sábado, 28 de febrero de 2015

Hoy, como ayer, desiguales seguimos, mi bien…

La casa era, de acuerdo al criterio más conservador, suntuosa.

De diseño audaz, moderno, tres plantas, dos garages, pisos de granito, desniveles ubicados con buen gusto y elegancia, ventanales de vidrios polarizados a través de los cuales se podía observar un amplio patio, sombreado por árboles centenarios, que terminaba en un embarcadero que se extendía sobre la margen del Almendares. En la pared de la sala, un enorme cuadro con una foto de Fidel, sonriente, envuelto en el humo de un puro, los dientes orlados con el sarro de los fumadores.

La música era de una emisora de FM de la Florida, captada por una antena de complicado diseño, instalada en el techo de la casa –comprada en Canadá, me dijo- y amplificada por un sistema de sonido quadrofónico Grundig, -traído de la RFA, abundó-.

Los asistentes a la fiesta eran, de acuerdo a la retórica menos corrosiva, hijos, sobrinos o nietos de alguien bien ubicado en la nomenclatura del desgobierno cubano. Vecinos, casi todos, venidos de ambas orillas del río.

Hablaban de vacaciones en María la Gorda, en los cayos de norte, de estancias en yates, con los guardafronteras, de Arenas Blancas, Topes de Collantes, de Moscú, de Praga, de Madrid y Toronto. Vestían como vestían las gentes en las películas en VHS que devorábamos los fines de semana en casa de un amigo que tenía un Sony Betamax. Uno mencionaba que los jeans Lois los había comprado el padre en el Corte Inglés; a otro le reclamaban en broma que cuántos Seiko 5 tenía, oye, que eso de llevar uno cada semana a la escuela era un escándalo.

Olían a Paco Rabanne, Channel y Brut -de la Zona Franca del canal de Panamá, me confesó-, fumaban cigarrillos More –de la diplotienda, me aclaró-, y me escanció del botellón de whiskey Ballantine –que le regalaron a mi papá en México-, me comentó-.

Ya estaba yo entonces, de acuerdo a mí mismo, deslumbrado por la “opulencia” de los dueños del país. Aun no salía de mi asombro cuando terminó la fiesta, y ella llamó por teléfono a algún lugar, dio la dirección donde estábamos y dijo, “Somos 11”. Veinte minutos más tarde llegaron cuatro Volgas negros, que nos llevaron a nuestras casas, quizás por cortesía de alguien de los que hoy llaman “generación histórica”.

Corría, por cierto, el año 1980.

Hoy, en el año de gracia 2015, leo en el New York Time –impreso en Queens, Nueva York, en los Estados Unidos, me diría ella-, un artículo cuyo titular dice:

“Giro al capitalismo abre brecha de desigualdad en Cuba”

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