viernes, 20 de septiembre de 2013

Emergencia en la sukkah

“Carajo...”, voy y abro la puerta ante el insistente toque.

“Hola, perdona, pero tenemos un foco parpadeando en la sukkah, ¿puedes ayudarme con eso?”

No faltaba más, y ahí voy al rescate de mis estimadísimos vecinos judíos, que están celebrendo el primer día del Sukkot en su cabaña improvisada, ocho personas paradas alrededor de una mesa ataviada con manteles, servilletas y vajilla, y un foco de luz fría, justo encima de la mesa, y que parpadea rabiosamente, interesante claro-oscuro en los rostros impacientes y consternados de mis vecinos y sus invitados.

“Cabrón foco”, pienso después de un minuto de infructuoso esfuerzo, y ya empezando a sudar, acabado de bañar, coño, pero el foco está bien asentado en sus conexiones, no quiere girar y la precaria lámpara se bambolea. “And, turn it, that´s correct, go, go, OK...”, escucho las valiosas instrucciones del hijo de mi vecina, que carga un rollizo niño, mientras sigo en mi tarea de shabbat goy, sudando y resoplando quedamente, ocho judíos observándome, inmóviles, y mi vecina de pronto se adelanta y hace un ademán para sostener la escurridiza lámpara.

“¡No la toques!”, dice un señor bajito que está a mi izquierda. “Sí la puede tocar”, dice el hijo sabichoso, “es flourescente...”.

“¿Y me puedes decir cuál sería la diferencia entre el incandescente y el flourescente?”, replica con tono pedante y algo de sorna otro señor, éste a mi derecha. “Este foco no tiene llama, es sólo gas...”, responde el hijo sabichoso.

“Pero...”

Pero antes de que pasen a explicar la dispersión inelástica, la excitación de los electrones, el efecto Raman, y lo kosher que esto resulta al compararse con un vulgar alambre de wolframio calentado a un par de miles de grados centígrados, la lámpara se viene abajo, el jodido foco salta de sus sujeciones y yo, por puro milagro de celebración judía, alcanzo a agarrar una con una mano, y al foco con la otra.

Suspiros aliviados, mientras le entrego lámpara y foco a mi vecina, y me voy raudo, sudoroso y sonriente, no sin antes desearles a todos un feliz Sukkot, a lo que nadie me responde, y yo me pregunto si cometí alguna indiscreción, pues nunca se sabe con estas religiones complejas.


“Pero...”, es lo último que alcanzo a escuchar mientras me alejo, en el debate sobre focos que aun mantienen aquellos dos, que, si no fueran judíos, pudieran ser bizantinos.

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