piedra, cruzando el East River. Rough neighborhoods, me
decía un amigo que vivía por la zona.
Y, al parecer, es
obligatorio para ciudades, villas y villorios incluir una zona de
public housing en su territorio. Véase qué dice el estado de Nueva York sobre este plan:
Es decir, dicho en
cubano contemporáneo, coge tu pobre aquí. Y parece ser una
buena intención.
Desde el punto de
vista de la administración pública, es perfectamente entendible que
se quieran desconcentrar a las familias de bajos ingresos, repartirlas equitativamente entre todos los barrios y ciudades. Es razonable, piensa el gobierno, y parece haber mucho sentido
común en ello.
Pareciera, además,
que haya al menos dos propósitos en esa repartición: tratar de “diluir” un
modus vivendi inherente a muchas de las familias y personas de “bajos
ingresos”, al ponerlas en contacto con otro tipo de comunidad y,
por otro lado, disminuir la carga financiera y social que
representaría administrar una comunidad compuesta solamente por personas pobres. Detroit es quizás el más drástico ejemplo.
Sólo hay que imaginar que
sucedería, en una comunidad de ese tipo, con el distrito escolar, el
hospital local, la policía, los negocios locales, el transporte
público o el valor de los bienes raíces. O con la tasa de criminalidad.
Sin embargo, para
los residentes de clase media, que han escogido vivir en una
comunidad por la calidad de vida que ello representa para su familia,
no hay mucho sentido común en convivir con un plan 8, ni es muy
deseable que algo así suceda.
Estas personas de
clase media se establecen en una comunidad porque hay allí un buen
distrito escolar, porque no hay necesidad de enrejar las ventanas,
porque es seguro salir a caminar y disfrutar el fresco de la noche, porque sus casas valen cientos de miles de dólares, y es
preciso que ese valor se mantenga, o crezca, y porque el parque infantil es el lugar seguro y adecuado para sus hijos.
Estas personas de
clase media no son ni remotamente ricas: dependen de un salario, o de
pequeños negocios, y tienen que trabajar para mantener su estatus,
nadie les regala nada. Y, en última instancia, es con sus impuestos
con los que se pagan los public housing. La clase media, entonces, si
bien entiende que haya personas de “bajos ingresos”, no concibe
por qué esos “pobres” no hacen algo para mejorar sus vidas, y
dejar de depender del gobierno. Y de los impuestos. Y que puedan,
consecuentemente, hacerse cargo entonces de sus propias comunidades.
Es en este marco
donde ha aparecido, sutilmente, adornado, azucarado,
blandiendo banderitas de progreso y real estate, lo que han dado en
llamar proceso de “gentrification”.
Y abunda el
Merriam-Webster acerca de eso:
Gentrification, que
viene de gentry (burgués, gentilhombre, noble o aristócrata), que
es el antónimo de proletario.
La gentrification entonces no es más que el “saneamiento” de los barrios, usando
para ello el aumento de las rentas y los precios, lo que hace que las
personas de bajos ingresos se desplacen a comunidades más baratas,
desocupando las casas y edificios que ocupaban en la comunidad "gentrificada". Una vez eso sucede, en el barrio, ya
libre de pobres, se construyen condominios y centros comerciales
destinados a la clase media, que se apresura a mudarse a estos supuestos nichos de bienestar.
Hasta que de nuevo
el gobierno dice “proletarios de todos los barrios, uníos”, y
llega el plan 8, y hay un tiroteo un sábado por la noche.
Pero este asunto no
es ni remotamente exclusivo de cerdos capitalistas. De hecho, conozco
un caso que me da más pena. Por supuesto, mi Habana.
En mi Habana hubo, y
hay, una marcada segregación entre los que pueden y los que no
pueden.
En La Habana hay
comunidades exclusivas y barrios populares. La Lisa y San Agustín
colindan con Siboney, La Corbata se llama Polo científico del Oeste,
y Buenavista acordona a Miramar.
Por otra parte
Santos Suárez, la Víbora, el Casino, pasaron de ser tranquilos
barrios de familias de clase media a lo que hoy parecen: barrios
postapocalípticos.
Y no hay
gentrification que funcione en ese caso, entre otras cosas, quizás,
porque andamos escasos de gentilhombres.
Pero tenemos, por
supuesto, el otro lado de la historia también. Nuevo Vedado, Siboney
y Miramar, que fueron construidos por y para la clase media y alta,
fueron confiscados por los que poseen Cuba.
Para esos
usurpadores, nuestros provincianos y socialistas aristócratas, no hay plan 8,
vade retro. Impensable un edificio de microbrigadas lleno de negros en la desembocadura del Almendares. Sólo les bastó con bautizar a esos sus
lugares, en su momento, con el refrescante nombre de “zonas congeladas”. Los
demás, proletarios, partidarios, opositores, negros o blancos, que se vayan a la mierda con el resto de la isla.
Sencillo.
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