Y el desgobierno de Cuba, pues ahora anda en eso, presentado cuentas por cobrar.
El mismo gobierno que, es conocido, expropió, nacionalizó y se apropió de incalculables (es un decir, son calculables, que por ahí debe andar el número) bienes ajenos.
Por sólo mencionar algunos, pues fueron las compañías de teléfono, electricidad, compañías de servicios, la refinería de petróleo, toda la industria, incluyendo los recientemente venidos a menos centrales azucareros y la renqueante industria del níquel; casas, mansiones, barrios enteros, todas las ciudades; tierra cultivable que dejó de cultivarse, y mares que dejaron de producir peces. El país en pleno.
Y, como si con eso no bastara, inició el proceso de desmontaje de una nación, que ya tenía todo lo necesario para convertirse en una de las más avanzadas del subcontinente, y le expropió el espíritu, le extirpó la esencia, le implantó dogmas y miedos, y la convirtió en el ripio que hoy sobrevive en Cuba y el exilio.
También anda por ahí, seguro estoy que se ha mencionado, otra cifra: ésta, calenturienta, demencial, del estilo de las que lanzaba a diestra y siniestra -para indiferencia de la diestra y regocijo de la siniestra-, el mesiánico en jefe. Cifra que es la cantidad astronómica que el gobierno de los Estados Unidos debería pagarle, según el mesiánico y sus alucinados, al desgobierno de Cuba por los años que lleva instalado el bloqueo económico.
De repente, entonces, leyendo tanta insensatez, se puede pensar que quizás la solución más simple, si bien no justa, adecuada para un mundo más simple todavía, pero inevitablemente muy injusto, sería restar un número del otro. Y pagar la diferencia.
Pero no.
No sería, no es, ni tan simple, ni justo, ni correcto. Ni siquiera sería moral.
Sería entonces bien difícil -aunque no imposible- asignarle un número, en dólares, a lo expropiado y al saqueo, aun cuando es poco factible -y aún menos realista- que ese dinero le sea pagado, con intereses, a los antiguos propietarios de esos bienes.
Por sólo mencionar algunos, pues fueron las compañías de teléfono, electricidad, compañías de servicios, la refinería de petróleo, toda la industria, incluyendo los recientemente venidos a menos centrales azucareros y la renqueante industria del níquel; casas, mansiones, barrios enteros, todas las ciudades; tierra cultivable que dejó de cultivarse, y mares que dejaron de producir peces. El país en pleno.
Y, como si con eso no bastara, inició el proceso de desmontaje de una nación, que ya tenía todo lo necesario para convertirse en una de las más avanzadas del subcontinente, y le expropió el espíritu, le extirpó la esencia, le implantó dogmas y miedos, y la convirtió en el ripio que hoy sobrevive en Cuba y el exilio.
También anda por ahí, seguro estoy que se ha mencionado, otra cifra: ésta, calenturienta, demencial, del estilo de las que lanzaba a diestra y siniestra -para indiferencia de la diestra y regocijo de la siniestra-, el mesiánico en jefe. Cifra que es la cantidad astronómica que el gobierno de los Estados Unidos debería pagarle, según el mesiánico y sus alucinados, al desgobierno de Cuba por los años que lleva instalado el bloqueo económico.
De repente, entonces, leyendo tanta insensatez, se puede pensar que quizás la solución más simple, si bien no justa, adecuada para un mundo más simple todavía, pero inevitablemente muy injusto, sería restar un número del otro. Y pagar la diferencia.
Pero no.
No sería, no es, ni tan simple, ni justo, ni correcto. Ni siquiera sería moral.
Sería entonces bien difícil -aunque no imposible- asignarle un número, en dólares, a lo expropiado y al saqueo, aun cuando es poco factible -y aún menos realista- que ese dinero le sea pagado, con intereses, a los antiguos propietarios de esos bienes.
Al mismo tiempo, está la otra cifra, la de la fortuna de pompa de jabón que dice el desgobierno cubano que dejó de amasar por culpas -por supuesto- del bloqueo económico, cifra, digo, predeciblemente poco confiable y ridícula.
Pero lo que sí sería definitivamente imposible es compensar, no a ese desgobierno ridículo, sino a los cubanos, por lo que realmente perdimos.
Por supuesto, no se trata en este caso de compensar por el puesto de fritas decomisado, o por la casa usurpada, o el negocio destrozado.
Es una compensación imposible. Es por las cosas que no tienen precio establecido, ni valor residual. Es una compensación por las vidas, nuestras vidas, las de ellos, las que de manera terrible, unidireccional, se han malgastado en malvivir, en sobrevivir, en Cuba o en tierra ajena. Vidas, que se consumieron en añoranzas, que se desgastaron en carencias, que se fueron en pensar que todo pudo haber sido diferente, y mucho mejor.
Ese, pues es un número que no tiene cifras, sino generaciones; un número, ciertamente, impagable.
Y ese es precisamente el número imprescindible que hay que incluir en la cuenta de bodeguero ladino que ajustaría el balance actual del desgobierno cubano: el número definitivo que hay que poner sobre una mesa de negociaciones, a ver quién cubre el cheque.
Porque, sin que quepa la menor duda, si hay algo simple, justo, correcto y moral, en este mundo real, es la necesidad urgente de saldar y cerrar esa cuenta.
#LoQueQuiereElDinosaurio
#LoQueQuiereElDinosaurio
Havanero, casi me has hecho llorar con esta. Desgraciadamente, Liborio no podrá cobrar esa cuenta porque Liborio no está sentado en la mesa de negociaciones, son sólo los de la piñita que trabaja en la bodega los que están sentados. Seguimos jodidos. Saludos y gracias.
ResponderEliminarDefinitivamente jodidos, Napo
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