El dicho ese que habla de
jugar con el mono, o con la cadena, lo he escuchado y leído en las dos
formas en que se puede permutar: jugar con la cadena, pero no con el
mono; o jugar con el mono, pero no con la cadena.
Le encuentro sentido de
ambas maneras, dependiendo de qué quiera uno expresar con la
alegoría: juega con las reglas (la cadena) pero no con el poder (el
mono).O juega con el poder, pero no con las reglas. En los dos casos
la idea es que no se libere al mono, porque entonces tenemos un
problema. Grande.
Y es precisamente la
segunda combinación la que me ocupa, el eterno jugueteo con el
poder, el escarceo, azuzar al mono con un palito, pero manteniendo la
vista en la cadena. Cuidado con la cadena.
En cierta forma de eso se trata este post que escribe Eduardo del Llano.
Trata el escrito sobre ese
coqueteo inocente que el mono ha tolerado, por considerarlo como lo
que ha sido, y aun es: una inofensiva válvula de escape. Y EdL lo
llama crítica, y dice que tiene hasta historia.
Cita entonces a varios
valientes adalides cuya actitud ha contrastado, y contrasta, según
él, con lo que dice la “ralea de emigrados”, o los “fundamentalistas”.
Y continúa con algunos ejemplos más o menos desfortunados de
rebeldes y sus obras de rebeldías. Silvio Rodríguez anda en el
grupo.
Hay que respetar la
decisión que cada persona debe tomar acerca de si se opone o se
pliega, o si debe hablar y, si habla, si debe decir lo que hay que
decir. Pero, si no lo hace, entonces mejor que calle. Un poco de
pudor y ya está.
Hay que ver que hace
tiempo que urge que a las cosas se les llamen por su nombre.
Aburren las veladas referencias, los chistecitos, los juegos de
palabras, el decir “esto está malo”, y aguantar la respiración
a ver que hace el mono. O si aguanta la cadena. Y sentirse un héroe.
A estas alturas pienso que
hay una sola forma de cambiar el juego: otra cadena, y otro mono.
Y si eso me coloca, según
ese señor, entre la ralea y el fundamentalismo, la verdad me siento honrado.
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