Vicente era español,
valenciano.
Combatió en la Guerra
civil Española, estuvo en el Cerco de Madrid, y huyó a Francia al
instaurarse el gobierno de Franco.
Durante la ocupación
alemana se vinculó a la Resistencia Francesa, fue capturado, y logró
sobrevivir a un campo de concentración. Después se enroló en la
Legión Extranjera, y estuvo en Marruecos, donde vió el “Bahía de
Nipe” descargando armas enviadas desde Cuba. En Argelia conoció a
Belarmino Castilla, en la primera de las aventuras africanas del
gobierno cubano.
Un par de años después
solicitó asilo político en Checoslovaquia y le fue concedido.
Vicente era comunista.
Cuando lo conocí ya era
un señor anciano. Cuidadosamente rasurado, de un rostro anguloso, y con ojos sorprendentemente juveniles. Su respiración era pesada, sibilante, atenazada por el enfisema. Vestía invariablemente saco de paño
oscuro, con chaleco del mismo material, y camisa abotonada hasta el cuello, tocado con
sombrero tirolés, en la mano un paraguas o un
bastón.
Nos invitaba a largos y copiosos almuerzos, a comer chorizos que él compraba en el mercado, y recondimentaba, porque esta gente no sabe lo que es un chorizo, joder, y a tomar vino tinto de una bota enorme que colgaba en su cocina.
Nos invitaba a largos y copiosos almuerzos, a comer chorizos que él compraba en el mercado, y recondimentaba, porque esta gente no sabe lo que es un chorizo, joder, y a tomar vino tinto de una bota enorme que colgaba en su cocina.
Trabajaba para un vivero
en la ciudad y allí tenía un criadero de caracoles, escargots que
le trajo su hijo de Francia y que Vicente cultivaba con esmero. Los
cocinaba y nos los servía como plato fuerte, en una enorme fuente
humeante de arroz amarillo, ensopado, aromático. Yo nunca me los
pude comer, y se los pasaba a un amigo, que se comía los de él, los
míos, y los de todo el que los rechazara.
Los almuerzos terminaban
naufragando en la nostalgia de Vicente. Sacaba entonces una caja de
cartón, donde guardaba fotos increíbles de todas las etapas de su
vida. Y había una particularmente impresionante, pues la había
tomado desde la ventana del diminuto apartamento donde estábamos.
En la foto aparecía un
grupo de personas, en esa misma calle apacible, arrastrando a una
mujer, desnuda, pintarrajeada con lo que nos dijo Vicente era pintura
roja.
Era la esposa del alcalde
de la ciudad, del alcalde comunista. Y era el invierno de 1968.
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