viernes, 14 de junio de 2013

Razones

Puesto a pensar en el inmenso fenómeno de las redes sociales, el hecho de que alguien encuentre amigos que no ha visto en 20 ó 30 años, o que reciba información de todo tipo, con mucha frecuencia más rápido que usando las agencias de noticias (y el que no lo crea, que pruebe Twitter) o que tenga un lugar propio donde escribir lo que le venga en ganas y sin censuras, vamos, todas esas se bastarían solas como razones para la existencia y persistencia de las redes sociales.

Tiene todo el asunto el encanto de poder participar desde cualquier lugar, desde el más glamoroso hasta el más miserable. Nadie sabe si eres tartamudo o si escupes al hablar. La laptop sobre el regazo o la computadora sobre una mesa desvencijada, da igual. Nadie te mira, nadie se asombra de las paredes despintadas o de la vista al mar, o del calor o del frio. Nadie te huele, nadie te escucha. Sólo te leen, sólo ven lo que quieres que veas.

Pero la maravilla suprema es que es voluntario y espontáneo, es opcional, nadie te obliga: es el non plus ultra del ejercicio de la libertad.

Sin embargo, la gran razón que ahora sostiene las redes sociales es, en realidad, el narcisismo.

Y no es malo, no hay que alarmarse. Es, al cabo, el mismo narcisismo que nos compulsa a hablar y querer ser escuchados, o a vestir a nuestro gusto o estilo, o a invitar al amigo al mejor restaurant de la ciudad, o quizá del mundo, o a lucir una mujer deseable y hermosa, o a ofender el olfato ajeno con una colonia de olor penetrante.

Es, en definitiva, la cosa humana.

Después, clara y dolorosamente, está Cuba.

Cuba, donde lo espontáneo, voluntario y libre necesita de interpretaciones, intermediarios y profundo análisis; donde para asimilar la avalancha se precisa de asociaciones, foros, grupos, seminarios, censores, copistas, escribas y defensores.

La cosa cubana. Cuba, que, por todas esas razones que sobran, da pena.

Razón de más para que no me la pueda sacar de la cabeza.

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