En cierto momento, allende,
en los 90, cuando las costuras de la sociedad cubana reventaban bajo
la presión de lo que demagógicamente en su repentina soledad el
mesiánico llamó Período Especial, se formaban hendijas por las que nosotros, en nuestro
repentino desamparo, atisbábamos y por las que, si era posible,
escapábamos despavoridos de aquella pesadilla.
El jineterismo, por
ejemplo, ejercido por bellas putas jovencísimas, baratas y,
además, “las mejor educadas de América Latina”, vejete
dixit, flores nocturnas de Quinta Avenida, ex-diputado dixit, putas
por cuenta propia, otras por cuenta de chulos, a
veces efebos y ninfas de la más abigarrada sexualidad, fue quizás aquello la primera válvula de escape que se abrió en la infecta envoltura
de la hermética islita, dejando escapar un bramido y un hedor que,
todavía en nuestros tiempos, se escucha y percibe en la etiqueta que
acompaña a los cubanos en México, Italia, España, y otros orígenes
de ingenuos amantes estafados.
Existía también, y
eso antes y después de la debacle noventera, un viejo remedio a
males perennes: los “viajes” a nombre del estado cubano; antes,
mayormente al extinto campo socialista; después, pues nada menos que
al mundo capitalista, destino reservado hasta entonces para la crème
de la crème de la nomenclatura. Pero, en cualquier
caso, eran visitas al extranjero que iban desde breves estancias,
cruelmente cortas y poco productivas, hasta suntuosos y bien pagados
entrenamientos, como los
patrocinados por el generoso PNUD.
Y luego, pues estaba la
academia.
Era una cacería implacable
aquella la que desatamos los profesionales, tratando de cobrar una
pieza valiosa y definitiva, como eran las becas ICI, de España, los
programas de CONACyT, de México, las estancias en las poderosas
universidades brasileñas o escandinavas, y
hasta en lugares y postgrados difíciles de imaginar;
profesorados en remotas y selváticas universidades, o
doctorados en Matemática, en Haití. Y ninguna
era mejor que otra; sólo bastaba que estuviera
lejos, pero sobre todo, fuera de Cuba.
Yo, por ejemplo, envié más
de cincuenta solicitudes, acompañadas de mi curriculum, a
universidades e institutos de varios continentes, inclusive a lugares
marginalmente relacionados
a mis intereses. Para mi sorpresa y satisfacción, recibí siete
cartas de aceptación: tres de España, dos de Brasil, y dos de
Japón. Y eso, téngase en cuenta, sin internet ni correo
electrónico, lo cuál fue un logro de planeación personal que
recuerdo con particular cariño.
Fue una alegría corta
ciertamente. Terminó cuando un subdirector
académico, conocido como Melcocha por su naturaleza
mimética y genuflexa, con mis cartas desplegadas ante sí en
su mesa, mi correo violado, abierto y leído por
los compañeros del aparato, pues Melcocha me
dijo que no había dinero para pagar mi pasaje, así que, nada, lo
siento, y con ello siete universidades se perdieron la oportunidad de
contar con mis mejores esfuerzos.
De pronto, estudiar una
maestría y/o un doctorado se habían
convertido, no en la continuación necesaria de una carrera docente o
científica, sino en otra válvula de escape, si bien no tan ruidosa y
maloliente como aquella de los chulos y putas, que viajaban en los mismos aviones que aquellos profesionales que
fruncían la nariz y preferían mirar por las
ventanillas que ver y escuchar a sus compañeros
de viaje, sin pensar que ingenieros y licenciados. meretrices y pingueros, eran igual de oportunistas, y que todos se iban
sacrificando algo de su alma en el altar de una mejor vida.
En honor a la verdad,
corresponde decir que en 20 años las cosas no han cambiado mucho en
la isla. En Cuba rara vez algo cambia y, mucho más raramente, para
bien.
Véase, por
ejemplo, que en una nueva modalidad de lucha por la
supervivencia, tenemos a la disidencia, que fue sucumbiendo a las
necesidades que dicta la tragedia nacional.
La posibilidad de tener y
usar el dinero que ha canalizado la USAID, o cualquier otra agencia
de los Estados Unidos, o los programas pro democracia de varios
países europeos, ha tenido consecuencias aciagas, como que los
disidentes sean fácilmente tildados de
mercenarios por la propaganda gubernamental.
Otra consecuencia, la peor
quizás, ha sido el surgimiento de pugnas entre los opositores por la
búsqueda de protagonismo y visibilidad, no ante la sociedad cubana,
que en su inmensa mayoría ignora la existencia de esos grupos o
personas opositoras, sino ante gobiernos, observadores y mecenas
extranjeros.
Ciertamente, la ¿evolución?
de un proceso de supervivencia toma niveles insospechados y, con el
tiempo, va involucrando a actores muy disímiles: putas, jineteros,
científicos, generales y doctores, disidentes y opositores.
¿Será que el
dinero necesario carece de olor?
¿Será que,
al ser necesario, no es necesariamente etiquetable, que no es dinero
malo o bueno, si al final compra leche en polvo o un litro de aceite?
Quizás le ha
pasado como al oportunismo, al que las oportunidades convierten, para
algunos, en aceptable.
Como está
sucediendo ahora con otra nueva arribazón, de la que algunos dicen son
tontos útiles; otros, que son mediocres con suerte. Parece que aún
no tienen nombre definitivo, pero digo que se pudiera llamar a eso la
Neo-Izquierda para-Gubernamental y Oportunista.
Esa que no le
hace ascos al dinero extranjero, que es igual que el que recibe la
disidencia, pero que no es igual, dicen ellos.
Esos fondos
que sufragan becas, estancias, entrenamientos, cursos,
subvenciones, sitios webs, y hasta
donaciones en efectivo; que estimulan, y
premian, peroratas sosas, arengas vacías; que llevan, traen y pasean
a escribidores de y a por pacotilla.
No se termina
entonces de nutrir, esta nuestra nación, de oportunistas, ya sea
desde adentro, o desde afuera, que ya se sabe que cruzar las aguas no
purifica. Al contrario, que hay algunos a los que pareciera que
envilece aún más.
Hay
desgraciadamente pocos remedios nuevos para males tan viejos. Pero
hay uno que se me antoja particularmente eficaz; es
el más efectivo, quizás el único. Y es que los buenos tomen la
palabra.
Que ocupen el lugar que les corresponde, pero que para ello
tienen que dejar a un lado los miedos y la obnubilación que produce
la doctrina.
Que
ahora que es el tiempo bueno, los buenos, repito, sean los
nuevos oportunistas; que ellos, insisto, tomen la palabra.
Y
las oportunidades, carajo, las oportunidades, que ahora son mayores
que nunca.
Cuba necesita oportunistas buenos como tú! Feliz año nuevo y muchas cosas grandes y buenas para ti y tu familia.
ResponderEliminarN.
Muchas gracias! Igualmente para ti y los tuyos!!
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