El domingo estuve en una fiestecilla vespertina, en un enorme patio a la sombra de inmensos robles, donde encontré mucha gente agradable, y a una señora que hablaba sin parar.
Saltaba ella indetenible, parloteando con el abominable dejo que usan algunos hispanoparlantes que creen que hablan inglés, de un tema a otro, desgranando lugares, sucesos, soluciones, sentencias, opiniones y descalificaciones. Y yo, que a veces prefiero escuchar, y siguiendo las convenciones sociales más elementales, varias veces traté de decir algo, pero la señora sencillamente no dejaba poner una.
De repente me percaté de que me sentía agobiado y, para mi sorpresa, la sensación resultó ser muy familiar. Y entonces tuve una revelación:
Una persona que habla mierda sin parar es como la televisión.
Y, discretamente, apagué a la señora, me levanté de mi cómoda tumbona, y me fui a escuchar a unos señores, que hablaban sin parar de cualquier cosa...
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