¿Cómo se pierde
una pelea?
Es fácil: se
pierde, cuando no se pelea para ganar.
Por ejemplo, un
funcionario torpe, del partido, o peor, del aún más torpe desgobierno, reúne algunos
fieles y les explica que Cuba, el país, va a participar en la cumbre de las
Américas, en Panamá.
Allí van a estar
también cubanos que no quieren a nuestro (des)gobierno, les dice, hay que
acallarlos, hay que defender nuestro proyecto revolucionario (así le llaman a esa
mierda), y por ello hay que enviar a la creme de la creme a ese evento.
Entonces es fácil
suponer que van a lanzar a defender lo indefendible a personas de probado
intelecto, de ideas, de verbo, resueltas, capaces de sentarse, o pararse, da igual,
a debatir y dialogar. Y demostrar que se puede exponer una mala idea al menos con
civilidad.
Hipotéticamente,
eso es lo que haría alguien medianamente listo. Pero no es el caso; mediano es
excelencia que no se da en esos lares.
En lugar entonces
de enviar a una reunión de esa magnitud a cubanos de valía, reunieron a esos
que uno ve en el mercado vociferando obscenidades como verdulero tramposo; convocaron
a los más dóciles, a los más grises, y llenaron de esa caterva un par de
aviones; les dieron banderitas, les pagaron hotel, estancia, comida, los
proveyeron con dinero de bolsillo para comprar pacotilla, y los dejaron sueltos
en Panamá cual cerdos en chiquero.
Fue entonces que
la Cumbre de las Américas se tornó en sima de vergüenza, y los cubanos
perdieron la pelea. Todos.
Gobernados, y gobernantes.
Los represores y los reprimidos. Los de la oficialidad y la disidencia.
Hasta yo, que ya –para
mi bien- no vivo allá y que pronto –gracias a Dios, dijera, pero se escucharía
hipócrita en mis labios- ya no tendré siquiera la necesidad de ir de visita
nunca más, hasta yo siento que he perdido algo: un jirón de orgullo que me
quedaba, de mejores tiempos, de otras gentes, de otro país, que hace mucho que
no existe.
Pero, sobre todo,
perdió el desgobierno cubano: se equivocó, de medio a medio; envió a sus peores,
a la marcha combatiente, a cantar su himno, a ofender, a agitar su bandera. Y
se la están devolviendo arrugada, en harapos, y embarrada de mierda.
Por eso, y por
dejar a Cuba en malas manos, en Panamá perdimos todos.
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