Los graduados
universitarios cubanos tuvieron (tuvimos) un auge sin predecentes en
los años 80 y 90 del pasado siglo. Una aureola de leyenda nos
rodeaba y, en algunos países, eran (éramos) bienvenidos, y hasta
bien cotizados.
Los médicos,
fundamentalmente, eran la parte más visible de ese fenómeno. La
medicina cubana gozaba de fama, además de por la excelencia de
muchos médicos, por el exotismo de la gratuidad y la masividad, a
pesar de ser Cuba un país del Tercer Mundo.
El Polo científico, la
potencia médica, una incipiente industria farmaceutica, la
biotecnología, un par de medicamentos novedosos, todo ello fue parte
de la historia que se contaba sobre Cuba y sus logros.
Después, llegó la
sobriedad, y la realidad alcanzó a la leyenda.
Las instituciones en
ruinas, la falta de rigor en la selección de los estudiantes de
Medicina, el desmorone de los valores tradicionales de los cubanos,
la sociedad en crisis, la falta de acceso a información, el
enquistamiento, la emigración de mucha gente valiosa, todo ello le
asestó un mazazo mortal a la otrora pujante fuerza profesional
cubana.
Hoy, muchos médicos
cubanos han logrado revalidar sus títulos en otros países. Otros
muchos, no. Y a pesar de que los últimos destellos de la leyenda de
los profesionales cubanos aún se perciben en algunos lugares, la
realidad es que, cada vez con más fuerza, surge la idea de que los
médicos cubanos no están lo suficientemente preparados, de acuerdo
a los parámetros de otras naciones.
Brasil ha aportado el
último ejemplo de esta nueva tendencia, al rechazar recientemente la
presencia de médicos cubanos, aceptando en su lugar a médicos
españoles y portugueses.
Yo he conocido a muchos
médicos en el exilio: buenos, mejores o peores. Algunos, han logrado
imponerse y ejercen su profesión. Otros, se han conformado con la
enfermería. Los que aun luchan por su título y profesión, se
debaten como posesos en pasantías de pesadilla, frecuentemente en
otro idioma, compitiendo con profesionales talentosos, 10 ó 15 años
más jóvenes que ellos, enfrentando niveles de exigencia y
excelencia sin precedentes.
Así, una amiga doctora
lleva 10 años tratando de revalidar el título, agobiada por
problemas personales y el terrible inglés, pero con una voluntad de
hierro.
Otro que se queja de lo
exigente que es su jefe en el hospital, imagínate, me dice, después
de un día agobiante, de haber atendido a 80 ó 100 pacientes, no me
tolera que me haya equivocado en dos diagnósticos.
El médico de mi hijo, un
reconocido especialista y académico norteamericano, al saber que
ibamos a viajar a Cuba hace un par de años, se mostró confiado:
“Muy buenos médicos por allá, no tendrán problemas...”
Leyenda y realidad,
talento y mediocridad, es esta una historia en la que hay de todo.
Pero, sobre todo, es una historia que muestra que hay algo más que debe ser enmendado.
Pero, sobre todo, es una historia que muestra que hay algo más que debe ser enmendado.
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