A mediados de los 90, en
México, conocí a una mujer que se declaraba sesentera, admiradora
de Robertico Robaina, ex-fumadora de marihuana y con debilidad por
ciertos productos cubanos. Entre ellos, Silvio Rodríguez.
Ella era una mujer triste.
Su colección de música
era sumamente ecléctica, e iba desde Los Folkloristas hasta los
Doors, pasando por Pablo, Silvio, Sabina, Serrat y Aute. Tuvimos
algunas jam sessions, escuchando a toda esa gente, y a muchos más,
de México, Suramérica, de donde quisieran venir. A petición mía
excluímos solamente a Aute, que creo que tiene un par de canciones
conocidas, y ninguna me gusta, una suerte de Vicente Feliú español
diría yo. Pero las sesiones resultaron en que mis gustos por la
música trova, tradicional y “alternativa”se ampliaron
considerablemente.
Estaba yo por entonces en
esa etapa del emigrante donde las cosas que toda mi vida había
ignorado, concientemente, en mi país, ahora me resultaban cercanas y
hasta queridas. Buena Vista Social Club y toda la música que antes
relacionaba a Palmas y Cañas, los frijoles negros, y una banderita
cubana colgada en el retrovisor del carro, ahora resultaban
imprescindibles en mi día a día.
Así, pasaron años,
amigos y yo, por múltiples cafés y antros donde tocaban bandas y
trovadores, en vivo, y siempre Silvio, o Pablo, o cualquiera de
ellos. México los ha cuidado, y aun los escucha como si fueran los
mismos de siempre. Y yo, que sólo miraba hacia adelante, pensaba
entonces que eran algo así como un legado impercedero, como la
amistad cubano-soviética. Y todo parecía siempre por siempre así,
sólo así, y nada más.
Un día en mi oficina una
alumna escuchó “El Breve espacio en que no estás” y me dijo que
qué bonita esa canción de Mijares. Después un sobrino me dijo que
no tenía la menor idea de quién eran los Beegees. Más tarde mis
hijas se decantaron por Sabina, Buena Fé y X Alfonso. Y de pronto,
en alguna parte, a mi música la comenzaron a llamar “los clásicos
de siempre”
Al día siguiente Pablo y
Silvio se habían convertido en dos ancianos. Uno, que se arrepiente
y flagela por pura decepción; otro, que traicionó a todos los
jovenes contestatarios que fuimos, somos y serán, y ahora es un
viejo de mierda con una mano tatuada.
Y a mí su música ya no
me suena igual, qué terrible. El corazón que parió la Era ya tiene
taquicardias, y el breve espacio está ocupado ahora por las ruinas
de lo que fue mi Habana.
De todo ese olvido me
quedan algunas canciones de Carlos Varela y Frank Delgado. El resto,
pues anda por algun rincón del Ipod, por si alguien alguna vez lo
quiere escuchar.
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