viernes, 29 de noviembre de 2013

¿Relatividad?

Jalogüin dura desde finales de septiembre hasta principios de octubre.

Thankgiving de principios de octubre a principios de diciembre.

El Black Friday se extiende a tres dias antes y tres dias despues.

Navidad va desde principios de diciembre hasta el año nuevo.

Y la jornada va de Camilo a Che.

martes, 26 de noviembre de 2013

Padres, hijos, y nietos, y biznietos...

Leía este texto sobre el nepotismo en la TV cubana, en este 2013 que ya se está acabando, donde la autora se cuestiona ese fenómeno en la televisión cubana, e ingenuamente se pregunta hasta cuando.

Y yo no puedo menos que recordar a los Veloz, los cuales agotaron los diminutivos en sus 4 ó 5 generaciones, desde Palmas y Cañas, hasta... Palmas y Cañas.

O la canción tema de aquel famoso programa de Hilda Rabilero, “Contacto”, que creo cantaba su hijo o algo así.

O la hermana de Paulo FG moviéndose en el escenario, como esos muñecos inflables que se usan para los anuncios en los car wash.

O de Dunia, una gordita que cantaba canciones infantiles, y que daba ganas de darle un cocotazo para que se espabilara y terminara con el sonsonete.

O los hijos y nietos de los Castros, posicionados y apoderados en, y de Cuba.

Nada, que si un amigo es un central, un familiar es una central... nuclear.

Pa que Shazam vea que nohotro no

Ayer Shazam, esa aplicación que busca, idenfica y trata de venderle a uno canciones, ha tenido uno de sus mejores momentos.

Resulta que iba yo manejando de regreso a casa y sintonizo una estación donde a esa hora es posible escuchar buen jazz y, bam, coge lo tuyo, nada menos que Van Van, en una estación de radio en NY, y entonces fue que se me ocurrió poner a Shazam a escuchar y...

En fin, esto es algo que contradice a esa épica, trascendental e intrigante frase: pa que los yumas vean que nohotro no.

Formell, parece que, después de todo, elloh sí...




lunes, 25 de noviembre de 2013

Revelación de lunes, que amanece a -4 grados con sensación de -11

Los servicios de salud en Cuba: te dicen que es un derecho, pero te hacen sentir que te están haciendo un favor. Y te lo echan en cara de por vida.

Los servicios de salud en EEUU: eres un cliente donde debías ser un paciente.

viernes, 22 de noviembre de 2013

La que no sabe morirse

“No se va a morir así como así, ¿sabes?”, me dice, con sonrisa y ojos tristes, azules.

¿Sí te dijo que estuvo en Auschwitz? Tres años sobrevivió, allí, donde la expectativa de vida eran, cuando mas, tres meses...” Y vuelve a sonreir, con orgullo, un poco de brillo en los ojos esta vez.

Ella tuvo una buena vida, a pesar de todo. Mi madre, además, es la judía más dura que ha dado Polonia, nunca le sacó el cuerpo a las cosas difíciles. Y siempre ganó todas sus peleas. Pero, ¿sabes lo que más lamento? Que no sabe que está en su última pelea, no importa que la tenga perdida; le gustaría saber que la está peleando, eso que ni que... Dementia is a bitch”

PD: La señora falleció el pasado domingo 24. Hoy mi esposa me llamó, se encontró con la hija, que la saludó con un beso. "Se notaba que necesitaba un abrazo", me dijo mi esposa.

Que en paz descanse.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Pregunta

Ni por un segundo relaja el entrecejo. Ni cesa de gesticular con vehemencia. 

Ni deja de decir, “Tú estás equivocado...”, “Es que tú no entiendes...”, “Nosotros...Ustedes...”

Lo escucho, sin embargo, con atención. Es un tipo listo, aunque eso no cambie nada. Sobre todo, porque no logra responder mi pregunta, la pregunta que le repito pacientemente al terminar cada curva, al fnal de cada declaración de principios, en la pausa entre los discursos enlatados. 

Pero, dime, por favor: ¿qué es lo que defiendes?”

Y de nuevo, “Tú estás equivocado...”, “Es que tú no entiendes...”, “Nosotros...Ustedes... Nosotros... Ustedes...”

Revelación de jueves

El problema de las malas causas no está en que las apoyen hombres malos.

Está en que las apoyen hombres buenos.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Mesiánico, apocalíptico e hijo de puta

Fidel Castro tenía el gatillo alegre.

Quería que corriera la sangre, ajena sobre todo. Quería, como todos los dictadores, tener un enemigo grande, y mientras más grande, mejor.

Quería jugar a ser David, y meterle una pedrada en la frente al otro; meterle dos o seis misiles nucleares al
territorio de los Estados Unidos, matar uno, dos, tres millones de americanos. Eso, muertos, muchos americanos muertos.

Y que comenzara con ello una guerra nuclear global. Y si Cuba se convertía en un desierto contaminado, y todos los cubanos desaparecían del planeta, vaporizados a golpe de ojivas nucleares, ¿qué importa? No iba a quedar nadie para contar la historia que lo absolvería.

Pero, cuando 50 años después el periodista Jeffrey Goldberg en esta entrevista le dice:

“At a certain point it seemed logical for you to recommend that the Soviets bomb the U.S. Does what you recommended still seem logical now?"

Él, sabio anciano en camisita a cuadros, responde:

"After I've seen what I've seen, and knowing what I know now, it wasn't worth it all.”

Qué clase de demente, neurótico, maniático hijo de puta.

Debería vivir para siempre para que viera todo lo que viene, y se retorciera en la impotencia y la rabia de los olvidados.

Los atoros de la nostalgia

“¡Ay, esa es mi Cuba!”

Buena Vista Social Club, por supuesto. Y la trova, en pleno. En casos críticos, Alfredito Rodríguez y Annia Linares.

“El ajo no sabe igual”

Y además, es más grande. De hecho aquí un diente de ajo alcanza el tamaño de una ciruela. Pero el sabor de aquellos ajos, del tamaño de una semilla de naranja, a los que había que dedicarles 30 minutos pelándolos para poder hacer un sofrito, ah, ese sí era sabor...

“La carnepuehco es desabrida”

Así es. El puerco cuando se cría con sancocho, enriquecido con zeolita en polvo y cabezas de pescado, adquiere un sabor peculiar, a berrenchín...

“Ay, caminar la Habana, que maravilla, el Malecón, el atardecer...”

Las adicciones son ciertamente enigmáticas. Ir sorteando mierda de perro, respirando humo de diesel mal quemado, y sudar como un galeote, por ejemplo.

“¡¡¡Loh cubanoh jí que sabennn divehtihse!!!”

Es cierto. La cubanía. Se aprende desde pequeño que el sumum de la diversión es ron, cerveza, gritería, dominó, y después, irse a templar. Yo no soy tomador pero, aun así, no tengo mucho que objetar.

“Es que allá es todo es tan diferente...”

Cada vez que escucho algo así, pienso que Perogrullo debió ser cubano. O santiaguero...

“¡¡¡Eh que el cubano eh de pinga, siempre a la viva!!!...”

Si, por eso es que Cuba es un paraíso de bienestar y civilidad, paradigma del éxito y la brillantez, con sucursales en Mayami, Uropa y el planeta Tierra.

“Pohque nojotro si que...”

Y entonces tiemblo, porque una nueva leyenda está por nacer...

“A mi familia le quitaron...

El nuevo reto de historiadores, geógrafos y geólogos está en identificar como Cuba perdió el segundo piso, donde seguramente estaban todas las haciendas, inmuebles y propiedades de todos los cubanos conocidos.

“Eh nivel de la educación en Cuba y loh profesionaleh cubano...”


“Yo voy a regresar, yonoaguantoehtoaqui...”

Así es, es muy difícil. Esto de tener que pagar por la casa, la gasolina, por seguros, celulares, televisión por cable, Internet, la comida, mi laptop, mi ipad, las cuentas en los restaurantes, los viajes a Cuba, la pacotilla, la electricidad, el gas, un crucero de cuando en vez, dieta macrobiótica, barbecue los domingos, y los sábados también, la mensualidad del carro mío, y el de la esposa, y los juguetes de los chamas, y encima de todo eso, trabajar, y ganar el dinero para poder asumir todas esos terribles gastos, que nadie te regale nada, eso es, sencillamente, insoportable.

“¡¡¡El sol, el sol, la humedá, que rico!!!”

Bueno, cada loco con su tema, pero todo tiene un límite, digo yo...

martes, 19 de noviembre de 2013

Queens state of mind

Entro a la carnicería más pequeña del mundo.

El espacio para los clientes es una estrecha franja, de apenas 6 metros de largo por 2 de ancho. Justo al lado de la puerta, que se abre directamente a la acera, hay tres hombres y una mujer. Estimo que todos están por encima de los 6 pies de estatura, buen indicio, que habla acerca de los beneficios de la carne de cerdo. Conversan en voz demasiado alta, en algo que puede ser croata, o algún otro dialecto eslavo. De vez en vez, una palabra salpica, y la entiendo.

Uno de ellos me mira y me dice, en esa bendita lengua cargada de acentos y entonaciones exóticas, donde las palabras se dicen como se leen, sin el tedioso tono nasal ni los confusos blendings, y que es el inglés de los que no hablan inglés, y que tan bien se entiende, me dice, adelante, sigue, y cuando griten, tú gritas, y entonces te atienden, así es aquí, y todos ríen con desenfado de pueblo pequeño.

Adelante entonces, adonde otras seis o siete personas esperan su turno. Aquí no cabe más nadie, pienso, y entran entonces dos personas más. Ahora todos estamos muy cerca unos de otros, a una distancia no americana, sólo que aquí no hay americanos. Me coloco justo detrás de una muchacha diminuta que habla por teléfono, en rumano, y a un lado de una mujer a la que acompañan dos niños. Uno de ellos llora de manera intermitente, y la señora le dice ¿Chto, Chto?, pero no suena a ruso. Aquí no hay rusos, que andan por Brighton Beach, al suroeste, justo al lado de Coney Island.

A mis espaldas, unos estantes que cubren toda la pared y donde hay pan fresco, sazones, patés, salsas, y otros que no logro identificar.

A mi otro lado se coloca otra señora, de baja estatura, pelo negro, y con ese tipo de facciones que yo sé que no voy a reconocer si la veo de nuevo. Aprieta contra su pecho una bolsa con una hogaza de pan, y en la otra mano sostiene un frasco con lo que parece ser harina de maíz. Me observa, lenta y cuidadosamente, con desfachatada curiosidad,  de abajo hacia arriba, tratando de ubicarme, quizás, en este barrio multiétnico. Cuando su mirada llega por fin a mi cara le digo, “Hello...” , y ella, sin responder, cambia la vista y mira al mostrador.

El inmenso mostrador es el límite y la meta. Está cubierto, lleno y rodeado por carne de cerdo y cordero, en todas las variaciones de jamones, embutidos y ahumados. Hay salamis, salchichones, tocinos, salchichas, klobasa, kalbasá, o kielbasa, y como sea que lo pronuncian los húngaros, en su delicioso lenguaje repleto de vocales impronunciables. Las carnes están sobre el mostrador, en el mostrador, en las vitrinas, colgadas del techo, apiladas, mostradas en un exquisito alarde de abundancia y variedad casi obsceno. Nombres exóticos, que van desde el búlgaro hasta el albanés.

Unos platos, colocados justo en el borde del mostrador, como ofrenda a los clientes, con una muestra de algunas de esas cosas repletas de grasa, ajo, pimentones, sal y nitritos, sabores y texturas que hacen que las omnipresentes salchichas italianas de Nueva York parezcan envoltorios de aserrín con sabor a hinojo. 

Es el colesterol en su expresión mas deliciosa, la apoteosis de lo tóxico y, si uno se va a joder, al menos debe hacerlo con clase, me digo mientras tomo una delicada lasca de un tocino que se llama tocino de Istra, según me dice uno de los ágiles y amables carniceros, pero también we have tarska, slanina, pancetta, rolled bacon of the garlic and paprika varieties, paprika bacon, chicken bacon, and garlic bacon, mangalitsa style, hace un gesto de chuparse los dedos, y sonríe. 

Salgo con dos klobasas húngaras, libra y media tocino “for cooking”, una libra de tocino curado con ajo y paprika, para comer crudo, dos libras de salchichón “neparovaná”, y un cartuchito con chicharrones, para el camino.

Menos mal que vivimos lejos de aquí...”, me dice mi esposa, filosófica y meditabunda, mientras navegamos por las atestadas calles, buscando un parkway. 

Y comiendo, por supuesto, chicharrones.

viernes, 15 de noviembre de 2013

Ah, nuestros expertos...


“El día que cedan (el gobierno cubano), saben que se los comen vivos (los Estados Unidos) y sin tan siquiera echarles una pizca de sal”

Esa frase, que dicha en primera persona del plural pudiera ser una de las clásicas de los dinosaurios, viene a ser una suerte de resumen de la comedera de mierda nacional de los últimos 50 años.

Y yo, por pura inercia, pregunto:

¿De veras este hombre cree que los EEUU necesitan otro país tercermundista generador de emigrantes pobres y desesperados?

¿De veras él no ha pensado en qué tal le asentarían a la derruida economía cubana inversionistas y mercado estadounidenses?

¿De verdad este hombre todavía cree que estamos en la época de la “fruta madura”?

¿O, para el caso, de verdad él cree que Cuba es una fruta madura, o una fruta, o algo que los EEUU necesiten para seguir siendo el país más poderoso y rico del planeta?

Y entonces, después de ver la histórica dependencia de alguien, de la URSS y sus satélites, de Venezuela, y con un estancamiento crónico, pregunto:

¿Quién, entonces, necesita comer, con sal o desabrido?

Debe estar jodiendo nuestro experto, sin lugar a dudas.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Hoy, como ayer, yo me sigo frustrando, mi bien...

Es frustrante, entonces, entre otros:

Ese vino cubano, que parece debe ser agrio para ser nuestro.
El agudo despiste de algunos opositores.
El miedo, ese viejo amigo.
La prensa cubana que, cuando por fin decida hablar, probablemente sea tan a destiempo que ya no va a tener importancia.
Que haya regetón.
Que haya sol siempre.
Y, por supuesto, las ingenierías.

Los ingenieros fueron héroes indiscutibles y conocidos desde que Julio Verne los colocó en el centro de sus historias. Antes de eso, eran sólo artesanos.

La sola mención de la palabra ingeniería, que viene de ingenio, y no azucarero, sino humano, sugiere tecnología, avance, progreso, modernidad, cosas buenas. Y allende en Cuba tenía, además, tremendo swing ser ingeniero; sabido es, por demás, que las facultades de ingeniería tienen un queseyó de lo cual las demas carecen. Es más, las jevitas ingenieras son sexys. Y tan rotundo suena ingeniero como aguado licenciado. Es un hecho, todo eso se sabía ya entonces.

Ya entonces, cuando, además de estudiar ingeniería, esto fuera en el extranjero, era doble swing. “¡Es que estudió en la Unión Soviética!”, y ya estaba todo dicho. Capicúa. Jonrón con bases llenas. El guajirito hablando ruso, cará. Pero no es el caso de Tamayo: yo creo que Tamayo ni es ingeniero ni habla ruso. Ni nunca tuvo swing.

Y así, de pronto, en medio de la marea de progreso y desenvolvimiento que proporcionaba la ayuda solidaria y desinteresada de bolos y satélites, un amigo se fue a ultramar nada menos que a estudiar Ingeniería en Explotación del Metro. El Metro, porque en La´bana, si alguien aun no lo sabe, iba a haber un Metro.

A su regreso, pues encontró unas enigmáticas oficinas, que había de ellas varias sucursales, y que se llamaban, creo, Oficina del Metro de La Habana, y que tenían hasta logotipo, una M probablemente.

No sé adonde fue a parar toda esa generación de ingenieros hiperespecializados en explotación del transporte metropolitano. Pero, por azar de los tiempos les tocó vivir aquella época de frenesí en la construcción de túneles populares (no existen túneles impopulares en Cuba), cuando era inminente, como lo ha sido siempre, que el Imperio hiciera llover misiles y bombas sobre la patria entera embravecida y, bueno, eso, túneles.

Probablemente entonces les tocó dar su opinión sobre como cablear esos refugios, donde poner una toma de aire, o dar pico y pala como unos dementes.

Después, pues llegaron las imágenes de los bombardeos en Iraq, donde se apreciaba como el enemigo honorario colocaba misiles con absoluta precisión en los portones y respiraderos en refugios y túneles en Bagdad. Entonces como que la idea de quedar sepultado en un túnel, aunque fuera popular y estuviera en mi amada Habana, perdió popularidad, estos se convirtieron en impopulares, y se olvidaron.

En fin, frustración sobre frustración.

En las ingenierías, como en todo en esta nuestra vida, hay élites. Hay superingenierías. Solamente los nombres tumban de culo a cualquiera. Ingeniería Nuclear con Especialidad en Tratamiento de Elementos Pesados, por ejemplo.

Para escribir una frase de tamaña longitud, y que sea legible, se requiere un diploma que sea al menos tres veces mas ancho que alto. Pero bolos et al resolvieron el problema de esos títulos que presumen letras góticas en formato A3: lograron acomodar toda la información en un librito, apenas mas grande que un pasaporte, y que es el título de los ingenieros que estudiaron allende en el frío. Cosa que se agradece, además, porque cirílico, mas gótico, suena medieval. Y probablemente ininteligible.

O, como pudiera haber dicho alguien, todos los títulos del mundo caben en una hojita de un librito.

Los que estudiaron ingenierías con especialización en asuntos nucleares venían de lugares selectos. El preuniversitario de Ciencias Exactas, por ejemplo, donde vestían un uniforme azul de becados, pero con un logotipo rojo que se colocaba en la manga de la camisa y que tenía, claro, un átomo con tres o cuatro electrones en órbita.

Este pre de Ciencias Exactas quedaba por Siboney, entre la Novia del Mediodía y la Muñeca, en La Coronela, no era la Lenin, que por entonces sólo se apellidaba Vocacional, y no llegaba a ese grado de excelencia.

Los que allí estudiaban, además de ser muy inteligentes, con un extra en su preparación académica, tenían que someterse a tests de aptitud y personalidad, y tenían, además, que mostrar, al menos mostrar, ya se sabe, fidelidad al modo de ser.

Eran, de acuerdo a todo y todos, la creme de la creme de los jóvenes cubanos. O al menos esa era la idea.

Sus destinos no eran menos exclusivos. Facultades de ingeniería nuclear, cátedras de acceso restringido, que ni en los libros aparecían, a veces en ciudades con estaciones de ferrocarril por las que los trenes pasaban de largo sin detenerse. Pero, en cualquier caso, siempre bajo la pupìla atenta de los funcionarios de la respectiva embajada cubana. Y no les dejaban pasar una. Había que informar acerca de todo y todos, sobre todo de los extranjeros que procuraban su amistad, con número de pasaporte incluido. Verdad de Dios.

Tan rígido, tan estúpido, tan de la guerra fría, y de la ridícula isla era todo, que hubo quién fue expulsado, “regresado a Cuba”, se decía, tan solo por haberse templado a una latinoamericana. Así de grave era el asunto.

Los ingenieros nucleares regresaron a Cuba, los que lo hicieron, más o menos en la misma época que los ingenieros en Metro. Y allá los esperaba algo que se llamaba Programa Nuclear Cubano, y Juraguá, afortunadamente, en caminos de no terminarse de construir jamás. Y, por supuesto, Fidel Castro Diaz-Balart.

Y así, entre lugares de consolación, como el Centro de Aplicaciones Tecnológicas y Desarrollo Nuclear (CEADEN), y la migración, la élite de mi generación, sus mejores, fue encontrando lugar para sus frustraciones.

Metros que no fueron, centrales nucleares que no se terminaron. 

Una economía ficticia e inoperante.

Una nación dividida, un gobierno inepto.

Gobierno que creó un país que nunca llegó, ni ha llegado, a ser nada por sí mismo, que siempre ha dependido de otro que lo sostenga y le permita existir.

Frustración sobre frustración, lo que parece ser, en cualquier época, los ladrillos de la nación cubana contemporánea.

martes, 12 de noviembre de 2013

The Cool Communist

O mejor, llamémosle el cécé, el CC, vamos, sucintamente.

Yo conocí un montón de CC. Eran fáciles de reconocer. Primero, por el aspecto.

El CC vestía invariablemente camisita de cuadros. Y, en casos extremos, una chaquetica de cuero negro. En el trópico.

Eran algo común las salas de reuniones, en donde las ventanas estaban tapiadas, para evitar que el aire acondicionado de 18 grados centígrados se contaminara con el aliento de dragón del mediodía cubano. Dichas ventanas, por demás, ni siquiera se veían: estaban ocultas por espesas cortinas polvorientas, para impedir que la luz de espanto de ese nuestro sol nuclear, huérfano de nubes, diluyera el suave tono de las lámparas fluorescentes.

En algun momento pensé que ese ambiente estaba creado ex-profeso para propiciar el poder de concentración de nuestros líderes, el pensamiento creador, pero, visto el desastre, el único resultado notable han sido esas caras con ese color cetrino, malsano, que adquiere el rostro de los blancos iberoamericanos puestos a la sombra.

Entonces uno comenzaba a relajarse, a disfrutar de aquel aire bendito en aquella sala protegida de todo mal cuando, intempestivamente, el CC hacía su entrada. Invariablemente, el rostro era el de un hombre ocupado, ceñudo, que hacía un gesto apenas insinuado de saludo general, a lo alfombra roja, y que vestía, por supuesto, la chaquetica de cuero negro.

Yo creía saber de donde salían las chaqueticas.

Lo supe cuando, antes de irme a estudiar al extranjero, recibí una autorización especial, junto con todos los demás estudiantes, para ir a comprar a una mítica tienda en Centro Habana donde, siguiendo una breve lista, se podía comprar ropa de salir, no que fuera uno a parecer un indigente cuando hiciera escala en Barajas, en nuestro camino al Segundo Mundo.

Entonces, pues a comprar algun pulóver, un par de calzoncillos, medias, una maleta de viaje, un traje y zapatos. Y allí estaba también la chaquetica. Pero tuve la mala suerte de que la talla disponible en ese momento fuera adecuada solamente para la complexión y estatura de un niño de sexto grado, o de un hobbit, tipo el Comandante Guillermo García (aunque este parezca mas troll que hobbit).

Por ese fatídico azar de las tallas perdí entonces la oportunidad de parecer un CC, y todo lo que pude comprar fue un espantoso traje del color de los frijoles colorados hechos puré.

Por cierto, esa tradición de la ropa de salir es un elemento folclórico bien arraigado en nuestra cultura. Mi madre y mis hermanas, por ejemplo, siempre tenían un bloomer nuevo listo para el momento de visitar al médico.

El olor de los CC también era peculiar. Olían a algo donde estaban mezclados vapores de gasolina, sudor agrio, y vestigios de alguna colonia o desodorante de tufo barato.

Un ex-colega, ex-sindicatero, ex-sindicaloso, y ciertamente muy escandaloso, más recientemente radicado en Miami, tuvo la oportunidad de estar lo suficientemente cerca del mesiánico en jefe como para después contarle a quién quisiera, y quién no quisiera escucharlo, que este olía a talco Bebito. Pero eso no debe sorprender a nadie: el mésia no es cool, nunca lo fue, y ahora mucho menos, cuando seguro que debe oler a alcanfor e impotencia.

El CC entonces se mueve apresuradamante y se sienta a la mesa donde quizás ya hay sentadas dos o tres personas. Le palmea el hombro a alguien, se quita el reloj, lo manipula breve y habilmente, y lo coloca sobre la mesa, la esfera ahora recostada a la manilla como si fuera un minúsculo despertador, dejando claro que su tiempo es precioso y preciado, que otra reunión aguarda y que, entonces, compañeros, vamos a comenzar.

Pero hay un elemento que, si alguien no está mirando en su dirección, u oliendo el vaho de un CC, aun permite que este sea identificado fácilmente: la fraseología.

Mira, cuadro...”
Déjenme dejar claro aquí la posición de nuestro gobierno...”
La tibieza, compañeros, la tibieza...”
Estos no son tiempos de...”
Este no es el marco adecuado para...”
Este no es el momento para...”
...las más alta instancia del Partido y el gobierno...”
nuestra patria, compañeros...”
la revolución demanda, compañeros...”
el sacrificio necesario y la entrega, compañeros...”
Nuestros cuadros y dirigentes, compañeros...”
Nuestro comandante en jefe...”
¡¡¡Compaaaañeeeros!!!”

Y sigue un puñetazo en la mesa, que hace que el cuidadosamente colocado reloj se desmorone.

Pero los CC también son capaces de mostrar sosiego y cordura. Para eso hay palabras o frases altamente especializadas, que deben destacar, además, el alto grado de información, refinamiento y la agudeza de ingenio de un CC.

Decir dazibao, por ejemplo, para referirse a un documento largo y espeso.

O ukase, como la orden que hayan recibido.

O globalización, o FMI, o el Imperio, o Mossad, o Rolex Oyster, o inmadurez política.

Y todo eso, dicho entonces con un esbozo de sonrisa oblicua, condescendiente, dando por sentado que uno no tiene idea de lo que está escuchando porque, vamos, eso es cosa de élites. Os digo, los CC son gente muy peculiar.

Si alguien ha tenido la oportunidad de visitar la oficina de un CC, sabe que una foto de Fidel, o de otro comandante favorito, va a estar allí, formando justamente una línea de tres puntos con el ocupante de la oficina y el visitante.

En casos afortunados, el propio CC también estará en la foto, mirando al comandante con el mismo arrobamiento con el que yo miro una teta. Es incluso posible que tenga el brazo del prócer echado sobre el hombro, o que el CC haya tenido la increíble oportunidad de poner su mano sobre el abdómen o el brazo de su ídolo, con delicadeza y familiaridad, arrebatado, extasiado. Ya se sabe, como si se agarrara una teta.

En su casa probablemente el CC tenga una copia de la foto. En la mejor pared de la sala, presidiendo reuniones y convites, justo a un lado de un mueble sobre el que destacarían, entre vasitos con removedores de cocteles y otras botellas de licor vacías, una inmensa botella de Fundador o de Terry Malla Dorada, montadas en un soporte de alambre.

O, como alguien me dijo alguna vez, cuando aun yo sólo conocía de rones y destilados caseros: “Viste, tenía una botella de cuvasié...”, “ ¿Y eso qué es?”, “Oye, estás atrás... ¡Tremendo güisqui, compadre...!”

En fin, curioso especímen el CC. Todo un subproducto de la construcción del socialismo y la forja del hombre nuevo. Pero se quedaron y quedan sólo en eso, en subproducto, en otra cosa más de la cual deshacerse en cuanto haya oportunidad.

Y por supuesto, que cool no son, mucho menos Cool Communist, porque no existe tal cosa. Pero CC se puede mantener. Cosa Curiosa. Caso Curioso. Cara de Coco.

O Cara de Culo.

Eso. CC les queda bien.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Lo posible de lo increíble

Y entonces llega ese día, en la Cuba que viene, en que va a haber plena libertad de expresión, y de todo tipo.

Entonces ciudadanos, periodistas y políticos aprenden como es ese maravilloso asunto de hablar, o callar, sólo porque uno tiene el derecho a hacerlo, y no por miedos.

Entonces alguien, por pura curiosidad, tan sólo porque ya puede hacerlo, decide preguntar a los que prohibieron, a los que censuraron, a los que proscribieron las salas 3D, a los que tiraron huevos, a los chivatos, a los que gritaron “Machete, que son poquitas”, a los que miraron a otra parte, a los que robaron, a los que derribaron las avionetas, a los que hundieron el remolcador, a todos ellos, alguien les va a preguntar:

"¿Por qué lo hicieron?"

Y ellos, con una sonrisa y un gesto campechano, van a responder:

"Pa´quehtosecayeramahrápido..."

domingo, 10 de noviembre de 2013

Los tontos iracundos o "Vamoh a darle candela a toesto aqui..."

Este asunto de venezolanos ignorantes e hijos de puta que andan quemando banderas cubanas me resulta muy desagradable.

Por cierto, me pregunto que sentirían los americanos al ver aquellos actos en Cuba donde se quemaban, además de banderas de EEUU, efigies de presidentes de este país.


Puntos de vista

"Un carro es para que te mueva de un lugar a otro y, mientras esté funcionando, no veo la necesidad de andar cambiando de carro cada tres o cuatro años...."

"Es como con los zapatos..."

"¿Qué?"

"Los zapatos, lo mismo sucede con los zapatos..."

"Eso es muy diferente..."

viernes, 8 de noviembre de 2013

La Ciudad Oscura

La primera vez que visité Cuba, después de haber emigrado, el impacto fue tal que casi me deprimí.

Al regreso de la visita, pues esta fue la primera vez que me senté a escribir, pues de alguna manera tenía que hacer catarsis, y hablar no me bastaba. Fue antes del blog, antes de Facebook, de Twitter; los blogs ni siquieran eran relevantes por esa época, o no existían, no sé. Debe haber sido por el año 2001.

En fin, esto fue lo que escribí:

...........................................................................................

Bienvenido, entonces, a la Ciudad Oscura.

Lóbrega y opresiva de noche, deprimente en el día.

El auto que manejo, a escasos 40 km/hora, se sacude y hace sonar todas sus junturas y tornillos que se van aflojando al son de los baches. Hay muchos baches en la Ciudad Oscura. Tantos, que no entiendo porque tanta insistencia en regular la velocidad del tránsito; los baches se encargan de ello con amplia ventaja sobre los numerosos policías. Y hay muchos policías, pero hay más baches, y algunos merecen nombre, los baches, quiero decir. Este, seco,  parece un cráter, mientras que el que sigue, inundado de agua, semeja una laguna en la cual se podría perder un estrambótico Fiat Polaco.

Bordeo entonces las traicioneras fosas, subiendo el carro a la acera, entre las protestas de la torturada suspensión y las increpaciones de unos adolescentes que ven interrumpido su juego con trompos. Lo que me gritan es casi ininteligible, un argot contemporáneo pronunciado con el acento de un español habanero que involuciona inexorablemente, pero puedo inferir de que se trata. Los saludo con un apresurado ademán, mientras regreso el auto a la maltrecha calle, con el cuidado de un anciano que baja una escalera. Al pasar por encima del contén escucho un chirrido metálico. Un pequeño tributo que le cobra al chasis del auto la Ciudad Oscura por andar esquivando sus  baches.

Hay humo, mucho humo en las calles. Me sigo moviendo, casi a trompicones, cuando de pronto el frente del carro estalla en luz. Está cayendo el sol, con ese amarillo quemante de la tarde del trópico. Y entre el humo, y el sol en los ojos, adivino la calle que no veo para no terminar empotrado en un portal de alguna ya de por sí ruinosa casa.

Y hoy, además, es día de elecciones de diputados a la Asamblea Nacional.

Del radio salen constantemente reportes acerca de lo exitoso del proceso electoral, porcentajes de asistencia por encima del 99% , masividad, el pueblo en pleno, qué entusiasmo. Los reportajes son interrumpidos a ratos por spots alegóricos, instando a votar temprano. Uno de ellos llama particularmente mi atención.

Un locutor de Radio Rebelde, con una voz exaltada, pero que guarda un toque de solemnidad, declama sobre un fondo de música triunfalista: “Todos a votar por el futuro de la Patria y de la Humanidad”.

Inevitablemente pienso, por vez enésima, que los cubanos somos geocéntricos desde nuestras más remotas raíces. Basta con, digamos, Martí. “Un error en Cuba, un error en América, es un error en la Humanidad entera”. Pero a Martí se le perdona. Martí, además de tremendista y dramático, era romántico y valiente. Pero la frase del locutor de Radio Rebelde hace que, perplejo, mientras sorteo bicicletas, baches y transeúntes, me rasque la frente.

Porque, si bien me queda claro que el futuro de la Patria se vislumbra desastroso, me resulta difícil imaginar a una Humanidad que, aguantando la respiración, emocionada, espere el ridículamente predecible resultado de la votación en Cuba.

De repente, una musiquita trepidante se deja escuchar en el radio. “Allá va eso, la Mesa Redonda…”, dice mi acompañante. De eso había oído hablar, pero aun no me había tocado en vivo y en directo. Sin embargo, inmediatamente, con facilidad, se le toma el pulso al programa.

El tema del programa no es lo fundamental, sino el tono: aleccionador, seguro, definitivo.
La conversación, que por momentos parece monólogo, está salpicada de términos de moda, probablemente enigmáticos para el cubano de a pie: neoliberalismo, globalización, FMI, Banco Mundial.

Llueven los razonamientos sólidos, las frases precisas y conocedoras. De pronto, me percato de que esta gente parece tener diagnosticados todos los problemas, y elaboradas las correspondientes soluciones. Parecería que entonces el meollo del asunto sólo está en aplicar esas soluciones, una vez estén dadas las condiciones objetivas, y bajo control las subjetivas, para finalmente entonces convertir a Cuba, de una vez y por todas, en el país más próspero del planeta que haya existido desde el inicio de los tiempos, por siempre y para siempre. Como no.

El Noticiero Nacional de Televisión me sorprende en medio de mi visita a unos amigos. Me sorprende más que los anfitriones revisan de reojo, de soslayo, lo que sucede en el televisor, y eso me hace sentir un poco incómodo, inoportuno. Para atenuar el impacto, decido entonces sumarme a la contemplación  del NTV.

Este es sencillo.

Fidel, en no sé que acto político, y la verborrea de turno, lo cual me hace cerrar los ojos con resignación y suspirar discretamente. Le sigue un fragmento de un discurso de Hugo Chávez al final del cual el locutor del noticiero nos comunica con entusiasmo que el discurso completo del Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, será trasmitido a las seis de la tarde al día siguiente. A estas alturas ya tengo los ojos abiertos como platos y, con cierta incredulidad, señalando hacia el televisor, le pregunto al anfitrión: “Oye, ¿ese hombre dijo que van a poner el discurso de Chávez?... “, “Ah, sí… a cada rato ponen uno…”, me responden y en ese momento, sin que me de tiempo para decir lo que se me agolpa en la garganta, aparece el tercer tema de esa noche en el NTV: Lula en no se qué evento izquierdista en Brasil; unos cubanos despotricando acerca de la globalización en el mismo evento, y le siguen las noticias internacionales: revueltas, protestas, catástrofes sociales y hecatombes económicas en todo el mundo, que evidentemente está jodidísimo, coño, que suerte la de vivir en Cuba, parece ser el mensaje explícito.

Misericordiosamente, aparece finalmente el reporte sobre el estado del tiempo el cual, como es sabido, es tema de preocupación nacional. Y en eso se acabó el noticiero. Me despido, me subo al carro y empiezo a hablar sólo, ahuyentando el mal sabor con elaboradas imprecaciones y malas palabras que se me han ido acumulando.

Ya cayó la noche y los portales, desdibujados, sólo se adivinan. Sombras en ellos, gente que va a quién sabe adonde. La desesperanza se puede agarrar con la mano. El Parque de la Fraternidad me recibe con más tinieblas de las que una ciudad debe soportar. En medio de esa oscuridad, casi sólida, se mueven autos, cocotaxis, almendrones, y hasta algún que otro ciclista suicida. Sigue la Calzada de Monte, un túnel de miserias, de paredes tristes, grises, negras, heridas por guardavecinos herrumbrosos y precarios balcones en ruinas.

Belascoaín, es una ruta tortuosa y maltrecha.

Iluminado apenas por la luz malicienta de un esporádico farol, un anciano camina por la acera que bordea el Mercado de Cuatro Caminos. Viste una camisa de color indefinible y unos pantalones beige, en los que destaca un remiendo oscuro en el muslo. Los pantalones  apenas le llegan al tobillo, dejándo ver la delgada pierna. Sin medias, calza unos tenis remendados y manchados. De su mano derecha cuelga una jaba, de nailon tejido y con asas de una tela a cuadros.

Avanza despacio, abandonando por momentos la seguridad de la acera que, en ese lugar, además de ser muy estrecha, se ve interrumpida por un poste de electricidad. El anciano baja a la calle con descuido, no parece importarle la amenaza de un auto o bicicleta. Arrastra ligeramente los pies y su mirada, a tono con su espalda encorvada, mira hacia el suelo un par de metros por delante. Después de avanzar un corto tramo regresa a la acera, y entonces es casi derribado por dos hombres que vienen conversando a gritos, interrumpiéndose mutuamente, gesticulando con amplios ademanes.

Uno de ellos tropieza con el frágil cuerpo, percatándose apenas de la presencia del anciano, al que mira de lado, burlón, mientras le grita, “Oye puro, mire por donde camina, consorte…”, y se apresura a alcanzar a su compañero, retomando la gritería casi sin pausas. El anciano sigue su camino, arrastrando los pies, en silencio.

De nuevo llego a otra encrucijada de tinieblas, Vía Blanca y 10 de Octubre.

La mortecina luz roja del semáforo me detiene. Alguien en la mañana (tan lejana parece a esta hora de desolación) me comentó que habían cambiado las bombillas de los semáforos por otras de menor potencia. Para ahorrar energía, me dijo. El resultado es una señal lumínica agonizante que en la noche trata de abrirse paso entre toda esa oscuridad oscuridad y que, por el día, simplemente no se ve. Tremenda mierda.

Sigo a lo largo de Vía Blanca, sorteando en la oscuridad los mismos baches, humeantes camiones y asmáticos carros rusos, cuando me sorprende un manchón de luz a mi izquierda. Atisbo a duras penas, en el borde del oasis de luz, un letrero que anuncia un Rápido, y una tienda Panamericana. “Coño, tengo que comprar cigarros…”, me acuerdo en ese momento, y me permito una infracción que a nadie molesta en la calle semidesierta. Doy vuelta en U, y entro a una cochambrosa calle lateral que da acceso al lugar.

Parqueo el carro al lado de unos maltrechos y hediondos tanques de basura. A mi izquierda, ya afuera del alcance de la luz, vociferan unos muchachos, casi todos en shorts, camisetas y descomunales zapatos deportivos de pésimo gusto. Un par de hombres, recostados en la cerca de mallas que circunda el lugar, beben cervezas y me observan con indiferencia. Otros, mas allá, me miran, me valoran, aquilatando a ese tipo blancuzo, que a las diez de la noche anda por la Ciudad Oscura, en bermudas de mezclilla, un par de tenis “que-se-ve-que-son-de-afuera”, como dijera una vecina, y con una discreta pero brillante cadena de oro y en fin, con tipo-de-yuma (la vecina de nuevo), manejando un carrito de turistas, y que se baja en aquel tugurio, ubicado en el borde del otrora bello y ahora demacrado barrio de Santos Suárez.

Una edificación de planchas metálicas da cobijo a una especie de cafetería de estos tiempos. Una sudorosa mujer, embutida en una blusa blanca con sobacos amarillentos, se ve atareada detrás de un estrecho mostrador. A su espalda un refrigerador deja ver a través de la puerta transparente cervezas y refrescos de un par de marcas nacionales.

Hay unas seis o siete mesas, con cuatro sillas cada una, de plástico blanco, manchadas por el uso y el maltrato. Algunas están ocupadas; una pareja de ojos cansados, tres hombres que conversan en inusual voz baja, y que beben cerveza con manos que brillan por la grasa de los pollos fritos.

En una mesa más alejada se sienta un hombre de mediana edad, apoltronado en su silla, y con aspecto de estar muy satisfecho de sí mismo. Hace unas señas a un muchacho, que es a todas luces retrasado mental, y le entrega dinero para que le traiga una cerveza. La encargada del lugar levanta la vista brevemente, inquisitiva, en dirección al hombre satisfecho. Este le responde con un gesto que pretende ser magnánimo, y la mujer le entrega al muchacho una cerveza Cristal sin darle el vuelto.

El muchacho corre torpemente hacia la mesa del hombre satisfecho, y le coloca la cerveza enfrente. El hombre satisfecho le da un billete de un dólar, y el muchacho mira el dinero con la boca entreabierta, mientras esboza un rictus que quiere ser una sonrisa, y una espesa gota de saliva le asoma a la comisura de los labios.

Entonces el hombre satisfecho hace girar la lata de cerveza entre sus dedos, sin levantarla de la mesa, en gesto maquinal, y pasea la mirada por el lugar, como buscando el eco de la impresión que su proceder generoso debió dejar en los demás parroquianos. Pero nadie le está prestando atención.

El lugar está iluminado por unas cuantas lámparas de luz fría. La más alejada del mostrador, defectuosa, parpadea con regularidad.

Todas las lámparas tienen algo en común: están cubiertas por moscas, que a esas horas de la noche están ahítas. En los espacios que no ocupan las moscas se advierten las numerosas cagadas con que han tapizado los focos, antes blancos y transparentes, y que nadie se ha preocupado en limpiar, quizás nunca. La luz que se logra filtrar a través de toda esa mugre ilumina un piso de cemento sin pulir, cubierto de colillas de cigarros, papeles, bandejas y cubiertos de plástico y algún que otro vaso. Todo ello pisoteado y amalgamado con el polvo gris plomo de la Ciudad Oscura.

La encargada del lugar termina de atender a la persona que había llegado antes que yo. Me aproximo para realizar mi pedido, cuando el muchacho retrasado irrumpe por mi lado, mientras se limpia la baba que le corre por el mentón con el dorso de la mano derecha. Al bajar el brazo, con un movimiento brusco, hace que su húmeda mano pase rozando la mía, muy cerca. O al menos lo suficientemente cerca como para dejar un frío y viscoso hilo de saliva enredado en los vellos de mi brazo. Mientras que aguanto la respiración y miro con cierta incredulidad el trazo brilloso que ahora ostento, el muchacho deja caer los brazos en el mostrador, la boca entreabierta y la cabeza balanceándose con cierta cadencia. Pide con frases entrecortadas algo de tomar y comer, mientras yo pregunto por un baño. La mujer, sin pronunciar palabra, me señala con un movimiento del mentón hacia algún lugar a su izquierda.

Lo encuentro en la penumbra, adonde me conduce el inconfundible hedor amoniacal. Como puedo me limpio el brazo, y regreso al mostrador. Pido los cigarros, y unas maltas. La mujer escucha sin levantar la vista de un dinero que está contando.

De pronto, alarga la mano, toma una caja de cigarros, la tira en el mostrador con gesto habitual y, mientras me las ingenio para interceptarla en su trayectoria y evitar que siga resbalando y caiga al piso, me dice: ” ¿Cuantas maltas, mijito? , “Seis, por favor…”. La mujer abre una de las neveras, saca las maltas y las coloca delante de mi.

Entonces, apoyando ambas manos en el borde del mostrador, me dice el precio. Le doy el dinero, y le pregunto que si por favor no tendrá una bolsa de plástico para meter las maltas. Ella, que ya de nuevo está manipulando el dinero, levanta la vista brevemente y dice “Una qué..?”, y por su expresión parecería que le pedí los aretes que le faltan a la Luna. “Una jabita…”, le digo, y ella mete la mano debajo del mostrador, y saca una caja de cartón y la pone junto a las maltas.

Acomodo las latas en la caja, tomo el vuelto, agradezco con una sonrisa, y camino hacia la salida. Lo último que veo es la mesa del hombre satisfecho, al cual en el ínterín se unió un tipo de ojos enrojecidos, que viste un short sucio, un pulóver con algún letrero en ingles, y unas chancletas plásticas, de las que asoman unos dedos percudidos.

En la mesa aledaña, el muchacho retrasado devora un perro caliente, que acompaña con un refresco. Fragmentos informes de comida masticada escapan de su boca, mientras ríe desaforadamente de los comentarios de contenido sexual que hacen el hombre satisfecho y el de los ojos rojos.

Noche ésta de un día largo. Cansado, transito lentamente por calles que parecen acabadas de bombardear. Llego a mi casa y, mientras cierro el carro, veo por el rabillo del ojo una figura que sale furtivamente de un zaguán en penumbras. El hombre trae la mano derecha oculta bajo la chaqueta gris que viste, y con la mano izquierda aparta la solapa con sigilo: ”Dime Flaco, carne de res, a dos dólares la libra…”, dice mientras me muestra lo que trae bajo la chaqueta: una pieza de carne colgada de un gancho.

Cojones compadre, no hagas más eso, que me va a dar un infarto…”, le digo aliviado a este amigo con el que jugaba en mi infancia, y que ahora trabaja en un frigorífico, “Entra pa´la casa, a ver como es la cosa”. Termino la transacción, despido al amigo que de niño traficaba bolas de vidrio y que ahora lo hace con carne robada, me dejo caer en una butaca, y logro sonreí a mis padres, que han observado en silencio todo ese tiempo.

Baño tibio, y esa comida de sabor tan especial, y entonces mi hermano me pregunta, mirándome fijamente: “Oye, ¿tú no sientes la sensación esa de los cubanos que viven en el extranjero y vienen de visita, de que están locos por volverse a ir…?” Suspiro disimuladamente, y lo miro a los ojos mientras le digo, intentando una sonrisa: “No brother, aquí está mi familia, esta es mi casa…”


Enciendo un cigarro, mientras cambio la vista y miro más allá de la terraza, hacia la Ciudad Oscura y, sintiéndome culpable por mentirle a mi hermano, cuento mentalmente cuantos días me faltan para regresar a la Luz.  

Barrios y otros lugares

Hubo un intercambio de disparos, y alguien resultó herido.

Sucedió el sábado, en mi pequeña ciudad.

Sucedió justo junto a un parque infantil, al cual algunas veces hemos llevado a mi hijo a que juegue, mientras nosotros aprovechamos para disfrutar de la vista del mar y la bahía.

A un lado de ese parque comienza además un paseo que se extiende a lo largo de un buen tramo de la costa, con atracaderos privados que pertenecen a los que viven en las casas magníficas que bordean la pintoresca calle, con terrazas y jardines que se abren al mar.

Al otro lado del parque infantil, a un par de cuadras de las casas magníficas, hay un conjunto de edificaciones de diseño monótono y poco atractivo, pequeños apartamentos y casitas amontonadas, flanqueadas por una línea de tren y un templo bautista. Es lo que llaman public housing, o también Section 8: las viviendas que el gobierno le proporciona a las familias de bajos ingresos, con rentas subsidiadas, sin gravámenes de ningún tipo.

De ese lado tuvo lugar el tiroteo.

Esas cosas no suceden en mi ciudad, han dicho indignados vecinos, qué está haciendo la policía, por qué no patrullan en ese lugar, what the fuck is going on, no debería haber public housing en nuestra ciudad, fuck the goverment, y se detienen justo antes de decir algo políticamente incorrecto acerca de los que habitan en el plan 8, que son mayormente negros e hispanos.

Cuando nosotros llegamos a EEUU nos resultó curiosa esa alternancia de barrio bajo y barrio residencial que se puede encontrar por todos estos lados.

Zonas con casas que valen un buen millón de dólares colindan con barrios en donde predominan inmigrantes, o con guettos, o con secciones 8. Quizás el megaejemplo, extremo, sería Manhattan, con Harlem y el Bronx justo en la zona norte del Central Park, o los “projects” de Brooklyn a un tiro de piedra, cruzando el East River. Rough neighborhoods, me decía un amigo que vivía por la zona.

Y, al parecer, es obligatorio para ciudades, villas y villorios incluir una zona de public housing en su territorio. Véase qué dice el estado de Nueva York sobre este plan:

"Section 8, also known as the Housing Choice Voucher Program, provides funding for rent subsidies for eligible low-income families for decent, safe, and affordable housing. Families can select housing within a neighborhood of their choice."

Es decir, dicho en cubano contemporáneo, coge tu pobre aquí. Y parece ser una buena intención.

Desde el punto de vista de la administración pública, es perfectamente entendible que se quieran desconcentrar a las familias de bajos ingresos,  repartirlas equitativamente entre todos los barrios y ciudades. Es razonable, piensa el gobierno, y parece haber mucho sentido común en ello.

Pareciera, además, que haya al menos dos propósitos en esa repartición: tratar de “diluir” un modus vivendi inherente a muchas de las familias y personas de “bajos ingresos”, al ponerlas en contacto con otro tipo de comunidad y, por otro lado, disminuir la carga financiera y social que representaría administrar una comunidad compuesta solamente por personas pobres. Detroit es quizás el más drástico ejemplo.

Sólo hay que imaginar que sucedería, en una comunidad de ese tipo, con el distrito escolar, el hospital local, la policía, los negocios locales, el transporte público o el valor de los bienes raíces. O con la tasa de criminalidad.

Sin embargo, para los residentes de clase media, que han escogido vivir en una comunidad por la calidad de vida que ello representa para su familia, no hay mucho sentido común en convivir con un plan 8, ni es muy deseable que algo así suceda.

Estas personas de clase media se establecen en una comunidad porque hay allí un buen distrito escolar, porque no hay necesidad de enrejar las ventanas, porque es seguro salir a caminar y disfrutar el fresco de la noche, porque sus casas valen cientos de miles de dólares, y es preciso que ese valor se mantenga, o crezca, y porque el parque infantil es el lugar seguro y adecuado para sus hijos.

Estas personas de clase media no son ni remotamente ricas: dependen de un salario, o de pequeños negocios, y tienen que trabajar para mantener su estatus, nadie les regala nada. Y, en última instancia, es con sus impuestos con los que se pagan los public housing. La clase media, entonces, si bien entiende que haya personas de “bajos ingresos”, no concibe por qué esos “pobres” no hacen algo para mejorar sus vidas, y dejar de depender del gobierno. Y de los impuestos. Y que puedan, consecuentemente, hacerse cargo entonces de sus propias comunidades.

Es en este marco donde ha aparecido, sutilmente, adornado, azucarado, blandiendo banderitas de progreso y real estate, lo que han dado en llamar proceso de “gentrification”. 

Y abunda el Merriam-Webster acerca de eso:

"(gentrification is) the process of renewal and rebuilding accompanying the influx of middle-class or affluent people into deteriorating areas that often displaces poorer residents"

Gentrification, que viene de gentry (burgués, gentilhombre, noble o aristócrata), que es el antónimo de proletario.

La gentrification entonces no es más que el “saneamiento” de los barrios, usando para ello el aumento de las rentas y los precios, lo que hace que las personas de bajos ingresos se desplacen a comunidades más baratas, desocupando las casas y edificios que ocupaban en la comunidad "gentrificada". Una vez eso sucede, en el barrio, ya libre de pobres, se construyen condominios y centros comerciales destinados a la clase media, que se apresura a mudarse a estos supuestos nichos de bienestar.

Hasta que de nuevo el gobierno dice “proletarios de todos los barrios, uníos”, y llega el plan 8, y hay un tiroteo un sábado por la noche.

Pero este asunto no es ni remotamente exclusivo de cerdos capitalistas. De hecho, conozco un caso que me da más pena. Por supuesto, mi Habana.

En mi Habana hubo, y hay, una marcada segregación entre los que pueden y los que no pueden.

En La Habana hay comunidades exclusivas y barrios populares. La Lisa y San Agustín colindan con Siboney, La Corbata se llama Polo científico del Oeste, y Buenavista acordona a Miramar.

Por otra parte Santos Suárez, la Víbora, el Casino, pasaron de ser tranquilos barrios de familias de clase media a lo que hoy parecen: barrios postapocalípticos.

Y no hay gentrification que funcione en ese caso, entre otras cosas, quizás, porque andamos escasos de gentilhombres.

Pero tenemos, por supuesto, el otro lado de la historia también. Nuevo Vedado, Siboney y Miramar, que fueron construidos por y para la clase media y alta, fueron confiscados por los que poseen Cuba.

Para esos usurpadores, nuestros provincianos y socialistas aristócratas, no hay plan 8, vade retro. Impensable un edificio de microbrigadas lleno de negros en la desembocadura del Almendares. Sólo les bastó con bautizar a esos sus lugares, en su momento, con el refrescante nombre de “zonas congeladas”. Los demás, proletarios, partidarios, opositores, negros o blancos, que se vayan a la mierda con el resto de la isla. 

Sencillo.

Y en fin, que ya no voy a volver a llevar a mi hijo a ese parque...

jueves, 7 de noviembre de 2013

Anomalías

Según el señor (compañero, para sus allegados) que responde en esta entrevista, los cubanos en Cuba gastan entre el 70 y 90% del salario en alimentos.

Por otro lado, en EEUU, o en México, se supone que no se debe gastar más del 30% de los ingresos en renta o se cae en crisis financiera personal.

Veamos, sin embargo, esta tabla, donde se describen a grandes rasgos los gastos en EEUU, agrupados, pero por supuesto, por razas y etnias:

Shares of average annual expenditures on selected major components by
ethnicity and race, 2012
_____________________________________________________________________________
                               Hispanic        Black or        White and all
 Item                             or      African-American,    other races,
                               Latino       non-Hispanic       non-Hispanic
-----------------------------------------------------------------------------
Housing                          35.6               37.3               32.0
Transportation                   19.7               17.5               17.2
Food                             15.5               12.1               12.6
Health care                       4.5                5.2                7.4
Entertainment                     3.8                4.0                5.4
Cash contributions                1.9                3.5                4.0
_____________________________________________________________________________ 

Asombra ver entonces que a estas alturas el alimento siga siendo, pero por mucho, el principal problema de la familia cubana.

Y asusta pensar que el inmovilismo, el cinismo, la ineficiencia, y la total falta de responsabilidad y previsión del gobierno cubano, no haya preparado en lo absoluto a los cubanos para la Cuba que viene, donde las responsabiliaddes financieras de las familias cubanas van a ser diferentes, pero también acuciantes.

LQQD

En el aula de mi hijo hay colgado en la pared un mapamundi “cabeza abajo”, y si alguien pregunta por qué, le responden: ¿por qué no?

La idea tras tal ingenioso reto es que hay lastres implícitos en los conceptos convencionales, y que hay que desprenderse de ellos.

No cuesta mucho trabajo intelectual percatarse de que norte o sur, arriba o abajo, son sólo cómodos referentes que los humanos usamos para encontrar nuestro camino en un universo fundamentalmente caótico. Todos dicen que la Luna está allá arriba, cuando simplemente está ahí.

Es maravilloso que la escuela se haya percatado de la importancia de lo que algunos llaman pensamiento lateral (lateral thinking), como antítesis del pensamiento dogmático y convencional, y yo me siento muy satisfecho con ello.

Y escribo este texto motivado no tanto por esta imágen de Cuba “cabeza abajo” que ha colgado (je, je) Rolando Pulido en FB, donde comenté algo parecido a lo que aquí escribo, sino por un par de comentarios que allí aparecen, y aquí reproduzco:
........................

“ Porque el norte esta para arriba por lo tanto tienes que poner el mapa con el norte para arriba esto no es Fisica que los objetos se ven segun el lugar que ocupan en el espacio esto es Geografia por lo tanto este mapa esta mal puesto”

“Si yo entro al aula de mi hijo y veo un mapa colgado al revés, busco una buena explicación sobre eso porque yo no mando a mi hijo a la escuela para que camine con la cabeza, yo lo mando para que se mantenga caminando con los pies y use la cabeza para pensar y aprender. Pulido puso el mapa al revés, pero él es adulto y no se va a confundir, pero los niños y jóvenes, sí. “


..........................

Ergo, LQQD.

Esto te pone la cabeza mala

Tú eres cubano...”

!!!”

A mí me gusta la timba...”

¡?”

De Perú, soy de Perú...”

!!!???”

Pues allá eso es lo que se oye, más que la salsa. La Charanga Habanera, Mayimbe, toda esa gente... Los grupos de timba cubana van, y muchos músicos se quedan, y han formado grupos, tocan en clubes y en los barrios...”

¿?”

Aquí yo voy a bailar timba a New Jersey, Mayimbe toca allí a cada rato... Y quiero ir a Cuba, o a Miami, quiero casarme con una cubana. ¿Cuanto costaría un mes de vacaciones en Cuba?...”

...”

Carajo... Pues entonces Miami, algun día...”

¿?”

...¿Médico de la Salsa? No, no lo conozco... Pero conozco a Michel Maza, que es hijo de una cantante cubana, y que estuvo preso en Perú por mariguanero, era cantante de La Charanga, chamaco de barrio, siempre parado en la esquina, y después empezó a fumar pasta, eso es mas serio, y se metió en problemas, y ….”

.................

Y mientras el peruano timbero proseguía entusiasmado con el parte farandulero, yo pensaba, asombrado, cómo fue que Manolín se las arregló para no tener éxito fuera de Cuba....

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Religión

“Yo quiero ir a jugar a ese parque...”

“No puedes, mi amor, porque ese es un parque privado de la sinagoga, y sólo los niños judíos pueden usar el parque”

“¿Qué es la sinagoga?”

“Es un templo, como una iglesia, donde los judíos practican su religión”

“¿Qué es religión?”

“Es algo que muchas personas utilizan para explicar lo que no entienden”

“Yo quiero ser judío...”

martes, 5 de noviembre de 2013

Aliosha y sus demonios

Hoy amanecí con la noticia de que una buena amiga de la universidad ha muerto.

Aliosha, la muchacha esbelta, alta, de pelo oscuro y abundantes labios sensuales, casi groseros, pero que adornaban su sonrisa, su risa fácil, y su palabra amable, ha muerto.

“Vraj sa upila k smrti...”, dicen que bebió hasta morirse, me escribe su mejor amiga.

¿Cómo Aliosha, la alegre, la muchacha que sonreía mientras apartaba el empecinado mechón de pelo que insistía en cubrirle los ojos, se convirtió en una alcóholica suicida?

¿Qué encrucijadas son esas, de donde salen esos demonios que te llevan suave e inexorablemente de la mano?

Se fue, entonces, mi amiga. Se murió una desconocida. Se quedan los buenos recuerdos.

Un beso para ella. En los labios.

Nazdar, Aliosha.

lunes, 4 de noviembre de 2013

El hombre tibio

Después que Sabina, la cordura, y el necesario pragmatismo fueran dejando a Silvio Rodríguez sentado en una de las sillas que éste encontró en el camino, me quedaron sólo un par de sus canciones, y una decepción de espanto.

Y es que tuve yo la aburrida oportunidad de ver como se iba difuminando su halo de esperanza, cuando más lo necesitábamos.

Hasta que se apagó.

El hombre fue perdiendo colores, y cada día se fue volviendo más gris, fundiéndose con esos que antes apenas lo toleraban, y que, al final, acabaron por asimilarlo.

Así, de poeta a vocero, de trovador a personero, ahora es alguien al que no vale la pena escuchar cuando tiene algo que decir. Quizás cuando canta, por pura nostalgia, pero eso, tristemente, es todo.

Y, si alguien no lo creyera, léase pues esta última entrevista que ha publicado OnCuba, donde las preguntas son excelentes, y las respuestas dan pena...

sábado, 2 de noviembre de 2013

2D

Resulta difícil saber quién, o quienes, son las personas, tan grises, y definitivamente tan prescindibles, que toman las más raras e inexplicables decisiones en Cuba.

Cosas tan absurdamente extrañas, como llamarle cuentapropismo a la iniciativa privada, o asombrosamente ridículas, como declarar privatizable el uso de baños públicos, y valga la paradoja, o francamente enigmáticas, como prohibir (ah, les encanta prohibir) el cuentapropismo (je, je) usando juegos de video, o proyectando películas 3D.

Es entonces el regreso, por decreto, al 2D. Es la voz de mando que ordena abandonar lo tridimensional y volver a lo básico, a lo plano.


Plano, como la mente de esa gente gris.