“Carajo...”, voy y
abro la puerta ante el insistente toque.
“Hola, perdona, pero
tenemos un foco parpadeando en la sukkah, ¿puedes ayudarme con eso?”
No faltaba más, y ahí
voy al rescate de mis estimadísimos vecinos judíos, que están
celebrendo el primer día del Sukkot en su cabaña improvisada, ocho
personas paradas alrededor de una mesa ataviada con manteles,
servilletas y vajilla, y un foco de luz fría, justo encima de
la mesa, y que parpadea rabiosamente, interesante claro-oscuro en los
rostros impacientes y consternados de mis vecinos y sus invitados.
“Cabrón foco”, pienso
después de un minuto de infructuoso esfuerzo, y ya empezando a
sudar, acabado de bañar, coño, pero el foco está bien asentado en
sus conexiones, no quiere girar y la precaria lámpara se bambolea.
“And, turn it, that´s correct, go, go, OK...”, escucho las
valiosas instrucciones del hijo de mi vecina, que carga un rollizo
niño, mientras sigo en mi tarea de shabbat goy, sudando y resoplando
quedamente, ocho judíos observándome, inmóviles, y mi vecina de
pronto se adelanta y hace un ademán para sostener la escurridiza
lámpara.
“¡No la toques!”,
dice un señor bajito que está a mi izquierda. “Sí la puede
tocar”, dice el hijo sabichoso, “es flourescente...”.
“¿Y me puedes decir
cuál sería la diferencia entre el incandescente y el
flourescente?”, replica con tono pedante y algo de sorna otro
señor, éste a mi derecha. “Este foco no tiene llama, es sólo gas...”,
responde el hijo sabichoso.
“Pero...”
Pero antes de que pasen a
explicar la dispersión inelástica, la excitación de los
electrones, el efecto Raman, y lo kosher que esto resulta al
compararse con un vulgar alambre de wolframio calentado a un par de
miles de grados centígrados, la lámpara se viene abajo, el jodido
foco salta de sus sujeciones y yo, por puro milagro de celebración
judía, alcanzo a agarrar una con una mano, y al foco con la otra.
Suspiros aliviados,
mientras le entrego lámpara y foco a mi vecina, y me voy raudo,
sudoroso y sonriente, no sin antes desearles a todos un feliz Sukkot,
a lo que nadie me responde, y yo me pregunto si cometí alguna
indiscreción, pues nunca se sabe con estas religiones complejas.
“Pero...”, es lo
último que alcanzo a escuchar mientras me alejo, en el debate sobre
focos que aun mantienen aquellos dos, que, si no fueran judíos,
pudieran ser bizantinos.
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