Rusia está de regreso a
los predios de la URSS.
En un derroche de cinismo
y prepotencia, Rusia está mostrando que tiene, y siempre ha tenido,
el juego de Siria bajo la manga.
Como suministrador de la
tecnología y la materia prima para la producción de las armas
químicas que tiene su cliente, es obvio que Rusia sabe donde están y cuántas son, teniendo en cuenta, además, que es muy posible que
haya más de un agente ruso bien informado tanto en el ejército como
en el gobierno sirio.
Sin embargo, hasta ahora
Putin sólo se limitó a callar y otorgar, mientras la guerra civil
asolaba Siria.
Sólo cuando el bombardeo
de Obama fue inminente, Rusia mostró una de sus cartas, y eso,
porque después de los misiles el gran riesgo era que quedara un
país totalmente fuera de control, y Rusia no quiere que su base
militar esté en un lugar así.
Prefiere pactar con los
vencedores, pero permanecer en control. Sobre todo, de las armas
químicas. Y de un lucrativo mercado.
Nunca se ha tratado
entonces acerca de asuntos humanitarios, de detener la matanza de
sirios. El asunto siempre ha sido como mantener el poder, la
hegemonía y, por supuesto, el motivo más ancestral y vil: dinero.
Obama, que salió ingenua,
quijotesca e inoportunamente a proponer bombardeos que no hubieran
resuelto nada, sino todo lo contrario, se ha quedado a merced del
maquiavelismo de Putin, que debe estar disfrutando sus 15 minutos de
superpotencia.
El resultado es que ahora
se pretenden controlar las armas químicas, para que no vuelvan a ser
usadas por Assad, ni por los rebeldes, pero sobre todo por los
terroristas.
Y que Rusia, además de
mantener el poder en la región, adquiere prestigio como conjurador
de bombardeos.
Y que, quien sea que gane
en Siria, siga siendo un buen cliente.
Y que Obama da la impresión de haber hecho el ridículo.
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