Harto ya de estar harto…
Serrat
Mi amigo es una roca en los rápidos de aguas blancas.
Tiene esa excepcional ecuanimidad, el común y buen sentido, tan difíciles, se sabe, de encontrar en calles y redes. Para colmo, él hace que parezca fácil ser de esa manera. Se le dan esas cosas, a mi amigo, de manera natural: siempre tuvo, ya de adolescente, la mejor idea; dueño, además, del nato ojo certero para reconocer hideputas, y del eficiente y oportuno puñetazo para acabar con rapidez conflictos y maledicencias. Mala comida tu socio, decía mi hermano sonriente.
Amigo a ultranza, de esos que, si se tiene una suerte de fábula, llegan a ser dos o tres, a lo sumo; de los que escucho caminar aquí, a mi lado, a 2500 kilómetros de distancia. Y hoy, él me escribe.
Me cuenta de la muerte de la madre; ocho años apagándose la callada señora que nos servía el peor café del mundo mientras jugábamos dominó en el portal de una casa minúscula en una calle moribunda en las Alturas de La Lisa. Me habla del hijo, que casi se gradúa; de la esposa, ansiosa, dispuesta a otros aires. De la inminencia de la partida –ya casi brother, ya casi-, de la hermana queridísima que, al final de la larga batalla perdida de antemano, cerró los ojos de la madre, y que ahora se va, también, a reunirse con el hijo exiliado.
Me habla de otros amigos, de los que se habían marchado antes, que se han divorciado, que se casaron, de nuevo; que se eclipsaron y se disolvieron en la abulia de lo cotidiano, más nunca me ha escrito el muy singao, me cuenta contrito mi amigo.
Recuerda, y yo sonrío, que todos se fueron, y yo me quedé, tú sabes, tú me conoces; yo te conozco, claro que te conozco: lo serio que te pusiste cuando hablábamos de que todo era, ya sin que cupiera la menor duda, una tremenda mierda, y para colmo llovía, como llueve allá, un mar de lluvia, empapado en el sidecar de la estrepitosa moto rusadelcoñoesumadre, volando por la carretera, a Baracoa, y de vuelta, y me voy, brother, me voy, sin juzgar a nadie, porque se quede, o porque se vaya, sin retorno concebido, amén; así éramos, así somos, mi hermano, carajo, mi socio del alma.
Y así resulta, entonces, que ya, casi al final, nos hemos ido casi todos.
Antes, más tarde, después; ya no importa. Nos fuimos desprendiendo, como frutos asustados, de un árbol que se ha ido pudriendo, aprisa y sin pausa, cayendo lejos a veces, otras casi a su sombra. Tundra, desierto, la pampa, el pantano, la playa, Moscú y Cancún, insisto, da igual. Nos fuimos, bro, por suerte, para nuestra tristeza perenne, pero, la verdad, tampoco importa: había que irse.
Mi amigo es entonces una roca que al fin se salió de su nicho, y se va a dejar arrastrar por la turbulencia de la corriente, hasta que encuentre otro asidero.
Mi amigo es entonces una roca que al fin se salió de su nicho, y se va a dejar arrastrar por la turbulencia de la corriente, hasta que encuentre otro asidero.
Le llegó su momento, porque son estos los tiempos cubanos que aún no se acaban, los que llevan ese signo, la marca inevitable, la de nuestro arte mayor: el definitivo oficio de irse, por fin, de una vez, y sin mirar atrás.
¡Buena suerte a tu amigo! Muy hermoso el otro posts sobre los españoels que se van..unos que llegan, otros que se van...Ojalá que este socio llegue a NY y se empate con la "buena comida."
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