viernes, 23 de agosto de 2013

Sorteando la desmemoria

Hay quién perdona.

No es simple perdonar, hay que brincarse para ello unas cuantas vallas. Pero suena limpio, bueno. Perdonar.

Sin embargo, ¿habrán perdonado a Posada Carriles los familiares de los asesinados en el avión de Barbados?

Los familiares de los muertos en la masacre del remolcador “13 de marzo”, ¿habrán perdonado ya?

¿Y qué tal los que aún lloran a los ahogados en el Estrecho de la Florida?

O las familias de los presos políticos, de los fusilados.

O todos los que tuvimos que dejar patria y familia para poder respirar de nuevo.

¿Hemos perdonado?

Es que el tiempo lo cura todo, se dice. Comencemos de nuevo, hagamos cuenta nueva, y borrón a lo anterior, se sigue diciendo. ¡Es que hay una mañana luminosa que nos espera, la noche ha terminado, que viva la vida, conffeti, fanfarrias!

OK, está bien. Voy a hacer entonces un ejercicio simple de perdón.

Voy a perdonar a Juan Padilla y Javier Méndez por haber golpeado a una persona que llevaba un cartel que decía “La Patria es de Todos”, una frase que es el sumum del llamado a la reconciliación y, claro, al perdón.

Ya los perdoné. Errar es humano y, con un extra de tolerancia, puedo decir también que reprimir es humano. Porque eso es lo que hicieron JP y JM: reprimir a otra persona que expresó ideas diferentes.

Por tanto, JP y JM son represores. Reprimieron, además, con violencia, y son, por tanto, represores violentos.

Sin embargo, el gobierno de los EEUU, Derrocador de Tiranos, autonombrado paladín de la democracia y los derechos humanos, generosamente les permitió la entrada a este país y, si el gobierno de EEUU los perdonó, ¿quién soy yo para no hacerlo? Ni siquiera fui yo el golpeado por esos dos.

Parece sencillo.

Pero hay algo que prefiero no hacer dentro de este ejercicio de piedad, civilidad y humanidad. Yo elijo no olvidar.

Y he elegido de esa manera porque, si me olvido que Juan Padilla y Javier Méndez son unos represores violentos, puedo olvidar también que Posada Carriles fue capaz de asesinar a decenas de personas inocentes, o que alguien emitió, y alguien obedeció, la orden de embestir al remolcador 13 de marzo y ahogar con ello a hombres, mujeres y niños.

Quizás, peor aún, podría olvidarme de lo que le ha sucedido a tres generaciones de cubanos, del desastre de mi nación, del desarraigo, de la tristeza, de que ya nada tiene remedio.

Y, si me olvido de todo esto, pues puede suceder otra vez.

Es tan nocivo olvidar como lo es confundir memoria con rencor, o justicia con venganza.

Hay quién perdona. Y hay quién olvida.

Y, si bien perdonar es sano y magnánimo, olvidar, es tonto.

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