Es ya el tercer Papa que va a la isla, arma su tinglado en la plaza, visita a la virgen, recita discursos, declama frases sonoras y sabias sentencias, que son tan similares que parece que las tres veces ha ido la misma persona. Por supuesto, porque es la iglesia católica la que ha hablado en cada ocasión, no los Papas.
Pero no hay que confundirse: ni este Papa, ni los que estuvieron antes que él, han traicionado a nadie. Ellos siguen simplemente la proyección que mantiene a la iglesia católica como la fuerza política y social de importancia que es: andarse por las ramas, no interferir, no enfrentarse; paz, sonrisas y bendiciones.
De tal manera, la disidencia fue ignorada por el Papa, porque de otra forma hubiera provocado una confrontación de la iglesia con el desgobierno cubano, y eso no es lo que hacen los Papas; resulta más fácil lanzar parábolas y perlas de sabiduría, consolidando la imagen paternal y conciliadora de la iglesia, a la vez que se reafirma la inutilidad política de la visita.
Pero no puedo menos que pensar en Karol Wojtyla, Juan Pablo II, el Papa con bonachón rostro de campesino.
Ese nunca perdió de vista qué era lo más importante para sus coterráneos y su país de origen; fue el Papa que impulsó y apoyó el pensamiento de inconformidad, que fomentó la unidad nacional ante el gobierno totalitario, hasta que Polonia por fin se quitó de encima a los comunistas, dando vítores a su polaco mayor.
Obviamente, no es este el caso.
Ni este Papa es Wojtyla, ni habrá un Papa cubano -ni siquiera un cardenal- con la sotana tan bien puesta que haga con Cuba lo que hizo Juan Pablo II con Polonia. Y lo más importante: los cubanos no son los polacos que para poder reconstruir su nación se deshicieron -curiosa coincidencia- de un general dictador y secretario de Partido Comunista como era Wojciech Jaruzelski.
Nadie va a venir de afuera a resolver el asunto cubano, sea un Papa, un Presidente o un capitalista. Hay que dejar de injuriar y culpar a un hombre que no es cubano, que habla a nombre de una institución anodina como es la iglesia católica y que, en última instancia, no tiene por qué hacer lo que le corresponde a los cubanos.
Lo que nos resta es admitir, efectivamente, que todo este asunto añade un poco más de vergüenza, pero no al Papa, que es lo que es, sino a los cubanos, que somos, desgraciadamente, lo que somos.
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