lunes, 24 de junio de 2013

Espejismos

Los graduados universitarios cubanos tuvieron (tuvimos) un auge sin predecentes en los años 80 y 90 del pasado siglo. Una aureola de leyenda nos rodeaba y, en algunos países, eran (éramos) bienvenidos, y hasta bien cotizados.

Los médicos, fundamentalmente, eran la parte más visible de ese fenómeno. La medicina cubana gozaba de fama, además de por la excelencia de muchos médicos, por el exotismo de la gratuidad y la masividad, a pesar de ser Cuba un país del Tercer Mundo.

El Polo científico, la potencia médica, una incipiente industria farmaceutica, la biotecnología, un par de medicamentos novedosos, todo ello fue parte de la historia que se contaba sobre Cuba y sus logros.

Después, llegó la sobriedad, y la realidad alcanzó a la leyenda.

Las instituciones en ruinas, la falta de rigor en la selección de los estudiantes de Medicina, el desmorone de los valores tradicionales de los cubanos, la sociedad en crisis, la falta de acceso a información, el enquistamiento, la emigración de mucha gente valiosa, todo ello le asestó un mazazo mortal a la otrora pujante fuerza profesional cubana.

Hoy, muchos médicos cubanos han logrado revalidar sus títulos en otros países. Otros muchos, no. Y a pesar de que los últimos destellos de la leyenda de los profesionales cubanos aún se perciben en algunos lugares, la realidad es que, cada vez con más fuerza, surge la idea de que los médicos cubanos no están lo suficientemente preparados, de acuerdo a los parámetros de otras naciones.

Brasil ha aportado el último ejemplo de esta nueva tendencia, al rechazar recientemente la presencia de médicos cubanos, aceptando en su lugar a médicos españoles y portugueses.

Yo he conocido a muchos médicos en el exilio: buenos, mejores o peores. Algunos, han logrado imponerse y ejercen su profesión. Otros, se han conformado con la enfermería. Los que aun luchan por su título y profesión, se debaten como posesos en pasantías de pesadilla, frecuentemente en otro idioma, compitiendo con profesionales talentosos, 10 ó 15 años más jóvenes que ellos, enfrentando niveles de exigencia y excelencia sin precedentes.

Así, una amiga doctora lleva 10 años tratando de revalidar el título, agobiada por problemas personales y el terrible inglés, pero con una voluntad de hierro.

Otro que se queja de lo exigente que es su jefe en el hospital, imagínate, me dice, después de un día agobiante, de haber atendido a 80 ó 100 pacientes, no me tolera que me haya equivocado en dos diagnósticos.

El médico de mi hijo, un reconocido especialista y académico norteamericano, al saber que ibamos a viajar a Cuba hace un par de años, se mostró confiado: “Muy buenos médicos por allá, no tendrán problemas...”

Leyenda y realidad, talento y mediocridad, es esta una historia en la que hay de todo.

Pero, sobre todo, es una historia que muestra que hay algo más que debe ser enmendado.

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