Soy de los que vive
en este limbo sabroso, de los que corren desenfrenados por esta
maravillosamente infinita pradera digital y disfruta, como si fuera
helado de chocolate o crujiente tocino, de la libertad de expresión.
Y, proverbialmente,
se sabe que cuando más se aprecia el disfrute de algo, es cuando se
carece de ello. O cuando se ha carecido, como en este caso cubano
nuestro; mi caso, que aprecio la libertad de expresión tanto como al
amanecer, y eso es mucho decir.
Escribo, entonces,
como el 99% de los que escriben en la güeb, a título personal, sin
que me preocupe quién me pueda leer, sin editores, sin afiliaciones
y sin, líbrenme dioses y circunstancias, militancias. Y soy feliz.
Pero estoy
condenado, por nacimiento, crianza y pensamiento, a leer sobre la
cosa cubana. Y entonces trato de leer esos sitios progubernamentales
y paragubernamentales, y es como pasara de la pradera al pantano.
Ya sea en
Cubadebate, donde se debate lo malo que es el mundo maloso, o en La
Joven Cuba, con una neo-paleo-retórica de comité de base alegre pero (no)
profundo, lo asalta a uno la cosa dogmática, la cosa que da vueltas
en el mismo lugar, la arenga espesa, untosa, la misma cosa, que se te
pega en la cara al tratar de leer.
Debo entonces decir
que digo, voltaireanamente, que detesto lo que escribes, pero daría
mi vida para que pudieras seguir escribiéndolo, pero cuando veo ese
banderón de pensamiento en consignas, amarillento y con olor a
guardado, desplegado a la entrada de esos sitios, no sé, no puedo
entrar.
Aunque adentro pueda
estar la más bella bailarina española.
No hay comentarios:
Publicar un comentario