jueves, 24 de septiembre de 2015

Papeles sucios

Conozco a alguien que es dueño de una compañía de limpieza.

Conoce bien su negocio porque, antes de ser el dueño, antes de graduarse como el webmaster de altos quilates que es hoy, pulió pisos, limpió baños y colectó basura para esa compañía. Es un hombre de hablar pausado, algo cansino, que le explica a sus empleados con paciencia y conocimiento de causa cómo se deja un urinario, amarillento y hediondo por la orina reseca, de nuevo reluciente, blanco y oloroso a desinfectantes; o que les enseña, habilidoso, qué hay que hacer para que ese piso del vestíbulo quede brillante, sin rayas ni mácula.

La cátedra la dicta en cualquier pasillo del lugar a limpiar, me dice, y la termina en un baño, donde, como al descuido, recoge del piso, a mano limpia, algún papel sanitario, manchado de mierda, y lo deposita en la basura, ante la mirada atenta de sus oyentes, a los que anima con ese ejemplo a entregarse al trabajo -como si esas personas necesitaran algún incentivo adicional a la desesperación que los lleva emplearse como personal de intendencia-. Personas que además puede que sientan que ese hombre, que maneja un BMW X5, y vive en una exclusiva zona de clase media alta, es uno de ellos.

El Papa hace algo parecido: lava y besa los pies de reclusos, abraza a enfermos terminales, les sirve cena a pordioseros y pide que el mundo cambie, que las desigualdades desaparezcan, que se reparta la riqueza. El hombre, Jorge Mario Bergoglio, es un buen hombre; se nota en su cara, bonachona, de sonrisa autentica, y ha dicho alguna que otra cosa digna de prestársele atención. Pero el Papa funcionario, el Papa símbolo, es solo como el dueño de una compañía de limpieza a la que debe hacer funcionar.

Y la hace funcionar, entre otros, hablando de los problemas ajenos con soltura y contundencia, pero con una selectividad pasmosa.

Un reciente editorial del Washington Post lleva por título “Pope Francis appeases the Castros in repressive Cuba”. La tercera acepción de la palabra appease es "to yield or concede to the belligerent demands of (a nation, group, person, etc.) in a conciliatory effort, sometimes at the expense of justice or other principles." O sea que el titular del editorial dice “El Papa Francisco dobla la cerviz ante una Cuba represiva”

Efectivamente, el Papa optó en Cuba por ignorar no solo a la disidencia, sino lo que es aún más decepcionante: soslayó el problema principal cubano -aunque debo admitir que a estas alturas tengo serias dudas acerca del orden de importancia de los problemas de Cuba- que es el desgobierno, ese ente tan inepto y obsoleto que está -de eso sí estoy seguro- en la raíz de todo el infortunio cubano. Una que otra parábola lanzó, pero con tan poca fuerza que ni siquiera rozó al tótem castrista.

Ya mencioné en otro lugar y ocasión que las soluciones a la cosa cubana no van a venir, como todo lo demás, “de afuera”. Yo no esperaba entonces que ni siquiera alguien tan enterado como el Papa Francisco trajera un milagro para el desastre cubano. Pero si se alza la voz y si se usa la oportunidad que ha tenido el Papa de erigirse como el guerrero contra las injusticias y lo incorrecto acá en los Estados Unidos, después del silencio cómplice que guardó en Cuba, su credibilidad como líder es al menos cuestionable.

(…) it takes more fortitude to challenge a dictatorship than a democracy.”, requiere más coraje enfrentar a una dictadura que a una democracia, concluye de manera magistral el editorial del WP, y eso resume en buena medida cualquier otra cosa que se pueda decir al respecto.

Es simple hablar de la pobreza, de la desigualdad, del capitalismo, del cambio climático y las miserias humanas; es fácil para un Papa apabullar a gobernantes y oligarcas con la humildad y el populismo del discurso: todos esos temas son sitting ducks, que es la expresión que se utiliza en inglés para denominar a lo que en Cuba, sin saber inglés, llamamos puchinbá, punching bag para los entendidos.

Es fácil aguijonear a ese animal sin cuernos, humillarlo verónica tras verónica, para al final darle la vuelta al ruedo, luciendo gallardos y justicieros, ¡Ole, Iglesia!, iglesia tangencial que a la vez trata de minimizar a ese Miura que, fuera de control, corretea en la sala de su casa.

El Papa y la curia no tienen por qué salir del Vaticano a predicar selectivamente orden y justicia. Deben comenzar por enfrentar la pedofilia, el absurdo celibato, el machismo que impide que mujeres puedan ser ordenadas sacerdotes, la fabulosa riqueza de una institución que predica la humildad y la frugalidad -“Ama la pobreza como a una hermana”, dice este Papa-; la complicidad de los jerarcas eclesiásticos con regímenes dictatoriales, como es el cubano; replantearse el papel que está jugando la Iglesia y su fábula en un mundo nuevo y extraño, donde acechan por igual amenazas nuevas y males ancestrales.

Si se trata de papeles sucios, debería recoger propios y ajenos a la par este Papa selectivo y predecible; ocuparse en serio de su negocio, y quizás decir como mi amigo, “Nada, normal…”, cuando le pregunté si no teme ensuciarse las manos de mierda. “Hay que hacer lo que sea para que la empresa funcione, y funcione bien…”, remató mostrando las manos, separadas en apostólico gesto, mientras frente a nosotros, en el televisor, una multitud vitoreaba a Francisco y Obama, los amigos más recientes de los dictadores cubanos.

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