“Porque si veo
capitalismo, no sé, no puedo entrar...”
Desde que tengo uso de razón -o
memoria, que es más adecuado- eso de “no regresaremos al
capitalismo” o que el capitalismo es malo, muy malo, ha sido el
mantra de una y otra vez de los fideles, raúles y sus cachanchanes.
Esta vez, leo, tampoco se hizo la
excepción y el impresentable general-presidente, ya respirando
aliviado porque Obama, el que le tomó La Habana sin disparar un
tiro, se va; contento el hombrecillo además porque con Trump le
regresa el imprescindible enemigo, dice entonces el anciano,
lamentable sobreviviente de la furia asesina de este agonizante 2016,
que “no vamos ni iremos hacia el capitalismo”.
Las razones lógicas de tal rotunda
negativa, pues no las conozco.
Al cabo, esa gente son de izquierda y
la izquierda, como todo lo demás, solo sobrevive en el capitalismo;
sonaría como suicidio, si no fuera por el depravado cinismo que
transpira tal declaración. Quedan entonces solamente las sinrazones,
pataletas ideológicas de un grupo de ineptos, desfasados en tiempo,
Historia y vida.
O sea, Cuba se hunde, y a ellos no le
interesa.
“Ni nos ha interesado ni nos
interesará”, pudiera bien decir el tiranuelo de turno y seguir,
por supuesto, cómo de otra manera, seguir disfrutando de cuanta cosa
capitalista existe y tiene a la mano. Desde la ropa que viste, los
teléfonos que usa, los relojes que consulta, hasta los carromatos
rusos que reservan para entierros y papelazos, “Сделано в
России“, la del capitalismo putiniano porque, de la URSS,
ni los mapas quedan.
Al absurdo entonces se suma la burla.
Vamos, el otro país socialista que
queda en el planeta es Corea del Norte (porque, convengamos, ni China
ni ningún otro país, con economía próspera, engrasada por el
lubricante capitalista, es socialista). Y Cuba comparte con Norcorea,
además del dogmatismo de la clase gobernante, de la docilidad de los
ciudadanos, de la represión, de los métodos dictatoriales, un
absoluto desastre de la economía.
Rechazar a estas alturas el
capitalismo, tan solo por razones de inexplicable y trasnochada
ideología, es el colmo del absurdo. Basta con mirar a esa Corea
bipolar: el mismo país, la misma cultura, el mismo idioma, siglos de
historia, nación dividida por una artificial frontera rectilínea,
residuo de las guerras anticomunistas del siglo XX; el Sur próspero,
hipertecnológico y capitalista, y el Norte del siglo XIX, agrario,
desolado, donde las hambrunas cíclicas y la pésima calidad de vida
hace que, entre otras nefastas consecuencias, los norcoreanos
socialistas tengan incluso menor estatura y corpulencia que los
sudcoreanos capitalistas.
Si hay una muestra de que eso que
llaman socialismo no funciona, son esas dos Coreas; o, dicho de otra
manera, de que el capitalismo funciona.
Pero el Castro de turno no quiere
capitalismo.
El drama cubano, se decía, comenzaría
a terminar con el “fin biológico”, la muerte de Fidel Castro.
Pero todo indica que solo se ha pospuesto. “En Cuba las cosas
empeoraron después de la visita de Obama”, me cuenta mi padre, “El
bombardeo con consignas antiamericanas, la vieja retórica de ´Cuba sí Yankis no´, es a todas horas, por
todos lados”.
El desgobierno cubano ha invertido
todos sus recursos de propaganda y manipulación tratando de enmendar
el desmentido brutal que Obama puso sobre la mesa, el de que el
problema no es, ni remotamente, los Estados Unidos, el bloqueo o
cualquier otra cosa en el extranjero; que el problema, todos los
problemas, están adentro del país.
Que el problema es el fantoche que dice
no al capitalismo, que advierte sobre más crisis por venir, que
anticipa más restricciones, que no tiene soluciones para el país y
sus males crónicos porque ni el socialismo, y mucho menos ese
gobierno disfuncional, ofrecen ninguna.
El capitalismo terminará por llegar a
Cuba.
No el de la croqueta y el
“cuentapropismo”, por supuesto, sino el de la libre empresa,
mercado, crédito, competencia, oferta y demanda. No llegará, sin
embargo, como un agua mansa, sino como torrente de lodos y rocas,
liberado por un dique que revienta. Torrente que va a arrasar con un
pueblo que no está preparado para navegar esas aguas, que no tiene
idea de cómo se sobrevive y vive sin remesas; que, a fuerza de
igualitarismo, es débil y desconoce.
La responsabilidad de la calamidad que
viene a sumarse a la ya existente, pues es de ese hombrecillo de
expresión dispéptica, menguada estatura -norcoreano honorario- y voz engolada, de su
difunto hermano, y de los que lo apoyan y aplauden; de todos,
cómplices, los que están acompañando al país en su desplome en
caída libre.
Feliz 2017 entonces, y que el viaje les
sea leve.
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