jueves, 6 de enero de 2011

Desde Lezama hasta la Puerta de Alcalá

Hay en la blogósfera cubana por estos días muchos escritos acerca del escritor cubano Lezama Lima. Hay tantos y tan oportunistas que parece esto menú de temporada en restaurantes, todos se parecen. Yo no tengo nada que decir al respecto, pero leía en uno de estos escritos (del cual pude trasegar sólo la mitad) que al parecer el escritor no gustaba de viajar y que, a cambio, se dejaba llevar por su imaginación. La siguiente cita llamó particularmente mi atención:

“Con sólo cerrar los ojos puedo estar en la catedral de Zamora para oir la misa del domingo junto a Cristóbal Colón en vísperas de su viaje a América, ver a Catalina la Grande paseando por las márgenes del Volga congelado o asistir en el Polo Norte al parto de una esquimal que después se comerá su placenta. No necesito salir de mi casa para estar en el lugar que quiera, cuando yo quiera.”

Bah, no es lo mismo, pensé yo, lo que se perdió este hombre… y entonces fue que me acordé de la Puerta de Alcalá.

…………….

Mi primer recuerdo de la Puerta de Alcalá está vinculado, allende en mi niñez, a un atropellado viaje (todos los viajes en Cuba los recuerdo atropellados) a un pequeño cine de barrio. El recuerdo comienza en el momento en que mis padres y yo caminábamos por calles y callejuelas de lo que supongo haya sido Centro Habana o Habana Vieja, para mí Terra Incognita, entonces y ahora. Íbamos de la mano de mi padre, guajiro andarín, y el mejor conocedor de La Habana y sus vericuetos, y todo fue para ver a Sara Montiel cantando aquello de “Por las calles de Alcalá, con la falda almidoná, y los nardos apollaos en la cadera….”.

Mi madre, apasionada de zarzuelas y pasodobles, mariachis y corridos, adoraba escuchar y cantar toda aquella música. En las mañanas, mientras me peinaba y ataba mi pañoleta, ella sintonizaba dos programas radiales, uno tras de otro, el primero de música española, y el segundo de música mexicana. Y cantaba cuanta canción se escuchara, las conocía todas y sabía hasta a que película pertenecían. Muchos años después, ya comenzando su senilidad, sentada en la terraza de la casa familiar, preguntaba a quién quisiera escucharla si alguien se acordaba de la canción a la Virgen de Guadalupe, su Virgen favorita, y acto seguido comenzaba a cantarla, a toda voz, de pé a pá, con todas sus letras, ¡y en gallego!

A Virxe de Guadalupe
cando vai para Rianxo
a barquiña que a trouxo
era de pao de laranxo

Y todos escuchábamos sonrientes, y ella era feliz.

Y aquella noche, en aquel cine caluroso, después de haber atravesado media Habana en un viaje que hacía parecer que habíamos atravesado media isla, mi madre miraba extasiada la pantalla y cantaba por lo bajo junto a la Montiel, mientras yo me aburría de lo lindo.

…………….

El vínculo de la mulata con la Puerta de Alcalá también era, en lo fundamental, musical.  Ana Belén y Victor Manuel eran sus ídolos, y ella atesoraba toda la música de esos artistas. Tenía todos sus discos, compilaciones y discos de otros en los que hubieran sido incluidos. Los tenía en vivo, en estudio, en dúos, sencillos, a capella, sencillamente todo. Más que ídolos, eran su credo.

Yo no soy particularmente afecto a su música, ni lo era entonces, pero me gusta una que otra canción, como “La otra España”, cantada, primero por Mocedades, y después por el dúo de marras. Es una extraña cosa que esa canción me conmueva casi hasta las lágrimas pues, ni soy español y mi país, aunque huele a tabaco, no huele a brea. Pero quizás haya un gen que vibra con la canción, que pone oído y recuerda de donde vino: me debe quedar alguno de aquellos guajiros asturianos y catalanes que algún día se embarcaron hacia Cuba y ya no regresaron. O quizás sea simplemente la nostalgia del emigrante que, aunque ya tiene una canción propia (Sabanas blancas,/ colgadas en los balcones), va por más.

Pero la mulata, ¡ah, la divina!, en su ritual no necesitaba de genealogías ni motivaciones atávicas, ella no discriminaba canciones: las disfrutaba todas, se embriagaba con ellas, se unía al dueto en feliz trío, sonriendo con su boca infinita. Y cantaba y cantaba y cantaba, “!Ahí está viendo pasar el tiempo, La puerta de Alcalá!”, y se contorsionaba en el colmo del éxtasis, desnuda, bailando lentamente por la habitación, mientras yo la seguía, atado a su grupa descomunal, deshaciéndome, enloquecido, en un delirante sexo anal.


…………….


Me quedé en Madrid un par de días.

No fue casual, y sí muy premeditado que, al planear el viaje, camuflara ese par de días para cerrar con broche de oro mi tan ansiada incursión a España, país de mis sueños. Ver Cibeles, El Prado, los palacios y palacetes, y quizás algún pulguero para regalos curiosos (como aquella faca que regalé y me fue devuelta tiempo después…)  Caminar Madrid y ver retazos de La Habana como si una estuviera en otra, como sólo lo están madre e hija y caminar y caminar y para almorzar abrir con jamón serrano, seguir con unas chuletas de cordero lechal, con tinto de la casa y cerrar con leche frita. No se puede pedir más. Y claro, ver la Puerta de Alcalá.

Por novatada con las agencias de viajes, escogí, por foto, un hotel en la periferia de Madrid que resultó ser un hotelucho en medio de una zona industrial. Que carajo, me dije después de ver el lugar, para un par de días pasa y, además, cambiarme de hotel, a esta hora, pues era otro taxi, nada baratos que son y en fin, lo mío en el hotel sólo era para dormir y, además, estaba cerca del aeropuerto. Y solté mi maleta y me fui a la estación de Atocha y empecé mi recorrido.

Era verano en Madrid y caminaba con gusto. En un día tan intenso, para un descanso antes de seguir, nada como sentarse en un café, en una mesita, en la acera y ver pasar la gente y tomarse un buen expreso o una caña, con una tapa de boquerones o de camarón.  Y fumarse un cigarro, que todavía me esclavizaban en aquella época.

Fui rastreando los lugares mientras seguía los letreros, doblando esquinas, preguntando a la gente, disfrutando la ciudad. Y, totalmente entretenido, casi ni me percato que había llegado a la Puerta, a la de Alcalá. No recordaba haber visto antes alguna imagen y mi sorpresa fue doble entonces, pues debo confesar que lo primero que vino a la mente fue ¿Tanto lío por esta mierda? Quizás yo esperaba ver algo más fastuoso, un Arco de Triunfo, una Puerta de Brandeburgo, que sé yo, pero definitivamente aquella Puerta de Alcalá no encajaba en la expectativa que me creó la multitud delirante que coreaba la canción con Ana Belen en los discos de la mulata.



…………….


La imaginación no deja espacio para la decepción, y quizás Lezama tuviera algo de razón en disfrutar ser un “peregrino inmóvil”. De haber realizado sus viajes imaginarios quizás le hubiera espantado el hedor del cuerpo desaseado del Almirante en la catedral de Zamora, o hubiera vomitado al ver la boca de la esquimal goteando sangre.

Pero yo me arriesgo, yo prefiero darle el beneficio de la duda a la realidad. Y, cuando visite La Alhambra, estoy seguro que voy a admitir que Washington Irving no se equivocó, que allí hay magia.

Y me iré a celebrarlo a un tablao flamenco.

3 comentarios:

  1. La Alhambra ES mágica. Yo, descendiente de un andalúz, la recorrí con el corazón, al igual que el resto de Granada, una de las ciudades más bellas que he visto. Recogí jazmines y azahares, tomé manzanilla y hasta me atreví a cantar con un grupo de gitanos parranderos a orillas del Guadalquivir. Es de lo mejor que he hecho en mi vida.

    Me gusta "La otra España", es una de esas canciones para ponerse triste con una nostalgia prestada.

    Y Ana Belén es aquella a quién quería parecerme de chica -dadme un abanico y le canto a los babilonios y hasta a los checos-, al menos en el hecho de tener una canción dedicada a mi boca. La esperanza se mantiene.

    ResponderEliminar
  2. Eso es, nostalgia prestada, como si la propia no fuera suficiente.

    Y me muero por ir a Granada, a La Alhambra, algo de andaluz tenemos todos, yo creo...

    ResponderEliminar
  3. Tienes que ir. Eso sí, ve en invierno. No sé si florecerán entonces los naranjos y los jazmineros, pero te librarás de una cola de una hora y media entre hordas de chinos.

    ResponderEliminar