viernes, 21 de junio de 2013

El poder gris

Tiene la turba esa espantosa dualidad que, lo mismo hace caer La Bastilla, que agrede y humilla a un hombre, su esposa y sus hijos sólo porque piensan diferente.

La turba tiene tantas caras como personas que se arremolinan en su vientre. Es impredecible, cruel y simple, como lo es un niño. La turba puede dar vivas o puede llamar a muerte; la turba puede exigir, gritar, marchar o puede apedrear, incendiar y linchar. La turba reclama derechos, derriba gobiernos, quema herejes, viola mujeres y hace piras con libros. 

La turba es una bestia informe; es una sola, y es anónima.

Yo conocí temprano a las turbamultas, marchas combatientes las llamaban en Cuba. Turbas domesticadas, mansas, uniformes, monótonas, se enteraban de que eran una turba porque se les decía que lo eran. Y se les decía, además, donde y cuando comenzar, por donde caminar, qué gritar, y donde y cuando terminar. Ajenas a lo espontáneo, ridículamente coreográficas, comparsas más que marchas, rebaños más que turbas, pero en ese entonces parecían vox populi.

Debo quizá exagerar y parafrasear, y decir que quien de jóven no estuvo en una turba, no tuvo corazón; quién de adulto se va a la turba, no tiene cerebro. O quizá ahora soy más conservador, si bien el mismo tonto de siempre.

El hecho es que no creo en las turbas sin causa y, además, hace tiempo que decidí no pertenecer a ninguna. Ni a las que marchan, ni a las que gritan, ni a las que leen o escriben o dicen. No hay nada para mí en el molote, en la homogeneidad, en la cosa gris. Si tengo algo que hacer o decir, lo hago y lo haré, pero no será en una turba.

No creo entonces ni en los indignados de Nueva York, ni en el mar de gente en Brasil. Creo que unos y otros solamente disfrutan del intoxicante poder de la masa anónima, de la convocatoria incendiaria de la red social, de lo contestatario per se, de la no-causa, y que hacen lo que hacen por una sola razón: porque se puede.

Es un nuevo fenómeno, es la gente jugando a insubordinarse.

Sin embargo, hay que admitirlo, algo bueno tienen estas turbas contemporáneas, y es que les recuerdan a los gobiernos, tan alérgicos a la anarquía y la protesta, que hay allá afuera un Younger Brother, aburrido y observando, uno que sólo necesita un tweet que se convierta en avalancha, y entonces todo se va a la mierda.

Tan sólo por eso, digo entonces, que se haga la turba.

Aunque no me guste.

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