Terminando el 2013, y a punto de
comenzar el 2014, se apoderó de mí
una sensación mística,
una euforia infundada, que me hizo escribir, y
decir, que este año sería el bueno, que ahora sí.
No me fue revelado,
si embargo, para qué sería bueno, ni que ahora sí qué.
Pero cosas diferentes sucedieron. Por ejemplo, una muy buena y
ecléctica amiga, que me leyó, me respondió: “¡El que está bueno
eres tú!” Por otra parte, por primera vez no llegué a las 12 del
31 al tanto del segundero, de ese momento preciso en que el planeta
vuelve a pasar por ese punto de la órbita, tan frío, aburrido y oscuro como
cualquier otro.
En realidad, casi
cambiamos de año sin darnos cuenta.
Las 12 del 31 del 12 nos
sorprendieron partidos de la risa, en una conversación a 5 voces, o
a cinco gritos, hablando/vociferando, como corresponde tras sendas
botellas de tinto, y una que otra cerveza, sobre inmigración,
inmigrantes, ilegales, mexicanos, ET-llama-a-casa, y Pepe Mujica.
“¡Ey, oye, las
12!”, dijo alguien, y nos lanzamos despavoridos a los vasitos con
uva, mientras otro alguien escanciaba Prosecco, y nos atragantamos
con las uvitas, expresando deseos en alta voz, o en silencio, y todos
nos deseamos salud, porque conveniamos que, oye, salud, que sin salud
se jode todo lo demás.
Después, pues aún
me ha quedado un gran optimismo, que en mí es inusual, porque los
paranoicos somos sombríos y, si asentimos con la cabeza cuando lo
bueno sucede, nadie, sólo nosotros, sabe que ese asentimiento quiere
decir “Disfruta mientras puedas...”
Y lo estoy
disfrutando mientras puedo.
Debo admitir, sin
embargo, que ni mi injustificado hiperoptimismo, ni mi más
conservadora predicción de positivismo, incluyen a Cuba y a los
cubanos.
No es mi intención
aguarle el año a nadie. Francamente, lo siento.
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