jueves, 20 de marzo de 2014

L

Tenemos esa extraña, y entendible, fascinación por los números fáciles.

Nos hechizan los benditos múltiplos de 5 y 10. Tal vez, por eso, nos inventamos el sistema decimal (los ingenieros, además, adoramos las líneas rectas, pero eso es otra historia).

Tal es así, que sería fácil identificar a un no humano por sus preferencias numéricas. No tiene que ser el ET grisáceo, de ojos enormes y cabeza ovoide. Bastaría con que dijera: “Era un grupo de de 13 ó 17 personas...”, o “Ese carro pasó como a 777 por hora...” Y es que los humanos vivimos a la par de los múltiplos de 5.

Quizás es esa tendencia, a decir 15, ó 20, ó 1000, la misma que nos lleva a pensar que 50 años es la mitad de nuestro camino. Ni siquiera la abrumadora evidencia de que 40 sería una cifra, no menos optimista, pero sí más cercana a la realidad, hace que 50 pierda ese poderoso simbolismo de mitad.

Y bueno, aunque no me gustan los molotes ni las generalizaciones, por esta vez me sumo a la mayoría.

Llego en estos días, entonces, a esa mitad del camino, al mediodía, a las y media, a la media rueda: cumplo 50 años de permanencia en el planeta, en esta única oportunidad, maravillosa conjunción bioquímica, que es un perecedero e imperfecto Homo Sapiens Sapiens.

Y no me quejo, que se sepa.

Soy un hombre feliz, tan feliz con lo que he vivido, que si tuviera que escoger un tiempo diferente para mi vida, este sólo sería hasta dentro de un par de siglos, y eso, por pura curiosidad.

He tenido entonces una excelente primera mitad y, si bien entro a la segunda, de acuerdo a lo que dice un amigo médico, esencialmente enfermo (su tesis es que después de los 50 todos estamos de alguna manera enfermos), me siento de maravilla. Sólo me preocupa, a veces, que mi cerebro siga de veinteañero.

Contra todo pronóstico, no extraño ímpetus, ni disipaciones. Sólo extrañó a mi madre, y a amigos que inexplicablemente han muerto a destiempo. La gente buena no debe morirse tan jóven, porque dejan unos vacíos espantosos. Las madres, pues no deberían morirse nunca.

Para mi suerte, tampoco extraño segundas oportunidades, ni me ando preguntando “¿Y qué hubiera pasado sí...?” Me gusta cómo he llegado aquí, y lo que he hecho hasta ahora. He disfrutado cada segundo y piedra de mi camino. Y me he ido quedando con las cosas buenas, las que tengo, como mis hijos, y las que recuerdo, como mi excelente cena de anoche.

Entonces, como en cada uno de estos 50 años, inauguro la primavera, y sigo adelante, ya que no cuesta abajo.

Y nos seguimos viendo, mientras siga girando la rueda.

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