Tal pareciera que estos izamientos y arriamientos de banderas americanas y cubanas requieren días 20.
Pudieron haber escogido para inaugurar las embajadas el día 21, o el 22 de julio por ejemplo. No el 26, por razones obvias. Así que el 20, hoy, es el día.
Ya era fecha importante el 20 de mayo, ese día fulminado por la rescritura de la Historia en que se enfrascaron los que ganaron su guerrita en el año 1959. La contra a su vez adoptó el 20 de mayo como su día emblemático, para joder, en lo fundamental, pues a pesar de que ese día marca el nacimiento de una República, se sabe que fue ese un parto maltrecho, con una Constitución que hasta reconocía el derecho de intervención de los Estados Unidos en Cuba (Constitución que se aprobó un día 21, por cierto)
Hasta se cuenta que, nada menos que Máximo Gómez, le regaló la bandera cubana que se izó ese día al gobernador norteamericano Leonardo Wood.
No fue ese un buen 20, les dijera si me preguntaran mi opinión.
Sin embargo, todos recalamos en esos días de tanta ambigüedad política: tirios y troyanos, talibanes y gusanos, hombres nuevos y emigrados, todos los cubanos, y lo hacemos a pesar de tener esa otra fecha, tan neutra, unitalla y baja de sal, que es el 10 de octubre. Pero nadie se molesta en celebrar ese día.
No sé si ello se deba a que es la mitad de esos 20 que nos acosan, o simplemente porque es una efeméride anodina, sin fuegos artificiales ni petardos ni barbecues ni tequila. El 10 de octubre es apenas un día feriado: un día aburrido, con discursos amarillentos, viejos apergaminados, militarotes deslucidos, demasiada solemnidad y nada de alegría.
La buena noticia, sin embargo, es que faltan Días por llegar.
Serán muy necesarios, para cuando la última lluvia de una turbonada de una tarde feliz se lleve por fin al tragante los últimos vestigios del castrismo. Con ello se irán esas fechas designadas por los comisarios caribeños para celebrar sus muertos. Después, pues no más jornadas, no más trovadores rasgueando consignas, no más ciudades en 26 ni saludando asambleas de balance: bienvenido será enero, porque es el primer mes del año, y no otro aniversario del inicio de la paleoinvolución.
Pero mientras llegan esos Días nuevos, ahí están esos días 20, de mayo y julio. Y 17 de diciembre, para peregrinar a El Rincón, y para recordar a Obama (porque nadie se acordará del Castro menor, sentado en aquella oficina bunker, en traje militar, sin tricornio y sin bastón, y declamando bravatas)
Pudieron haber escogido para inaugurar las embajadas el día 21, o el 22 de julio por ejemplo. No el 26, por razones obvias. Así que el 20, hoy, es el día.
Ya era fecha importante el 20 de mayo, ese día fulminado por la rescritura de la Historia en que se enfrascaron los que ganaron su guerrita en el año 1959. La contra a su vez adoptó el 20 de mayo como su día emblemático, para joder, en lo fundamental, pues a pesar de que ese día marca el nacimiento de una República, se sabe que fue ese un parto maltrecho, con una Constitución que hasta reconocía el derecho de intervención de los Estados Unidos en Cuba (Constitución que se aprobó un día 21, por cierto)
Hasta se cuenta que, nada menos que Máximo Gómez, le regaló la bandera cubana que se izó ese día al gobernador norteamericano Leonardo Wood.
No fue ese un buen 20, les dijera si me preguntaran mi opinión.
Sin embargo, todos recalamos en esos días de tanta ambigüedad política: tirios y troyanos, talibanes y gusanos, hombres nuevos y emigrados, todos los cubanos, y lo hacemos a pesar de tener esa otra fecha, tan neutra, unitalla y baja de sal, que es el 10 de octubre. Pero nadie se molesta en celebrar ese día.
No sé si ello se deba a que es la mitad de esos 20 que nos acosan, o simplemente porque es una efeméride anodina, sin fuegos artificiales ni petardos ni barbecues ni tequila. El 10 de octubre es apenas un día feriado: un día aburrido, con discursos amarillentos, viejos apergaminados, militarotes deslucidos, demasiada solemnidad y nada de alegría.
La buena noticia, sin embargo, es que faltan Días por llegar.
Serán muy necesarios, para cuando la última lluvia de una turbonada de una tarde feliz se lleve por fin al tragante los últimos vestigios del castrismo. Con ello se irán esas fechas designadas por los comisarios caribeños para celebrar sus muertos. Después, pues no más jornadas, no más trovadores rasgueando consignas, no más ciudades en 26 ni saludando asambleas de balance: bienvenido será enero, porque es el primer mes del año, y no otro aniversario del inicio de la paleoinvolución.
Pero mientras llegan esos Días nuevos, ahí están esos días 20, de mayo y julio. Y 17 de diciembre, para peregrinar a El Rincón, y para recordar a Obama (porque nadie se acordará del Castro menor, sentado en aquella oficina bunker, en traje militar, sin tricornio y sin bastón, y declamando bravatas)
Pero sobre todo, ahí está ese día en que nos estrenamos como emigrantes y todo cambió; fecha única para cada quien, ese día que nos fuimos a otra vida y dejamos detrás, junto con todo lo demás, todas las fechas prescindibles.
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