miércoles, 28 de diciembre de 2016

Caída libre

“Porque si veo capitalismo, no sé, no puedo entrar...”


Desde que tengo uso de razón -o memoria, que es más adecuado- eso de “no regresaremos al capitalismo” o que el capitalismo es malo, muy malo, ha sido el mantra de una y otra vez de los fideles, raúles y sus cachanchanes.

Esta vez, leo, tampoco se hizo la excepción y el impresentable general-presidente, ya respirando aliviado porque Obama, el que le tomó La Habana sin disparar un tiro, se va; contento el hombrecillo además porque con Trump le regresa el imprescindible enemigo, dice entonces el anciano, lamentable sobreviviente de la furia asesina de este agonizante 2016, que “no vamos ni iremos hacia el capitalismo”.

Las razones lógicas de tal rotunda negativa, pues no las conozco.

Al cabo, esa gente son de izquierda y la izquierda, como todo lo demás, solo sobrevive en el capitalismo; sonaría como suicidio, si no fuera por el depravado cinismo que transpira tal declaración. Quedan entonces solamente las sinrazones, pataletas ideológicas de un grupo de ineptos, desfasados en tiempo, Historia y vida.

O sea, Cuba se hunde, y a ellos no le interesa.

“Ni nos ha interesado ni nos interesará”, pudiera bien decir el tiranuelo de turno y seguir, por supuesto, cómo de otra manera, seguir disfrutando de cuanta cosa capitalista existe y tiene a la mano. Desde la ropa que viste, los teléfonos que usa, los relojes que consulta, hasta los carromatos rusos que reservan para entierros y papelazos, “Сделано в России“, la del capitalismo putiniano porque, de la URSS, ni los mapas quedan.

Al absurdo entonces se suma la burla.

Vamos, el otro país socialista que queda en el planeta es Corea del Norte (porque, convengamos, ni China ni ningún otro país, con economía próspera, engrasada por el lubricante capitalista, es socialista). Y Cuba comparte con Norcorea, además del dogmatismo de la clase gobernante, de la docilidad de los ciudadanos, de la represión, de los métodos dictatoriales, un absoluto desastre de la economía.

Rechazar a estas alturas el capitalismo, tan solo por razones de inexplicable y trasnochada ideología, es el colmo del absurdo. Basta con mirar a esa Corea bipolar: el mismo país, la misma cultura, el mismo idioma, siglos de historia, nación dividida por una artificial frontera rectilínea, residuo de las guerras anticomunistas del siglo XX; el Sur próspero, hipertecnológico y capitalista, y el Norte del siglo XIX, agrario, desolado, donde las hambrunas cíclicas y la pésima calidad de vida hace que, entre otras nefastas consecuencias, los norcoreanos socialistas tengan incluso menor estatura y corpulencia que los sudcoreanos capitalistas.

Si hay una muestra de que eso que llaman socialismo no funciona, son esas dos Coreas; o, dicho de otra manera, de que el capitalismo funciona.

Pero el Castro de turno no quiere capitalismo.

El drama cubano, se decía, comenzaría a terminar con el “fin biológico”, la muerte de Fidel Castro. Pero todo indica que solo se ha pospuesto. “En Cuba las cosas empeoraron después de la visita de Obama”, me cuenta mi padre, “El bombardeo con consignas antiamericanas, la vieja retórica de ´Cuba sí Yankis no´, es a todas horas, por todos lados”.

El desgobierno cubano ha invertido todos sus recursos de propaganda y manipulación tratando de enmendar el desmentido brutal que Obama puso sobre la mesa, el de que el problema no es, ni remotamente, los Estados Unidos, el bloqueo o cualquier otra cosa en el extranjero; que el problema, todos los problemas, están adentro del país.

Que el problema es el fantoche que dice no al capitalismo, que advierte sobre más crisis por venir, que anticipa más restricciones, que no tiene soluciones para el país y sus males crónicos porque ni el socialismo, y mucho menos ese gobierno disfuncional, ofrecen ninguna.

El capitalismo terminará por llegar a Cuba.

No el de la croqueta y el “cuentapropismo”, por supuesto, sino el de la libre empresa, mercado, crédito, competencia, oferta y demanda. No llegará, sin embargo, como un agua mansa, sino como torrente de lodos y rocas, liberado por un dique que revienta. Torrente que va a arrasar con un pueblo que no está preparado para navegar esas aguas, que no tiene idea de cómo se sobrevive y vive sin remesas; que, a fuerza de igualitarismo, es débil y desconoce.

La responsabilidad de la calamidad que viene a sumarse a la ya existente, pues es de ese hombrecillo de expresión dispéptica, menguada estatura -norcoreano honorario- y voz engolada, de su difunto hermano, y de los que lo apoyan y aplauden; de todos, cómplices, los que están acompañando al país en su desplome en caída libre.

Feliz 2017 entonces, y que el viaje les sea leve.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Una vida sin Fidel

Aun no se desvanecía el rojo blanco del horno, todavía no se enfriaba el puñado de polvo, y ya se leían luctuosos, untosos, empalagosos panegíricos que, cronómetro en mano, compungidos admiradores del anciano dictador habían confeccionado con chea puntualidad.

Un día sin Fidel, tres días sin Fidel, cinco días sin Fidel, se sucedieron aquí y allá; así, es de esperar, tendremos -tendrán, pues yo no los leeré- microaniversarios de la magna cremación al mes, trimestre, semestre, veintiseis de julio, trece de agosto, diez de octubre, y, por supuesto, la apoteosis de las crónicas crono-mortuorias, al año sin Fidel.

El drama, que es parte de nuestra mestiza y temperamental cultura. En este caso, un ulular de lloronas aderezado por lamentaciones que parecen sacadas de la cosa juche.

“Están como los mexicanos con Juan Gabriel que, a cada rato, cuando ya nadie se acuerda que se murió, sacan otro programa de lamentos...”, comentaba mi esposa, divertida, no con la muerte, que no es de risa, sino con lo insípido de los que sobreviven a los muertos ilustres.

Pero ni siquiera el Divo de Juárez ha inspirado esos recurrentes reportajes que nos llegan con asiduidad menstrual. Vamos, ni a un Muerto de Muertos como Freddy Mercury se le ha dado el honor de tal recuento machacón, y mira que ese sí se agradecería.

Y el colmo de los absurdos es que Fidel había muerto no hace uno, tres, o cinco días, sino hace ya una década, con el traspaso de poder a su hermano, y la implícita aceptación de que ya no daba -por suerte- para más. Su nefasta omnipresencia comenzó a marchitarse y solo asomaba, esporádico, de reflexión en reflexión, o en noticias sobre algun dignatario que había acudido a Punto Cero a tomarse un postrero selfie.

Así, hasta que terminó de morir. Esta vez definitivamente, un día que está por saberse, pues esa coincidencia de fechas con aniversario de Granmas, Coloradas, y toda la parafernalia de conmemoraciones gubernamentales, no la compro. Vamos, que se murió un día cualquiera, como el vulgar labriego hijo de labriego que fue.

Los que lo lloran, pues regresan una y otra vez a esas ideas fijas, cinceladas por el adoctrinamiento, esas charcas de falacias y lemas de las que muchos bebimos en algun momento.

“Era el caballo”, murmuran, gozosos, con ese extraño disfrute de saberse vasallos de un hombre fuerte.

“Un estadista de talla mundial”, dicen otros, saboreando la ilusión de que su isleño cacique pudiera equipararse a inmensos personajes cuyo legado, la Historia en sí, no necesita ser recordado cada cinco días.

“Educación, salud”, mantra, que es el reducto supremo del argumento de “Por qué Fidel”, el agradecimiento eterno a su muerto grande por servicios básicos pagados con dinero ajeno. Porque, en buena lid, si van a lamentar, si van a defender su médico de la familia y su maestro emergente, pues deben comenzar por mencionar a los que financiaron el delirio fidelista: soviéticos, en primer lugar, y chavistas, milagrosos rescatadores de la nación que ya se había ido en picada.

Gracias a ellos, a los mecenas del insostenible “proyecto”, los cubanos son un pueblo miserable al que fue concedido vivir atrapado entre un hospital derruido y una escuela mediocre, y al que con eso le debe bastar; lo que les resta, segun los lamentadores, es callar -o llorar- en agradecimiento.

El resto, cosa burguesa, es banal. Así es que, por ejemplo, cuando la rusa tecnología falla -una vez más-, cinco estóicos soldados empujan un carromato bajo el sol inclemente para poder llegar, por fin, al mausoleo del mal gusto, y de mal gusto, donde, detrás de un letrerito que dice Fidel, se coloca eso que transportan, unos dos kilogramos de polvo de fosfatos de calcio, sales de sodio, potasio, y quizás algún carbonato, eso que llaman cenizas, y que en realidad es tierra tan infértil como la escoria residual de algun primitivo proceso metalúrgico.

No pudo concebirse un símbolo más característico de la crónica mediocridad e ineptitud de Fidel y sus seguidores que ese armatoste militar, ruso, feo, roto en medio del viaje más importante que hiciera el dictador. O, en este caso, sus menguados restos.

No creo que ninguno de los crono-cronistas use un tono diferente en esos textos seudopoéticos y edulcorados, que merecen como fondo música de la Nueva Trova y un coro de pioneros. Al contrario, le irán adicionando tramos a la leyenda de Fidel Castro hasta que parezca que el muerto no era lo que fue.

Pero sí lo fue. Un accidente histórico, una eficaz rémora que detuvo a Cuba en algún lugar del siglo XX y que, aun después de muerto, le pesa.

Fidel no ha estado en mi entorno desde hace ya casi veinte años. No le debo nada, ni a él, ni a su revolución, ni le reconozco la grandeza con que lo adornan sus adoradores. Fue un dictadorzuelo tropical, delirante, mesiánico, abusador, lo peor que le ha sucedido a Cuba en su Historia contemporánea.

Con su muerte no sé qué comienza, pero si sé que se cierra una época, la fidelista, y eso es bueno. Pero si algo pudo ser mejor que eso, es, sin dudas, el haber tenido una vida sin Fidel pues, con Fidel, lo de los cubanos no fue vida.

Y todavía no lo es.


lunes, 5 de diciembre de 2016

Cazador

Tengo algunos cuentos escritos y, como las fotos, o las ideas, pues si no se comparten pierden la razón de ser.

Me place escribirlos, pero me agobia la cosa de la publicación, así que ya ni lo he intentado. Pero en estos días, en los que tengo tanto para celebrar, quiero compartir uno de esos cuentos, hasta ahora inédito, y solo leído por un par de amigos.

“Cazador”, le llamo, y ojalá que lo disfruten.

Que tengan un excelente resto de este año de gracia.   


***



Cazador

Lo agarró por la nuca; la presa extendió las extremidades, temblorosa, sin saber -cómo pudiera- que estaba a punto de ser destrozada. Intentó escapar, en vano; las garras diminutas arañaron a la piedra, tratando de resistir el jalón del hombre que la arrastraba consigo a su matadero.

El Moco oprimió la cabeza del reptil contra la recalentada superficie de cemento pulido; el elegante cuerpo verde parduzco de la lagartija onduló, desesperado. El muchacho sacó un trozo de vidrio de su bolsillo y le cercenó la cola al animal. El apéndice se contorsionó, desconcertado, zigzagueando cada vez con menos intensidad.

La estridencia de la risa de El Moco quebró el silencio de la media mañana; primero fue un graznido, después un borboteo. Se limpió la nariz con el antebrazo, dejando un rastro de mucosidad en la piel; sorbió ruidosamente la blancuzca secreción que asomaba en sus fosas nasales, y clavó una esquina del cristal en el cuello del animal; lo decapitó con un par de movimientos cortos y le dio vuelta, exponiendo el vientre blanquecino.

Examinó el vidrio con atención, hasta encontrar una arista que le pareció más filosa que las demás. Mantuvo inmóvil en su sitio el cuerpecillo que aun temblaba, como perplejo; separó con dos dedos de su mano izquierda las patas delanteras del animalejo, cruxifición sin cruz, y deslizó el vidrio varias veces por la piel rugosa, trazando un corte longitudinal, hasta que logró hacer una incisión. Un amasijo de coloridas tripas asomó por abertura. Raspó entonces la cavidad abdominal hasta dejarla vacía, colocando el bultillo de entrañas junto a la cabeza.

Dejó el vidrio sobre la acera y estiró la piel del animal con los dedos; usó demasiada fuerza y por eso apareció una pequeña grieta que se expandió con rapidez, rajando a la ya irreconocible lagartija en dos pedazos. El Moco hizo un mohín de disgusto. Con evidente frustración limpió sus dedos de los fragmentos de tejido que los ensuciaban y los apiló junto a la cabeza, los intestinos, y la ya inmóvil cola; tomó una piedra de mediano tamaño y, con metódica saña, machacó el montón, hasta que fue solo una mancha pastosa.

Un sonido gutural llamó su atención.

En el amplio portal de la casa al otro lado de la calle -su casa-, una niña de edad indeterminada y notoria obesidad, con acusados rasgos de Síndrome de Down, miraba a El Moco. Las manos apoyadas en el muro, se balanceaba con la cadencia de un metrónomo; una sonrisa inmóvil le curvaba los estrechos labios. Casi sin separarlos, sonriendo siempre, emitió otro llamado ininteligible.

El muchacho dejó la piedra al lado de la pulpa que había sido una lagartija. Se limpió otra vez la nariz con el brazo, sorbiendo el resto de la flema; gesticuló en dirección a la niña, ya voy, respondió a media voz, y cruzó la calle. Sus ojos, de un gris sucio, brillaron con una luz oscura. Se pasó la lengua por los labios, sintiendo la sal del sudor y las secreciones, y se apresuró a entrar al portal. Con una rápida mirada se aseguró de que nadie estaba a la vista; a ver, le susurró a la chica, que entusiasmada lo había estado observando mientras se acercaba, la sonrisa inalterable, los ojos muertos, tócame la pinga, anda.


La mano regordeta, extrañamente lisa, agarró con firmeza, por encima de la tela, la verga que se iba endureciendo con rapidez. Trató de bajarle los shorts al muchacho, a la vez que, con torpeza, intentó arrodillarse, la boca entreabierta, la sonrisa helada. No, aquí no, vamos para adentro, la detuvo él, la voz entrecortada, sorbiendo de prisa los mocos de nuevo pugnaban por escapar de su nariz. ¿Y mamá?, preguntó expectante; la niña replicó con una frase sin consonantes, apenas un ulular, a a oea, a la bodega, y el muchacho asintió satisfecho.

Se acomodó los shorts y tomó a la hermana de la mano. Entraron a la casa y se detuvieron junto al ventanal de la sala, Aquí, dale, la mirada en la calle, que no viniera alguien, que no viene nadie, mientras la muchacha, estremecida por una queda risa, un delgado hilo de baba colgando de los labios violáceos, se arrodillaba, se metía la verga en la boca demasiado abierta, y empezaba a chupar con fruición.

Esto ya está muy jodido, meditó El Moco, observando con indiferencia el ralo cabello en la oscilante cabeza de la hermana.

Encontrar el dinero necesario para sus planes -ahora ya impostergables- no había sido sencillo. Había perdido ya la cuenta de las bicicletas que se había robado, de la ropa birlada en tendederas y vendida a los traperos en el Canal del Cerro, de las gallinas hurtadas al amparo de las noches, de las viejas decrépitas y chillonas a las que había arrebatado la cartera. Y aun así, no era mucho lo que había sacado de todo ello.


Su hermano mayor, el muy cabrón, era más hábil y eficiente; de alguna manera había logrado entrar a trabajar en el Combinado Cárnico, y estaba ganando dinero a manos llenas, vendiendo carne de contrabando. A veces se le acumulaba mercancía, y le daba una parte a El Moco para que este la vendiera a su vez, con una comisión por lo vendido, una mierda de comisión; pero esas ocasiones eran cada vez menos frecuentes. El hermano había perfeccionado el negocio y ahora robaba por encargo; tenía vendidas de antemano las piezas de carne -que traía ensartadas en unos ganchos en forma de S-, casi siempre pagadas por adelantado.

Y eso no era justo.

Tampoco le parecía justo que por culpa de los vecinos que venían a tocar la puerta de su casa, a reclamarle a su madre por los desmanes del hijo, yo sé que él se robó la bicicleta, yo sé que fue él, por aquella visita de esos policías, a los que vió llegar y que evitó a tiempo saltando por el muro trasero del patio, por la histeria del hermano, que en esos días lo andaba buscando machete en mano, ¿dónde está mi dinero, cojones?, jurando que lo voy a matar a ese hijo de puta: por todas esas cosas que no merecía, la vida es de pinga, ya llevaba dos días fuera de la casa, durmiendo en donde lo agarrara la noche. No era justo eso, ni tampoco que la hermana estuviera embarazada: al cabo él no tenía la culpa de la lujuria con que ella lo perseguía por todos lados, ni de que, a la menor oportunidad, se le metiera en la cama por las noches.

Todo está pero que muy jodido, concluyó, empujando a la vez la cabeza de la niña, más duro, dale, y por eso había decidido que era la hora de irse del barrio de manera definitiva; de irse, además, de Cuba.

Había comprado su lugar en una lancha de traficantes que lo recogería a él, y a otras personas, en la costa de la Ciénaga de Zapata. Te van a llevar hasta México, a Cancún; allá los van a meter en una casa de seguridad y poco a poco los van a mandar a la frontera norte. Y allí, pues pides asilo… le había explicado su contacto. Por solo diez mil dólares, le dijo, y es seguro; no hay fallo, asere.


Y hoy, por fin, era el día.


Eyaculó de prisa, sin pasión, como si defecara. Con un empellón alejó de sí la cabeza de la hermana; la ayudó a levantarse, solo para limpiarse la pinga en su vestido y, sin reparar en la sonrisa vacía que iluminaba el rostro demasiado redondo de la niña, salió al patio de la casa.

Se desnudó bajo el sol de casi mediodía, el inclemente, dejando sobre el piso embaldosado los shorts, los calzoncillos y las maltrechas zapatillas deportivas; levantó la tapa metálica de la cisterna y se dejó caer en el agua fría. Tomó aire, una, dos veces, y se sumergió; tanteó en la semioscuridad hasta que encontró un paquete, anclado al fondo con un trozo de bloque de hormigón, y regresó a la luz. Colocó la tapa en su lugar, se secó con una sábana que colgaba en la tendedera, y entró a la casa.

En su cuarto se vistió de prisa; se puso su único y raído pantalón de mezclilla, un jersey con un letrero de Aeropostale, en letras a relieve, y las mismas zapatillas, sin calcetines. Deshizo el húmedo paquete que había recuperado de la cisterna y colocó sobre la cama cuatro gruesos fajos de billetes. Una parte provenía de lo que había robado y vendido; el resto, la mayor cantidad, se lo había llevado hacía dos noches del escondite donde el hermano guardaba el dinero.

Tomó de la gaveta de la desvencijada mesa de noche una navaja de barbero; la extendió, probó el filo, la plegó y la colocó al lado del dinero. Levantó el colchón y sacó una estampa de una Virgen descolorida. Acomodó todo dentro de un sobre de nylon, le amarró la boca, y embutió el paquete en la cintura, atrapándolo con la faja del pantalón.

La niña lo observaba en silencio, detenida en la puerta de cuarto. El Moco se deslizó por su lado sin mirarla y salió al pasillo, ¿O ao a inar?, escuchó al alejarse, No, no vamos a singar, estoy apurado, respondió malhumorado, y salió a la calle.

El camión lo recogió a media tarde en la entrada a la autopista.

Unas diez personas, acomodadas en bancos de madera adosados a los costados de la cama del vehículo, apenas lo miraron mientras subía al vehículo. Sin saludar ni pronunciar palabra, El Moco se fue al extremo más alejado de uno de los bancos, se sentó, y se durmió casi de inmediato.

Estaba anocheciendo cuando despertó. El camión estaba detenido en una estrecha carretera flanqueada por una vegetación baja y espesa. Dos hombres conversaban en voz baja con el chofer, que les entregó algo. La pareja se subió entonces a un jeep y partieron en dirección opuesta a la del camión, alejándose velozmente. El Moco hubiera jurado que eran militares.

Media hora más tarde arribaron a un solitario tramo de costa. La playa era una cinta estrecha que blanqueaba en la oscuridad, el rumor de las olas de un lado, la quietud del manglar del otro, delimitando el borde de la ciénaga. A unos cien metros a la izquierda un muelle de madera se adentraba en el mar, Allá los van a recoger, les dijo el chofer del camión, señalando hacia la estructura de madera; sin más explicación subió de vuelta a la cabina y se marchó por donde mismo habían llegado.

Los viajeros vieron alejarse y desaparecer la luces traseras del vehículo. Después se sentaron en silencio en la arena, la vista clavada en la oscuridad de la que vendría la lancha. El Moco dudó un instante, y al final decidió alejarse del grupo. Quería relajarse, no estar cerca de ese montón de gente nerviosa; además, necesitaba aliviarse.

Caminó por la lengua de arena hasta que encontró en el muro del mangle un breve nicho, que le pareció tener la privacidad necesaria; se bajó los pantalones, y se agachó.

El lagarto verde, apenas tres puntos en el caldo turbio del pantano, había estado observando a la presa. Se había acercado, silencioso, y esperaba, paciente, a que el extraño animal se acercara a abrevar. Sin embargo, en lugar de beber, la presa se había agazapado en la orilla, y allí había quedado inmóvil. No parecía peligrosa, pero era descuidada, ruidosa, como si no temiera; si el saurio hubiera tenido la capacidad de asombrarse, esa hubiera sido una buena oportunidad para hacerlo. A cambio, se abalanzó como una pesadilla de agua y fango.

Lo agarró por la nuca; la presa extendió las extremidades, temblorosa, sin saber -cómo pudiera- que estaba a punto de ser destrozada.

Intentó en vano gritar; enterró los dedos en la arena, aferrándose a raíces que reventaban como hilos podridos. Las uñas se le despegaron de la piel, un dedo estalló, la articulación dislocada, pero ni siquiera sintió dolor: solo importaba resistir el jalón del lagarto, que lo arrastraba a su comedero bajo la ciénaga.

La boca se le llenó de barro, terroso y fermentado. Las manos ya no encontraron a qué asirse y la certeza de la muerte inminente hizo que los ojos de color gris sucio se abrieran, desorbitados, en un postrero esfuerzo por comprender, y El Moco desapareció bajo el agua.

Dos horas después, impulsado por el último embate de la marea alta, un pequeño yate, sin luces ni señales visibles, atracó en el destartalado muelle; el pequeño grupo de emigrantes embarcó con torpeza pero con rapidez, y la embarcación zarpó de inmediato rumbo al sur. La operación duró menos de diez minutos; nadie se acordó de un muchacho que se había alejado caminando por la playa y ya no regresó.

El silencio de la madrugada se volvió a posar sobre la costa y el pantano. La bajamar fue vaciando el manglar; manchones del fondo fangoso comenzaron a asomar, tímidos, entre las sarmentosas raíces de los mangles. A escasa distancia de la orilla quedó aislado un charco, oscuro espejo del cielo sin nubes; ondulando sobre su agua mansa, la estampa de una Virgen descolorida flotaba, indiferente.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Reportaje

“¿Por qué tú y no yo?”, clama, brama, reclama una señora mulata, obesa, entrada en años, que se retuerce, arquea, oscila en brazos de una muchacha que luce rostro compungido, preocupado, quizás porque la señora que se está ofreciendo en sacrificio amenaza con desplomarse y que, si lo hiciera, va a arrastrar con ella a quien le aferre los brazos, ya se ha visto antes, en los bembé, los que montan santo, que caen al piso, en sagrada convulsión.

“La gorda no se se tira porque sabe que se va a dar tremendo trastazo”, me susurraba el babalao, organizador de aquella otra fiesta, observador de la humanidad y de aquella otra señora, también obesa, mulata y entrada en años, a la que mantiene en vilo otra muchacha que puede ser su hija o su vecina o su compañera de ritos, la señora, que se contorsiona, ojos cerrados, la boca apretada, brillante de sudor. “No se tira, no te preocupes”, me dice el hombre que viste una inmaculada y blanca camisola con botones de oro, y sonrie.

Pero ya no sabré si se cayó o se lanzó al piso la señora que se desgañita en la histeria de la posesión fidélica. “¡Tenía que ser yo, él no, él no!”, reclama, pero la escena cambia y ahora muestra a otra mujer, una muchacha, joven, también mestiza, bonita, que entre puchero y mocos alcanza a decir algo sobre la educación, la salud, que Fidel no se ha ido, que está en sus corazones -el muerto encarnado es casi obligación nacional-, el cuello se le inflama de venas y bultos, dice algo más, un viva Fidel, y la cámara sigue, no hay palabras, declaran dos, tres entrevistados en un alarde de elocuencia, llorosos también, tristes a ultranza, como si se hubiera muerto un niño que no lo merecía, como si fuera una mala e inesperada sorpresa la que tuvo lugar, y no la muerte predecible de un anciano enfermo de alma y cuerpo que tomó prestados diez años de vida y medio siglo de nación, y ya nunca los devolvió.

No hay palabras, dicen, vamos a seguir hasta el final, con nuestros hijos, él nos lo dió todo, no tengo palabras, uno de los grandes acontecimientos en el mundo entero, no hay palabras, él no se ha ido, está en nosotros, vive en nosotros, como la flora intestinal, nos deja la unidad, la valentía, la intransigencia revolucionaria, la voz se quiebra, cómo llega uno a ese estado de histeria colectiva, “¡Tenía que ser yo!”, decía la señora obesa, “Fidel, Fidel”, grita, vocifera la muchacha joven meztiza bonita, que cubre su cara, ¡ay!, con una mano, mientras con la otra toma fotos, filma algo que no vemos, con un teléfono celular de color rosa. A su lado solloza la que sostenía a la señora que quería ser ella y no él. Todos aúllan, Fidel, algo sobre Fidel.

Frente a ellos, casi imperceptibles entre tanto estrépito, dos niños, vestidos de pioneros, con la calma y mesura que a todos los demás les faltan, miran, atentos, serios, mudos, testigos de algo que quizás ni siquiera entiendan muy bien pues este muerto, aunque no haya palabras, aunque les digan que se quedó, que los posee, que por allí todavía deambula espantando esperanzas, ese muerto, para su suerte, no es de ellos.

jueves, 10 de noviembre de 2016

The Trumpvolution

La democracia, ese lujo griego, ha propiciado el surgimiento y perdurabilidad de las sociedades más pujantes y exitosas del planeta. Bajo su cobijo florecieron la tecnología moderna, la ciencia, los más impresionantes inventos y descubrimientos; la esperanza de vida de los humanos se duplicó, las libertades proliferaron, leemos menos, comemos más e Internet nos esclavizó.

La democracia, esa dama juguetona de ojos vendados, también ha engendrado otros asuntos, menos elegantes: nacionalsocialismo, chavismo, orteguismo, tiranuelos, sátrapas, dictadores, abortos de toda laya. Porque la democracia, tantas veces sobrestimada, es solo un vehículo.

Vehículo imprescindible, impredecible, que nos acaba de regalar, además, a Donald Trump.

Todo lo que necesitó Trump para ser electo fue un ejército de “bernibros” renegados que se negó a votar por su rival, Hillary Clinton, y otro, mucho más numeroso e importante, la clase media trabajadora, blanca, mayormente rural, que salió el martes en masa a elegir al Presidente que les había estado prometiendo otro país, donde ya no van a vivir tan asustados, tan acosados por recien llegados; un país protegido por muros y nacionalismo a ultranza; uno que, les dijo, va a ser “grande otra vez”.

“Make America great again”, les dijo, y la América blanca, la profunda, la del maíz, la papa, Mac-and-cheesse y pastel de manzana, salió a rescatar a ese hombre que los convenció de que la America beige es una abominación; que les prometió que él, el Presidente Donald Trump, les va a construir una cerca para proteger sus jardines y su barbecue.

Y les gustó lo que escucharon.

***

El día después de las elecciones mis colegas, todos republicanos, de suburbio, de medianas calificaciones y aun más mediano dicernimiento, se alegraban de que, por fin, van a meter en cintura a ese problema migratorio, causa de todos los males, ese que, a decir del flamante presidente, ha minado la grandeza del país.

“No es tu caso”, me dijo presuroso uno de ellos, en tonillo conciliatorio, “Ustedes (los cubanos) llegan aquí por vias legales...”

Sin ánimo de antagonismo le expliqué brevemente que no es así.

Que también cruzamos fronteras y e intentamos entrar a los Estados Unidos de manera ilegal. Que solo la política de confrontación entre Cuba y Estados Unidos, y su consecuencia, la admisión casi incondicional como refugiados, y la Ley de Ajuste Cubano, nos convierte en inmigrantes “legales”.

Que es un proceso que no discrimina; que hay entre los cubanos inmigrados, le comenté, gente valiosa, pero que también hay mucha morralla. Que, esencialmente, no somos en nada diferentes del resto de los emigrantes.

Y que, además, por razones totalmente ajenas al discurso trumpista, por motivos estrictamente relacionados al diferendo Cuba-Estados Unidos, una parte de los cubanos vota por los republicanos. (¡Bien por ellos!, dijo una muchacha)

Seguidamente comenté que Trump hereda dos o tres guerras, la Rusia de Putin, el terrorismo Islámico, una China cada vez más poderosa. Que ni una sola vez había mencionado el ahora presidente un plan, una idea, de cómo llevar a los Estados Unidos a ser, en política exterior y a nivel mundial, “great again”.

Y que, en mi opinión, es un inepto.

Me observaron unos instantes, indiferentes, como si les hablara de alguna oscura teoría, compleja y árida, y la conversación derivó hacia otros tópicos.

***

La carrera presidencial de este año de gracia 2016 no fue sobre cómo abordar y resolver problemas tanto internos como externos: terminó siendo un asunto de odios, razas, étnias, sinrazones y el chovinismo más elemental.

Consecuentemente, los que eligieron al presidente, esperan el cumplimiento de las más frecuentes letanías electoreras que fueron dictadas en los infinitos mitines políticos una y otra vez, y donde tres de los cinco puntos fundamentales de la promesa trumpista tienen que ver con una postura fundamentalmente nacionalista:

- El muro entre México y Estados Unidos.
- La prohibición de inmigración musulmana.
- La revisión a fondo del Tratado de Libre Comercio de Norteamerica y del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica.

Los otros dos, enjuiciamiento y cárcel para Hillary Clinton y el desmontaje del Obamacare, tampoco se relacionan con el ideario republicano, sino con una doctrina de confrontación, “anti-demócrata or burst”.

No hay mucho más de lo que haya hablado Trump, mucho menos de cómo va gobernar el país, o mantenerlo en el papel de preponderancia internacional que necesita. No en balde Vladimir Putin se ha mostrado tan regocijado por el resultado electoral.

¿Pueden entonces más de 59 millones de personas estar equivocadas?

Sí. Ya ha sucedido antes.

El catolicismo medieval y su Inquisición, la Revolución de Octubre, el Tercer Reich, el maoismo y su Revolución Cultural, George W. Bush, el Islam radical: siempre hubo, hay, y habrá, millones de personas listas para equivocarse en nombre de las ideas que, en su momento, les parecen las correctas. O que les hacen creer que lo son.

El vehículo para instaurarse en un error histórico pueden ser la violencia y las revoluciones; en otras ocasiones, la democracia. Porque la democracia, sépase, es tan deseable como falible, como todo lo humano.

El resultado de todo ello es que Donald Trump, electo por el sistema del que dijo hace apenas unos días que estaba amañado, es el nuestro y agrio presidente.

Inquietante como es en su ineptitud, pero, si le va bien, nos va bien, y por ello le deseo mucho éxito. Vamos, no es cuestión de pasarse los siguientes cuatro -¿ocho?- años, muy al estilo de los anti-Obamistas furibundos, culpando a Trump por la economía, el clima y la eyaculación precoz, sino deseando que todo salga bien.

Que salga bien, entonces, es todo lo que queremos.

Pero, si así no fuera, tampoco hay que desesperar; en el peor de los casos sería solo “The Trumvolution”: ocho largas temporadas de un vergonzoso reality show.

lunes, 7 de noviembre de 2016

James Comey dice Diego.

El director del FBI, James Comey, diciendo digo, diciendo Diego, no ha dejado dudas sobre su papel en el proceso electoral: enturbiar el agua, para ganancia de Trumpescador.

El pasado verano el (director del) FBI exoneró a Hillary Clinton de un posible delito en el asunto de los emails y el servidor privado de los Clintons. No se demostró mala fe, dijo Comey en esa ocasión; si acaso, algo de negligencia que, al cabo, no puso en riesgo la seguridad nacional ni desató una tercera guerra mundial.

Entonces llega el otoño y Comey dice Diego.

Y de qué manera.

Nada menos que en la computadora de Anthony Weiner, el pervertido del momento, sospechoso de pederastia virtual, narciso y feo, casi ex-esposo de Huma Abedin, la mano derecha de Hillary Clinton, encuentran otros miles de e-mails que, al decir-diego del (director del) FBI “pudieran adicionar evidencia” a la supuesta culpabilidad de Hillary Clinton en algo, en cualquier cosa.

Cualquier delito vendría bien a esas alturas, unos días antes de las elecciones presidenciales.

¿Fue el republicano Comey, empleado de esta administración demócrata, honesto y consecuente, o fue simplemente un oportunista animal político?

Yo me inclino por lo segundo.

El FBI no se caracteriza por hablar barato ni pisar ligero. Se sabe que es una agencia de investigación concienzuda, poderosa, creíble. Además, los Estados Unidos de América es un país de leyes, donde los procesos judiciales se extienden por años, con avances, retrocesos, apelaciones, triquiñuelas, mociones, desvíos y demoras de todo tipo. Vamos: hasta terroristas y asesinos en serie, cuya culpabilidad está más allá de cualquier duda razonable, tienen su día, sus meses, sus años en la corte, y nunca se revelan a destiempo los detalles del proceso, que solo conocen a fondo la fiscalía y la defensa.

Y entonces Comey dice que hay posible evidencia. Posible. Así. De la noche a la mañana. A la ligera.

Es como si alguien dijera que hay posible evidencia de vida extraterrestre, del perpetuum mobile, de la existencia o no existencia de Dios. Las pruebas, pues ya vendrán.

Lo que ha hecho Comey no es lo que se espera del policía mayor de los Estados Unidos. Que se desdijera dos días antes de las elecciones, lejos de disculparlo, resalta aun más el ¿error? político y profesional en que incurrió.

"Usted no puede revisar  650,000 emails en ocho días”, dijo Trump al enterarse de la nueva declaración de Comey, re-exonerando a Clinton.

Pero lo que definitvamente Usted no puede decir es que hay "posible evidencia" sin siquiera haberlos leido.

Lo que hizo Comey fue sembrar duda.

Lo que hizo el director del FBI James Comey, diciendo digo y Diego, fue interferir en el proceso electoral en contra de Hillary Clinton y a favor de Donald Trump.

Así de simple.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Las plañideras de Troya

Hace unos días anunció el desgobierno cubano que ya no se construirá en la Zona Económica Especial del Mariel una fábrica de tractores con inversión y tecnología estadounidense, alegando extraños motivos que van desde la ecología hasta ideología (más detalles sobre el tema en Cubaencuentro )

A raíz del suceso, me tropecé con un escrito en un blog llamado “La Pupila Insomne”, blog que es publicado por un escribidor oficialista cubano llamado Iroel Sánchez. 

El escrito en cuestión se titula “Los tractores de Troya en Washington DC

No acostumbro a leer ni comentar en ese sitio -la verdad, es un ejercicio estéril y no hay tiempo para eso-, pero me llamó la atención lo pedestre y absurdo de los argumentos del artículo en cuestión, y así se lo hice saber al autor en un comentario, que escribí con poca esperanza de que fuera publicado.

Pero, para mi sorpresa, Iroel Sánchez publicó mi comentario, que reproduzco a continuación:

“Eso que Usted escribe es precisamente la mentalidad que mantiene la no-economía cubana exactamente donde está: en el más improductivo y desesperanzador tercermundismo. Iroel, en serio a veces me pregunto si Usted se cree las cosas que escribe o si es solo su tarea…”

Al parecer, el señor Sánchez dejó pasar mi comentario para apabullarme de inmediato con argumentos elaborados nada menos que en La Joven Cuba, un sitio cuasi oficialista cubano y de pésima hechura.

Iroel, entonces, me respondió:

“Gracias, te recomiendo responder estas tres preguntas en un post de Osmany Sánchez en La Joven Cuba: ¿En qué país de nuestra área donde hay capitalismo tercermundista se pueden encontrar los logros que aparecen en nuestra lista de lo positivo de Cuba? ¿En cuál de ellos no existe lo que aparece en nuestra lista de lo negativo de Cuba? ¿Tenemos más razones para cambiar nuestro sistema social que para mantenerlo?”

Después de leer un par de veces esa “respuesta” decidí responder a mi vez y escribí lo siguiente, que he esperado infructuosamente que el señor Sánchez también publicara, lo que, hasta el momento en que escribo este texto, viernes 4 de Noviembre del 2016, no ha sucedido.

Decidí también que, ya que me tomé el trabajo de escribirlo, pues que debía publicar esta mi respuesta.

Admito que no hay ningun mérito particular en intentar debatir con Iroeles; ahí no hay argumentos ni idea, solo facción, panfleto y arenga vacía, lo que, por demás, no sorprende: no hay manera de defender lo indefendible.

Pero, por lo que valga, aquí está el texto que le envié.


***


No sé qué tiene que ver esta respuesta tuya con lo que comenté anteriormente. Pero voy a responder:

Primero: ¿“nuestra área”?, “¿capitalismo tercermundista?”. Y, como si fuera poco, ¿La Joven Cuba?

La verdad, debería detenerme aquí mismo, agradecerte por la atención, y seguir mi camino. Vamos: eso no es serio, Iroel. Pero veamos:

En esta vida, en este mundo, te comparas con los mejores, tratas de ser como ellos, o te quedas empantanado en la mediocridad.

¿Qué mérito tiene compararse con Haiti, o con países centroamericanos?

¿O acaso prefieres comparación con Costa Rica, México o Chile?

¿O, para el caso, con una Venezuela desmoronada por el socialismo chavista?

Y para colmo de absurdos, ¿logros?, ¿de veras?

¿Cuáles?

¿Un sistema de educación mediocre?

¿Un sistema de salud en ruinas?

¿Deporte estatal en franco declive en todas sus disciplinas?

O vamos a mencionar aquel cuarto “logro” que se acostumbraba a citar con los anteriores: “¡Eliminamos la prostitución!”, decía aquel. Pero, oficio ancestral y pertinaz al cabo, regresaron las putas y sus proxenetas, esta vez para quedarse.

¿O quieres hablar de la no-economía?

Le tomó más de medio siglo a tu gobierno destruir la industria azucarera, la agricultura, los servicios, quebrantar la minería, minimizar el níquel, desaparecer la pesca, el ganado, la producción de leche, de cárnicos; logró destruir la infraestructura urbana, los acueductos, las calles, las casas, la urbanidad, la industria ligera, la industria pesada. Vamos: no son capaces ni de colectar suficiente agua de lluvia.

Llevar comida a la mesa, a la usanza de las sociedades más primitivas, se convirtió en la prioridad primera. El país apenas exporta, sobrevive de la caridad chavista -que ya toca a su fin-, turistas de medio pelo, y de las remesas de nosotros, los cubanos exiliados.

Mientras los mercados en Estados Unidos están abarrotados de productos del agro, que vienen de esos países capitalistas y tercermundistas con los que Ustedes se pretenden comparar, los ingenuos y emprendedores empresarios estadounidenses van a Cuba a tratar de vender... productos del agro.

¿Y qué decir de los profesionales cubanos, educados en ese cerrado y desconectado-del-mundo sistema educacional?

Los bioquímicos cubanos llegan a EEUU y se encuentran que su título y preparación alcanzan apenas para un técnico medio avanzado. Los médicos tienen que reinventarse, empezar casi de cero, pues no están a la altura de la medicina de vanguardia. Los ingenieros tienen que someterse a exámenes de tal rigor que muchos prefieren reperfilarse y convertirse en cualquier otra cosa.

De otros, como economistas, abogados, artistas, o periodistas, mejor ni tocar el tema.

Cuba, efectivamente, “exporta” profesionales que pueden, con suerte, ubicarse en un mercado tercermundista, pero no en los ámbitos académicos o tecnológicos que han traído al planeta a este milenio, a esta Era de prosperidad e hiperconectividad.

Los invito, a ti y a tus fuentes, a que consulten la composición étnica de hospitales, universidades, finanzas, o alta tecnología en los Estados Unidos. Sin querer estropearles la sorpresa, verán muchos asiáticos, y practicamente ningun latino o cubano.

He ahí “los logros”.

Pero el logro mayor es, decía, que le tomo más de medio siglo a tu gobierno -tan ineficiente hasta en la demolición- destruir la nación, pero al fin lo logró.

Cuba, no digo nada nuevo, es además un país en bancarrota, emisor de emigrantes. Y nadie se va de donde le va bien. Nadie.

De Cuba se marchan decenas de miles de personas al año, por las más inverosímiles vías. Y digo mal; no se marchan: huyen.

Entonces, después de exponer este breve recuento de algunas de las “razones” para cambiar ese sistema social, espero que, en caso de una respuesta, no sea automática, que sea inteligente y que, por favor, mejores tus fuentes de referencia,

Gracias por tu atención.

Alex Heny

PD: Y, como te darás cuenta, ni una sola vez mencioné la necesidad de un proceso renovador, democrático, que tanto les urge, ni regresé a esa idea fija con el monstruo imperialista que les manda tractores troyanos para que cultiven boniatos disidentes.


***

Update:

Iroal Sánchez publicó finalmente mi comentario y respondió (sic) :



Sr. Disculpe la demora en responder, no he tenido tiempo su extenso comentario.
1. Costa ica no tiene mejores indicadores sociale de Cuba.
2. Es el capitalismo transfiera la explotación de los países centrales a las periferias pero sigue siendo capitalista la inmensa mayoría de la humanidad que viv en la pobreza fuera de esos centros.
3. La salud y educación “mediocre” y “en ruinas” son reconocidas mundialmenter como ejemplares y el sistema.
deportivo sigue dando deportistas de primer nivel mundia, todo eso con una economía bloqueda por el país mas poderoso del mundo.
4. Cuba es el país con menos desnutridos de Amèrica Latina.
5. Puerto Rico, donde no gobierna el gobierno cubano y se aplican todos los métodos que usted quisiera ver en Cuba, sino el de EEUU tiene el doble de emigrantes que Cuba, quedan en la Isla 3 millones de los 7 millobnes de boricuas.
6.El bonieto disdidente tal vez pudiera habitar en su cabeza.

Saludos

***

Bueno, obviamente, aquí me bajo del tren. :D



martes, 1 de noviembre de 2016

El fin de un Sobreviviente

Yo intento explicarle a quién me escuche, y sin que nadie me haya pedido que lo haga, que en el instante en que entras a los Estados Unidos con la intención de vivir acá, junto con sellos, papeles y un welcome, te oprimen un invisible botón de “Reset” y te conviertes en nadie.

No es relevante en esta Nueva Vida lo que fuiste, ni títulos, glorias, ni méritos; vamos, ni siquiera importa si has sido chofer ejemplar durante veinte años: acá, hay que empezar de cero, tomar cursos, sacar licencia, pagar seguro de principiante.

Es un diezmo que se cobra el país, una suerte de mecanismo de seguridad que protege a esta sociedad de una gran parte del diletantismo y la mediocridad que en otros lugares funcionan sin mayores problemas. Si Usted, bacteria de importación, quiere crecer aquí, en la entraña del monstruo, tiene que tomar la escalera: no hay elevadores, no hay atajos, no hay un socio; si acaso, clavos al rojo vivo, empotrados en un resbaloso muro que de repente pareciera de altura infinita -pero que, por suerte, no lo es. Y agárrese, que se cae.

A algunos se les da encontrar un nicho amable, un “soft spot”, al decir de un colega. Pero son los menos.

Conozco a alguien que huyó de Cuba durante la “crisis de los balseros”, en el 93 o 94. Excelente químico e investigador, con maestrías, doctorado y honores, conocedor de otros idiomas -francés e inglés-, apenas se salvó de ser lanzado al agua en el Estrecho de la Florida por sus compañeros de balsa, antes que un guardacostas los llevara hasta la Base de Guantánamo, donde se erigió en vocero natural de un nutrido grupo de refugiados hasta que, después de un par de tumbos, llegó a Miami.

Y le oprimieron de botón de reset. No cuento de sus desventuras porque no estaría diciendo nada nuevo, pero ya nunca más fue quien había sido.

Y así, me han contado de científicos meseros en España, licenciados e ingenieros de intendencia en Nueva York, y parqueadores con curriculum de lujo, allá en Miami.

La intelectualidad, que incluye a artistas, actrices y actores cubanos, es quizás la parte más visible de ese fenómeno. En México me tocó ver a relevantes actores cubanos haciendo tristes comerciales, o en papeles muy secundarios en bodrios mexicanos. De lo que sucede en los Estados Unidos, pues ni lo comento, pues está a la vista.

Reinaldo Miravalles, ya sin tiempo de tomar las escaleras o de escalar ese muro terrible, no fue la excepción, y de ídolo en Cuba pasó al anonimato y el desempleo en los Estados Unidos.

La máquina de moler programación que es la televisión, particularmente la televisión en español, trasmite para un público hispano de diversas nacionalidades, pero mayoritariamente mexicano, y, fuera de algunas televisoras locales de Miami, nadie está interesado en actores, presentadores o artistas que tienen una audiencia muy limitada: los cubanos.

Sin que suene con despectiva arrogancia, pero sí con cuidadosa selectividad, que yo no veo televisión hispana: es nociva. Pero solo alguien de la estatura de Reinaldo Miravalles me haría sintonizar un canal en español.

La némesis del Hombre de Maisinicú, Rancheador inmisericorde, el tipo que no quería que Los pájaros le tiraran a la escopeta, Sobreviviente mayor.

Se murió uno de los buenos, de los que dejé, con todo lo demás, en la Cuba que ya no existe.

viernes, 21 de octubre de 2016

La cola del dinosaurio

“Cuando me desperté, ya lo había perdido todo...”

El Inversionista Desconocido Cubano

Mi hermano decía, ya en los lejanos años 90, y yo he hecho mía la frase, que hacer negocios con el dinosaurio es arriesgar que un día dé un coletazo y derrumbe todo.

Su pronóstico, con tanto de fatalismo isleño como de sentido común, se ha cumplido al pie de la letra. Llegaron a Cuba todos aquellos aventureros de Europa y las Américas, nuevos adelantados, capitalistas de cuatro dólares, ex-izquierdistas setenteros, fornicadores de jineteras, bebedores de mojitos, fundando "firmas" que en poco tiempo fueron cayendo como moscas, fumigados por el aliento de la bestia.

Ahora les tocó a los nacionales, a la naciente industria restaurantera, y lo que sucede no es diferente: ha anunciado el desgobierno que suspende el otorgamiento de licencias, y que va a revisar las ya existentes.

Hay en Cuba una alergia oficial al negocio capitalista. Tal es así que la palabra "negociante", el bendecido bussinessman del capitalismo, allá conlleva un sentido sombrío, amenazante; cuidado con ese tipo, que es un negociante, se decía y dice. O sea, que no es un confiable proletario o campesino que trabaja por salario, sino alguien que lo hace por plusvalía.

Cuidado, que no es de los nuestros.

La cosa híbrida que ha estado malnaciendo en Cuba en los últimos años, ese coqueteo con la eficiencia del capital, ese te-odio-mi-amor de los comunistas que necesitan desesperadamente del capitalismo para subsistir, termina por asustarlos.

Oficialmente declaman que la sociedad no puede estratificarse en pobres y ricos. Que está mal que alguien haga dinero con su talento. Prefieren, pareciera, que la sociedad siga siendo monolítica, terriblemente homogénea, masa informe de obreros y campesinos disfrutando la equidad de la miseria.

Pero, en realidad, insisto, lo que tienen es miedo.

Miedo, porque saben que el ciudadano que no depende del estado es libre por antonomasia. Libre de la estrechez crónica, de arengas, de marchas en la Plaza, de la consigna y el lema. Y la libertad, se sabe, es la más mortífera enemiga de las tiranías.

Le temen entonces tanto a esa libertad de los empresarios cubanos como a la libertad de palabra, de prensa, de asociación, o al pluripartidismo. No quieren ver a esos isleños insolentes conduciendo autos, con altos estándares de vida, habitando buenas casas, hiperequipadas con lo que se han traído de Miami, Ecuador o Panamá. Que se jodan de nuevo, es lo que murmura el dinosaurio, y se dispone a incinerar la incipiente iniciativa privada cubana.

Mucho menos les gusta a los coroneles y generales la idea de que alguien desde el extranjero proporcione el capital, de que sea un dueño en las sombras -porque no le dan otra opción- el que ayude al crecimiento de esa nueva clase empresarial.

Y todo porque esa inversión extranjera no pasa por las zarpas oficiales, no alimenta las cuentas, el Grupo Empresarial de las FAR no las controla y, por tanto, no es revolucionariamente kosher.

Se indigna entonces, se asombra la bestezuela de lo fácil que han crecido, como hongos tras la lluvia, restaurantes, bares y discotecas; y ahora quiere fiscalizar, averiguar de quién es ese dinero que se les escapa, como si no se supiera de antemano, y desde siempre, que en Cuba no hay divisa para que los ciudadanos inviertan, que esta tiene que venir de otro lugar, junto con los contenedores repletos de lo necesario para fundar negocios privados y prósperos.

Ese tullido capitalismo de estado que en Cuba aun pretenden, cosa maltrecha, ni siquiera a medias, es como masturbarse a través de la ropa, corriendo, y con una mascota de catcher en la mano: no funciona. El desgobierno lo sabe, por supuesto que lo sabe, pero es que ya no se trata -nunca se ha tratado- del bienestar del pueblo abnegado y trabajador.

Se trata del diezmo. Se trata del proverbial bacalao y de quién lo corta. Se trata de esa escuálida pierna de jamón, plato exclusivo para la familia gobernante y sus satélites.

Se trata pues del control absoluto de la divisa, de las cuentas en bancos extranjeros, donde Castros y bocucos engordan saldos que les permitirán a algunos un tranquilo retiro, y a otros seguir siendo dueños del desastre de la Cuba postdesastre: una versión caribeña y en miniatura de la Rusia post Gorbachov.

Para el que esté prestando atención, esta “suspensión de licencias”, ese “proceso de fiscalización” que se anuncia, es un urgente llamado de alerta:

Empresarios, cuidado, que la cola bestial del animal comenzó a moverse otra vez.



jueves, 13 de octubre de 2016

No es la revolución...

Periodismo de Barrio quiso hacer periodismo alternativo, de vanguardia, diferente, en Cuba, e intentó, sobre todo, no buscarse problemas.

En ese empeño, ya en sus inicios declaraba su fidelidad "al Socialismo como proyecto emancipatorio", deslindándose así de disidencias, oposiciones, dejando claro cuál sería el tono de su tinta. Lo de ellos, pues, periodismo independiente, no oficial, manso.

Y así fue que PdB pensó que bastaría un "te seré fiel" para sobrevivir al hedor de la bestia.

No tardo mucho y les gruñeron advertencias; brillaron, desde infames blogs y aun peores libelos, los dientecillos de los escribas, pero, ¿qué temer? Al cabo ellos, jovenes periodistas, arropados en ética, estética, el artículo 53 de la Constitución de la República de Cuba, y apoliticidad, no marchaban con Damas de Blanco ni comulgaban con extrañas finanzas; publicaron entonces historias de la desidia, el drama de algunos de los más jodidos, pero evitaron explícitamente los dedos acusadores, los Vivas, los Abajos, y escribir la palabra derechos con mayúscula. Estaban a salvo.

Y se equivocaron tanto que terminaron nueve jovenes periodistas de PdB en los calabozos de Guantánamo, tan solo por andar haciendo preguntas en la Baracoa destrozada por el huracán Matthew.

Hace ya mucho tiempo que la Revolución es revolución.

Dejó de girar. Se hizo menor, obsoleta, seboruco impuesto, colgado al cuello de la nación cubana.

De galope glamoroso pasó a trote aburrido y, ahora repta, angustiosa. Ha dejado en el trayecto todos los afeites, un rastro de las lentejuelas que encandilaron a propios y ajenos, los jirones de piel verdeolivo y, en estos finales, se disfraza con guayaberas blancas.

Pero, anciana déspota, no permite impertinencias. Abofetea con presteza al que se solivianta; castiga, reprime, patea, encarcela a quien, a estas alturas, aun no entiende que dentro de la revolución, todo; fuera de ella, los desobedientes.

¿Qué país es ese, qué bazofia de gobierno puede ser el que le teme a las preguntas, y llena calabozos no solo con sus némesis sino hasta con sus fieles?

Periodismo de Barrio no es ni será un medio político de oposición, ni prensa que fustigue al desgobierno cubano. Vamos, ni siquiera escribirá alguna vez acerca de los causas y hechos fundamentales que mantienen postrada a Cuba.

Pero eso, visto está, no será garantía de nada. Griten o susurren, el Miedo y la bota ya les derribaron la puerta.

Y entiendan de una vez que no es la revolución la que los acosa: es la involución, idiotas.


martes, 27 de septiembre de 2016

Votando en gris

Después de la prolongada, y ciertamente agobiante, campaña electoral para la presidencia de los Estados Unidos, quedaron tendidos en el camino más de una docena de anodinos candidatos republicanos en una rebatiña tan atestada como aburrida, mientras que, por su parte, el proceso electoral demócrata estuvo tan desangelado que incluyó a un desconocido, y hasta a un socialista.

Nos ha dejado, entonces, la campaña electoral, con lo que se supone es la crema y nata de las opciones presidenciales del país: Donald Trump (R) y Hillary Clinton (D).

Trump, el candidato imposible, que se abrió espacio a codazos con una retórica agresiva, brutal por momentos, agitando espantajos. Como el beodo soez que grita medias verdades en la penumbra de una cantina, divirtiendo a los parroquianos, Donald Trump se ha dedicado a despotricar, a decir lo que una parte del asustado electorado conservador gusta escuchar.

En un país donde el racismo está a flor de piel, donde la violencia y las masacres insensatas son lo de cada día, donde los dementes armados causan más daño que los terroristas islámicos; donde la brutalidad policial, sazonada con el prejuicio racial, asesina negros de manera preventiva; en un país donde el costo de la vivienda es absurdo, donde el precio de la atención médica es astronómico, donde estudiar una carrera universitaria es una inversión comparable al absurdo de la vivienda, en este país, a esa gente, Donald Trump le balbucea al oido que los inmigrantes tienen la culpa de todos los males, que él sabe arreglar -sin que todavía le haya dicho a nadie cómo piensa hacerlo- economía, política internacional, energía, sociedad, America y el resto del planeta; que él, por cierto, va a hacer a America great again, sin explicar qué es great, por qué no es great, o cuándo dejó serlo, según su visión; todo expuesto con abundancia de histrionismo, bravuconería, con derroche de incoherencia, y sus seguidores le creen a pies juntillas.

Un charlatán, un oportunista, ególatra autoritario con sentido del espectáculo: esa es una de nuestras opciones presidenciales.

Hillary Clinton, la candidata del sistema, es la otra.

Pero Hillary miente.

Nada es tan importante, ni el espectro de Benghazi, ni la rémora de malas decisiones en las que la Secretaria de Estado Clinton estuvo involucrada -al cabo, errare humanum est (…); ni siquiera el asunto del mal uso de servers privados para correos electrónicos confidenciales es fundamental: nada es tan importante, insisto, como mentir.

Sobre todo, porque aun no se sabe a ciencia cierta por qué miente Hillary, qué se oculta detrás de tanta obstinación en no abordar, de una sola vez y por todas, con imprescindible transparencia, lo que estuvo mal en el manejo de los correos electrónicos, y cuál ha sido, o pudo ser, el alcance de tal negligencia. Y, como si no bastara con tanta incertidumbre, Hillary Clinton ha evitado ofrecer conferencias de prensa en los últimos meses.

¿A qué le temen Clinton y su equipo de campaña?

Recientemente un juez federal ordenó que la mayoría de los correos electrónicos no fuera hecha pública hasta después del día de las elecciones presidenciales. ¿Coincidencia? No lo sé. Pero de no serlo, ¿por qué?: ¿qué se está tratando de ocultar?, ¿qué verdad es esa que necesitaría una demora para que no interfiriera en la posible elección de Hillary Clinton?

(…) sed in errare perseverare diabolicum, “pero perseverar en el error es diabólico”, es la segunda parte del latinajo que habla acerca de que es humano cometer errores. Y Clinton y sus asesores perseveran.

Hillary Clinton está blindada por el poderoso establishment demócrata, como se demostró durante la Convención de ese partido: mientras Trump entró a la Convención Republicana aclamado como un mesías, Clinton necesitó prácticamente tres días de discursos, arengas y performances de artistas, personalidades y políticos, incluyendo al presidente Obama, para exorcisar obstáculos, para silenciar a la disidencia de izquierda, para confirmar una nominación que, si bien era lo que se esperaba, estaba amenazada por la acometida de Bernie Sanders y sus Berniebros, y, en no menor medida, por la propia antipatía que acompaña a Hillary como un mal olor.

Ayer en la noche entonces, al fin, tras todos estos meses electoreros, se vieron las caras Trump y Clinton en el primer debate presidencial.

Casi todo lo que he leído esta mañana -incluyendo medios conservadores- dan por ganadora del debate a Hillary Clinton. Yo no esperaba menos: aun sin tomar en cuenta la obvia ineptitud de Trump para el oficio presidencial, sus “propuestas” se basan en wishful thinking; promete fabricar el perpetuum mobile, pero no dice cómo lo va a hacer. Todo lo que necesita Clinton entonces es atenerse al sentido común, a propuestas concretas, a un plan de acción presidencial realizable.

Y así, hasta el día de las elecciones.

Ese día pienso usar mi voto como diminuto ladrillo en el dique de contención que debe contener a un mal mayor.

Ese día, por cierto, yo no voy votar por Hillary Clinton. El 8 de Noviembre yo voy a votar en gris, en contra de Donald Trump.

La elección presidencial, mi primer Presidente en los Estados Unidos: una elección que nos deja el sabor terrible de una nación condenada a malas opciones.

jueves, 22 de septiembre de 2016

OCD

No todas las mañanas tomo la cámara cuando salgo para el trabajo. Por supuesto, después lo lamento porque siempre hay algo interesante que fotografiar.

Pero, cuando la llevo conmigo, es una carrera contra la luz. Me desespero al ver como se esfuma el sol que apenas alumbra, como se queman los dorados irreales, como se hace añicos la suavidad irrepetible de los amaneceres del otoño.

Siento que pierdo la competencia todos los dias; el fin de semana te levantas a las seis de la mañana, me digo, te vas a esa costa rocosa, y haces quinientas fotos de la luz sobre al agua, en el agua, a ras, a lo lejos, de muy cerca.

O te vas a la playa. O a la calle; en todas partes hay algo irrepetible que espera por mí unos segundos y después se marcha para siempre.

Pero no me levanto.

En las tardes también se me olvida la cita, en medio del fragor de la casa y la cosa familiar. Tal es así que, también esta vez, pasé por alto ese par de días cuando la caida del sol se alinea con mi calle -mi callehenge-, y un tunel de luz amarilla, repleta de magnífico polen, se extiende hasta perderse de vista.

Y a pesar de la desidia, para mi asombro, se me acumulan las imágenes. Las manipulo con avara fruición; borro, inmisericorde, chapucerías y abortos -tomar doscientas fotos y que ninguna sirva es lo mejor que le pueda pasar a un fotógrafo-; clasifico entonces, trato de poner orden en la compulsión, muestro algunas.

Lei alguna vez que Jimmy Hendrix se frustraba porque tenía sonidos en su cabeza que no podía reproducir. Asusta saber que aun el talento de un genio tiene límites. Yo, atado por la mediocridad de mis manos, no sé pintar, no sé dibujar más allá que un rostro de payaso para hacer sonreir a mi hijo. Pero tengo imágenes que me acosan y, para mi sorpresa, he encontrado algunas en la fotografía.

Sigo, entonces, compilando. Placer. Diversión. Terapia.

OCD

jueves, 8 de septiembre de 2016

Red social

De tanto ir y venir, ya la familia no necesita casi nada de los enseres básicos, mucho menos de los superfluos.

Le regalamos entonces por su cumpleaños al suegro, hombre anti tecnología por crianza, indiferencia y simpleza, un teléfono celular: un Blu, desbloqueado, que se dice diseñado en Miami, fabricado en China, destinado al mercado latinoamericano, y que va a ser usado en lo adelante para breves conversaciones entre Cuba y Nueva York.

Y resulta que, como si fuera poco el adelanto, este teléfono Blu (Bold Like Us, dice que significa el acrónimo) es uno de estos aparatos llamados “inteligentes”.

Aún no tiene asignado un número -de eso se encargará ETECSA que, a cambio de moderada suma, le suministrará además un miserable plan de llamadas- pero el WiFi de nuestra casa ya le permite conectarse al mundo virtual cuya existencia, hasta ahora, mi suegro ignoraba.

Es decir que, mucho antes de marcar su primer número en su flamante teléfono, el suegro ya puede navegar por internet, hacer videollamadas por Skype, enviar/recibir mensajes, ver fotos de niños con cáncer, manipular aplicaciones tan inútiles como entretenidas, asombrarse de toda la irreverencia que hay más allá del NTV y el Granma. Ya inclina la cabeza hacia la pantalla esclavizante, como hacemos todos, hacia lo que ofrece la red: porno, noticias, deporte, política; el mundo ilustrado, explicado, a gritos y en colores; la libertad en la palma de la mano, el planeta bajo la yema del dedo.

Facebook también, por supuesto.

Inmediatamente después que el eficiente servicio de Amazon entregara el paquete en nuestra casa, mi esposa inició a mi suegro en la red social. Le creó una cuenta; le explicó, grosso modo, de qué se trataba el asunto. “La gente en comunicación, papá”, le dijo, “Gratis, rápido: ¡la modernidá!”, sonrió mientras mi suegro la miraba con velada perplejidá.

Pero, contra todo pronóstico, el hombre se apropió agilmente de la novedad; no en balde las redes sociales tienen diseños que apelan a la intuición. Está el suegro, entonces, en la red, y en Facebook.

“Oye, esta gente está loca...”, me dice ayer, y me muestra un video que un sobrino ha colgado, video que evito mirar, y donde una mujer le propina garrotazos a otra que está postrada en una silla de ruedas. “Y ayer puso otro, mira, esta mujer, pegándole a un niño...”, añade y me mira, con expresión casi culpable, asombrado. “Esta gente está loca pa´ la pinga...”, concluye, con un muy inusual exabrupto en un hombre que destaca por su decencia.

La gente loca a la que se refiere no son solo los protagonistas de los videos: aunque no lo diga explícitamente, aunque no lo admita en voz alta, los locos son también sus recién adquiridos contactos virtuales: la familia y los amigos con los que se ha tratado toda la vida y a los que, en el mundo virtual, ahora apenas reconoce.

Son la gente de siempre, que de repente parece preferir el morbo, la invocación religiosa, las cadenas de información falsa e insensata, los desastres de todo tipo, los clichés, los chistes de mal gusto, los memes más pedestres. “No escriben nada, solo ponen esas cosas...”, se asombra el suegro, y mira de nuevo a la pantalla, como dudando si esos nombres que ve en el pequeño rectángulo del teléfono, nombres tan familiares, sean realmente las personas que él conoce, y no unos impostores.

***

Mi Facebook sintético me salva de buena parte de ese fenómeno. Vamos: puedo con total tranquilidad eliminar de mis contactos, sin que ello represente una ruptura familiar o una amistad quebrantada, a quien publique algo que no me agrade. Ya lo he hecho, y se siente como librarse de un estreñimiento.

Por otra parte, me doy el lujo de leer a personas interesantes, de hacer nuevas amistades, muchas de ellas ratificadas en el mundo exterior, y tan solo por ello valen la pena Facebook y mi duplicidad.

Facebook, que en su sugerencia explícita de aceptar o no a alguien en nuestro entorno virtual, nos da la solución: a la familia uno no la escoge, pero a los amigos sí. De tal manera mi suegro, y la mayoría de las personas que conozco, están condenadas a seguir en la red social una versión gráfica de su vida cotidiana. Yo, privilegiado, instalado en el ser o no ser, me procuro voluntariamente un status de fantasía para que mi vida real, la otra, no sea tan cotidiana.

***

Así es entonces que, gracias al regalo recibido, nuestro nuevo elemento en la rutina diaria, además de tomar café recién colado a las cuatro, o sentarnos a la sombra, en el patio, a repetirnos historias, es la pregunta, siempre esperanzada de buenas noticias, con la que me recibe el suegro en las tardes: “Y entonces, ¿qué se dice en las redes?”

Yo, pues le cuento; él, deslumbrado y triste, atrapado por la impericia en la navegación digital, me muestra en su Facebook videos de venezolanos asaltando supermercados vacíos, disidentes protestando en La Habana, y un meme que se burla de Raúl Castro.

Nos va a extrañar el suegro cuando regrese a su vida habanera. Va a extrañar al nieto, sus tardes en el parque, y el café de las cuatro. También es posible que ahora, con más información, mire con otros ojos a sus amigos y familiares que tan extraño se comportan en el mundo virtual. Tal vez hasta intente deslumbrarlos, contándoles todas esas historias censuradas y nunca vistas en Cuba.

Sin embargo, a fuerza de repetirlas, la indiferencia terminará por tomar por asalto al asombro. Condenado entonces otra vez a Granma y NTV, solo le quedará a mi suegro la nostalgia por la familia lejana, un teléfono ciego, y una nueva carencia: la red social.  

martes, 6 de septiembre de 2016

Atraco

No es que yo piense que las cosas deban ser gratis.

Vamos: yo sé, nosotros los cubanos sabemos, que lo gratis no funciona.

Un auto, una casa, una chuleta, me las venden porque quieren mi dinero. Eso está bien. Eso es intercambio, de mi dinero por algo de calidad, que eleva mi nivel de vida, y viceversa. Incluso, a veces solo es algo Made in China, adocenado, barato, pero al final uno paga por ello un precio razonable y el comerciante, y el fabricante, y sus empleados se hacen con una parte de mi dinero. Y eso, insisto, está bien.

También pienso que el que estudió universidad en Cuba debe pagar por recibir las notas y el plan de estudio para ser usados en el extranjero. ¿Por qué no? Es un servicio más por el que hay que pagar.

Tomo como ejemplo que, en fecha reciente, mi alma mater, allende en Europa del Este, me envió a Nueva York mi plan de estudios y notas, un par de papeles que me sirvieron para validar mi ingeniería, y hasta una maestría adicional a la que ya tenía, todo por apenas cuarenta euros, envío incluido.

Pero Cuba, por su parte, con la misma indecencia que propone un carro de segunda, y de uso, en cientos de miles de dólares, vende el mismo trozo de papel con información que, por demás, nos pertenece, y lo hace a un precio exorbitante.

Cuba, a sus nacionales los despoja, los atraca a pleno sol, con esa estafa que arma el desgobierno cubano a través de esa cosa llamada consultoría jurídica, cosa de nombre rimbombante en paisito mierdero, y que no es más que otro pedazo de la fachada del conglomerado de instituciones y regulaciones que no tienen otro propósito que esquilmar a los cubanos exiliados que aun tienen a su familia como rehén en Cuba.

Casi seiscientos dólares ($600) por sus notas y plan de estudio, por un par de cuartillas de papel, ha tenido que pagar mi hija allá en Cuba. No me jodan.

No digo nada nuevo al recordar aquí que el desgobierno cubano es escandalosamente incapaz de hacer funcionar algun tipo de economía. Muy al contrario, ha demolido las infraestructuras, ha aniquilado la voluntad individual; se ha dedicado, como puta venida a menos, a ser el mantenido del mecenas de turno.

Tal parece que lo que sí se le da a ese bodrio es la esterilización de tierras; tal parece que por allá las lluvias siempre hacen daño, que el clima siempre es adverso, que las semillas no germinan, que los animales no copulan, que los peces también han huido a otros lugares, donde los saben pescar.

Entonces, aplastado por su descomunal ineptitud, el desgobierno, en su desesperada búsqueda de dinero ajeno, nos explota a los que hemos tenido la oportunidad para rehacer nuestras vidas, y el talento para ganar el dinero necesario, lejos de toda aquella porquería de país, pero que aun, por desgracia, tenemos allá a alguien que nos necesita

Mi buena noticia es que cada vez me queda menos tiempo para cerrar, de una vez y por todas, ese capítulo. Mis hijas vienen en camino y, el día que por fin lleguen a los Estados Unidos, el desgobierno cubano perderá a este vasallo y su diezmo.

Mientras, me resingo en la madre de todos ellos.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Historias de Gretel

Tengo algunas historias sobre alguien a quien llamo Gretel. Algunas ya hasta tienen final escrito; otras están a menos de medio escribir.

En lo que decido qué hacer con ellas, he aquí algo al respecto:

***

Gretel regresó a Cuba a exorcisar un par de sombras y a desenterrar a sus muertos.

A su madre, pasada de coqueta, rallana en puta, y diabética; muerta por demasiado ron, aun más cigarrillos, sobrepeso de grasa de cerdo y fritanga de viandas.

A su padre, alcohólico, pendenciero, abusador, ahogado por un enfisema.

Gretel regresó a Cuba y dejó las sombras intactas, en sus rincones. Los huesos de sus padres, guardados en una funda de almohada que se robó del hotel, los tiró en una loma de basura que supuraba un caldo negro y fétido de tres semanas de fermentación.

Esa misma tarde, mientras la muchacha alistaba sus maletas, un destartalado camión cargó con la podredumbre y los huesos. El taxi que llevaba a Gretel al aeropuerto cruzó por debajo de puente de 100 y Boyeros justo cuando el camión descargaba su inmundicia en el basurero de 100.

Gretel murmuró unas gracias apresuradas, le regaló veinte dólares al taxista, y se alistó para irse de nuevo, y por última vez, de Cuba.

Un hombre, en camisa de mangas largas, nariz y boca cubiertas con un pañuelo sucio, la cabeza cubierta por un sombrero astroso y los pies por unas botas raídas y sin cordones, hurgaba en la basura y encontró la funda.

Cuatro horas después, mientras Gretel subía a otro taxi en el aeropuerto Benito Juárez del DF, el hombre, sentado a la vera de unos matorrales, revolvía un caldo hirviente, la cena de esa noche.  

jueves, 18 de agosto de 2016

Oficio de papagayo

Hay una buena parte del exilio cubano que ha reconstruido su vida, y la de su familia, viviendo de manera digna y decorosa.

El exilio cubano que, se sabe, subvenciona en buena medida la economía cubana.

El exilio cubano, variopinto como es, que cuenta además con una inmensa cantidad de exitosos profesionales, empresarios, intelectuales, deportistas, y artistas. Tengo el privilegio de conocer a algunos personalmente, y a varios los puedo llamar amigos.

A todos ellos, a todos nosotros, que ostentamos, y con orgullo, diversas ciudadanías, a todos los que salimos de Cuba porque nuestro talento, vida y futuro estaban sofocados bajo la mole de escombros que apiló sobre nosotros el desgobierno de la isla, nos llama, los llama ex-cubanos”un impresentable personajillo de la claque oficialista cubana, un tal Randy Alonso.

El triste vocero llama ex-cubanos a los deportistas cubanos que, bajo la bandera de otro país, compitieron en las Olimpiadas. Por extensión, nos llama ex-cubanos a los que tuvieron, tuvimos, la oportunidad y el talento para salir de Cuba y hacernos de una nueva y mejor vida profesional y personal gracias a las oportunidades que en la isla no existen.

No sé a derechas quién es ese hombrecillo, ni cómo llegó a ser una suerte de voz y rostro de la oficialidad, confirmación por demás de que ese ente, la cosa oficial, es muy fea.

Tengo entendido que llegó a la televisión junto con las mesas redondas, y yo, que tuve la suerte adicional de librarme de conocer tales cosas al dejar Cuba en el año de gracia de 1997, pues me enteré de la existencia de este ejemplar de la nueva horneada panfletaria muchos años después, y eso solo porque tengo el hábito de leer en Internet sobre Cuba.

Este compañero debe haber sido sacado a flote por la putrefacción de la profunda crisis socioeconómica de los años noventa en Cuba: había entonces que ser muy desalmado para sentarse a defender lo indefendible, a manipular, a desinformar. Y hay que ser muy miserable para seguirlo haciendo todavía.

Nadie, y mucho menos alguien que no aporta nada a la cubanidad, al país, que no es capaz siquiera de ganarse la comida que consume, tiene la potestad ni la autoridad, moral o legal, para descalificar a un cubano tan solo porque este viva y prospere en otro lugar.

Vamos: uno ya no es de Cuba porque allá no vive y con toda probabiliad nunca más lo haga. Pero uno sigue siendo cubano, porque, como escribí casualmente hace unos días “tan solo por decir ´soy mexicano, soy español, soyamericano´, no se le desprende a uno la cubanía, que es costra,piel y entraña”.

Sirva esto para calar la mediocridad rampante de los informadores y de los medios de comunicación en Cuba, que siguen depredando amparados por el aparato oficialista y la total falta de libertad de expresión.




lunes, 15 de agosto de 2016

LPV in memoriam

En los aciagos años noventa del pasado siglo, en plenas carencias periodoespeciálicas, circularon resoluciones, orientaciones y ukases varios que llamaban a la frugalidad cuando se tratase de desayunos, almuerzos y cenas oficiales convocadas para agasajar extranjeros.

Variando de ministerio a ministerio, de ujier a ujier, unas exigían que por cada comensal extranjero podía sentarse a la mesa un cubano; otras prefererían el porcentaje y establecían que en las comelatas solo estaba permitido un treinta por ciento de famélicos nacionales.

Alguien me contó que en cierto ministerio, en cierto momento, llegó a manejarse un diez porciento, es decir, un cubano por cada nueve extranjeros, pero la complejidad de resolver tal ecuación para grupos menores de nueve echó por tierra tal ejemplarizante medida.

La idea era ahorrar, no despilfarrar, hacer más con menos, no dilapidar los preciados recursos que el Estado necesitaba para el pueblo y eso, y etcétera.

Me tocó verlo de cerca: unos británicos nos invitaban con insistencia a almorzar o cenar con ellos en la “casa de visita” y, a fuerza de estar apenados por tener que decirle una y otra vez que no, nos autorizaron a cuatro de nosotros a un almuerzo con aquellos tres ingleses. Fue la primera vez en mi vida que vi, los ojos dilatados por sorpresa y la boca inundada de saliva, un boliche mechado. Corría, lento, el 1993...

Hoy veo el escuálido medallero cubano en las Olimpíadas y no puedo menos que pensar que, detrás de esos deportistas. hay además de una institución gubernamental toda una delegación de funcionarios que van a Rio, con los gastos pagos, a ver si alguien los invita a un rodizio.

De aplicarse aquella matemática de fin de siglo de desamparo, que buscaba mantener a los cubanos lejos de la mesa y la copa, los porcentajes medalla/funcionario estarían en un orden fraccionario, algo así como aquellas guaguas atestadas, con gente colgando de puertas y ventanas, siendo la guagua la medalla y la multitud los burócratas del diezmado deporte cubano.

Vamos: que parece que, a la par de la extinción de la "potencia deportiva" , se le está secando la ubre a la vaca deportiva cubana...