En EEUU, todo colapsa.
Desaparecen todas las
formas de gobierno, las instituciones, las leyes: la sociedad se
pulveriza.
El oro ya no tiene sentido, los nuevos patrones de valor
son la gasolina y las armas. Ahora, dormir, es un lujo, y es un
riesgo inaceptable.
Los que no han sido
afectados por la terrible metamorfosis, se apertrechan, se
atrincheran ante el horror, luchando contra zombies y humanos por la supervivencia,
por agua potable, por los medicamentos básicos, cada vez más
escasos; por lugares que puedan ser un refugio, ante las hordas de
monstruos famélicos que se alimentan de carne humana, y ante los
otros, las numerosas bandas de no infectados, que vagan sin rumbo, enajenados, en una
orgía de saqueos, asesinatos y violaciones.
Los más afortunados se
hacen de un vehículo, y de un par de amigos, y encuentran la manera
de llegar a las costas para poder escapar de la pesadilla de la tierra
firme. Sin embargo otros, la mayoría, quedan atrapados en terribles inviernos, sin calefacción ni electricidad. Aislados por carreteras y autopistas atestadas
de carros abandonados y cuerpos semidevorados por zombies y bestias, rodeados por un sempiterno hedor a muerte, su nueva rutina es estar alerta, para llegar vivos al día siguiente.
En Cuba, mientras, la gente por fin
puede matar una vaca y comérsela, sin que nadie le diga ni cojones.
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