Jalogüin dura desde finales de septiembre hasta principios de octubre.
Thankgiving de principios de octubre a principios de diciembre.
El Black Friday se extiende a tres dias antes y tres dias despues.
Navidad va desde principios de diciembre hasta el año nuevo.
Y la jornada va de Camilo a Che.
viernes, 29 de noviembre de 2013
miércoles, 27 de noviembre de 2013
Revelación de miércoles de mucho viento, lluvia y, como si fuera poca felicidad, último día de trabajo de esta semana
Si los que saben escribir y Yoani Sánchez intercambiaran talento y coraje, todo el mundo saldría ganando.
martes, 26 de noviembre de 2013
Padres, hijos, y nietos, y biznietos...
Leía este
texto sobre el nepotismo en la TV cubana, en este 2013 que ya se está
acabando, donde la autora se cuestiona ese fenómeno en la televisión cubana, e ingenuamente se pregunta hasta cuando.
Y yo no puedo menos
que recordar a los Veloz, los cuales agotaron los diminutivos en sus
4 ó 5 generaciones, desde Palmas y Cañas, hasta... Palmas y Cañas.
O la canción tema
de aquel famoso programa de Hilda Rabilero, “Contacto”, que creo
cantaba su hijo o algo así.
O la hermana de
Paulo FG moviéndose en el escenario, como esos muñecos inflables
que se usan para los anuncios en los car wash.
O de Dunia, una
gordita que cantaba canciones infantiles, y que daba ganas de darle
un cocotazo para que se espabilara y terminara con el sonsonete.
O los hijos y nietos
de los Castros, posicionados y apoderados en, y de Cuba.
Nada, que si un
amigo es un central, un familiar es una central... nuclear.
Pa que Shazam vea que nohotro no
Ayer Shazam, esa aplicación
que busca, idenfica y trata de venderle a uno canciones, ha
tenido uno de sus mejores momentos.
Resulta que iba yo
manejando de regreso a casa y sintonizo una estación donde a esa
hora es posible escuchar buen jazz y, bam, coge lo tuyo, nada menos
que Van Van, en una estación de radio en NY, y entonces fue que se
me ocurrió poner a Shazam a escuchar y...
Formell, parece que, después de todo, elloh sí...
lunes, 25 de noviembre de 2013
Revelación de lunes, que amanece a -4 grados con sensación de -11
Los servicios de
salud en Cuba: te dicen que es un derecho, pero te hacen sentir que
te están haciendo un favor. Y te lo echan en cara de por vida.
Los servicios de
salud en EEUU: eres un cliente donde debías ser un paciente.
viernes, 22 de noviembre de 2013
La que no sabe morirse
“No se va a morir así
como así, ¿sabes?”, me dice, con sonrisa y ojos tristes, azules.
“¿Sí te dijo que
estuvo en Auschwitz? Tres años sobrevivió, allí, donde la
expectativa de vida eran, cuando mas, tres meses...” Y vuelve a
sonreir, con orgullo, un poco de brillo en los ojos esta vez.
“Ella tuvo una
buena vida, a pesar de todo. Mi madre, además, es la judía más dura que ha dado Polonia, nunca le sacó el cuerpo a las cosas difíciles. Y siempre ganó todas sus peleas. Pero, ¿sabes lo que más lamento? Que no sabe que está en su última pelea, no importa que la tenga perdida; le gustaría saber que la está peleando, eso que ni que... Dementia is a bitch”
PD: La señora falleció el pasado domingo 24. Hoy mi esposa me llamó, se encontró con la hija, que la saludó con un beso. "Se notaba que necesitaba un abrazo", me dijo mi esposa.
Que en paz descanse.
PD: La señora falleció el pasado domingo 24. Hoy mi esposa me llamó, se encontró con la hija, que la saludó con un beso. "Se notaba que necesitaba un abrazo", me dijo mi esposa.
Que en paz descanse.
jueves, 21 de noviembre de 2013
Pregunta
Ni por un segundo relaja el entrecejo. Ni cesa de gesticular con vehemencia.
Ni deja de decir, “Tú
estás equivocado...”, “Es que tú no entiendes...”,
“Nosotros...Ustedes...”
Lo escucho, sin embargo, con atención. Es un tipo listo, aunque eso no cambie nada. Sobre todo, porque no
logra responder mi pregunta, la pregunta que le repito pacientemente al terminar
cada curva, al fnal de cada declaración de principios, en la pausa
entre los discursos enlatados.
“Pero, dime, por
favor: ¿qué es lo que defiendes?”
Revelación de jueves
El problema de las malas causas no está en que las apoyen hombres malos.
Está en que las apoyen hombres buenos.
Está en que las apoyen hombres buenos.
miércoles, 20 de noviembre de 2013
Mesiánico, apocalíptico e hijo de puta
Fidel Castro tenía el gatillo alegre.
Quería que corriera la sangre, ajena sobre todo. Quería, como todos los dictadores, tener un enemigo grande, y mientras más grande, mejor.
Quería jugar a ser David, y meterle una pedrada en la frente al otro; meterle dos o seis misiles nucleares al
territorio de los Estados Unidos, matar uno, dos, tres millones de americanos. Eso, muertos, muchos americanos muertos.
Y que comenzara con ello una guerra nuclear global. Y si Cuba se convertía en un desierto contaminado, y todos los cubanos desaparecían del planeta, vaporizados a golpe de ojivas nucleares, ¿qué importa? No iba a quedar nadie para contar la historia que lo absolvería.
Pero, cuando 50 años después el periodista Jeffrey Goldberg en esta entrevista le dice:
“At a certain point it seemed logical for you to recommend that the Soviets bomb the U.S. Does what you recommended still seem logical now?"
Él, sabio anciano en camisita a cuadros, responde:
"After I've seen what I've seen, and knowing what I know now, it wasn't worth it all.”
Qué clase de demente, neurótico, maniático hijo de puta.
Debería vivir para siempre para que viera todo lo que viene, y se retorciera en la impotencia y la rabia de los olvidados.
Quería que corriera la sangre, ajena sobre todo. Quería, como todos los dictadores, tener un enemigo grande, y mientras más grande, mejor.
Quería jugar a ser David, y meterle una pedrada en la frente al otro; meterle dos o seis misiles nucleares al
territorio de los Estados Unidos, matar uno, dos, tres millones de americanos. Eso, muertos, muchos americanos muertos.
Y que comenzara con ello una guerra nuclear global. Y si Cuba se convertía en un desierto contaminado, y todos los cubanos desaparecían del planeta, vaporizados a golpe de ojivas nucleares, ¿qué importa? No iba a quedar nadie para contar la historia que lo absolvería.
Pero, cuando 50 años después el periodista Jeffrey Goldberg en esta entrevista le dice:
“At a certain point it seemed logical for you to recommend that the Soviets bomb the U.S. Does what you recommended still seem logical now?"
Él, sabio anciano en camisita a cuadros, responde:
"After I've seen what I've seen, and knowing what I know now, it wasn't worth it all.”
Qué clase de demente, neurótico, maniático hijo de puta.
Debería vivir para siempre para que viera todo lo que viene, y se retorciera en la impotencia y la rabia de los olvidados.
Los atoros de la nostalgia
“¡Ay, esa es mi Cuba!”
Buena Vista Social Club,
por supuesto. Y la trova, en pleno. En casos críticos, Alfredito
Rodríguez y Annia Linares.
“El ajo no sabe igual”
Y además, es más grande.
De hecho aquí un diente de ajo alcanza el tamaño de una ciruela.
Pero el sabor de aquellos ajos, del tamaño de una semilla de naranja,
a los que había que dedicarles 30 minutos pelándolos para poder
hacer un sofrito, ah, ese sí era sabor...
“La carnepuehco es
desabrida”
Así es. El puerco cuando
se cría con sancocho, enriquecido con zeolita en polvo y cabezas de
pescado, adquiere un sabor peculiar, a berrenchín...
“Ay, caminar la Habana,
que maravilla, el Malecón, el atardecer...”
Las adicciones son
ciertamente enigmáticas. Ir sorteando mierda de perro, respirando
humo de diesel mal quemado, y sudar como un galeote, por ejemplo.
“¡¡¡Loh cubanoh jí
que sabennn divehtihse!!!”
Es cierto. La cubanía. Se
aprende desde pequeño que el sumum de la diversión es ron, cerveza,
gritería, dominó, y después, irse a templar. Yo no soy tomador
pero, aun así, no tengo mucho que objetar.
“Es que allá es todo es
tan diferente...”
Cada vez que escucho algo
así, pienso que Perogrullo debió ser cubano. O santiaguero...
“¡¡¡Eh que el cubano
eh de pinga, siempre a la viva!!!...”
Si, por eso es que Cuba es
un paraíso de bienestar y civilidad, paradigma del éxito y la
brillantez, con sucursales en Mayami, Uropa y el planeta Tierra.
“Pohque nojotro si
que...”
Y entonces tiemblo, porque
una nueva leyenda está por nacer...
“A mi familia le
quitaron...”
El nuevo reto de
historiadores, geógrafos y geólogos está en identificar como Cuba
perdió el segundo piso, donde seguramente estaban todas las
haciendas, inmuebles y propiedades de todos los cubanos conocidos.
“Eh nivel de la
educación en Cuba y loh profesionaleh cubano...”
“Yo voy a regresar,
yonoaguantoehtoaqui...”
Así es, es muy difícil.
Esto de tener que pagar por la casa, la gasolina, por seguros,
celulares, televisión por cable, Internet, la comida, mi laptop, mi
ipad, las cuentas en los restaurantes, los viajes a Cuba, la
pacotilla, la electricidad, el gas, un crucero de cuando en vez,
dieta macrobiótica, barbecue los domingos, y los sábados también,
la mensualidad del carro mío, y el de la esposa, y los juguetes de
los chamas, y encima de todo eso, trabajar, y ganar el dinero para
poder asumir todas esos terribles gastos, que nadie te regale nada,
eso es, sencillamente, insoportable.
“¡¡¡El sol, el sol,
la humedá, que rico!!!”
Bueno, cada loco con su
tema, pero todo tiene un límite, digo yo...
martes, 19 de noviembre de 2013
Queens state of mind
Entro a la carnicería más pequeña del mundo.
El espacio para los
clientes es una estrecha franja, de apenas 6 metros de largo por 2 de
ancho. Justo al lado de la puerta, que se abre directamente a la
acera, hay tres hombres y una mujer. Estimo que todos están por
encima de los 6 pies de estatura, buen indicio, que habla acerca de
los beneficios de la carne de cerdo. Conversan en voz demasiado alta,
en algo que puede ser croata, o algún otro dialecto eslavo. De vez
en vez, una palabra salpica, y la entiendo.
Uno de ellos me mira y me
dice, en esa bendita lengua cargada de acentos y entonaciones
exóticas, donde las palabras se dicen como se leen, sin el tedioso
tono nasal ni los confusos blendings, y que es el inglés de los que
no hablan inglés, y que tan bien se entiende, me dice, adelante,
sigue, y cuando griten, tú gritas, y entonces te atienden, así es
aquí, y todos ríen con desenfado de pueblo pequeño.
Adelante entonces, adonde
otras seis o siete personas esperan su turno. Aquí no cabe más
nadie, pienso, y entran entonces dos personas más. Ahora todos estamos muy
cerca unos de otros, a una distancia no americana, sólo que aquí no
hay americanos. Me coloco justo detrás de una muchacha diminuta que
habla por teléfono, en rumano, y a un lado de una mujer a la que
acompañan dos niños. Uno de ellos llora de manera intermitente, y
la señora le dice ¿Chto, Chto?, pero no suena a ruso. Aquí no hay rusos, que andan por Brighton Beach, al suroeste, justo al lado de Coney Island.
A mis espaldas, unos
estantes que cubren toda la pared y donde hay pan fresco, sazones, patés, salsas, y otros que no
logro identificar.
A mi otro lado se coloca
otra señora, de baja estatura, pelo negro, y con ese tipo de facciones que
yo sé que no voy a reconocer si la veo de nuevo. Aprieta contra su
pecho una bolsa con una hogaza de pan, y en la otra mano sostiene un
frasco con lo que parece ser harina de maíz. Me observa, lenta y
cuidadosamente, con desfachatada curiosidad, de abajo hacia arriba, tratando de ubicarme, quizás,
en este barrio multiétnico. Cuando su mirada llega por fin a mi cara
le digo, “Hello...” , y ella, sin responder, cambia la vista y
mira al mostrador.
El inmenso mostrador es el
límite y la meta. Está cubierto, lleno y rodeado por carne de cerdo
y cordero, en todas las variaciones de jamones, embutidos y ahumados.
Hay salamis, salchichones, tocinos, salchichas, klobasa, kalbasá, o
kielbasa, y como sea que lo pronuncian los húngaros, en su delicioso
lenguaje repleto de vocales impronunciables. Las carnes están sobre
el mostrador, en el mostrador, en las vitrinas, colgadas del techo,
apiladas, mostradas en un exquisito alarde de abundancia y variedad
casi obsceno. Nombres exóticos, que van desde el búlgaro hasta el
albanés.
Unos platos, colocados justo
en el borde del mostrador, como ofrenda a los clientes, con una muestra de algunas de esas cosas
repletas de grasa, ajo, pimentones, sal y nitritos, sabores y texturas que hacen
que las omnipresentes salchichas italianas de Nueva York parezcan
envoltorios de aserrín con sabor a hinojo.
Es el colesterol en su expresión mas
deliciosa, la apoteosis de lo tóxico y, si uno se va a joder, al
menos debe hacerlo con clase, me digo mientras tomo una delicada
lasca de un tocino que se llama tocino de Istra, según me dice uno
de los ágiles y amables carniceros, pero también we have tarska,
slanina, pancetta,
rolled bacon of
the garlic and paprika
varieties, paprika
bacon, chicken
bacon, and garlic bacon, mangalitsa style, hace un gesto de chuparse
los dedos, y sonríe.
Salgo con dos
klobasas húngaras, libra y media tocino “for cooking”, una libra
de tocino curado con ajo y paprika, para comer crudo, dos libras de
salchichón “neparovaná”, y un cartuchito con chicharrones, para
el camino.
Y comiendo, por supuesto, chicharrones.
viernes, 15 de noviembre de 2013
Ah, nuestros expertos...
“El día que cedan (el
gobierno cubano), saben que se los comen vivos (los
Estados Unidos) y sin tan siquiera echarles una pizca de sal”
Esa frase, que dicha
en primera persona del plural pudiera ser una de las clásicas de los
dinosaurios, viene a ser una suerte de resumen de la comedera de
mierda nacional de los últimos 50 años.
Y yo, por pura inercia,
pregunto:
¿De veras este hombre cree que
los EEUU necesitan otro país tercermundista generador de emigrantes
pobres y desesperados?
¿De veras él no ha
pensado en qué tal le asentarían a la derruida economía cubana
inversionistas y mercado estadounidenses?
¿De verdad este hombre
todavía cree que estamos en la época de la “fruta madura”?
¿O, para el caso, de
verdad él cree que Cuba es una fruta madura, o una fruta, o algo que
los EEUU necesiten para seguir siendo el país más poderoso y rico
del planeta?
Y entonces, después de
ver la histórica dependencia de alguien, de la URSS y sus satélites,
de Venezuela, y con un estancamiento crónico, pregunto:
¿Quién, entonces, necesita comer, con sal o desabrido?
Debe estar jodiendo
nuestro experto, sin lugar a dudas.
jueves, 14 de noviembre de 2013
Hoy, como ayer, yo me sigo frustrando, mi bien...
Es frustrante, entonces, entre otros:
Ese vino cubano, que
parece debe ser agrio para ser nuestro.
El agudo despiste de
algunos opositores.
El miedo, ese viejo amigo.
La prensa cubana que,
cuando por fin decida hablar, probablemente sea tan a destiempo que
ya no va a tener importancia.
Que haya regetón.
Que haya sol siempre.
Y, por supuesto, las
ingenierías.
Los ingenieros fueron
héroes indiscutibles y conocidos desde que Julio Verne los colocó
en el centro de sus historias. Antes de eso, eran sólo artesanos.
La sola mención de la
palabra ingeniería, que viene de ingenio, y no azucarero, sino
humano, sugiere tecnología, avance, progreso, modernidad, cosas
buenas. Y allende en Cuba tenía, además, tremendo swing ser
ingeniero; sabido es, por demás, que las facultades de ingeniería
tienen un queseyó de lo cual las demas carecen. Es más, las jevitas
ingenieras son sexys. Y tan rotundo suena ingeniero como aguado
licenciado. Es un hecho, todo eso se sabía ya entonces.
Ya entonces, cuando,
además de estudiar ingeniería, esto fuera en el extranjero, era
doble swing. “¡Es que estudió en la Unión Soviética!”, y ya
estaba todo dicho. Capicúa. Jonrón con bases llenas. El guajirito
hablando ruso, cará. Pero no es el caso de Tamayo: yo creo que
Tamayo ni es ingeniero ni habla ruso. Ni nunca tuvo swing.
Y así, de pronto, en
medio de la marea de progreso y desenvolvimiento que proporcionaba la
ayuda solidaria y desinteresada de bolos y satélites, un amigo se
fue a ultramar nada menos que a estudiar Ingeniería en Explotación
del Metro. El Metro, porque en La´bana, si alguien aun no lo sabe,
iba a haber un Metro.
A su regreso, pues
encontró unas enigmáticas oficinas, que había de ellas varias
sucursales, y que se llamaban, creo, Oficina del Metro de La Habana,
y que tenían hasta logotipo, una M probablemente.
No sé adonde fue a parar
toda esa generación de ingenieros hiperespecializados en explotación
del transporte metropolitano. Pero, por azar de los tiempos les tocó
vivir aquella época de frenesí en la construcción de túneles
populares (no existen túneles impopulares en Cuba), cuando era
inminente, como lo ha sido siempre, que el Imperio hiciera llover
misiles y bombas sobre la patria entera embravecida y, bueno, eso,
túneles.
Probablemente entonces les
tocó dar su opinión sobre como cablear esos refugios, donde poner
una toma de aire, o dar pico y pala como unos dementes.
Después, pues llegaron
las imágenes de los bombardeos en Iraq, donde se apreciaba como el
enemigo honorario colocaba misiles con absoluta precisión en los
portones y respiraderos en refugios y túneles en Bagdad. Entonces
como que la idea de quedar sepultado en un túnel, aunque fuera
popular y estuviera en mi amada Habana, perdió popularidad, estos se
convirtieron en impopulares, y se olvidaron.
En fin, frustración sobre
frustración.
En las ingenierías, como
en todo en esta nuestra vida, hay élites. Hay superingenierías.
Solamente los nombres tumban de culo a cualquiera. Ingeniería
Nuclear con Especialidad en Tratamiento de Elementos Pesados, por
ejemplo.
Para escribir una frase de
tamaña longitud, y que sea legible, se requiere un diploma que sea
al menos tres veces mas ancho que alto. Pero bolos et al resolvieron
el problema de esos títulos que presumen letras góticas en formato
A3: lograron acomodar toda la información en un librito, apenas mas
grande que un pasaporte, y que es el título de los ingenieros que
estudiaron allende en el frío. Cosa que se agradece, además, porque
cirílico, mas gótico, suena medieval. Y probablemente
ininteligible.
O, como pudiera haber
dicho alguien, todos los títulos del mundo caben en una hojita de un
librito.
Los que estudiaron
ingenierías con especialización en asuntos nucleares venían de
lugares selectos. El preuniversitario de Ciencias Exactas, por
ejemplo, donde vestían un uniforme azul de becados, pero con un
logotipo rojo que se colocaba en la manga de la camisa y que tenía,
claro, un átomo con tres o cuatro electrones en órbita.
Este pre de Ciencias Exactas quedaba por Siboney, entre la Novia del Mediodía y la Muñeca, en La Coronela, no era la Lenin, que por entonces sólo se apellidaba Vocacional, y no
llegaba a ese grado de excelencia.
Los que allí estudiaban, además de
ser muy inteligentes, con un extra en su preparación académica,
tenían que someterse a tests de aptitud y personalidad, y
tenían, además, que mostrar, al menos mostrar, ya se sabe,
fidelidad al modo de ser.
Eran, de acuerdo a todo y
todos, la creme de la creme de los jóvenes cubanos. O al menos esa
era la idea.
Sus destinos no eran menos
exclusivos. Facultades de ingeniería nuclear, cátedras de acceso
restringido, que ni en los libros aparecían, a veces en ciudades con
estaciones de ferrocarril por las que los trenes pasaban de largo sin
detenerse. Pero, en cualquier caso, siempre bajo la pupìla atenta de los
funcionarios de la respectiva embajada cubana. Y no les dejaban pasar
una. Había que informar acerca de todo y todos, sobre todo de los
extranjeros que procuraban su amistad, con número de pasaporte
incluido. Verdad de Dios.
Tan rígido, tan estúpido,
tan de la guerra fría, y de la ridícula isla era todo, que hubo
quién fue expulsado, “regresado a Cuba”, se decía, tan solo por
haberse templado a una latinoamericana. Así de grave era el asunto.
Los ingenieros nucleares regresaron a Cuba, los que
lo hicieron, más o menos en la misma época que los ingenieros en
Metro. Y allá los esperaba algo que se llamaba Programa Nuclear
Cubano, y Juraguá, afortunadamente, en caminos de no terminarse de
construir jamás. Y, por supuesto, Fidel Castro Diaz-Balart.
Y así, entre lugares de consolación, como el Centro de Aplicaciones Tecnológicas y Desarrollo Nuclear (CEADEN), y la migración, la élite de mi generación, sus mejores, fue encontrando lugar para sus frustraciones.
Metros que no
fueron, centrales nucleares que no se terminaron.
Una economía ficticia e inoperante.
Una nación
dividida, un gobierno inepto.
Gobierno que creó un país que nunca
llegó, ni ha llegado, a ser nada por sí mismo, que siempre ha
dependido de otro que lo sostenga y le permita existir.
Frustración sobre
frustración, lo que parece ser, en cualquier época, los ladrillos de la
nación cubana contemporánea.
martes, 12 de noviembre de 2013
The Cool Communist
O mejor, llamémosle
el cécé, el CC, vamos, sucintamente.
Yo conocí un montón
de CC. Eran fáciles de reconocer. Primero, por el aspecto.
El CC vestía
invariablemente camisita de cuadros. Y, en casos extremos, una
chaquetica de cuero negro. En el trópico.
Eran algo común las
salas de reuniones, en donde las ventanas estaban tapiadas, para
evitar que el aire acondicionado de 18 grados centígrados se
contaminara con el aliento de dragón del mediodía cubano. Dichas
ventanas, por demás, ni siquiera se veían: estaban ocultas por
espesas cortinas polvorientas, para impedir que la luz de espanto de
ese nuestro sol nuclear, huérfano de nubes, diluyera el suave tono
de las lámparas fluorescentes.
En algun momento
pensé que ese ambiente estaba creado ex-profeso para propiciar el
poder de concentración de nuestros líderes, el pensamiento creador,
pero, visto el desastre, el único resultado notable han sido esas
caras con ese color cetrino, malsano, que adquiere el rostro de los
blancos iberoamericanos puestos a la sombra.
Entonces uno
comenzaba a relajarse, a disfrutar de aquel aire bendito en aquella
sala protegida de todo mal cuando, intempestivamente, el CC hacía su
entrada. Invariablemente, el rostro era el de un hombre ocupado,
ceñudo, que hacía un gesto apenas insinuado de saludo general, a lo
alfombra roja, y que vestía, por supuesto, la chaquetica de cuero
negro.
Yo creía saber de
donde salían las chaqueticas.
Lo supe cuando,
antes de irme a estudiar al extranjero, recibí una autorización
especial, junto con todos los demás estudiantes, para ir a comprar a
una mítica tienda en Centro Habana donde, siguiendo una breve lista,
se podía comprar ropa de salir, no que fuera uno a parecer un
indigente cuando hiciera escala en Barajas, en nuestro camino al
Segundo Mundo.
Entonces, pues a
comprar algun pulóver, un par de calzoncillos, medias, una maleta de
viaje, un traje y zapatos. Y allí estaba también la chaquetica.
Pero tuve la mala suerte de que la talla disponible en ese momento
fuera adecuada solamente para la complexión y estatura de un niño
de sexto grado, o de un hobbit, tipo el Comandante Guillermo García
(aunque este parezca mas troll que hobbit).
Por ese fatídico
azar de las tallas perdí entonces la oportunidad de parecer un CC, y
todo lo que pude comprar fue un espantoso traje del color de los
frijoles colorados hechos puré.
Por cierto, esa
tradición de la ropa de salir es un elemento folclórico bien
arraigado en nuestra cultura. Mi madre y mis hermanas, por ejemplo,
siempre tenían un bloomer nuevo listo para el momento de visitar al
médico.
El olor de los CC
también era peculiar. Olían a algo donde estaban mezclados vapores
de gasolina, sudor agrio, y vestigios de alguna colonia o
desodorante de tufo barato.
Un ex-colega,
ex-sindicatero, ex-sindicaloso, y ciertamente muy escandaloso, más
recientemente radicado en Miami, tuvo la oportunidad de estar lo
suficientemente cerca del mesiánico en jefe como para después
contarle a quién quisiera, y quién no quisiera escucharlo, que este
olía a talco Bebito. Pero eso no debe sorprender a nadie: el mésia no
es cool, nunca lo fue, y ahora mucho menos, cuando seguro que debe
oler a alcanfor e impotencia.
El CC entonces se
mueve apresuradamante y se sienta a la mesa donde quizás ya hay
sentadas dos o tres personas. Le palmea el hombro a alguien, se quita
el reloj, lo manipula breve y habilmente, y lo coloca sobre la mesa,
la esfera ahora recostada a la manilla como si fuera un minúsculo
despertador, dejando claro que su tiempo es precioso y preciado, que
otra reunión aguarda y que, entonces, compañeros, vamos a comenzar.
Pero hay un elemento
que, si alguien no está mirando en su dirección, u oliendo el vaho
de un CC, aun permite que este sea identificado fácilmente: la
fraseología.
“Mira, cuadro...”
“Déjenme dejar
claro aquí la posición de nuestro gobierno...”
“La tibieza,
compañeros, la tibieza...”
“Estos no son
tiempos de...”
“Este no es el
marco adecuado para...”
“Este no es el
momento para...”
“...las más alta
instancia del Partido y el gobierno...”
“nuestra patria,
compañeros...”
“la revolución
demanda, compañeros...”
“el sacrificio
necesario y la entrega, compañeros...”
“Nuestros cuadros
y dirigentes, compañeros...”
“Nuestro
comandante en jefe...”
“¡¡¡Compaaaañeeeros!!!”
Y sigue un puñetazo
en la mesa, que hace que el cuidadosamente colocado reloj se
desmorone.
Pero los CC también
son capaces de mostrar sosiego y cordura. Para eso hay palabras o
frases altamente especializadas, que deben destacar, además, el alto
grado de información, refinamiento y la agudeza de ingenio de un CC.
Decir dazibao, por
ejemplo, para referirse a un documento largo y espeso.
O ukase, como la
orden que hayan recibido.
O globalización, o
FMI, o el Imperio, o Mossad, o Rolex Oyster, o inmadurez política.
Y todo eso, dicho
entonces con un esbozo de sonrisa oblicua, condescendiente, dando por
sentado que uno no tiene idea de lo que está escuchando porque,
vamos, eso es cosa de élites. Os digo, los CC son gente muy
peculiar.
Si alguien ha tenido
la oportunidad de visitar la oficina de un CC, sabe que una foto de
Fidel, o de otro comandante favorito, va a estar allí, formando
justamente una línea de tres puntos con el ocupante de la oficina y
el visitante.
En casos
afortunados, el propio CC también estará en la foto, mirando al
comandante con el mismo arrobamiento con el que yo miro una teta. Es
incluso posible que tenga el brazo del prócer echado sobre el
hombro, o que el CC haya tenido la increíble oportunidad de poner su
mano sobre el abdómen o el brazo de su ídolo, con delicadeza y
familiaridad, arrebatado, extasiado. Ya se sabe, como si se agarrara
una teta.
En su casa
probablemente el CC tenga una copia de la foto. En la mejor pared de
la sala, presidiendo reuniones y convites, justo a un lado de un
mueble sobre el que destacarían, entre vasitos con removedores de
cocteles y otras botellas de licor vacías, una inmensa botella de
Fundador o de Terry Malla Dorada, montadas en un soporte de alambre.
O, como alguien me
dijo alguna vez, cuando aun yo sólo conocía de rones y destilados
caseros: “Viste, tenía una botella de cuvasié...”, “ ¿Y eso
qué es?”, “Oye, estás atrás... ¡Tremendo güisqui,
compadre...!”
En fin, curioso
especímen el CC. Todo un subproducto de la construcción del
socialismo y la forja del hombre nuevo. Pero se quedaron y quedan
sólo en eso, en subproducto, en otra cosa más de la cual deshacerse
en cuanto haya oportunidad.
Y por supuesto, que
cool no son, mucho menos Cool Communist, porque no existe tal cosa.
Pero CC se puede mantener. Cosa Curiosa. Caso Curioso. Cara de Coco.
O Cara de Culo.
lunes, 11 de noviembre de 2013
Lo posible de lo increíble
Y entonces llega ese día, en la Cuba
que viene, en que va a haber plena libertad de
expresión, y de todo tipo.
Entonces ciudadanos, periodistas y políticos aprenden como es ese maravilloso asunto de hablar, o callar, sólo porque uno tiene el derecho a hacerlo, y no por miedos.
Entonces alguien, por pura curiosidad, tan sólo porque ya puede hacerlo, decide preguntar a los que prohibieron, a los que censuraron, a los que proscribieron las salas 3D, a los que tiraron huevos, a los chivatos, a los que gritaron “Machete, que son poquitas”, a los que miraron a otra parte, a los que robaron, a los que derribaron las avionetas, a los que hundieron el remolcador, a todos ellos, alguien les va a preguntar:
"¿Por qué lo hicieron?"
Y ellos, con una sonrisa y un gesto campechano, van a responder:
"Pa´quehtosecayeramahrápido..."
Entonces ciudadanos, periodistas y políticos aprenden como es ese maravilloso asunto de hablar, o callar, sólo porque uno tiene el derecho a hacerlo, y no por miedos.
Entonces alguien, por pura curiosidad, tan sólo porque ya puede hacerlo, decide preguntar a los que prohibieron, a los que censuraron, a los que proscribieron las salas 3D, a los que tiraron huevos, a los chivatos, a los que gritaron “Machete, que son poquitas”, a los que miraron a otra parte, a los que robaron, a los que derribaron las avionetas, a los que hundieron el remolcador, a todos ellos, alguien les va a preguntar:
"¿Por qué lo hicieron?"
Y ellos, con una sonrisa y un gesto campechano, van a responder:
"Pa´quehtosecayeramahrápido..."
domingo, 10 de noviembre de 2013
Los tontos iracundos o "Vamoh a darle candela a toesto aqui..."
Este asunto de venezolanos ignorantes e hijos de puta que andan quemando banderas cubanas me resulta muy desagradable.
Por cierto, me pregunto que sentirían los americanos al ver aquellos actos en Cuba donde se quemaban, además de banderas de EEUU, efigies de presidentes de este país.
Por cierto, me pregunto que sentirían los americanos al ver aquellos actos en Cuba donde se quemaban, además de banderas de EEUU, efigies de presidentes de este país.
Puntos de vista
"Un carro es para que te mueva de un lugar a otro y, mientras esté funcionando, no veo la necesidad de andar cambiando de carro cada tres o cuatro años...."
"Es como con los zapatos..."
"¿Qué?"
"Los zapatos, lo mismo sucede con los zapatos..."
"Eso es muy diferente..."
"Es como con los zapatos..."
"¿Qué?"
"Los zapatos, lo mismo sucede con los zapatos..."
"Eso es muy diferente..."
viernes, 8 de noviembre de 2013
La Ciudad Oscura
La primera vez que visité Cuba, después de haber emigrado, el impacto fue tal que casi me deprimí.
Al regreso de la visita, pues esta fue la primera vez que me senté a escribir, pues de alguna manera tenía que hacer catarsis, y hablar no me bastaba. Fue antes del blog, antes de Facebook, de Twitter; los blogs ni siquieran eran relevantes por esa época, o no existían, no sé. Debe haber sido por el año 2001.
En fin, esto fue lo que escribí:
Baño tibio, y esa comida de sabor tan especial, y entonces mi hermano me pregunta, mirándome fijamente: “Oye, ¿tú no sientes la sensación esa de los cubanos que viven en el extranjero y vienen de visita, de que están locos por volverse a ir…?” Suspiro disimuladamente, y lo miro a los ojos mientras le digo, intentando una sonrisa: “No brother, aquí está mi familia, esta es mi casa…”
Al regreso de la visita, pues esta fue la primera vez que me senté a escribir, pues de alguna manera tenía que hacer catarsis, y hablar no me bastaba. Fue antes del blog, antes de Facebook, de Twitter; los blogs ni siquieran eran relevantes por esa época, o no existían, no sé. Debe haber sido por el año 2001.
En fin, esto fue lo que escribí:
...........................................................................................
Bienvenido,
entonces, a la Ciudad Oscura.
Lóbrega y opresiva
de noche, deprimente en el día.
El auto que manejo,
a escasos 40 km/hora, se sacude y hace sonar todas sus junturas y
tornillos que se van aflojando al son de los baches. Hay muchos
baches en la Ciudad Oscura. Tantos, que no entiendo porque tanta
insistencia en regular la velocidad del tránsito; los baches se
encargan de ello con amplia ventaja sobre los numerosos policías. Y
hay muchos policías, pero hay más baches, y algunos merecen nombre,
los baches, quiero decir. Este, seco,
parece un cráter, mientras que el que sigue, inundado de agua,
semeja una laguna en la cual se podría perder un estrambótico Fiat
Polaco.
Bordeo entonces las
traicioneras fosas, subiendo el carro a la acera, entre las protestas
de la torturada suspensión y las increpaciones de unos adolescentes
que ven interrumpido su juego con trompos. Lo que me gritan es casi
ininteligible, un argot contemporáneo pronunciado con el acento de
un español habanero que involuciona inexorablemente, pero puedo
inferir de que se trata. Los saludo con un apresurado ademán,
mientras regreso el auto a la maltrecha calle, con el cuidado de un
anciano que baja una escalera. Al pasar por encima del contén
escucho un chirrido metálico. Un pequeño tributo que le cobra al
chasis del auto la Ciudad Oscura por andar esquivando sus baches.
Hay humo, mucho humo
en las calles. Me sigo moviendo, casi a trompicones, cuando de pronto
el frente del carro estalla en luz. Está cayendo el sol, con ese
amarillo quemante de la tarde del trópico. Y entre el humo, y el sol
en los ojos, adivino la calle que no veo
para no terminar empotrado en un portal de alguna
ya de por sí ruinosa casa.
Y hoy, además,
es día de elecciones de diputados a la Asamblea Nacional.
Del radio salen
constantemente reportes acerca de lo exitoso del proceso electoral,
porcentajes de asistencia por encima del 99% , masividad,
el pueblo en pleno, qué entusiasmo. Los reportajes son
interrumpidos a ratos por spots alegóricos, instando a votar
temprano. Uno de ellos llama particularmente mi atención.
Un locutor de Radio
Rebelde, con una voz exaltada, pero que guarda un toque de
solemnidad, declama sobre un fondo de música triunfalista: “Todos
a votar por el futuro de la Patria y de la Humanidad”.
Inevitablemente
pienso, por vez enésima, que los cubanos
somos geocéntricos desde nuestras más remotas raíces. Basta
con, digamos, Martí. “Un error en Cuba, un error en
América, es un error en la Humanidad entera”. Pero a Martí se le
perdona. Martí, además de tremendista y
dramático, era romántico y valiente. Pero
la frase del locutor de Radio Rebelde hace que, perplejo,
mientras sorteo bicicletas, baches y transeúntes,
me rasque la frente.
Porque,
si bien me queda claro que el futuro de la Patria se vislumbra
desastroso, me resulta difícil imaginar a una
Humanidad que, aguantando la respiración,
emocionada, espere el ridículamente
predecible resultado de la votación en Cuba.
De
repente, una musiquita trepidante se
deja escuchar en el radio. “Allá va eso, la Mesa Redonda…”,
dice mi acompañante. De eso había
oído hablar, pero aun no me
había tocado en vivo y en directo. Sin
embargo, inmediatamente, con facilidad, se le toma el pulso al
programa.
El tema del
programa no es lo fundamental, sino el tono: aleccionador,
seguro, definitivo.
La conversación, que por momentos parece monólogo, está salpicada de términos de moda, probablemente enigmáticos para el cubano de a pie: neoliberalismo, globalización, FMI, Banco Mundial.
La conversación, que por momentos parece monólogo, está salpicada de términos de moda, probablemente enigmáticos para el cubano de a pie: neoliberalismo, globalización, FMI, Banco Mundial.
Llueven los
razonamientos sólidos, las frases precisas y conocedoras. De pronto,
me percato de que
esta gente parece tener diagnosticados todos los problemas, y
elaboradas las correspondientes soluciones. Parecería
que entonces el meollo del asunto sólo está
en aplicar esas soluciones, una vez estén dadas las condiciones
objetivas, y bajo control las subjetivas, para
finalmente entonces convertir a Cuba, de una vez y por todas,
en el país más próspero del planeta que haya existido desde el
inicio de los tiempos, por siempre y para siempre. Como
no.
El Noticiero
Nacional de Televisión me sorprende en
medio de mi visita a unos amigos. Me
sorprende más que los anfitriones revisan de reojo, de soslayo, lo
que sucede en el televisor, y eso me hace
sentir un poco incómodo, inoportuno. Para
atenuar el impacto, decido entonces
sumarme a la contemplación del NTV.
Este es sencillo.
Fidel, en no sé que
acto político, y la verborrea de turno, lo cual me
hace cerrar los ojos con resignación y suspirar discretamente. Le
sigue un fragmento de un discurso de Hugo Chávez al final del cual
el locutor del noticiero nos comunica con entusiasmo que el discurso
completo del Presidente de la República
Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, será trasmitido a las seis
de la tarde al día siguiente. A estas alturas ya
tengo los ojos abiertos como platos y, con cierta
incredulidad, señalando hacia el televisor, le pregunto
al anfitrión: “Oye, ¿ese hombre dijo que van a poner el discurso
de Chávez?... “, “Ah, sí… a cada rato ponen uno…”, me
responden y en ese momento, sin que me de tiempo
para decir lo que se me agolpa en la
garganta, aparece el tercer tema de esa noche en el NTV: Lula en no
se qué evento izquierdista en Brasil; unos cubanos despotricando
acerca de la globalización en el mismo evento, y le siguen las
noticias internacionales: revueltas, protestas, catástrofes sociales
y hecatombes económicas en todo el mundo, que evidentemente está
jodidísimo, coño, que suerte la de vivir
en Cuba, parece ser el mensaje explícito.
Misericordiosamente,
aparece finalmente el reporte sobre el estado del tiempo el
cual, como es sabido, es tema de
preocupación nacional. Y en eso se acabó
el noticiero. Me despido,
me subo al carro
y empiezo a hablar sólo, ahuyentando
el mal sabor con elaboradas imprecaciones y malas palabras que
se me han ido acumulando.
Ya cayó la noche y
los portales, desdibujados, sólo se adivinan. Sombras en ellos,
gente que va a quién sabe adonde. La
desesperanza se puede agarrar con la mano. El Parque de la
Fraternidad me recibe con más tinieblas de
las que una ciudad debe soportar. En medio de esa oscuridad, casi
sólida, se mueven autos, cocotaxis, almendrones, y hasta
algún que otro ciclista suicida. Sigue
la Calzada de Monte, un túnel de miserias, de paredes
tristes, grises, negras, heridas por guardavecinos herrumbrosos y
precarios balcones en ruinas.
Belascoaín, es una
ruta tortuosa y maltrecha.
Iluminado apenas por
la luz malicienta de un esporádico farol, un anciano camina por la
acera que bordea el Mercado de Cuatro Caminos. Viste una camisa de
color indefinible y unos pantalones beige, en los que destaca un
remiendo oscuro en el muslo. Los pantalones
apenas le llegan al tobillo, dejándo
ver la delgada pierna. Sin medias, calza unos tenis remendados y
manchados. De su mano derecha cuelga una jaba, de nailon tejido y con
asas de una tela a cuadros.
Avanza despacio,
abandonando por momentos la seguridad de la acera que, en ese lugar,
además de ser muy estrecha, se
ve interrumpida por un poste de
electricidad. El anciano baja a la calle con descuido, no
parece importarle la amenaza de un auto o bicicleta. Arrastra
ligeramente los pies y su mirada, a tono con su
espalda encorvada, mira hacia el suelo un par de metros por
delante. Después de avanzar un corto tramo regresa a la acera, y
entonces es casi derribado por dos hombres que vienen conversando a
gritos, interrumpiéndose mutuamente, gesticulando con amplios
ademanes.
Uno de ellos
tropieza con el frágil cuerpo,
percatándose apenas de la presencia del
anciano, al que mira de lado, burlón, mientras le grita, “Oye
puro, mire por donde camina, consorte…”,
y se apresura a alcanzar a su compañero,
retomando la gritería casi sin pausas. El anciano
sigue su camino, arrastrando los pies, en silencio.
De nuevo llego
a otra encrucijada de tinieblas, Vía Blanca y 10 de Octubre.
La mortecina luz
roja del semáforo me detiene. Alguien en
la mañana (tan lejana parece a esta hora de desolación) me
comentó que habían cambiado las bombillas de
los semáforos por otras de menor potencia.
Para ahorrar energía, me dijo. El
resultado es una señal lumínica
agonizante que en la noche trata de abrirse paso entre toda
esa oscuridad oscuridad y que, por
el día, simplemente no se ve. Tremenda mierda.
Sigo
a lo largo de Vía Blanca, sorteando en la oscuridad los
mismos baches, humeantes camiones y asmáticos carros rusos,
cuando me sorprende un manchón de luz a mi
izquierda. Atisbo a
duras penas, en el borde del oasis de luz, un letrero que
anuncia un Rápido, y una tienda Panamericana. “Coño, tengo que
comprar cigarros…”, me acuerdo
en ese momento, y me permito
una infracción que a nadie molesta en la calle
semidesierta. Doy vuelta en U, y
entro a una
cochambrosa calle lateral que da acceso al lugar.
Parqueo
el carro al lado de unos maltrechos y hediondos tanques de
basura. A mi izquierda, ya afuera del
alcance de la luz, vociferan unos muchachos, casi todos en shorts,
camisetas y descomunales zapatos deportivos de pésimo gusto. Un par
de hombres, recostados en la cerca de mallas que circunda el lugar,
beben cervezas y me observan con
indiferencia. Otros, mas allá, me
miran, me valoran, aquilatando a ese tipo
blancuzo, que a las diez de la noche anda por la Ciudad Oscura, en
bermudas de mezclilla, un par de tenis “que-se-ve-que-son-de-afuera”,
como dijera una vecina, y con una discreta
pero brillante cadena de oro y en fin, con tipo-de-yuma (la vecina de
nuevo), manejando un carrito de turistas, y
que se baja en aquel tugurio, ubicado en el borde del otrora bello y
ahora demacrado barrio de Santos Suárez.
Una edificación de
planchas metálicas da cobijo a una especie de cafetería de estos
tiempos. Una sudorosa mujer, embutida en una blusa
blanca con sobacos amarillentos, se ve atareada detrás de un
estrecho mostrador. A su espalda un refrigerador deja
ver a través de la puerta transparente cervezas y refrescos
de un par de marcas nacionales.
Hay unas seis o
siete mesas, con cuatro sillas cada una, de plástico blanco,
manchadas por el uso y el maltrato. Algunas están ocupadas; una
pareja de ojos cansados, tres hombres que conversan en inusual voz
baja, y que beben cerveza con manos que brillan por la grasa de los
pollos fritos.
En
una mesa más alejada se sienta un
hombre de mediana edad, apoltronado en su silla, y con aspecto de
estar muy satisfecho de sí mismo. Hace unas señas
a un muchacho, que es a todas luces
retrasado mental, y le entrega dinero para
que le traiga una cerveza. La encargada del lugar levanta la vista
brevemente, inquisitiva, en dirección al hombre satisfecho. Este le
responde con un gesto que pretende ser
magnánimo, y la mujer le entrega al muchacho una cerveza Cristal sin
darle el vuelto.
El muchacho corre
torpemente hacia la mesa del hombre satisfecho, y le
coloca la cerveza enfrente. El hombre satisfecho le da un
billete de un dólar, y el muchacho mira el dinero con la boca
entreabierta, mientras esboza un rictus que quiere ser una sonrisa,
y una espesa gota de saliva le asoma a la comisura de los labios.
Entonces el hombre
satisfecho hace girar la lata de cerveza entre sus dedos, sin
levantarla de la mesa, en gesto maquinal, y pasea la mirada por el
lugar, como buscando el eco de
la impresión que su proceder generoso
debió dejar en los demás
parroquianos. Pero nadie le está prestando atención.
El lugar está
iluminado por unas cuantas lámparas de luz fría. La más alejada
del mostrador, defectuosa, parpadea con
regularidad.
Todas las lámparas
tienen algo en común: están cubiertas por moscas, que a esas horas
de la noche están ahítas. En los espacios que no ocupan las moscas
se advierten las numerosas cagadas con que han tapizado los focos,
antes blancos y transparentes, y que nadie se ha preocupado en
limpiar, quizás nunca. La luz que se logra
filtrar a través de toda esa mugre ilumina
un piso de cemento sin pulir, cubierto de colillas de cigarros,
papeles, bandejas y cubiertos de plástico y algún que otro vaso.
Todo ello pisoteado y amalgamado con el polvo gris plomo
de la Ciudad Oscura.
La encargada del
lugar termina de atender a la persona que había llegado antes que
yo. Me aproximo
para realizar mi pedido, cuando el muchacho
retrasado irrumpe por mi lado, mientras se
limpia la baba que le corre por el mentón con el dorso de la mano
derecha. Al bajar el brazo, con un movimiento brusco, hace que su
húmeda mano pase rozando la mía, muy cerca. O al
menos lo suficientemente cerca como para dejar un frío y
viscoso hilo de saliva enredado en los vellos de mi
brazo. Mientras que aguanto la
respiración y miro con cierta incredulidad
el trazo brilloso que ahora ostento, el
muchacho deja caer los brazos en el mostrador, la boca entreabierta y
la cabeza balanceándose con cierta cadencia. Pide con frases
entrecortadas algo de tomar y comer, mientras yo
pregunto por un baño. La mujer, sin
pronunciar palabra, me señala con
un movimiento del mentón hacia algún lugar a su izquierda.
Lo encuentro
en la penumbra, adonde me conduce el
inconfundible hedor amoniacal. Como puedo
me limpio el brazo, y regreso
al mostrador. Pido los cigarros, y unas
maltas. La mujer escucha sin levantar la vista de un dinero que está
contando.
De pronto, alarga la
mano, toma una caja de cigarros, la tira en el mostrador con gesto
habitual y, mientras me las ingenio
para interceptarla en su trayectoria y evitar que siga resbalando y
caiga al piso, me dice: ” ¿Cuantas
maltas, mijito? , “Seis, por favor…”. La mujer abre una de las
neveras, saca las maltas y las coloca delante de mi.
Entonces, apoyando
ambas manos en el borde del mostrador, me
dice el precio. Le doy el dinero, y le
pregunto que si por favor no tendrá una
bolsa de plástico para meter las maltas. Ella, que ya
de nuevo está manipulando el dinero, levanta la vista
brevemente y dice “Una qué..?”, y por su expresión parecería
que le pedí los aretes que le faltan a la
Luna. “Una jabita…”, le digo, y ella
mete la mano debajo del mostrador, y saca una caja
de cartón y la pone junto a las
maltas.
Acomodo
las latas en la caja, tomo
el vuelto, agradezco con una sonrisa, y
camino hacia la salida. Lo último que veo
es la mesa del hombre satisfecho, al cual en el ínterín
se unió un tipo de ojos enrojecidos, que viste un short sucio, un
pulóver con algún letrero en ingles, y unas chancletas plásticas,
de las que asoman unos dedos percudidos.
En la mesa aledaña,
el muchacho retrasado devora un perro caliente, que acompaña con un
refresco. Fragmentos informes de comida
masticada escapan de su boca, mientras ríe desaforadamente de los
comentarios de contenido sexual que hacen el hombre satisfecho y el
de los ojos rojos.
Noche
ésta de un día largo. Cansado, transito
lentamente por calles que parecen acabadas
de bombardear. Llego a mi casa y,
mientras cierro el carro, veo
por el rabillo del ojo una figura que sale furtivamente de un zaguán
en penumbras. El hombre trae la mano derecha oculta
bajo la chaqueta gris que viste, y con la mano izquierda
aparta la solapa con sigilo: ”Dime Flaco, carne de res, a dos
dólares la libra…”, dice mientras me
muestra lo que trae bajo la chaqueta: una pieza de carne colgada de
un gancho.
“Cojones
compadre, no hagas más eso, que me va a dar un infarto…”, le
digo aliviado a este
amigo con el que jugaba en mi infancia, y
que ahora trabaja en un frigorífico, “Entra pa´la casa, a ver
como es la cosa”. Termino la transacción,
despido al amigo que de niño traficaba
bolas de vidrio y que ahora lo hace con
carne robada, me dejo
caer en una butaca, y logro sonreí a mis
padres, que han observado en silencio todo ese
tiempo.
Baño tibio, y esa comida de sabor tan especial, y entonces mi hermano me pregunta, mirándome fijamente: “Oye, ¿tú no sientes la sensación esa de los cubanos que viven en el extranjero y vienen de visita, de que están locos por volverse a ir…?” Suspiro disimuladamente, y lo miro a los ojos mientras le digo, intentando una sonrisa: “No brother, aquí está mi familia, esta es mi casa…”
Enciendo
un cigarro, mientras cambio la vista y miro
más allá de la terraza, hacia la Ciudad Oscura y, sintiéndome
culpable por mentirle a mi hermano, cuento
mentalmente cuantos días me faltan para
regresar a la Luz.
Barrios y otros lugares
Hubo un intercambio de disparos, y
alguien resultó herido.
Sucedió el sábado,
en mi pequeña ciudad.
Sucedió justo junto
a un parque infantil, al cual algunas veces hemos llevado a mi hijo a
que juegue, mientras nosotros aprovechamos para disfrutar de la vista del mar y la bahía.
A un lado de ese
parque comienza además un paseo que se extiende a lo largo de un
buen tramo de la costa, con atracaderos privados que pertenecen a los
que viven en las casas magníficas que bordean la pintoresca calle,
con terrazas y jardines que se abren al mar.
Al otro lado del
parque infantil, a un par de cuadras de las casas magníficas, hay un conjunto de edificaciones de diseño monótono
y poco atractivo, pequeños apartamentos y casitas amontonadas,
flanqueadas por una línea de tren y un templo bautista. Es lo que
llaman public housing, o también Section 8: las viviendas que el
gobierno le proporciona a las familias de bajos ingresos, con rentas
subsidiadas, sin gravámenes de ningún tipo.
De ese lado tuvo lugar el
tiroteo.
Esas cosas no
suceden en mi ciudad, han dicho indignados vecinos, qué está haciendo
la policía, por qué no patrullan en ese lugar, what the fuck is
going on, no debería haber public housing en nuestra ciudad, fuck
the goverment, y se detienen justo antes de decir algo políticamente
incorrecto acerca de los que habitan en el plan 8, que son mayormente negros e hispanos.
Cuando nosotros
llegamos a EEUU nos resultó curiosa esa alternancia de barrio bajo y
barrio residencial que se puede encontrar por todos estos lados.
Zonas con casas que
valen un buen millón de dólares colindan con barrios en donde
predominan inmigrantes, o con guettos, o con secciones 8. Quizás el
megaejemplo, extremo, sería Manhattan, con Harlem y el Bronx justo
en la zona norte del Central Park, o los “projects” de Brooklyn a
un tiro de piedra, cruzando el East River. Rough neighborhoods, me
decía un amigo que vivía por la zona.
Y, al parecer, es
obligatorio para ciudades, villas y villorios incluir una zona de
public housing en su territorio. Véase qué dice el estado de Nueva York sobre este plan:
Es decir, dicho en
cubano contemporáneo, coge tu pobre aquí. Y parece ser una
buena intención.
Desde el punto de
vista de la administración pública, es perfectamente entendible que
se quieran desconcentrar a las familias de bajos ingresos, repartirlas equitativamente entre todos los barrios y ciudades. Es razonable, piensa el gobierno, y parece haber mucho sentido
común en ello.
Pareciera, además,
que haya al menos dos propósitos en esa repartición: tratar de “diluir” un
modus vivendi inherente a muchas de las familias y personas de “bajos
ingresos”, al ponerlas en contacto con otro tipo de comunidad y,
por otro lado, disminuir la carga financiera y social que
representaría administrar una comunidad compuesta solamente por personas pobres. Detroit es quizás el más drástico ejemplo.
Sólo hay que imaginar que
sucedería, en una comunidad de ese tipo, con el distrito escolar, el
hospital local, la policía, los negocios locales, el transporte
público o el valor de los bienes raíces. O con la tasa de criminalidad.
Sin embargo, para
los residentes de clase media, que han escogido vivir en una
comunidad por la calidad de vida que ello representa para su familia,
no hay mucho sentido común en convivir con un plan 8, ni es muy
deseable que algo así suceda.
Estas personas de
clase media se establecen en una comunidad porque hay allí un buen
distrito escolar, porque no hay necesidad de enrejar las ventanas,
porque es seguro salir a caminar y disfrutar el fresco de la noche, porque sus casas valen cientos de miles de dólares, y es
preciso que ese valor se mantenga, o crezca, y porque el parque infantil es el lugar seguro y adecuado para sus hijos.
Estas personas de
clase media no son ni remotamente ricas: dependen de un salario, o de
pequeños negocios, y tienen que trabajar para mantener su estatus,
nadie les regala nada. Y, en última instancia, es con sus impuestos
con los que se pagan los public housing. La clase media, entonces, si
bien entiende que haya personas de “bajos ingresos”, no concibe
por qué esos “pobres” no hacen algo para mejorar sus vidas, y
dejar de depender del gobierno. Y de los impuestos. Y que puedan,
consecuentemente, hacerse cargo entonces de sus propias comunidades.
Es en este marco
donde ha aparecido, sutilmente, adornado, azucarado,
blandiendo banderitas de progreso y real estate, lo que han dado en
llamar proceso de “gentrification”.
Y abunda el
Merriam-Webster acerca de eso:
Gentrification, que
viene de gentry (burgués, gentilhombre, noble o aristócrata), que
es el antónimo de proletario.
La gentrification entonces no es más que el “saneamiento” de los barrios, usando
para ello el aumento de las rentas y los precios, lo que hace que las
personas de bajos ingresos se desplacen a comunidades más baratas,
desocupando las casas y edificios que ocupaban en la comunidad "gentrificada". Una vez eso sucede, en el barrio, ya
libre de pobres, se construyen condominios y centros comerciales
destinados a la clase media, que se apresura a mudarse a estos supuestos nichos de bienestar.
Hasta que de nuevo
el gobierno dice “proletarios de todos los barrios, uníos”, y
llega el plan 8, y hay un tiroteo un sábado por la noche.
Pero este asunto no
es ni remotamente exclusivo de cerdos capitalistas. De hecho, conozco
un caso que me da más pena. Por supuesto, mi Habana.
En mi Habana hubo, y
hay, una marcada segregación entre los que pueden y los que no
pueden.
En La Habana hay
comunidades exclusivas y barrios populares. La Lisa y San Agustín
colindan con Siboney, La Corbata se llama Polo científico del Oeste,
y Buenavista acordona a Miramar.
Por otra parte
Santos Suárez, la Víbora, el Casino, pasaron de ser tranquilos
barrios de familias de clase media a lo que hoy parecen: barrios
postapocalípticos.
Y no hay
gentrification que funcione en ese caso, entre otras cosas, quizás,
porque andamos escasos de gentilhombres.
Pero tenemos, por
supuesto, el otro lado de la historia también. Nuevo Vedado, Siboney
y Miramar, que fueron construidos por y para la clase media y alta,
fueron confiscados por los que poseen Cuba.
Para esos
usurpadores, nuestros provincianos y socialistas aristócratas, no hay plan 8,
vade retro. Impensable un edificio de microbrigadas lleno de negros en la desembocadura del Almendares. Sólo les bastó con bautizar a esos sus
lugares, en su momento, con el refrescante nombre de “zonas congeladas”. Los
demás, proletarios, partidarios, opositores, negros o blancos, que se vayan a la mierda con el resto de la isla.
Sencillo.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Anomalías
Según el señor
(compañero, para sus allegados) que responde en esta entrevista, los
cubanos en Cuba gastan entre el 70 y 90% del salario en alimentos.
Por otro lado, en EEUU, o en
México, se supone que no se debe gastar más del 30% de los ingresos
en renta o se cae en crisis financiera personal.
Veamos, sin embargo,
esta tabla, donde se describen a grandes rasgos los gastos en EEUU,
agrupados, pero por supuesto, por razas y etnias:
Shares of average annual expenditures on selected major components by ethnicity and race, 2012 _____________________________________________________________________________ Hispanic Black or White and all Item or African-American, other races, Latino non-Hispanic non-Hispanic ----------------------------------------------------------------------------- Housing 35.6 37.3 32.0 Transportation 19.7 17.5 17.2 Food 15.5 12.1 12.6 Health care 4.5 5.2 7.4 Entertainment 3.8 4.0 5.4 Cash contributions 1.9 3.5 4.0 _____________________________________________________________________________
Asombra ver entonces
que a estas alturas el alimento siga siendo, pero por mucho, el principal
problema de la familia cubana.
Y asusta pensar que
el inmovilismo, el cinismo, la ineficiencia, y la total falta de
responsabilidad y previsión del gobierno cubano, no haya preparado en
lo absoluto a los cubanos para la Cuba que viene, donde las
responsabiliaddes financieras de las familias cubanas van a ser diferentes, pero también acuciantes.
LQQD
En el aula de mi hijo hay colgado
en la pared un mapamundi “cabeza abajo”, y
si alguien pregunta por qué, le responden: ¿por qué no?
La idea tras tal
ingenioso reto es que hay lastres implícitos en los conceptos
convencionales, y que hay que desprenderse de ellos.
No cuesta mucho
trabajo intelectual percatarse de que norte o sur, arriba o abajo,
son sólo cómodos referentes que los humanos usamos para encontrar
nuestro camino en un universo fundamentalmente caótico. Todos dicen
que la Luna está allá arriba, cuando simplemente está ahí.
Es maravilloso que
la escuela se haya percatado de la importancia de lo que algunos
llaman pensamiento lateral (lateral thinking), como antítesis del
pensamiento dogmático y convencional, y yo me siento muy satisfecho
con ello.
Y escribo este texto
motivado no tanto por esta imágen de Cuba “cabeza abajo” que ha colgado (je, je) Rolando Pulido en FB, donde comenté algo parecido a
lo que aquí escribo, sino por un par de comentarios que allí
aparecen, y aquí reproduzco:
........................“ Porque el norte esta para arriba por lo tanto tienes que poner el mapa con el norte para arriba esto no es Fisica que los objetos se ven segun el lugar que ocupan en el espacio esto es Geografia por lo tanto este mapa esta mal puesto”
“Si yo entro al aula de mi hijo y veo un mapa colgado al revés, busco una buena explicación sobre eso porque yo no mando a mi hijo a la escuela para que camine con la cabeza, yo lo mando para que se mantenga caminando con los pies y use la cabeza para pensar y aprender. Pulido puso el mapa al revés, pero él es adulto y no se va a confundir, pero los niños y jóvenes, sí. “
..........................
Ergo, LQQD.
Esto te pone la cabeza mala
“Tú eres
cubano...”
“!!!”
“A mí me gusta la
timba...”
“¡?”
“De Perú, soy de
Perú...”
“!!!???”
“Pues allá eso es
lo que se oye, más que la salsa. La Charanga Habanera, Mayimbe, toda
esa gente... Los grupos de timba cubana van, y muchos músicos se
quedan, y han formado grupos, tocan en clubes y en los barrios...”
“¿?”
“Aquí yo voy a
bailar timba a New Jersey, Mayimbe toca allí a cada rato... Y quiero
ir a Cuba, o a Miami, quiero casarme con una cubana. ¿Cuanto
costaría un mes de vacaciones en Cuba?...”
“...”
“Carajo... Pues
entonces Miami, algun día...”
“¿?”
“...¿Médico de
la Salsa? No, no lo conozco... Pero conozco a Michel Maza, que es
hijo de una cantante cubana, y que estuvo preso en Perú por
mariguanero, era cantante de La Charanga, chamaco de barrio, siempre
parado en la esquina, y después empezó a fumar pasta, eso es mas
serio, y se metió en problemas, y ….”
….................
Y mientras el peruano timbero proseguía entusiasmado con el parte
farandulero, yo pensaba, asombrado, cómo fue que Manolín se las arregló para no tener éxito fuera de Cuba....
miércoles, 6 de noviembre de 2013
Religión
“Yo quiero ir a jugar a
ese parque...”
“No puedes, mi amor,
porque ese es un parque privado de la sinagoga, y sólo los niños
judíos pueden usar el parque”
“¿Qué es la sinagoga?”
“Es un templo, como una
iglesia, donde los judíos practican su religión”
“¿Qué es religión?”
“Es algo que muchas
personas utilizan para explicar lo que no entienden”
“Yo quiero ser judío...”
martes, 5 de noviembre de 2013
Aliosha y sus demonios
Hoy amanecí con la noticia de que
una buena amiga de la universidad ha muerto.
¿Cómo Aliosha, la alegre, la muchacha que sonreía mientras apartaba el empecinado mechón de pelo que insistía en cubrirle los ojos, se convirtió en una alcóholica suicida?
¿Qué encrucijadas son esas, de donde salen esos demonios que te llevan suave e inexorablemente de la mano?
Se fue, entonces, mi amiga. Se murió una desconocida. Se quedan los buenos recuerdos.
Un beso para ella. En los labios.
Nazdar, Aliosha.
Aliosha, la muchacha esbelta, alta, de pelo oscuro y
abundantes labios sensuales, casi groseros, pero que adornaban su sonrisa, su risa fácil, y su palabra amable, ha muerto.
“Vraj sa upila k smrti...”, dicen que bebió hasta morirse, me escribe su mejor amiga.
“Vraj sa upila k smrti...”, dicen que bebió hasta morirse, me escribe su mejor amiga.
¿Cómo Aliosha, la alegre, la muchacha que sonreía mientras apartaba el empecinado mechón de pelo que insistía en cubrirle los ojos, se convirtió en una alcóholica suicida?
¿Qué encrucijadas son esas, de donde salen esos demonios que te llevan suave e inexorablemente de la mano?
Se fue, entonces, mi amiga. Se murió una desconocida. Se quedan los buenos recuerdos.
Un beso para ella. En los labios.
Nazdar, Aliosha.
lunes, 4 de noviembre de 2013
El hombre tibio
Después que
Sabina, la cordura, y el necesario pragmatismo
fueran dejando a Silvio Rodríguez sentado en una de las sillas que éste encontró en el camino, me quedaron sólo un par de sus canciones, y
una decepción de espanto.
Y es que tuve yo la aburrida
oportunidad de ver como se iba difuminando su halo de esperanza,
cuando más lo necesitábamos.
Hasta que se apagó.
El hombre fue
perdiendo colores, y cada día se fue volviendo más gris,
fundiéndose con esos que antes apenas lo toleraban, y que, al final,
acabaron por asimilarlo.
Así, de poeta a
vocero, de trovador a personero, ahora es alguien al que no vale la
pena escuchar cuando tiene algo que decir. Quizás cuando canta, por
pura nostalgia, pero eso, tristemente, es todo.
Y, si alguien no lo
creyera, léase pues esta última entrevista que ha publicado OnCuba, donde las preguntas son excelentes, y las respuestas dan
pena...
sábado, 2 de noviembre de 2013
2D
Resulta difícil saber quién, o quienes, son las
personas, tan grises, y definitivamente tan prescindibles, que toman
las más raras e inexplicables decisiones en Cuba.
Cosas tan absurdamente extrañas, como llamarle
cuentapropismo a la iniciativa privada, o asombrosamente ridículas,
como declarar privatizable el uso de baños públicos, y valga la
paradoja, o francamente enigmáticas, como prohibir (ah, les encanta
prohibir) el cuentapropismo (je, je) usando juegos de video, o
proyectando películas 3D.
Es entonces el regreso, por decreto, al 2D. Es la voz
de mando que ordena abandonar lo tridimensional y volver a lo básico,
a lo plano.
Plano, como la mente de esa gente gris.
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