Difícil e ingrata tarea es defender lo indefendible.
“Es una cuestión de fé”, me dijo
alguna vez un sacerdote jesuita con el que coincidí en una recogida
de manzanas.
Mi arrogancia de
adolescente omnisciente, arropado en dialéctica y materialismo,
ávido de convencer, presto a decir “Tú estás equivocado”, y no
“Yo pienso diferente”, se estrelló entonces con la sonrisa suave y los ojos perspicaces de aquel señor, que desarmó mi
dogma con el suyo.
Afortunado
encuentro, quizás gérmen de mi vocación de librepensador, que me hizo comenzar a entender
por qué hay que respetar a quién piensa diferente, aún cuando no
se compartan sus motivos. Pero mala cosa para un aprendiz de hombre nuevo;
debilidad ideológica, hubieran diagnosticado los inquisidores de la
ortodoxia ultraizquierdista cubana.
Sin embargo, aún
cuando defender es legítimo y loable, son definitivamente las causas
las que determinan si la defensa es noble, digna y, en última
instancia, razonable. O no.
De tal manera, no
hay un defensor, ni siquiera con la más intachable historia
personal, o brillante trayectoria política, profesional, filantrópica, o académica, que pueda salvar una mala causa. En todo
caso, su inútil esfuerzo sólo sirve para resaltar lo gris, las
grietas, lo hediondo.
Ha sido este el caso
de dos desafortunados intentos que he visto en los últimos días.
El primero, una
ridícula entrevista a Rosa Miriam Elizalde, donde, entre otras, la
señora (¡que es periodista!), justifica nada menos que la censura
en Cuba y la vincula enfermizamente a la posibilidad de que los niños
cubanos tomen leche (?)
El segundo caso ha
sido a manos de Guillermo Rodríguez Rivera, intelectual cubano cuya
apasionada incitación a la lectura recuerdo con agrado. El artículo, publicado en el blog del ex-trovador Silvio Rodríguez, es una
“respuesta” a un texto de Ruben Blades sobre la crisis venezolana, donde el señor Rivera selecciona una frase del extenso texto de
Blades, e intenta armar un ataque, que se queda, al final, en tibia
baba.
No me voy a extender
en detalles acerca de cuán lamentables han sido estos dos casos. Ahí
están los enlaces para esta memoria colectiva que es Internet.
Pero pienso que lo
último que le hace falta a Cuba y los cubanos, inmersos en el marasmo que ya dura
medio siglo, es más voceros de lo indefendible y, de remate, pobres
voceros.
Dime entonces con
quién andas, y te diré quién eres. O dime quién te defiende, y te
diré con quién andas.
O si, acaso, andas.
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