Para unos, es el
olor a tinta y papel sudado del dinero.
Para otros, es el
olor a humedad helada del aire acondicionado.
Algunos prefieren el
aroma dulzón de un perfume caro y repugnante.
Otros, el de la
carne de puerco frita, acompañada por el olor a fermento de la
cerveza.
Para muchos, es el
olor a carro nuevo.
Para mí, lo era el
olor a suavizante para ropas, que yo no sabía que era suavizante, y
que era para mí simplemente el olor a yuma, el de los equipajes de
los que venían a visitarnos del revuelto y brutal.
Ahora ya no lo
siento.
Se me ha perdido un olor.
Se me ha perdido un olor.
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