"Oh Havana I've been searching for you everywhere/
And though I'll never be there/
I know what I would see there/
I can always find my Cuban skies/
In Rosalinda's eyes"
And though I'll never be there/
I know what I would see there/
I can always find my Cuban skies/
In Rosalinda's eyes"
El rock se me metió bajo la piel en mi adolescencia. Había mucho que escuchar, mucho donde escoger. Grandes entonces, inmensos hoy, me rodeaban Deep Purple, Led Zeppelin, Queen, Lynyrd Skynyrd, AC-DC, ZZ Top, Fleetwood Mac, Grand Funk Railroad y otros tantos y tantos y tantos.
Llegaban a mí a través de las “W”, emisoras del sur de la Florida que escuchábamos con reverencia y, por supuesto, clandestinamente, pues se consideraba un acto de “desviación ideológica” hacer tales cosas, bendita desviación que nos hacía la vida más feliz.
Por esa época llegaron a Cuba Billy Joel, Kris Kristofferson y Rita Coolidge, entre otros, y quedaron para la historia de la ignominia aquellos cuasi secretos conciertos en el Teatro Karl Marx, a los cuales asistió, estrictamente por invitación, un extraño público que se componía de los fidelísimos a la Revolución y sus hijos.
A los pocos días del evento conversaba yo con un grupo de esos hijos, condiscípulos que tuve por un azar administrativo que me llevó a estudiar a una selecta escuela, y en broma se me ocurrió decir que yo había estado en el concierto de Billy Joel.”¿¡Tú!?”, fue la respuesta que recibí, acompañada con aquella mirada incrédula, sin asombro, pero desdeñosa, porque no era posible que un tipo como yo hubiera estado donde la élite estuvo. Probablemente yo haya sonreido entonces, sin siquiera entender las implicaciones.
Mis conciertos en el Karl Mark fueron de otro tipo. Me hube de conformar con Lokomotiv GT y, en el peor de los casos, Slaves, una banda que fue anunciada como de rock y que resultó ser de una onda entre Reegee y R&B y que debe haber pasado uno de sus momentos más aciagos ante un público desconcertado que vociferaba “¡Rock, rock!”, mientras ellos trataban de hacer escuchar su melosa música.
Ahora, a una vida de distancia, soy casi vecino de Billy Joel y, a 20 minutos de mi casa, los conciertos son cosa de casi todos los días. Sólo en este año han estado por acá, entre otros, Jethro Tull, Foreigner, Styx, Kansas, Scorpions, Cinderella, YES, Peter Frampton, The Offspring, Doobie Brothers, Chicago, Meat Loaf, Santana, Rush, Sting, Aerosmith, Kiss, Crosby, Stills & Nash y Creed.
Lo mejor de la historia es que no he asistido a ninguno. ”¿¡No!?”, quizás me respondiera uno de aquellos muchachos, que hoy deben estar en alguna de esas jugosas plazas corporativas en Cuba o venidos a menos como sus defenestrados padres o, probablemente, exiliados. Su mirada quizás fuera de incredulidad otra vez, quizás con nostalgia, quizás con una pizca de envidia. “No…”, replicaría esta vez yo, otra vez sonriendo, ya todas las implicaciones comprendidas, las de entonces y las de ahora.
Incluyo la implicación de que tengo toda aquella Época en mi Ipod. No sustituye a un concierto ciertamente, pero ahora un concierto ya no es simbolo de estatus.
PD: Billy Joel pidió que su música fuera excluída de los discos donde se grabaron los conciertos del Karl Marx (Havana Jam 1 y 2) y se negó a recibir dinero por su actuación, pues se percató de que "aquello" no era el público. Todo el honor para él.