Regresa, entonces,
Robertico Carcasés.
La sanción sólo duró 72
horas, en el espíritu de Girón, o de las resurrecciones, da igual.
Lo importante es que el hombre puede seguir cantando, y manteniendo a
su familia.
Claro, me gustaría
decir que lo importante es que pueda seguir pidiendo para el pueblo
de Cuba lo que él piensa que se necesita, que lo repita, y que se
convierta eso en la pièce de résistance de sus
conciertos. Pero no creo que eso suceda. Basta con leer que “las
conversaciones fueron (tan) positivas” para suponer que los 5
minutos, o más bien, las 72 horas de fama de Robertico, ya pasaron.
Ahora sólo queda
(mos) los opinioneros: unos, dirán que es un triunfo de las
influencias de Silvio Rodríguez; otros, dirán aliviados que la
involución no es tan mala nada, mira para eso, perdonó al Rober,
sólo fue un funcionario que no esperó por las instrucciones de
arriba; más allá, alguien dice que, ¡las redes sociales, las redes
sociales!; o que es un oportunista, que cometió un error el
compañero, torpe, extemporáneo, anacrónico; que es un héroe; que
es un neodisidente; que es un marihuanero; que no; que sí.
Qué pena, digo yo.
Porque lo vergonzoso
es que esto haya sido noticia, que alguien haya dicho que quiere
elegir a su presidente, y que casi lo aplasten por ello.
Que haya quien se
enfoque en que si el lugar, o la ocasión, o la filosofía, y no en
el motivo, no en el reclamo que es, en definitiva, lo fundamental de
todo esto.
Que sea tan estática la sociedad cubana que algo tan simple haya sido tomado como bandera
o como trapo, depende el lado que lleve el estandarte.
Y ahora, pues todo
regresa a la calma chicha de la isla inmóvil y, como en las conclusiones de la clásica bronca, aquí no ha pasado nada, compañeros.
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