Fue nuestra primera vecina, la que nos recibió en la nueva casa, la que nos despidió en la mañana que nos fuimos, la que estaba al tanto, siempre con una sonrisa, amable pero firme, conciliadora pero muy clara en su discurso.
Diminuta de estatura, pulcra siempre y ni siquiera recuerdo su apellido, pero ella conoció a mis padres y hasta postales se intercambiaron en una Navidad. Siempre dispuesta al paseo, llena de hijos y nietos, querida por todos, llevaba una parálisis renal con la ligereza con que se lleva una flor en la solapa y nunca la escuché quejarse.
Hoy llamó un amigo para avisar que Doña Sofía falleció. Una peritonitis aguda logró lo que su difícil padecimiento nunca pudo.
Desde que recibí la noticia tengo un nudo en la garganta que no se desata. Decidí al fin escribir, parpadeando para disipar unas lágrimas que son escaso tributo a la memoria de Doña Sofía, la señora buena.
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