Desde que tengo uso de
razón los cubanos hemos tratado de encontrar, escudriñando entre
las líneas del discurso oficial, las soluciones que no existen.
Esa práctica de
autoengaño recuerda un poco el desespero de algunos en el ejercicio
de la fe religiosa: la búsqueda constante de señales, signos, de
augurios, de una zarza ardiente, lo que contrasta con la fe ciega, esa que admite, acepta, y ya está.
Extendiendo el símil a la
sociedad cubana, pues están entonces los que siguen tratando de leer
entre líneas, (algunos) a sabiendas de que lo que no se dice es, o
porque no se quiere decir, o porque, lo que es peor, no hay nada que
decir.
Y luego, pues está el
resto: los que ni siquieran intentan segundas lecturas y sólo aúllan y aplauden.
Un día no habrá
necesidad de leer entre líneas: bastará con decir la verdad. Pero
mientras, hasta los corresponsales extranjeros se han hecho duchos en escribir sobre nada (pues nada sucede) y en colocar, entre líneas,
buenos deseos, suposiciones y fantasías.
Y ese, desgraciadamente, es el material con
que se ha pavimentado el camino por el que ha transitado, y transita, mi país.
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