Se escuchan improperios en Panamá.
En el foro de lo que llaman la sociedad civil los lacayos del desgobierno cubano -que para desgracia de nuestra nación, y de ellos mismos, también son cubanos- injurian a todo el que no se parezca a ellos, a cualquiera que no rinda culto a la bota que les pisa la cara, al que no bese la mano que les sobaja la mente como si fuera un firme culo apetitoso -que no lo es; si acaso, es hediondo y ajado-
Es un ingenuo, o un infame, el que diga que la era del palo y la cabilla, de la humillación y el huevazo en la fachada de la casa, de las pintas trazadas con vil chapapote y ortografía de galeote, había terminado. La canallada y la infamia son hereditarias entre los idólatras de los dictadores; separados por décadas, parecen los mismos, uniformes en su alarido, grises de tanta miserable doctrina de clarias dóciles.
No se puede decir ¡regresaron!, entonces, porque nunca se habían ido. Es de nuevo la Embajada del Peru, la Quinta Avenida, el Mariel, el mitín de repudio, la respuesta rápida, el tenebroso contingente Blas Roca y sus obreros paramilitares, mi vecino tuerto por el cabillazo de un anónimo hijo de puta.
“Pin pon fuera, abajo la gusanera””, se escucha en Panamá, para vergüenza de los cubanos que renunciamos a detentar una patria de mierda, a la pleitesía al amo abominable que se ceba en ella.
Presten atención entonces los que, en tibia mansedumbre, creen que les será perdonado alzar la mirada porque aseguran hacerlo en nombre de una “oposición leal”: la mano que intentan acariciar es un puño, aferrado a un garrote; es solo cuestión de oportunidad y tiempo antes que se los descargue en la espalda, vociferando que esa calle, ese país, las voces y los ojos, las letras y los sonidos, todo, cabrones, todo es de ellos, y no lo van a compartir con otros cubanos, gusanos de mierda, aunque sean leales.
El estado de las cosas cubanas es terminal; pero aun impera la hora del palo y la cabilla, de la injuria, del castigo, del no lo permitiremos, que nunca se habían ido.
Prepárense, entonces, que se escuchan improperios en Panamá: ahí está, marcando su territorio, el aullido de la horda de los infames.
Imagínate, si en Cuba hacen los actos de repudio de gratiñán, por amor al odio, cuánto más motivados estarán ahora que el premio por aullar es un viajecito.
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