martes, 24 de septiembre de 2013

Desmitificando la ensalada

Yo soy carnívoro por naturaleza, y goloso consumidor de pan. O era. Y, de alguna manera siempre había rechazado las ensaladas. Pero ya no.

Sabido es que la ensalada clásica, en Cuba, es tomate, lechuga, aguacate, quizás col, pero no mucho más que eso. Y que esa es, probablemente, la combinación más aburrida y sosa que se puede concebir. Aunque le pongan pollo a la plancha, como hacen por acá.

La primera vez que probé un desvío de la ortodoxia ensaladera fue en México. Una amiga me sirvió una ensalada que traía lechuga, mango y nueces. Después la probé con fresas. Y con uvas. Y después fue lechuga romana, nueces caramelizadas, fresas, aceitunas y jamón serrano.

Pero, a pesar de las innovaciones, a mi paladar de carnívoro le seguían pareciendo poco atractivas.

Pero pasó el tiempo, y pasó que me decidí a comer ensaladas. Y, como con todo lo demás que como, decidí que tenían que ser apetitosas, y saber bien.

Y he aquí entonces que me fui a un mercado Fairway, e hice provisión de aceitunas verdes, aceitunas ahumadas, aceitunas curadas en aceite de oliva. De tomates secos, en aceite y ajo. De alcachofas marinadas. De nueces caramelizadas. De salmón ahumado. De rúcula, guisantes verdes y espárragos. De aguacate Hass. De pimientos morrones asados, conservados en aceite. De lechuga y tomate. De cebolla morada. De maíz pozolero, garbanzos, y judías cannellini. De queso Feta. De aceite de oliva extravirgen, vinagre balsámico, vinagre de Lambrusco y Saba.



Y dije, entonces, hagamos ensaladas como debe ser.

Y en eso estoy...

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