martes, 4 de junio de 2013

Colores y tibores

Respetar los gustos y preferencias de cada cuál es lo que hace, en primer lugar, que el mercado sea tan diverso. Cosa buena para el capital, claro que sí.

Y casualmente, hoy en la mañana, comentaba sobre algo parecido con mi esposa, sobre la maravilla de las redes sociales y los fantásticos artilugios que poseemos, esos Iphones, Ipads y demás. Y sobre la masiva cantidad de bobería para la que son usadas tanto las redes como los artilugios.

¿Y qué?, me dice mi sabia esposa, si eso es lo que las personas prefieren, lo que los hace felices y lo que están dispuestos a pagar por hacer, pues adelante. Y tiene ella, por supuesto, toda la razón del mundo.

Casualmente también hoy leía un post que colgó Enrisco donde, de un plumazo, (o teclazo), colocó a Silvio Rodríguez, a su obra, y a sus seguidores, en el palco del mal gusto y lo cursi.

No le gusta a Enrisco Silvio Rodríguez, y he ahí un gusto y una preferencia a respetar. Pero hay un trecho largo entre decir “no me gusta” y decir ”los que gustan de lo que no me gusta son unos cheos”

Silvio Rodríguez es un tipo desagradable. Lo fue siempre, con toda esa arrogancia y altivez que casi es su marca de fábrica. Y por eso nunca estuve interesado en verlo, o en escucharlo hablar, pero sí en su música y sus textos, excelentes ambos en su mayoría. Crecí con eso, soñé con eso, y hay mucho que pudiera decir sobre ello, pero es realmente demasiado.

Hace tiempo, sin embargo, que ya no escucho a Silvio. Y no tiene que ver eso con que Silvio sea aun más desagradable en estos tiempos, o con que se haya convertido en el anti-Silvio, con que ya no sea el tipo que decía cosas diferentes y que parecían contestatarias, con que ya no sea, ni remotamente, el juglar que parecía siempre estar un paso adelante de la lobreguez de la cosa cotidiana en Cuba, con que ahora sólo sea un viejo abominable que parece calco de otros viejos, de los Castros y su gente.

Tiene que ver, solamente, con mis gustos y preferencias, las que disfruto en estos tiempos. Y no creo que ahora yo sea más o menos cursi de lo que alguna vez haya podido ser.

Pero aprovecho y dejo esta cosa simple por aquí, por si acaso.

Un día, junto al mar,
la más triste canción
oyó llorar a un alma su dolor,
y a por el alma fue
vibrando la tonada,
conmovida y gentil,
maravillada.

¿Qué pena lloras tú
-le dijo la canción-
que me has trocado en gracia el corazón?

¿De qué me sirve a mí
-le respondió un sollozo-
la virtud, si no tengo un canto hermoso?

Sospecho que hoy empiezo a ser canción.
Y tengo la impresión
de que seré tu sol
si logro ser tu canto.
Sospecho que hoy empiezo a ser canción,
si seco un llanto.

Un día, junto al mar,
un alma oyó su voz
y una tonada hallaba su razón.
Fue el día en que ocurrió
la verdad hechizada:
la melodía y el alma enamoradas.

El alma con canción
iluminó su hogar,
y la canción con alma echó a volar.
Desde entonces las dos
vivieron más despacio,
a pesar de su tiempo y de su espacio.

2 comentarios:

  1. Es una cosa que tiene que ver con el ego, creo yo. Hay quien necesita un montoncito de tierra para encaramarse y sentir que esta por encima del resto. Y los construye en su mente a puro golpe de voluntarismo.. Postura infeliz pero humana.

    ResponderEliminar
  2. Es una cosa que tiene que ver con el ego, creo yo. Hay quien necesita un montoncito de tierra para encaramarse y sentir que esta por encima del resto. Y los construye en su mente a puro golpe de voluntarismo.. Postura infeliz pero humana.

    ResponderEliminar