miércoles, 8 de abril de 2015

Fábula de Roberta la Encantada, Josefina la Pescadora, y de su Amo ladino

“¡A tu rincón, imbécil, a tu rincón! (…) ¡A tu casuca, con el morral vacío!”

Dice un camarón, de malhumor, en un cuento popular estonio, que el galo Edouard René Lefebvre de Laboulaye fabuló en francés, del cual lo tradujo al español José Martí.


No debe ser fácil -parodiando al Presidente Obama- eso de parlamentar a nombre de dictadores.

Las instrucciones del enviado deben ser pocas: unos gritos de guerra y un par de consignas, a lo sumo. A su vez, el margen de negociación que se le permite debe ser tan estrecho como aquel ojo de aguja por el cual se dice no pasará un camello, a no ser que lo hayan convertido en hebra para suéteres de petimetre. 

Me pregunto, además, cómo esos diplomáticos insulares logran manejar la vergüenza. 

Porque, convengamos: tiene que ser vergonzante sentarse a una mesa -con cara de circunstancias, flanqueado por ceñudos asistentes, luciendo ropita de medio pelo- a decir en tono de ocasión que Cuba -el desgobierno, pues- está preocupada por la situación de los derechos humanos en los Estados Unidos; o, para el caso, en cualquier otro lugar del planeta. 
 
Hablar a nombre de una tiranía, y hacerlo convencido que se tiene la razón -o haciéndolo parecer-, requiere, o un adoctrinamiento que va mas allá de lo que logro imaginar, o una cara dura que rebasa los límites de la decencia.

Roberta la Encantada debe estar harta entonces de las peticiones de Josefina la Pescadora de Concesiones y de regresar a cada ronda de conversaciones a escuchar el santo y seña de la negociación: Americanito duro, sácame del apuro.

“¿Y qué quiere ahora Josefina la Pescadora?”, diría Roberta, sacando la cabeza de entre los papeles.

“No soy yo, Róbe”, respondería Josefina, “¿qué voy a pedir yo para mí? Es mi Amo…”
“¿Y qué quiere ahora tu Amo el general heredero?”, replicaría Roberta la Encantada, aburrida y molesta.

“Que todo permanezca como está“, explicaría entonces Josefina, “que hagan negocios donde solo él gane. Que le den petróleo. Que le agiten banderitas. Que le perdonen lo robado, que le levanten el bloqueo -y que le den dinero encima-. Que lo dejen tranquilo. Y no entregar nada. Y que le den todo. Todo. Quiere todo mi amo”, concluirá, sonriendo, que para eso es diplomática.

Roberta, en su paciencia infinita, escuchará, asentirá y concederá; Josefina, los brazos cargados de regalos, regresará entonces a por más ladridos y bravatas, para llevar el próximo encuentro.

Y así seguirá la historia, hasta el día en que Roberta la Encantada diga con voz tonante que ni cojones, que fuera prebendas, fuera concesiones; ni negocios, ni oportunidades, ni embajada, vete con tu amo, Josefina, dirá, y ya no vuelvas aquí; y se levante Roberta, recoja sus papeles y se marche para no volver.

Entonces Josefina la Pescadora regresará a casa, con las manos vacías, sin una miserable concesión que poner sobre la mesa de su dueño.

El General Masicas, sin embargo, le echará el brazo sobre los hombros; le dirá, sonriente, que por fin, Jóse, que ESE era el regalo que él esperaba desde el fatídico 17D: que le había traído al enemigo de vuelta, y que eso, Josefina la Pescadora, eso, era todo lo que él necesitaba.

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