jueves, 26 de noviembre de 2015

La nación que huye

“Toma tu mula, tu hembra y tu arreo…”

La presión para que regresara a Cuba comenzó semanas antes de que por fin despegara el avión de Mexicana de Aviación que me llevó al DF y en el que sufrí el segundo ataque de ansiedad de toda mi vida.

La primera de esas ansiedades amplificadas había tenido lugar muchos años atrás, un par de meses justo antes de graduarme de ingeniero; nada que hacer ahí: soy aprensivo, algo con lo que (casi) he aprendido a convivir.

Pero en aquel avión mi inquietud no tuvo que ver con la zozobra de la espera ni con el viaje en sí; fue el terror a la bancarrota de un proyecto de vida, el miedo a fallar estando tan cerca; tan cerca de tocar por fin tierra firme, pues sucedió que cuando las ruedas del Boeing 727 casi rozaban el concreto de la pista del aeropuerto Benito Juárez, la aeronave tomó velocidad otra vez, remontó vuelo, y comenzó a sobrevolar el Distrito Federal y aledaños en lentos círculos.

Fijé la vista en la pequeña bocina que estaba sobre mi cabeza, junto con las toberas de aire, las lámparas de lectura, y los lumínicos No Smoking y Fasten your seatbealt. Pero ni un miserable chasquido se escuchó durante veinte o treinta angustiosos minutos: ni el capitán de la nave ni ninguno de sus subordinados se dignó en informarnos a los pasajeros qué sucedía; hasta el día de hoy no sé qué espantó a ese avión, qué lo hizo regresar a surcar por otra media hora la sempiterna capa de amarillo smog que cubre a la capital mexicana, y me temo que ya nunca lo sabré.

Y mientras mi amable vecino de asiento, un médico mexicano aplatanado en Cuba y residente en San Agustín, allá en los bordes de La Lisa, me aseguraba que no pasaba nada, que eso era normal, que quizás una turbulencia o sepa la chingada, yo solo pensaba en esa agotadora cuesta que había comenzado hacía tantos años sin que siquiera me percatara de ello; cuesta que ahora casi terminaba para mí, después de tanto plan, de tanto obstáculo salvado, de tanta feliz casualidad; cuesta que me abrió camino para finalmente llegar a México y pensaba entonces en que puta suerte sería la mía que mi avión se fuera a desplomar sobre esta descomunal ciudad, precisamente antes de, mecagoendios, llegar yo al brocal del pozo y salir a la luz.

Fue entonces cuando comenzó ese segundo ataque de ansiedad: taquicardia, sudor frío, una piedra que se detuvo entre pecho y garganta. Dejé de escuchar a mi compañero de viaje, que entusiasmado me anticipaba la maravilla de Coyoacán y la majestuosidad del Zócalo, y me dediqué a rumiar la absurda idea de una muerte inminente.

Después, pues tocamos tierra. Siguió la aduana -y uno que otro pormenor-, el ardor en los ojos por los NOx y el ozono, el omnipresente aroma a tortilla de maíz -de eso sólo se percata un extranjero- y una bolsa de bolillos que devoré ante la mirada atónita de unos anfitriones.

Después, pues todo fue miel sobre hojuelas; y queso fundido, con chorizo, y tacos al pastor, y burritos, y un plan de trabajo intenso y eficaz con el que me anclé a ese puerto que, y eso lo sabía meses antes de que comenzara la presión para el regreso, ya no iba a dejar.

El día que la presión llegó al tope, no hubo ansiedades. Al cabo la esperaba, y estaba preparado para ella. Un correo electrónico me conminaba a concluir mis proyectos y regresar, pues “acá te necesitamos”.

“Pues de que te contrate otro, te contrato yo”, me dijo con su suave voz de anciano cuarentón el director del instituto para el cuál trabajaba en México. Le había mostrado el ukase que había recibido, y le había dicho a continuación que yo no iba a regresar a Cuba, pero que si eso representaba algún problema para él o el instituto, pues que ponía mi permanencia en el mismo a su consideración. Pero tuve, como decía, un aterrizaje suave y seguro.

“Mira,”, prosiguió entonces el señor, después de encender uno de los cuarenta Marlboros que se fumaba a diario, “que los cubanos se vayan de Cuba no es problema mío, ni del instituto, ni del gobierno mexicano: es problema del gobierno cubano, que no les crea a Ustedes las condiciones para que allá tengan una vida mejor...”

….........

Recordé -era inevitable- este afortunado y definitorio episodio de mi vida, leyendo y escuchando los pormenores de la crisis migratoria de los migrantes cubanos varados en Costa Rica.

Crisis migratoria que asciende, peldaño a peldaño, hacia un estado que se va a tornar más inmanejable con cada cubano que arriba a ese país -ya son, según la última cifra que he visto, casi cuatro mil-; lo he estado recordando desde hace días, mi arribo y mi mudada de país, y sigo manoseando el recuerdo, mientras leo y escucho que los cancilleres centroamericanos, y el de Cuba, se han reunido a ver qué se puede hacer, algo que parece sencillo de hacer, pues los Estados Unidos ya han dicho, como si se tratara de meta de un videojuego, que aceptarán al que llegue a sus fronteras.

Parece simple, insisto, si tan solo la miserable actitud -¿inexplicable? Habría que preguntarle al desgobierno cubano- del gobierno neo-sandinista de Daniel Ortega, mascota fidelista, se flexibilizara y dejara pasar por territorio nicaragüense al tropel de cubanos que se acumula en Costa Rica.

Sería sencillo, si los gobiernos de Honduras y Guatemala hicieran una excepción y también les permitieran a esos cubanos atravesar esos países; increíble resultaría además que lograran atravesar México sin verse coaccionados, extorsionados, atrapados entre los coyotes, que probablemente quieran mantener el trato acordado o renegociar los términos -se dice que los Zetas están involucrados en ese tráfico de personas-, y unas “autoridades” venales que pueden ser tan peligrosas como los humano-traficantes.

Visto así, desde lejos y con optimismo, parece posible que todo salga bien. Visto así, desde lejos y con pesimismo, puede que no, y entonces, como decía, la crisis va a empeorar.

Pero lo que no parece sencillo ni posible, ni visto de lejos, ni visto de cerca, es que esa fuga masiva de cubanos se detenga a corto o mediano plazo.

…........

Por una parte, Cuba se sigue desmoronando de prisa y sin pausa.

Por otra, la posibilidad excepcional que le abre la Ley de Ajuste a los cubanos es un estímulo adicional y poderoso que hace que no haya selva tan peligrosa ni Corriente del Golfo tan traicionera que detenga a los que pueden y quieren abandonar la desesperanza de sus vidas cotidianas en Cuba.

Pero la idea central, por cuyo lado algunos -demasiados- pasan en puntillas, y a la que otros -insuficientes- toman como bandera, idea que ha sido mencionada con escasa contundencia a lo largo de este conflicto cubano-centroamericano, es que la razón principal del éxodo cubano ha sido, y es, el desastre social y económico que ha creado el desgobierno en la isla de Cuba.

¿Que hay mayor cantidad de cubanos emigrando porque la Ley de Ajuste los ampara? Es cierto.

¿Que van a dejar de emigrar los cubanos si desaparece la Ley de Ajuste? Es falso.

Los cubanos, en primer lugar, no emigran: los cubanos huyen.

Se van de Cuba, como quien escapa de un callejón hediondo y sin salida. Se van a España, Escandinavia, Ucrania, Rusia y Kazajstán; andan por toda Europa, por África, en Ghana, Namibia, Angola y Sudáfrica. Se van a toda América, al cono sur americano, a México, a Ecuador, a Panamá, a las Antillas; se van a la Polinesia, a países en guerra, a países congelados, a países musulmanes, a lugares sin nombre; “si se cae el avión, donde se caiga me quedo”, dice un oscuro chiste. Se van entonces, y se van, por supuesto a los Estados Unidos.

Y así lo seguirán haciendo, con o sin Ley de Ajuste, pues la isla no mejora; a cambio, ha enfilado hacia un tercermundismo de siglo XX, envuelto en la bruma de los permisos para salir a pasear y ganar unos dólares con que vadear unos meses más; marasmo enmascarado en la posibilidad de irse, quedarse, regresar, de que haya una población flotante -viajante- que trae dinero, pacotilla de mal gusto y bocanadas de esperanza para gobierno y gobernados.

La crisis en Costa Rica es solo otro capítulo, menor, en la historia del éxodo de una nación. Ya fuera Camarioca, Mariel, el 93, los balseros, o vía Moscú, Quito, de carambola desde España, los cubanos se van a cuentagotas o en estampida, pero se van.

Es el signo de los tiempos, la consecuencia del medio siglo de apatía e ineptitud, el legado de un hatajo de malos cubanos que convirtieron el país en finca estéril. Son, somos los cubanos: la nación que huye y “…eso no se va a detener mientras el gobierno cubano, sea el que sea, no cree las condiciones para que allá tengan una vida mejor...”, diría aquel mexicano pequeñajo y astuto, mi director, mi amigo, apagando la enésima colilla del día.

sábado, 21 de noviembre de 2015

La hipótesis de Borondongo

Leo, una y otra vez, ese argumento trasnochado de que Francia, y todo Occidente, son en última instancia los artífices de las atrocidades que los radicales musulmanes cometen allá y acullá; que todo se origina -lean los libros, dicen- en la rapiña petrolera y la geopolítica del siglo XX, cuando los poderosos europeos, con la anuencia del ultra maloso Estados Unidos, dividieron, crearon y manipularon el Medio Oriente a su antojo. Y la Guerra Fría. Y las Potencias forcejeando. Y que todo eso llevó a esos muertos en Paris, y antes en Madrid, y en Londres, y Nueva York.

Que es solo la ira reprimida- explican-, el desahogo inevitable, ya se sabe, los pobres de la tierra; la tercera ley de Newton aplicada a las -supongo que suponen- de otra manera pacíficas y prósperas sociedades musulmanas.

Trato de evitar aplicarle una lógica estricta a este asunto; un carácter transitivo de esos que dicen “si esto es así, pues lo otro también”, porque siento que de hacerlo me trasnocho de igual manera. Pero uno es humano, y sucumbe a las tentaciones.

Así que, veamos:

De seguir por ese camino de fatalismo histórico, se arriba con facilidad a la conclusión de que sería justificable que los africanos asesinaran -bundunga pero primero bundanga, anticipa un chiste macabro y jodedor- a cuanto europeo se encuentre en sus ciudades y junglas; por supuesto, sería entendible también que los indoamericanos de toda la América Suya les abrieran el pecho a los blancos, con obsidiana o cuchillos Made in China, y ofrendaran corazones y entrañas a sus dioses ancestrales en pirámides para turistas.

¿Y qué decir de Asia? Ni pensar en lo que los chinos le harían a los japoneses, o los japoneses a los Estados Unidos, o India a Inglaterra, o a Pakistán, al que rociaría con misiles nucleares, y viceversa.

O que las tribus de por acá decidieran dejar sus casinos y desenterrar los tomahawk. O los AR-15, que al cabo estamos en el siglo XXI bajo el amparo de la Segunda Enmienda.

Por supuesto, los portorriqueños del Bronx deberían también rebelarse y caer con esa fuerza más sobre sus vecinos de Manhattan, esos americanos invasores y adinerados; y los cubanos, para no ser menos, aprovechando tanto nieto avecindado en las Españas, deberíamos cargar al machete otra vez y decapitar peninsulares al grito de “¡No a la Reconcentración!”

Y ya entrados en revanchas, pues españoles e italianos deberían invadir el norte de África y desatar una degollina de tres pares de cojones in memoriam de tanto cristiano desollado y empalado; Grecia y Bulgaria debería atacar Turquía, Rusia y China a Mongolia, España a Francia, los escandinavos renovar sus guerras, Inglaterra arrasar a los ex-vikingos, y Europa en pleno aniquilar a Alemania e Italia.

O sea, que hay suficiente antecedente para que pasemos lo que nos queda de vida matándonos mutuamente; al cabo la Historia, siguiendo la lógica de esos analistas de las causas y consecuencias, nos absolverá a todos; son solo traumas históricos -afirman- esos los que impulsan a los terroristas musulmanes a volarse en pedazos. Eso, y la motivadora promesa de las huríes, setenta y dos de ellas: blancas, verdes, amarillas y rojas, con abundante tetamenta y cuerpos de azafrán almizcle, ámbar e incienso.

En fin, regresando a lo simple, hay que decir que esa hipótesis del terrorista traumatizado no funciona.

No funciona, porque el éxito -escaso o cuantioso- que hayan tenido esos países de Arabia y Medio Oriente se lo deben a la existencia de Occidente y a su relación con el mismo.

Sin Occidente estuvieran hoy peor de lo que están. Véase que, a pesar de que casi todos son países petroleros, ninguno ha sido capaz de aportar prácticamente nada más a nuestro mundo; por el contario, todo lo que tienen, y disfrutan, se lo deben a Occidente: de no existir ese petróleo, de no ser por la influencia de Occidente, la zona en pleno sería un páramo tribal, ignorado, olvidado, empobrecido, ahora sí sin nada en lo absoluto que ofrecer.

Pero sería un páramo inofensivo, si no fuera por el islam; sin el petróleo, sin las fronteras impuestas, sin la injerencia occidental, pero bajo la influencia de la religión musulmana, con toda probabilidad enfrentaríamos también hoy una situación parecida a la que tenemos.

La combinación de la obtusa filosofía de odio al Occidente que promueve la religión musulmana -y es necesario recordar que eso es así desde hace siglos-, el fanatismo de sus seguidores, los conflictos entre los grupos que interpretan su credo de maneras diferentes, y la incapacidad de los gobiernos -por lo general tiránicos- de esos países para fomentar el funcionamiento armónico de esas sociedades, todo ello, y no las fronteras arbitrarias trazadas por Occidente, es lo que ha traído estos lodos en los que hoy chapoteamos.

Por demás, si bien el desastre se había venido amasando durante centenares de años, el detonador de la situación aparentemente incontrolable que hoy sucede tiene orígenes mucho más recientes que el reparto del mundo de la postguerra.

El terrorismo llegó en gran escala con el 9/11, pero fue la torpe política de los gobiernos de los Estados Unidos -particularmente el de Bush- la que acabó por desestabilizar una zona de por sí convulsa. Con el pretexto de la venganza, y de llevar la democracia a países que no la necesitan, los Estados Unidos y sus aliados se dieron a la tarea de derrocar tiranos no afines a los Estados Unidos para sustituirlos con otros gobernantes, pro occidentales.

Pero resulta que esos tiranos eran los diques que mantenían contenidos a los imanes radicales, a sus seguidores, y en general a sociedades propensas al tribalismo y la anarquía. Al desaparecer el Iraq de Sadam Hussein, al aumentar el apoyo de EEUU a los rebeldes anti Assad -el error cometido con los mujaidines afganos, otra vez-, al expandirse el caos provocado por el vacío de poder que aun hoy persiste en la zona, se dieron las condiciones para que surgiera el ISIS, y se fortalecieran otras organizaciones terroristas.

Ninguna de esas organizaciones siquiera menciona que Occidente es responsable del origen de la geografía del Medio Oriente, y que esa es la causa de todos sus males; en su lugar, su ideario es fundamentalista, medieval, y está centrado en un solo objetivo: expandir el domino del islam, aniquilando en el proceso a Occidente, y a cualquier otro punto cardinal que se le ponga por delante.

Y todo ello, por una sola razón: en nombre de Allah, el misericordioso.

No es entonces que Songo le dio a Borondongo, y que Borondongo le devolvió la bofetada; no es entonces tan solo que Occidente haya sido el malo de la película, el imperialista rapaz que ahora recibe una respuesta en consecuencia: es que hay un monstruo que creció inexorable, y ahora está fuera de control -ya estaba ahí cuando los europeos llegaron, solo que no lo sabían- ; un monstruo que está golpeando con insistencia -derribando- nuestra puerta, y que hay que hacer algo al respecto.

Ojalá -esa nuestra expresión prestada precisamente del árabe musulmán- que estemos a tiempo para decapitar a la bestia, y ayudar a que el orden natural -probablemente ese de los dictadores diques- retorne al Medio Oriente, a la Gran Arabia y el Magreb.

Ojalá, para dejar entonces que sean ellos los que resuelvan los problemas a su modo, y no que Estados Unidos y Europa sigan hurgando e intentando reparar algo que, aunque cueste trabajo creerlo, no está roto, sino que es solo otra cosa: algo que siempre estuvo ahí y que ni siquiera entendemos bien cómo funciona.

martes, 17 de noviembre de 2015

Enter the bear

Putin ha ordenado a sus militares coordinarse con Francia para atacar al ISIS, además de ofrecer 50 millones por la captura de los que perpetraron el atentado al avión ruso en el Sinai.

Lo que no logró ni la diplomacia ni (la falta de) empuje del gobierno de los Estados Unidos, lo logró el ISIS con dos atentados criminales. O tres, pues hasta Hezbollah, también objeto de un sangriento atentado, y arrimando brasa a su sardina, ha condenado los ataques que tuvieron lugar en Paris.

El ISIS, por una parte, parece ser una organización lo bastante estructurada como para mantenerse activa, beligerante, y hasta con suficiencia financiera.

Por otra parte, se las arregla para atraer sobre sí la ira indiscriminada de por el momento dos potencias y, si Obama se sacude la modorra, de una tercera.

Puede ser que los atentados hayan sido concebidos por el ISIS, pero también puede ser que hayan sido pensados y ejecutados por free lancers dentro del complejo organismo del fundamentalismo islámico, sin la venia explícita de la dirección del ISIS.

Si es el primer caso, pues son más tontos de lo que se aprecia.

Si es el segundo, pues no tienen el control que les supone sobre la miríada de fanáticos que los rodean.

En cualquier caso, ya con la brutalidad rusa involucrada, hay esperanza de que este sea el comienzo del fin del ISIS.

Crisis cubana en Costa Rica

“Estoy triste porque mi mejor amigo decidió irse a Ecuador para tratar de llegar a los Estados Unidos”, me dice una de mis hijas, “Dejó todo: pidió la baja de la Universidad, dejó a la madre -es único hijo- y se lanzó a ese viaje: estaba desesperado...”, añadió mi niña, y guardó unos instantes de silencio, quizás enviando a su amigo todos sus buenos deseos y la mucha suerte, porque la va a necesitar.

La actual crisis de los emigrantes cubanos que fueron atacados por el gobierno nicaragüense y que ahora permanecen varados en Costa Rica tiene una dolorosa similitud con aquellos que, a raiz de los sucesos de la Embajada del Perú, salieron hacia ese país, y allí aun permanecen.

La ruta migratoria que han seguido esos, y otros miles de cubanos, comienza en Ecuador. Atraviesan entonces Colombia, toda Centroamérica y México, antes de poder llegar por fin a la frontera de los Estados Unidos.

Probablemente van guiados por traficantes de personas, que saben por dónde viajar y qué manos untar. Confían en la ruta tantas veces probada, que es aparentemente menos peligrosa que un viaje en balsa, pero dependen sobre todo de la vista gorda de cada país que recorren, cuyas autoridades saben que los cubanos son solo migrantes de paso, sin la menor intención de radicarse en esos territorios.

O al menos así era hasta hace poco.

Entonces, ¿por qué hasta ahora sí, pero ya no?

¿Qué ha sucedido para que el gobierno de Costa Rica decidiera retener a esos cubanos en la frontera?

¿A qué obedece la insensata crueldad de las autoridades nicaragüenses al atacar con gases lacrimógenos a esas personas, civiles entre los cuales abundan niños y hasta mujeres embarazadas?

Quizás una sugerencia del gobierno de los Estados Unidos al gobierno de Costa Rica para que intente impedir el paso de esa ola migratoria y disuadir a esos cubanos de continuar su viaje.

Tal vez una respuesta violenta de parte del gobierno nicaragüense, país que ha lidiado con la violencia extrema de la guerra civil y que no es ajeno a las soluciones brutales, queriendo cortar por lo sano un acto de violación de sus fronteras.

Ni siquiera hay que descartar la mano del gobierno cubano, cuyos motivos se me escapan de momento -al cabo esos migrantes dejan de ser una carga social en Cuba y van a formar parte de los emisores de remesas; un negocio redondo, sin costos, todo beneficio-; es difícil concebir que aun un desgobierno tan torpe como el cubano tratara de impedir el paso de esos emigrantes usando su influencia con el gobierno de Nicaragua.

Pero, en cualquier caso, parece que la viabilidad de esa ruta está llegando a su fin.

Mientras, la presión ante la inminencia de una posible derogación de la Ley de Ajuste impulsa a los cubanos que pueden hacerlo a abandonar el país. Ni reformas pasadas por agua, ni cambios insustanciales, ni el WiFi pedestre o las nuevas amistades del desgobierno han logrado detener el ansia de abandonar Cuba, lo cual sigue siendo la solución más expedita al drama cotidiano de los cubanos.

Hay en ello un pragmatismo poco usual en nuestra idiosincracia emocional, cuya consecuencia más trágica sea quizás el aumento de los balseros.

Mientras, el gobierno de Costa Rica, en un gesto de elemental humanitarismo, les ha concedido visa temporal y renovable a ese nutrido grupo de emigrantes cubanos que se vió obligado a regresar a territorio tico, lo cual es una buena noticia.

La otra noticia es que hay más cubanos en camino; seguirán llegando a Centroamérica mientras tengan el dinero para pagarse el pasaje a Quito y para pagar a los “coyotes” que los llevan de frontera a frontera.

De no lograr avanzar más allá de Costa Rica , o Nicaragua, se acumulará una masa crítica que va a desatar una crisis de cada vez mayores proporciones, que puede culminar en una deportación masiva de esas personas a Cuba, pues la posibilidad de que los Estados Unidos decida recibirlos al por mayor es muy remota, aun para un gobierno como el de Obama; sentaría un precedente que aumentaría el flujo de emigrantes cubanos por esa vía.

Es más probable la cancelación del acuerdo sobre visados con Ecuador, y que la muy mala suerte acose al amigo de mi hija.

Esta nueva crisis puede ser otro golpe al ya maltrecho prestigio de la Ley de Ajuste, y es en general una mala noticia para los cubanos que buscan la oportunidad de rehacer sus vidas fuera de Cuba. Vaya con ellos toda la suerte entonces, y esperemos que suceda lo mejor.

Infiel

Es fácil indignarse con el fundamentalismo.

Es fácil, porque la mayoría de los humanos intentamos llevar una vida normal -segun cada particular criterio de normalidad- navegando esa zona intermedia que está entre los extremismos de cualquier tono.

No se trata sin embargo de que estemos exentos de opiniones extremas; en dependencia del tema que se trate, los embates de lo que nos rodea nos llevan a rozar esas fronteras donde la intolerancia y la irracionalidad son la norma.

Lo de hoy parece ser tomar partido, ya sea sobre la homosexualidad, el cambio climático, o la simple aceptación de otros seres humanos. Y es en esa afiliación a una u otra bancada donde, por momentos, abandonamos esa amable existencia gris de lo aceptable, lo convencional, lo politica y humanamente correcto, para adoptar una opinión que para otros puede resultar demasiado radical.

Pero no hay que temer a pensar, opinar, a decir en algún momento algo que esté alejando del mainstream; eso no te convierte en un extremista: es la militancia, la permanencia en esas zonas de intolerancia, lo que transforma a un ciudadano gris en uno fundamentalista. Los cubanos conocemos muy bien ese proceso.

El fundamentalismo se aloja entonces en la periferia. Allí están desde los más inofensivos, los “activismos” sociales, por ejemplo, como el feminismo o la protección de los derechos de los animales, hasta los más incisivos, como los relacionados a la actividad política, los asuntos raciales, o a la filiación religiosa.

El fundamentalismo, que tiene áreas inocuas y círculos dantescos. Y en su mismo centro, en el círculo de la intolerancia absoluta y la sinrazón bestial, se ubica el fundamentalismo islámico.

Pero, como decía, el fundamentalismo es fácil de rechazar, el islámico sobre todo. Vamos, ni siquiera los progres más ingenuos quisieran estar sentados con otros amigos progres un viernes en la noche en un café avandgarde y que alguien grite junto a su mesa Alahu Akbar y los haga volar por los aires de felicidad, igualdad y fraternidad que respiraban hasta ese momento. O al menos eso supongo.

Lo supongo, pero no estoy seguro, porque a pesar de la evidencia de estos días aciagos cuando toda una región del planeta se ha desplomado en un abismo de violencia medieval, decapitaciones y asesinatos masivos de civiles, se escuchan en estos días junto con las gritos de dolor e indignación otras voces, las de esos progres, voces que se levantan por lo general entre doce y veinticuatro horas después de cada masacre. “Detengan ese discurso intolerante, por favor”, dicen, “Es que no todos son iguales...”, concluyen.

Y hay que admitir que tienen razón. Es más dificil indignarse con toda una contracultura.

No todos son iguales. No todos los musulmanes son terroristas; ni siquiera se puede decir que todos los terroristas sean musulmanes sin violentar las estadísticas. Pero sí se puede afirmar que el Islam como cultura, como filosofía de vida, como religión, es incompatible con la civilización occidental.

No todos son iguales. Pero hay algo que está intrínsecamente mal en el Islam. Es una cultura que, aun en sus variantes no radicales, fomenta la intolerancia y el inmovilismo mental.

Vamos: tan solo la idea de que más de un billón de seres humanos se rija por lo que dice un libro, o aun peor, por lo que interpreta un puñado de personas en esas escrituras crípticas que tienen más de un milenio de antigüedad, es cuando menos inquietante; lo cual por cierto es común a las tres religiones abrahámicas (judaismo, cristianismo y el islamismo), ese culto a la palabra escrita, esa fijación con un manual de instrucciones que les estructura su sistema de creencias y su modus vivendi. Como toda religión, existen por y para el dogma.

Pero no todos son iguales. Mientras las dos primeras evolucionaron -de la manera que evolucionan las religiones- para adaptarse a la vida contemporánea, el Islam se estancó en sus raíces más oscuras y degeneró en un sistema de creencias y valores que se tornó en un caldo de cultivo de odio y rencor hacia Occidente: en una religión que promueve el rechazo a lo diferente, que abraza a la muerte como premio, al punto de ejercer la autoinmolación como cosa gloriosa; es una doctrina que no celebra la vida, sobre todo si es en nuestro estilo, el Occidental.

No todos son iguales. Pero lo retrógrado parece ser la argamasa que sostiene el discurso musulmán, a la vez que el miedo apuntala su método. Mientras que en el Occidente los gobiernos han emancipado a las mujeres, el Islam las cubre de trapajos y les escatima igualdades; en Occidente hay total libertad de culto religioso; el Islam abomina de las imágenes, y sus extremistas están destruyendo reliquias del patrimonio cultural de la humanidad en nombre de su dios; en Occidente se han promovido y siguen promoviendo leyes para garantizar la igualdad de derechos de los homosexuales: el Islam los ejecuta. Mientras a mi hijo le enseñan en la escuela que lo primero es ser tolerante y amable con los demás, el Islam es machista, oscuro y excluyente.

No todos son iguales. Pero el Islam me cuestiona -nos cuestiona- lo que comemos, lo que bebemos, lo que decimos, mi cara afeitada, lo que creemos (o no creemos); le parece mal a sus ulemas y practicantes cómo nos vestimos -”Respeto”, le dijo a mi esposa una colega musulmana, con el dedo índice enhiesto, señalando al cielo, al conversar sobre los motivos de hiyab y burkas-; no aprueban entonces cómo tratamos a nuestras esposas, cómo educamos a nuestros hijos, qué hacemos con el tiempo libre. No comparten nuestros placeres, desprecian nuestros valores, sospechan del pensamiento laico, lapidan a los adúlteros y mutilan a las mujeres, para que no sucumban a la tentación del clítoris. El Islam, por condenar, prohibe hasta la masturbación.

No todos son iguales. Pero el Islam en su mejor variante, en la pacífica, nos llama -me llama- kafir, y no me respeta como persona, ni a mi pensamiento independiente. Para ellos soy solo un impío, un infiel, y no simplemente otro ser humano.

¿Por qué entonces yo -nosotros- como miembros de una sociedad occidental, con valores que aceptamos -mejores o peores- como adecuados para nuestras vidas, valores que además estamos en la posibilidad de impugnar y cambiar si no nos convienen, por qué debemos aceptar entre nosotros a alguien que nos desprecia y condena por vivir como vivimos?

¿Por qué Sharia, por qué burka, por qué debo aceptar a quien no me acepta?

O dicho de otra manera: ¿por qué los musulmanes no regresan y permanecen en sus países, llevándose con ellos la vida y modos que prefieren?

No todos son iguales. Pero no encuentro una sola razón para ejercer la tolerancia de lo intolerable. El Islam contemporáneo no tiene nada para aportar a la vida que preferimos y lo que es aun más grave: ni siquiera hay segunda mejilla que ofrecer si se quisiera ser inclusivo y tolerante; no cuando se muere ametrallado o destrozado por la explosión de un atacante suicida.

Y ya sé que no todos son iguales. Pero no profeso religión alguna, no me afilio a ningún grupo, filosofía, ni corriente de pensamiento, ni tampoco comulgo con partidos políticos, ideologías ni dogmas. Me satisface la manera en que vivo; soy nada, y soy feliz. Y no quiero convivir con quién me mira de soslayo y desprecia por lo que soy.

Soy occidental, ateo, impío y hombre libre; soy un infiel impenitente, preocupado por mi civilización, porque su supervivencia, véanlo de una vez, está en peligro.

lunes, 2 de noviembre de 2015

Todos los opositores de Cuba, (no) vamos una rueda a hacer…

La oposición y los opositores cubanos —y entiendo por tal a los que se oponen al actual gobierno a rajatabla, sin cortapisas, sin medias lenguas ni alambicadas “fidelidades”— están en una lamentable crisis de prestigio y credibilidad.

Desde las gradas, los que leemos, escuchamos y observamos, estamos algo perplejos; asombro que quizás tenga que ver en primer lugar con nosotros mismos: muchos crecimos con, y aun mantenemos, una idea distorsionada acerca de “la pureza” de personas públicas que, sin embargo, como cualquier hijo de vecino, tienen virtudes, defectos, necesidades y tentaciones por doquier.

Los humanos siempre hemos idolatrado: creamos ídolos con barro, los pintamos con colores brillantes, y los colocamos en repisas. “Yo estoy seguro que Fidel no sabe lo está sucediendo…”, era una frase de frustración recurrente, una de las frases más ingenuas del léxico cubano además, y que se escuchaba a diario en los tiempos en que aún se confiaba —yo confiaba— en que lo de Cuba tenía arreglo; confianza, además, en que Fidel Castro era un cubano excepcional de intenciones suprahumanas, panamericanas, tercermundistas —no por rudimentarias sino por abarcadoras—; ideas tan puras, tan justas, tan dignas de elogio en un tipo que resultó ser un ególatra mesiánico que estaba sacrificando en la piedra de su megalomanía a la nación en pleno.

Los colocamos en altar entonces, y nos asombramos el día que, polvorientos y cagados por moscas, alguien los derriba, convirtiéndolos en cascotes informes; los miramos, sorprendidos de que sean solo barro con forma.

Que sean personas, como cualquiera de nosotros.

Dice una amiga que la Seguridad del Estado cubana tiene las manos metidas en esa crisis de la oposición; que ha manipulado con habilidad la situación para que, de parias aislados, encerrados en una isla por causa de la intolerancia y la tozudez de la dictadura, ahora los opositores se perciban como turistas que se mueven con libertad —y recursos— de evento en evento, de invitación a visita, de Isla a continente, de la Habana a Miami a Europa y de vuelta.

Que de ser un ciudadano más en la Isla —solo que más valientes— ahora sean vistos como beneficiarios de financiamientos, programas y agencias extranjeras, siempre cuestionados por estar vinculados a planes encaminados a socavar el gobierno cubano. Lo cual por cierto está bien, y aun mejor estaría si funcionara, pero que a la vez no deja de percibirse como un intento de injerencia en los asuntos internos cubanos, lo cual facilita el etiquetado de los opositores con epítetos de fácil cocción: traidores, vendepatrias, asalariados del imperio, contrarrevolucionarios.

Vamos, le concedo cierto crédito a mi amiga: algún que otro oficial inteligente debe decorar las oficinas de Villa Marista; por ejemplo, el que decidió levantar el veto a la salida de Yoani Sánchez de Cuba, lo que inició la etapa de ese eclipsamiento que la ha llevado de ser líder de opinión y bandera más visible de la oposición, a administrar y escribir en 14 y medio. Y nada más.

Pero aun así, pienso que mi amiga le está haciendo un favor a la sagacidad de los perros de presa del desgobierno.

El levantamiento de la absurda prohibición para viajar que sufrieron los cubanos durante décadas obedeció a razones de elemental supervivencia: alguien, de la misma estirpe del oficial que decidió que Yoani y su notoriedad serían neutralizadas levantándole el bloqueo a la bloguera —hay una lección ahí—; se percató que una manera rápida de aumentar los ingresos en divisas para el desgobierno, sin necesidad de inversiones ni incurrir en costos, era dejando viajar a quién lo quisiera —y pudiera— hacerlo; de regresar a Cuba, ese cubano traería dinero; de no regresar, lo enviaría.

Pero nadie podía prever que esa recién adquirida movilidad llevaría a los opositores a un agudizamiento de la rebatiña por protagonismo, financiamiento y visibilidad, que ya tenía sus antecedentes en los campos de batalla de embajadas en La Habana y la antigua Oficina de Intereses; que los llevaría además a fragmentarse y terminar estrellándose entre sí, para beneplácito de la Seguridad del Estado.

Tengo el pan, hágase el verso

La búsqueda de oportunidades en el extranjero es el signo de los tiempos cubanos desde hace más de medio siglo. La presión por el sostenimiento personal y de la familia, el techo que se cae, la mesa vacía, siguen siendo una motivación vital para salir a buscar y usar alternativas.

En esa tradición, a raíz del levantamiento de la prohibición de viajar al extranjero una avalancha de cubanos se lanzó, esta vez no al mar, sino a los aeropuertos. Como el resto de la población, los opositores fueron beneficiados con la nueva “libertad”; también lo fueron muchos profesionales —y no tan profesionales—, que aprovechando la coyuntura, hurgaron y encontraron nichos de apoyo financiero y logístico en instituciones y organizaciones en Estados Unidos y Europa, involucrándose o lanzando proyectos de mayor o menor relevancia que no están —o al menos parecen no estarlo— patrocinados por el gobierno cubano, pero que son de alguna manera tolerados por los mecanismos de censura y represión de la Isla.

Una de las características fundamentales de esos proyectos es que se desarrollan en el espacio virtual de las redes sociales, lo que quizás les garantiza esa tolerancia. Además, aunque para poder ser apoyados desde o en el extranjero deben insertarse dentro de una proyección progre y contestataria, alejada del mainstream de gobiernos y partidos, deben también permanecer en el lado light del inconformismo si quieren sobrevivir el escrutinio del gobierno cubano.

Es por ello que deben escoger con harto cuidado su discurso, su método y sus fuentes de financiamiento: la más mínima duda sobre sus fidelidades, filias y fobias les atraería la ira a gran escala de los siempre vigilantes comisarios, ganándoles la aniquilación inmediata y su estigmatización como ciudadanos. “De dudosa procedencia”, “quintacolumnistas”, “contrarrevolucionario”, son sonidos temibles, que retumban fuerte y muy fácil en las catacumbas del marasmo de la doctrina castro-involucionaria. En este nuevo contexto del “activismo” los temas medioambientales, de conectividad a Internet, y hasta cierto punto el arte, han resultados ser terrenos mucho más fáciles de vadear que las ciénagas de la oposición política abierta.

La idea es que cualquier iniciativa ajena a los intereses directos del desgobierno cubano se tiene que agenciar un mecenas externo; si ello conlleva una mejoría material, necesaria y bienvenida, pues aun mejor. Al igual que los activistas pseudo contestatarios, los opositores se benefician de becas, gratuidades, financiamiento en efectivo y viáticos que apoyan su actividad. En ambos casos pienso que es válido aprovechar esas oportunidades, tan solo por el simple ejercicio de derechos que acá disfrutamos y de los que en Cuba carecen; sin parar mientes en su relevancia —mientras el quehacer de dichos activistas tiene escaso o nulo efecto en un posible cambio en Cuba, los opositores serían protagonistas de primera línea en ese proceso— el sol, hay que recordarlo, sale para todos.

Pero el dinero, protagonista de casi todas las miserias humanas, parece haber enrarecido a la oposición. Esta se ha dividido y subdividido en grupos que buscan la luz de los reflectores y claman por su rebanada del pastel, a la vez que han ido perdiendo credibilidad con cada “escándalo” o dime direte que irrumpe, generalmente a través de las redes sociales, haciéndoles con ello buena parte del trabajo a los oficiales de la Seguridad del Estado encargados de neutralizar a la oposición.

La valentía es lo único que les va quedando entonces a los opositores. Un “Coco” Fariñas tomándose fotos con Posada Carriles, apoyo al bloqueo en contra de lo que quieren la mayoría de los cubanos tanto de adentro como de afuera, las broncas personales, escasa cultura política, a veces poca educación, las declaraciones desatinadas, son algunos de los elementos que erosionan a opositores y oposición. La pugna entre el grupo afiliado a Yoani Sánchez y los partidarios de la organización de Antonio Rodiles es una de las más lamentables manifestaciones de esa desunión fatídica; la más reciente controversia mediática que involucra a Eliecer Ávila, una de sus indeseables consecuencias.

La política es una carrera, pero la oposición a una dictadura es más que eso: en este caso es vocación, valen

tía, compromiso, astucia, inteligencia. Solo la oposición que se percata de que la competencia válida y deseable, que tiene lugar en un ambiente democrático, no debe comenzar mientras exista un terrible adversario común —y más que adversario, enemigo—, esa es la oposición exitosa.

Fragmentada y débil como está la oposición cubana, luciendo voceros y profetas alucinados, asediada por oportunismo y oportunistas, hace que sus buenos y sus valientes pierdan el lustre.

El fin biológico va haciéndose cargo de los dictadores, pero estos ya han ido encaminando a sus herederos hacia las oficinas del poder en Cuba. La ronda para enfrentar a ese monstruo totalitario y evitar su continuidad parece que no se bailará a corto plazo. Aunque estemos hartos de mesías mediocres y caudillismos serranos, quizás se está necesitando de un Walesa o un Havel criollo, que sea capaz de tomar las manos, unirlas, y lograr al fin lo que una posición exitosa hace: triunfar, a pesar de todo.

Y de paso, sanear la oposición, por el bien de los cubanos.