miércoles, 20 de agosto de 2014

Vicente

Vicente era español, valenciano.

Combatió en la Guerra civil Española, estuvo en el Cerco de Madrid, y huyó a Francia al instaurarse el gobierno de Franco.

Durante la ocupación alemana se vinculó a la Resistencia Francesa, fue capturado, y logró sobrevivir a un campo de concentración. Después se enroló en la Legión Extranjera, y estuvo en Marruecos, donde vió el “Bahía de Nipe” descargando armas enviadas desde Cuba. En Argelia conoció a Belarmino Castilla, en la primera de las aventuras africanas del gobierno cubano.

Un par de años después solicitó asilo político en Checoslovaquia y le fue concedido. Vicente era comunista.

Cuando lo conocí ya era un señor anciano. Cuidadosamente rasurado, de un rostro anguloso, y con ojos sorprendentemente juveniles. Su respiración era pesada, sibilante, atenazada por el enfisema. Vestía invariablemente saco de paño oscuro, con chaleco del mismo material, y camisa abotonada hasta el cuello, tocado con sombrero tirolés, en la mano un paraguas o un bastón.

Nos invitaba a largos y copiosos almuerzos, a comer chorizos que él compraba en el mercado, y recondimentaba, porque esta gente no sabe lo que es un chorizo, joder, y a tomar vino tinto de una bota enorme que colgaba en su cocina.

Trabajaba para un vivero en la ciudad y allí tenía un criadero de caracoles, escargots que le trajo su hijo de Francia y que Vicente cultivaba con esmero. Los cocinaba y nos los servía como plato fuerte, en una enorme fuente humeante de arroz amarillo, ensopado, aromático. Yo nunca me los pude comer, y se los pasaba a un amigo, que se comía los de él, los míos, y los de todo el que los rechazara.

Los almuerzos terminaban naufragando en la nostalgia de Vicente. Sacaba entonces una caja de cartón, donde guardaba fotos increíbles de todas las etapas de su vida. Y había una particularmente impresionante, pues la había tomado desde la ventana del diminuto apartamento donde estábamos.

En la foto aparecía un grupo de personas, en esa misma calle apacible, arrastrando a una mujer, desnuda, pintarrajeada con lo que nos dijo Vicente era pintura roja.

Era la esposa del alcalde de la ciudad, del alcalde comunista. Y era el invierno de 1968.

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