Estaban entusiasmados, me contaron, pues habían sido testigos de una disertación que un cirujano hubo de brindarle a un grupo de colegas, pacientes y enfermeras, en la cual reveló que habían empleado un procedimiento novedoso, nunca antes usado en el resto del planeta, para una intervención de neurocirugía que precisó un señor al que le había caído una palma en la cabeza.
De inmediato me sumé al alborozo por ese logro de la ciencia médica cubana, qué maravilla para esa persona y su familia, dije, ojalá se recupere pronto, les comenté a mis primos.
“No”, me dijeron, “el hombre se murió… ¡Pero el procedimiento fue un éxito!”
“Ah…”, respondí, algo perplejo.
Algo perplejo también leía hoy una ponencia, llamada “Problemas de la democracia en Cuba”, que presentó el académico cubano Julio Cesar Guanche en un evento que se realizó en Washington DC los días 27 y 28 de enero, y al que concurrieron “emprendedores, blogueros, cineastas e intelectuales cubanos” (sic), y donde intercambiaron con “políticos, diplomáticos, empresarios, y académicos estadounidenses y cubanoamericanos” (sic otra vez), encuentro organizado por “Cuba Posible” y el Cuba Research Center.
Sépase que mi perplejidad no tiene que ver con la ponencia per se, ni con el evento; ni siquiera con lo variopinto e (palabreja de los buenos tiempos…) idoneidad de los asistentes de uno y otro lado. Al cabo, ¿qué se yo de esos asuntos?
Tampoco se origina mi asombro, debo decir, en la forma en que el autor alegremente disecciona la democracia; en como la lasquea, la separa en jugosas categorías, como si hubiera democracias malas, buenas, liberalistas, conservadoras y, válgame algún dios, hasta una cubana. Tal pareciera al leer tal cosa que votar con libertad, y elegir representantes y gobierno, demanda tantas sutilezas y filigranas como operar el cerebro de una persona agonizante por causa de un masivo derrame cerebral que le provocó un palmazo descomunal. Como si no hubiera sólo democracia y tiranía. Y punto.
Debo admitir, sin embargo, que casi me sorprendo cuando leí que hay, en Cuba, algo que es la “democracia en lo social” (sic, y van tres), de acuerdo a la cual se han cumplido objetivos, se han logrado índices que colocan a Cuba, nada menos que a Cuba, tal y como la conocemos, en el lugar 17 entre todos los países de la Tierra de acuerdo a uno de esos indicadores: el “Índice de Desarrollo Humano No Económico”. Y se pone mejor: me entero que la isla en peso es primus inter pares, es decir, la primerita, entre los países en desarrollo en dicho índice.
Claro, decía que casi me sorprende, o sea, que no me sorprende, y explico por qué.
Sólo en algo que lleva la coletilla de “No Económico”, y que se debe calcular de acuerdo a criterios probablemente tan fríos y manipulables como una bola de nieve, puede nuestro triste país ocupar lugares primero, segundo, decimoséptimo, o cualquiera igual de irrelevante para el bienestar real de los cubanos.
Pero continúo entonces, y no debo extenderme tanto en los comentarios, aunque pudiera. Sigo leyendo la ponencia -que por cierto, tiene el gran mérito de ser legible, y no como otras, que, ¡ay!, son pantano y enredadera- y me apabulla cuanta cosa buena ha sucedido en Cuba: en lo social, en lo político, en lo económico; los gays, por ejemplo, que se han empoderado, lo cual debe servir como modelo a ser aplicado a otros derechos civiles (casi sic). Alto ahí, que bueno es lo gay y no lo demasiado, que esto ya suena como disidencia, seguro diría la sexo-zarina Mariela Castro, de leer este texto.
El texto se impulsa, incluyente, y también menciona a la comunidad afrocubana, que al parecer sigue igual de jodida a pesar de medio siglo de emancipación; dice, además, que hay una renovación generacional del poder político (?), y que ha aumentado la desregulación de la economía de la croqueta.
Finaliza la ponencia con siete puntos hipotéticos que deberían tener lugar en una Cuba posible, y que hablan de mayores espacios, mayor peso, mayor acceso a la croqueta, más reclamos por la tolerancia, por el respeto, y así se va deslizando el alegato, pasando por desigualdad, injusticia, corrupción, ¡no al individualismo! (?), hasta llegar a ese tibio lugar común en que todos parecen estar de acuerdo desde el siglo XIX: que hay que defender la soberanía nacional y de los ciudadanos, cuidándose por supuesto, ¿de quién si no?: de los Estados Unidos.
Y aquí hay que recordar que precisamente los Estados Unidos de Norteamérica es el lugar donde se celebró este evento, amparado por el derroche de libertades que disfrutamos en este país, y que, de haberse celebrado dicho evento en Cuba -la real, no la posible- probablemente hubieran salido los asistentes cubanos defenestrados en dirección a Villa Marista, y los invitados extranjeros hacia el aeropuerto, en sumaria deportación.
Pero no hay que ser tan radical, vamos: yo entiendo que exista la necesidad de un aceitado debate intelectual, de sumergirse en la formulación de sabrosas hipótesis, del regodeo goloso en la teoría; creo en que hay que hablar, debatir y hacer eventos. Al cabo yo soy un científico, yo sé de eso.
Pero, aun cuando esas alturas son embriagantes, y hasta pudieran parecer la cosa en sí, no lo son; llega un momento en que imprescindible tomar tierra y caminar bajo el sol.
Cuando eso sucede, lo que se encuentra entonces es una enorme disonancia entre el tono de los ciudadanos de la orquesta, el de los académicos del coro, y el del director general-presidente y sus directores suplentes. Se escucha todo muy desafinado, la verdad, y le urge un arreglo mayor.
Cuba, que tiene el alma fracturada, no por el golpe de una palma fuera de control, sino por el peso de medio siglo de dictadura y desastre, no necesita procedimientos nuevos para ser curada de sus males, mucho menos de alguno que sea tan intrincado que requiera densas explicaciones para establecer lo que en realidad es simple.
Porque es simple lo que Cuba necesita: es democracia, así de sencilla, la única que existe, la de yo voto, yo elijo y el gobierno trabaja para mí; le urge, además inversión masiva, economía capitalista, y otro gobierno: moderno, joven, de cualquier tono, pero otro, por favor. Y, por supuesto, se precisan cubanos capaces, con feroz iniciativa individual, que le llamen a las cosas por su nombre, de una vez, y no se anden por las ramas.
De no hacerlo así, la alternativa es irnos de evento en evento, de blog en blog, de ponencia en ponencia, desperdiciando vida y oportunidades, tratando de convencer, de hacerle entender a quién esté interesado, que tenemos una excelente y novedosa idea para sanar a un paciente que, desgraciadamente, para entonces ya va a estar muerto.
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