sábado, 7 de febrero de 2015

La necesaria intimidad con la realidad

Lo mejor que he leído acerca del indudablemente polémico artículo “Las patrias íntimas del internacionalismo”, que Carlos M. Álvarez publica en OnCuba, ha sido un comentario que decía que la gente se ha escandalizado al leerlo porque están acostumbrados a digerir solamente la papilla que publica Granma. Algo así decía el certero comentario.

Yo no creo que ese artículo sea el mejor que haya escrito CMA. Los he leído mejores, de los que él ha publicado. Quizás a este le falte un poco del lirismo del que CMA habitualmente hace gala. Se nota tosco por momentos; se extraña el cuidadoso tejido con que acostumbra a fabricar sus trabajos. Parece, realmente, algo hecho a la carrera.

Pero eso, la verdad, es lo de menos. El artículo es simplemente relevante.

Lo primero en que pensé cuando lo leí fue en Médicos sin Fronteras, paradigmas de profesionales comprometidos. Profesionales, por demás, mayormente anónimos. Se van a sus misiones, y pasan semanas, meses, en lugares inhóspitos que apenas tienen nombre. De sobrevivir, un jueves cualquiera regresan a su país, toman un taxi, y se van a su casa. Si alguien se entera de su regreso, será la esposa o esposo, o el encargado de la perrera donde le cuidaron el perro todo ese tiempo. Así de sencillo, con la simpleza de lo cotidiano.

A nadie se le ocurriría negar la abnegación y altruismo de esos médicos. Pero a nadie se le ocurre tampoco tomarlos como banderas de propaganda política del gobierno de turno, ni mucho menos llamarlos héroes.

En Cuba se le dice héroe a cualquier cosa.

A unos espías de medio pelo, observados y tolerados por el FBI hasta que llegó el momento del ajuste de cuenta. A Arnaldo Tamayo, guajiro, mulato, oriental y cosmonauta al que los soviéticos le dieron botella. A un niño demasiado serio, con síntomas de oligofrenia, cuyo mérito fue haber logrado sobrevivir a un desesperado viaje en balsa, y quedar atrapado en el terco forcejeo entre Fidel y los Estados Unidos. A un señor tan hábil con una mocha que, en plena época de la mecanización de la agricultura, es capaz de llenar incontables carretas con caña de azúcar cortada a mano. A Ubre Blanca, vaca mutante cuyos trozos congelados guardan en algún lugar, a la espera que llegue el tiempo de la ciencia ficción y alguien, por fin, inunde a Cuba de leche.

Y a los médicos y enfermeros internacionalistas, por supuesto.

Carlos Manuel pone los diez dedos en la llaga. Trae al joven negro, maricón, de paupérrimo origen, vida miserable, de familia disfuncional, al que las necesidades materiales acosaban y que tuvo la mala suerte de ir a buscar la solución a sus problemas a la tierra de sus ancestros y morirse allá, y nos lo muestra tal cual; sin banderas, ni funcionarios en guayaberas blancas, ni arengas luctuosas.

Su descripción del entorno es excelente, hiperrealista de tan familiar que resulta: ¿quién no ha visto una casucha como esa, cercada por la mierda de gallinas y las moscas?  Se lee, y no es difícil estar de acuerdo con que la única oportunidad de mejora de vida, material y espiritual, para Reinaldo Villafranca, para sus colegas que aun sobreviven, y para la inmensa mayoría de los cubanos, sean médicos o macheteros, hoy no está en Cuba.

Mostrar a Villafranca en 360 grados, desmitificar los motivos, descartar al héroe, hablar de la persona, dejar al Granma colgado de un clavo en la pared de tablas de la letrina, es lo verdaderamente importante del artículo.

Lo penoso es que hay quien no es capaz de leerlo de esa manera. No es culpa de Carlos Manuel, por supuesto, ni siquiera de la mente tullida de ese lector. Esa miopía es sólo el resultado de décadas de falta de información objetiva, de dogma, de redonda mesa monocorde, de periodismo amordazado.

Si Carlos M. Álvarez quiere seguir escribiendo de prisa, y prescindir un poco de la belleza y el verbo sabroso, da igual. Mientras que siga escribiendo de las cosas necesarias, da igual.

Lo relevante es que, por fin, alguien en Cuba está haciendo periodismo como debe ser.

2 comentarios:

  1. La distópica veleidad de “Las patrias íntimas del internacionalismo”
    En un arranque inicial, al leer “Las patrias íntimas del internacionalismo”, de Carlos M. Álvarez, recordé. Sí, así de simple. Recordé. Y eso me causó cierta euforia, cierto dolor ahí donde se sienten las cosas, ramalazo en donde creía que sólo quedaba la imaginación donde la memoria debía ir. Escrito con exquisitez, sin mucha de la mueca que a veces viene de la isla – no vale hablar de sin nada del oficialismo verbal, porque de lo contrario no le estuviéramos dedicando angustia.
    Inicialmente, al compartirlo, dije: Exquisito. Doloroso. En fin, cubano.
    Después, empecé a pensar, algo siempre recomendable.
    Exquisito, sí. Doloroso, sin dudas. ¿Cubano? ¿Por qué? Creo que lo de cubano habría que argumentarlo. Dirán que me contradigo, que lo primero que dije fue que al leerlo recordé y, obviamente, recordé mi vida en Cuba. Yo, negra entre negros.
    Leer más: http://wardiariesespanol.blogspot.com/2015/02/la-distopica-veleidad-de-las-patrias.html

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