jueves, 26 de enero de 2017

La bandera y el muro

En la frontera Ciudad Juárez-El Paso en México, en el parque El Chamizal, ondea una de las banderas más grandes que he visto.

Es una de las banderas monumentales mexicanas que se encuentran en varias partes del país. La del Chamizal ondea en un asta de cien metros de altura y mide cincuenta por treinta y dos metros, con un peso aproximado de cuatrocientos kilogramos.

“Los putos gringos se ríen de eso”, me dijo en aquella ocasión un amigo mexicano, empresario, nacido y criado en la frontera. “Aquí lo que cuenta es la lana, el negocio, y lo pinche patriota no quita la pinche hambre, cabrón”, añadió, “Y los gabachos culeros lo saben”, concluyó con una sonrisa astuta.

El patriotismo mexicano es enorme, exacerbado además por la vecindad con Estados Unidos y el papel de derrotado que México con frecuencia ha desempeñado en los conflictos entre los dos países. Casualmente, El Chamizal es una de las contadas victorias mexicanas, pues es una franja de tierra que los Estados Unidos devolvió a México tras años de litigio, y que de inmediato México convirtió en un parque urbano y futuro sitio de la megabandera.

La relación de México con los Estados Unidos ha sido siempre de “Te odio, mi amor”. El estado mexicano hace sus planes pensando solo en petróleo, y mirando hacia el Norte. Los ingresos por concepto de remesas enviadas por mexicanos desde los Estados Unidos superan los 25,000 millones de dólares anuales, y es posible que con el desplome del peso mexicano aumenten; la actual crisis es una oportunidad excelente para pagar deudas o comprar casas con dinero devaluado.

Pero esa sería una de las pocas ventajas del diferendo Trump-México que ha ido madurando y que ahora está en un punto álgido: Trump va a construir su muro, Peña Nieto lanza una parrafada digna, patriótica, pero poco pragmática, se interrumpe el diálogo y, además del muro, se ensancha una brecha entre los dos gobiernos.

A pesar de que México pudiera contratacar y, por ejemplo, disminuir o eliminar los controles sobre el tráfico de droga, pienso que los mexicanos tienen las de perder en este conflicto; el comercio mexicano depende en gran medida de los Estados Unidos, así como sus finanzas.

Y el muro, la verdad, es lo de menos.

Ni siquiera es una afrenta a la soberanía mexicana; es una decisión, guste o no, del gobierno de los Estados Unidos para tratar de controlar el ingreso de inmigrantes ilegales. Vamos: México también trata de impedir el acceso a su territorio en su frontera sur, mantiene retenes y revisiones en las vías que llevan al norte del país, y la deportación de inmigrantes ilegales de territorio mexicano es expedita.

Tampoco debe prestar demasiada atención el gobierno mexicano a la humillante afirmación de que México va a pagar por el muro; a Trump hay que escucharlo y leerlo en contextos temporales, compulsivos, oportunistas, y no como a un estadista consecuente con planes elaborados con arte y sagacidad.

Por ejemplo, Trump acaba de sugerir que se cancele el encuentro a nivel presidencial, como respuesta al discurso del Presidente mexicano, lo cual está muy en concordancia con la patológica manera de reaccionar del presidente americano ante lo que le disgusta.

Lo que debe preocupar a Peña Nieto, en lugar del muro, es la inminente demolición del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), en inglés NAFTA, y la probable fuga de la industria maquiladora, propiciada por la política proteccionista de Trump.

Lo que debe hacer el gobierno mexicano y su Presidente es buscar la manera de negociar y sobrevivir a Trump, que no es eterno, y no desperdiciar esfuerzos en hacer ondear esas enormes banderas que si bien anuncian el orgullo de una nación, dicen poco acerca del futuro inmediato y del bienestar de los mexicanos.

miércoles, 18 de enero de 2017

El Malecón apacible

En los últimos cincuenta y ocho años solo en una ocasión tuvo lugar una protesta espontánea en Cuba como resultado del crónico e imparable declive socioeconómico de la involución cubana.

Fue en Agosto de 1994, un par de meses antes del nacimiento de mi hija menor que ahora, mientras escribo este texto, revisa en su teléfono su correo electrónico, sentada en el sofá al alcance de mi mano, a dos mil kilómetros y veintidós años de distancia del Malecón inquieto y de la isla náufraga que hace apenas unos días se ha quedado sin salidas de emergencia.

Era, por aquel entonces, la sazón del desastre bautizado, por Ustedes saben quién, con el más cínico eufemismo: Período Especial.

Período, que de cierta forma ya nunca se superó ni ha terminado, que de especial no ha tenido nada, y sí mucho de calamitoso; crisis galopante que el desmorone del Segundo Mundo y su socialismo de consignas y banderola dejó tras de sí y, mientras el Malecón ardía en aquel Agosto, yo regresaba de Pinar del Río, donde había pasado una quincena buscando un tesoro extraviado y comiendo una pasta rosásea, nauseabunda, mechada con tramos de venas inmasticables, trozos de cartílagos, y pingajos de blanquecinos pellejos de indescriptible orígen.

Era la época todavía de Ustedes saben quién, que en paz no descanse, y de sus muchos delirios, y a mi regreso allí lo ví, en la televisión, arropado por sus manadas de cuadrúmanos del Contingente Blas Roca, paseándose con un insoportable aire triunfal por las calles despejadas a golpes de cabilla y garrote, vacías ya de aquellos habaneros que habían gritado, por primera y única vez, tras decenas de años de silencio, su desespero.

Unos días después Cuba reventaba de nuevo como una pústula infectada, yo perdía amigos que nunca más he visto, y comenzaba el tercer y penúltimo éxodo cubano del siglo XX, el de los balseros.

***

La apuesta más recurrente de estrategas foráneos, opositores de dentro y fuera, anexionistas, independendistas, patriotas y patrioteros, ha sido, siempre fue, que, si se atenazaba a Cuba con firmeza, si se sofocaba a los cubanos con tenaz agarre, la presión resultante quebrantaría el status quo, haría estallar el país, precipitaría un cambio definitivo y sería el comienzo del fin de lo que hay ahora y la iniciación de la nación cubana como país tercermundista capitalista; o sea, de un desastre diferente.

Para soportar esa apuesta durante años se colocó en la mesa de juego del conflicto entre los gobiernos de los Estados Unidos y Cuba el bloqueo comercial, el aislamiento político, presiones, leyes, disposiciones, forcejeos y desencuentros de todo tipo.

Eventualmente, quedó demostrada la inutilidad de estrangulamientos económicos y acogotamientos comerciales: nada sucedió. Tampoco dió resultado lo contrario, la política de terciopelo de Obama.

El gobierno cubano, ni bajo la hostilidad de diez Presidentes americanos, ni ante la política aperturista de “mano tendida“ del Presidente Obama, se ha siquiera tambaleado. La pretendida presión escapó en barcos, se asiló en embajadas, huyó en balsas, en aviones, viajó de la mano de coyotes a través de selvas, de Centroamérica, de las Antillas o aterrizó blandamente, hija, nieta de español, en el aeropuerto de Miami.

Los analistas tratan de endilgar esa pertinaz supervivencia del desgobierno cubano precisamente a esas huídas recurrentes de los cubanos, partiendo de la premisa de que, los que huyen, son los más decididos y aventureros, los que pudieran rebelarse en una contra-involución y terminar con castrismos, Castros y secuaces.

Insisten en que, por culpa precisamente de los Estados Unidos, se han dado esos salideros que no dejan aumentar la presión, gracias a la Ley de Ajuste, y la recién abolida disposición presidencial llamada Pies Secos/Pies mojados (PSPM).

Quieren creer que los héroes cubanos están en la nación exiliada, y en la que quisiera exiliarse, y que solo el taponeo de la frontera -no de la cubana, sino de la estadounidense- traerá el cambio a Cuba.

Esa es la teoría.

***


Unas personas son entrevistadas en La Habana. Les invita el periodista -de un medio digital, no oficial- a que opinen sobre la derogación de la política de PSPM.

“Yo creo que es bueno para los cubanos que eso pase...”, dice uno. “Yo no sé, ¿qué tú crees?”, replica otra. “No es conveniente que la gente se ahogue tratando de llegar a los Estados Unidos...”, comenta un tercero. Otros responden con frases más o menos trilladas, absurdas, casi ininteligibles. Uno incluso menciona una victoria de la Revolución.

“La gente en Cuba no tiene cabeza para otra cosa que no sea la comida y la supervivencia”, me dice mi hija, que a mi lado observa el video, “Para colmo, cuando tienen que hablar de un tema importante que se sale de la cosa cotidiana, adoptan automáticamente el lenguaje del Noticiero”, acota. “Ya ni siquiera saben pensar o hablar por sí mismos...”, concluye, y la tristeza le empapa la voz.
Esa es la práctica.

El fundamento de la permanencia de los Castros en el poder radica en el apoyo de los cubanos de adentro; ya sea por inercia, convicción, adoctrinamiento, temor, o simplemente por supina ignorancia de las circunstancias en que viven y del mundo exterior sobre el que les escamotean información, presentándoles una realidad adulterada e inquietante.

El resultado es que la mayoría de la población cubana, cliente además del abrevadero igualitario de la educación y la salud, nunca se opondría abiertamente al gobierno.

No creo entonces que el cierre de las vías de escape, cegadas sorpresivamente por Obama justo antes que terminara su Presidencia, vaya a crear ese esperado malestar, la gran desesperación, la definitiva frustración en esos que no pudieron escapar a tiempo, y que veamos otro Maleconazo.

La apuesta entonces sigue intacta, y con las mismas posibilidades de ganarse, o sea, casi nulas. Para colmo el 2017 no es, ni remotamente, 1994.

Pero, además del miedo y la desidia, conspira en contra de esa apuesta uno de los aspectos más característicos de los cubanos contemporáneos: el individualismo. Los cubanos no forman comunidad, ni dentro ni fuera de Cuba, y sus planes y prioridades están exclusivamente enfocados al mejoramiento de su estado material personal. No de su cuadra, de su ciudad, de su pueblo, de su país: solo de sí mismos.

Compulsados a sobrevivir durante décadas de estrecheces de materiales e intelectuales, la idea -tantas veces mezclada y confundida con el chovinismo más pedestre- de Nación Cubana, ese ente supragubernamental, orgulloso, contestatario y progresista que propiciaría los cambios, no existe: ha sido sustituida por el “conmigo o contra mí”, por el “Por la Patria, la Revolución, el Socialismo”, por el absurdo convencimiento de que los males cubanos vienen del extranjero, desde ese mismo lugar donde están las soluciones para esa masa menor, apolítica, pragmática, oportunista, que solo quería huir, y no pelear.

***

Cuba, para desgracia de los que allí viven, seguirá siendo el lugar donde naufragan los cubanos. El futuro, ese que se decía tenía una salida de fin biológico, con la muerte de Fidel y Raúl, ya es casi pasado, y se muestra más difuso que nunca.

El Malecón, frontera habanera, ahora solo es un paseo apacible para turistas de medio pelo, sitio obligado de reunión para jóvenes que se evaden en las madrugadas, a falta de un lugar para donde huir, bebiendo ron tibio de cajas de cartón.

jueves, 12 de enero de 2017

La hora buena

Los demócratas siguen sangrando. Se flagelan, arañan las paredes, se desangran. Y lo que es peor: tanto disfrutan el desangramiento que han perdido clase, oportunidad y, de seguir por ese camino, perderán también credibilidad.

Donald Trump ganó la presidencia de los Estados Unidos y eso es, ya se sabe, lamentable, absurdo, pero sobre todo es irreversible, al menos por cuatro años. Es entonces momento, ya ha sido momento desde hace un par de meses, de detener los plañidos, dejar a un lado las pataletas, y reinventarse con urgencia pues, lo que estaba inventado, obviamente, ya no funciona.

Los demócratas perdieron. La Era Clinton terminó. Y, al decir anglo, deal with it.

Me parece de muy poco oficio y raciocinio lo que ha estado sucediendo, esa absurda insistencia en atacar a Trump a sabiendas de que nada va a cambiar por ello. Curiosamente, lo mismo le hicieron a Obama, y el único resultado fue mostrar a los republicanos, en particular a los antiobamistas, en la peor luz -sombra, debiera escribir- posible: la de la intransigencia, el atrincheramiento partidista y el fanatismo ridículo.

Hay que detener esa tendencia. Hay que deshacerse de esas actitud de mal perdedor. Hay que dejar de leer el Huffington Post, que ya es tan libelo como Breitbart News o RT. Tampoco vale la pena que los presentadores de los sempiternos “late night shows” se desgasten noche tras noche tratando de encontrar frases ingeniosas para ridiculizar a Trump y sus circunstancias. Vamos, ni siquiera hay mérito en ello; Trump, y no pierde oportunidad para confirmarlo, ¡es tan fácil de criticar!

Su falta de planes para sus ideas -y viceversa-; su discurso, tan básico, tan de adjetivos, donde todo es tan “terrific, tremendous, magnificent” que tal parecen instrucciones para decorar con más dorados, brillos y luces su entorno a la Liberace; su falta de medida y astucia, su calidad de advenedizo que se solaza en su boconería, colegial presto a enzarzarse en escaramuzas verbales a la menor provocación, venga de una actriz militante, un comediante mordaz, o un jefe de Estado; el soberbio que no admite crítica ni oposición; el autoritario que llama a cerrar espacios de prensa; el marrullero que se niega a mostrar sus impuestos; el ignorante que, a falta de soluciones, anuncia demoliciones.

Ese hombre es el presidente que viene, que ya está aquí.

Controlar ese ego inflamado, narcisista, y tan poco “presidencial”, es un reto enorme para el equipo de trabajo de Trump y yo espero, por el bien de todos, que sus asesores tengan éxito al menos moderado en ese empeño. Cerrar su cuenta de Twitter sería un magnífico comienzo, por ejemplo.

Pero, en todo caso, nada de eso es tarea de los demócratas.

Los demócratas ahora son oposición. Tienen que mirarse en el espejo con luz abundante y ojo crítico. Perdieron el poder porque perdieron el rumbo, porque su discurso fue autocomplaciente, porque se concentraron en las diferencias y no en lo común, porque su candidata era pésima; porque el poder -que, ya se sabe, corrompe- encandila, aturde y embota el filo.

Y deben hacer todo ello sin quitar el dedo del renglón. Ahora menos que nunca.

Trump necesita oposición, chequeo, contrapeso en serio en el pugilato político, y no brete ni ataques más amarillistas que sustanciosos. Se requiere a la prensa más que nunca -más objetiva y minuciosa que nunca, puntualizo. Hay demanda por senadores y representantes menos de su partido y más de su profesión. La sociedad, en estado de alerta, y no divertida con el showman que es Trump; los norteamericanos, enterados de que a los Estados Unidos desde ya les urge un Presidente, con dignidad, mérito y mayúscula.

No solo el Partido Demócrata y sus afiliados tienen por delante ese camino cuesta arriba; también lo tienen los Republicanos con el raciocinio suficiente para ver en qué ha terminado la institución presidencial en nombre de su partido.

Y, en última instancia, lo tenemos todos los ciudadanos de los Estados Unidos, que estamos a la merced de un payaso narcisista.

Hay entonces que dejar a un lado rencor, lamento y grandilocuencia: ya es la hora buena y el reto, para toda la clase política, para la sociedad norteamericana, es buscar cómo contener a Trump, y eventualmente encontrar el remplazo urgente para ese error que, ya a punto de comenzar su reality show, nos muestra los dientes, amarillos de arrogancia, en la pantalla de la televisión.